sábado, 31 de octubre de 2020

EL DESAFÍO DE LA SOLEDAD

 

CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE PAMPLONA Y TUDELA

 

0. INTRODUCCIÓN

 

1. La soledad no buscada ni querida es uno de los grandes desafíos de nuestra época. Entra en los hogares y en los corazones a través de la enfermedad, la injusticia, la discriminación, la vejez, la depresión, la indiferencia, el rechazo, la experiencia del abandono o el sentimiento de fracaso. Y, una vez dentro, es difícil desalojarla. Es como un huésped indeseado o una visita inoportuna.

En España, la Jornada Mundial del Enfermo, que se celebra el 11 de febrero, es el punto de partida de la Campaña del Enfermo, que culmina el VI Domingo de Pascua, y que este año se ha concretado en el tema: “Acompañar en la soledad”.

Samiha Shafy afirma: “La ciencia describe la soledad como un padecimiento subjetivo, dado por la diferencia entre contactos sociales deseados y contactos sociales reales”. Y llama la atención sobre algunas cuestiones: el aislamiento involuntario provoca en el cuerpo humano la reacción de que carece de algo vital. Cuando se toma la mano de alguien cercano, las regiones cerebrales que se activan ante las amenazas reaccionan con una intensidad menor. La sensación de soledad posee tanto sentido como la sensación de hambre y de sed. Según James Coan, “las personas que está solas suelen acabar enfermando. Las heridas curan peor, el sistema inmune es más débil”.

 

2. Según el Instituto Nacional de Estadística, en nuestro país hay 4,7 millones de hogares unipersonales. Dos millones de personas mayores de 65 años viven solas. Más de 850.000 mayores de 80 años viven solos y muchos sufren problemas de movilidad. Hay, además, otras formas de soledad: la de quienes están ingresados en los hospitales o la de las familias con miembros que padecen una enfermedad mental grave.

En nuestro mundo occidental, una de cada tres personas afirma sentirse sola. Hay personas que viven solas por decisión consciente y libre, pero es muy grande el número de quienes viven aisladas, en una soledad no deseada, sin protección, siendo invisibles para la sociedad.

 

3. El Papa Francisco afirmó en la Misa de inauguración del Sínodo de los Obispos sobre la Familia: “La soledad, el drama que aún aflige a muchos hombres y mujeres. Pienso en los ancianos abandonados incluso por sus seres queridos y sus propios hijos; en los viudos y viudas; en tantos hombres y mujeres dejados por su propia esposa y por su propio marido; en tantas personas que de hecho se sienten solas, no comprendidas y no escuchadas; en los emigrantes y los refugiados que huyen de la guerra y la persecución; y en tantos jóvenes víctimas de la cultura del consumo, del usar y tirar, y de la cultura del descarte” (4 octubre 2015).

4. El Santo Padre Francisco ha reflexionado públicamente en varias ocasiones sobre la soledad y sus efectos negativos sobre la persona. En un discurso que pronunció el 16 de marzo de 2019 ante los miembros de la Confederación Italiana de Cooperativas, dijo: “Cuando el hombre se siente solo, experimenta el infierno. En cambio, cuando advierte que no está abandonado, puede enfrentar cualquier tipo de dificultad y esfuerzo”.

En aquella ocasión, el Papa Francisco invitaba a vivir la proximidad que Jesús anuncia en el Evangelio: “Hacerse prójimo significa evitar que el otro permanezca presa del infierno de la soledad”. No podemos ser indiferentes, sino que “cada uno, según sus posibilidades, debe comprometerse a quitar un trozo de soledad a los demás. Hay que hacerlo no tanto con palabras, sino sobre todo con compromiso, amor, competencia y poniendo en juego el gran valor agregado que es nuestra presencia personal. Hay que hacerlo con cercanía, con ternura”.

 

5. La soledad solamente se puede vencer con relaciones firmes caracterizadas por el don y la acogida. La soledad se combate con la compañía. Es necesario “acompañar”, vivir junto a los otros, ser con los otros, participar de los sentimientos de los demás, acercarnos, ser próximos, ser prójimos. Es imprescindible crear comunidad y vincularnos para cambiar las cosas.

Necesitamos comprender mejor la experiencia del sufrimiento, las situaciones de malestar y de dolor en que se encuentran las personas solas, los enfermos y los ancianos. Todos estamos llamados a ir a su encuentro con generosidad.

6. Rezamos en el himno del Oficio de lecturas de la solemnidad de la Anunciación del Señor: “Que está mi voz colmada // de inútil soledad y el canto ignora”. Hay muchas personas que ya no pueden cantar. Su voz está colmada de “inútil soledad”. Una soledad no deseada, característica de la desvinculación. La soledad que aparece cuando se rompen todos los puentes y la persona se ve aislada y triste, de modo que la voz ignora el canto.

 

7. Hay muchas formas de soledad:

– La soledad del niño no nacido, indefenso ante la agresión que acaba con su vida inocente.

– La soledad de los niños rechazados e incomprendidos: los que padecen acoso escolar, los discriminados por su raza, condición social o cualquier otro motivo.

– La soledad de los adolescentes que se enfrentan a un contexto escolar agresivo o a un ambiente familiar desestructurado.

– La soledad de los jóvenes que no encuentran estímulo para sus esfuerzos ni sentido en sus vidas.

– La soledad de los adultos sometidos al engranaje de una sociedad de consumo, individualista e insolidaria.

– La soledad de quienes experimentan los vaivenes de la vida sin raíces ni horizonte.

– La soledad de quienes establecen, a través de las redes sociales, muchas relaciones virtuales, pero carecen de comunicación real.

– La soledad de las personas mayores con pocos recursos económicos y carentes de vínculos familiares y sociales.

– La soledad de los discriminados y descartados cuyos gritos no encuentran eco, ni su dignidad reconocimiento.

– La soledad que se vive en el anonimato de las grandes ciudades.

– La soledad de la “muchedumbre solitaria” (David Riesman).

– La soledad de quienes sufren las consecuencias del Coronavirus por el quebranto de su salud y el reto del aislamiento.

– La soledad de los enfermos terminales, sin compañía ni consuelo.

– La soledad de quienes mueren sin poder despedirse de sus familiares y amigos.

 

8. Nuestro objetivo en esta carta es conocer un poco mejor los rasgos de estas soledades para aprender a atajar sus consecuencias. No deseamos realizar un estudio pormenorizado, sino detectar ciertas constantes.

Nos situamos en actitud de cercanía cordial, con el deseo de aproximarnos para escuchar, acoger, comprender, animar, custodiar, consolar. En definitiva, nuestro deseo es acompañar en los procesos personales y comunitarios, situarnos como pastores cerca de quienes viven y sufren el drama de la soledad no deseada. Y, especialmente, compartir la experiencia de la comunión consoladora con Jesucristo.

 

1. EL SER HUMANO ES RELACIONAL: NECESITA DE LOS DEMÁS

 

9. El ser humano es esencialmente relacional. Necesita de los demás en su desarrollo y para alcanzar su plenitud.

 

1.1. Dimensión antropológica

10. El ser humano necesita diálogo, comunicación y comunión. Se humaniza en la relación. Es preciso distinguir entre estar a solas y sentirse solo. En las minúsculas poblaciones rurales hay muchas personas que no tienen compañía. En las grandes ciudades hay muchas personas rodeadas de multitudes que se sienten muy solas.

En estos meses de pandemia, muchas personas han muerto solas en los hospitales, residencias y en sus propios hogares. Pero no han estado solas, porque les ha acompañado la oración de toda la Iglesia.

Hay quienes están a solas sin sentirse solos y hay quienes se sienten solos en medio de una gran multitud.

Hay quienes se consumen de tristeza porque no tienen amigos, ni familiares, ni allegados. La vida parece no tener sentido cuando ya no se reciben llamadas, ni la agenda aparece repleta de compromisos y ocupaciones.

En las residencias para personas mayores se escucha una frecuente queja: “Ya no le importo a nadie”, “estoy abandonado”, “nadie se interesa por mí”.

Los cristianos sabemos que no existe la soledad absoluta y que el túnel de la soledad se ilumina desde la comunión con Jesucristo.

Es posible estar a solas sin sentirse solo. Necesitamos espacios y tiempos de soledad para encontrar en el centro de nuestros corazones una presencia que nos habita.

 

1.2. Dimensión bíblica

1. “No es bueno que el hombre esté solo” (Gn 2,18)

11. El relato del Génesis describe una antropología de relación. El ser humano necesita encontrar una ayuda adecuada, no ha nacido para estar solo: “El Señor Dios se dijo: “No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle a alguien como él, que le ayude”. Entonces el Señor Dios modeló de la tierra todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo, y se los presentó a Adán, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que Adán le pusiera. Así Adán puso nombre a todos los ganados, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no encontró ninguno como él, que le ayudase. Entonces el Señor Dios hizo caer un letargo sobre Adán, que se durmió; le sacó una costilla, y le cerró el sitio con carne. Y el Señor Dios formó, de la costilla que había sacado de Adán, una mujer, y se la presentó a Adán. Adán dijo: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será ´mujer`, porque ha salido del varón”. Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne” (Gn 2,18-24).

El Papa Francisco afirma en Amoris laetitia refiriéndose al encuentro entre el Adán y Eva: “De este encuentro, que sana la soledad, surgen la generación y la familia” (AL 13).

El ser humano establece vínculos con Dios y todas las creaturas, pero necesita alguien “que le ayude”, alguien de su misma dignidad. En el capítulo segundo del libro del Génesis aparece “la inquietud del varón que busca “una ayuda recíproca” (vv. 18.20), capaz de resolver esa soledad que le perturba y que no es aplacada por la cercanía de los animales y de todo lo creado” (AL 12).

 

2. “Más vale ser dos que uno” (Ecl 4,9)

12. El Eclesiastés nos regala una impresionante reflexión: “Otra vanidad he observado bajo el sol: hay quien vive solo, sin compañeros, sin hijos ni hermanos; no para de trabajar y, aun así, sus ojos no se hartan de riquezas. “¿Para quién trabajo entonces y me privo de satisfacciones?”. También esto es vanidad y mal negocio.Más vale ser dos que uno, pues sacan más provecho de su esfuerzo. Si uno cae, el otro lo levanta; pero ¡pobre del que cae estando solo, sin que otro pueda levantarlo! Lo mismo si dos duermen juntos: se calientan; pero si uno está solo, ¿cómo podrá calentarse? Si a uno solo pueden vencerle, dos juntos resistirán. “Una cuerda de tres cabos no es fácil de romper”” (Ecl 4,7-12).

 

1.3. La enseñanza de la Iglesia: somos para los demás

 13. El proyecto de Dios en la Sagrada Escritura presenta al ser humano como relacional, necesitado de los demás para su desarrollo y su plenitud. El ser humano se humaniza en la relación.

La salvación que realiza Dios, y que la Iglesia anuncia gozosamente, es para todos: “Nadie se salva solo, esto es, ni como individuo aislado ni por sus propias fuerzas” (EG 113). “El misterio mismo de la Trinidad nos recuerda que fuimos hechos a imagen de esa comunión divina, por lo cual no podemos realizarnos ni salvarnos solos” (EG 178).

 

2. LA SOLEDAD COMO PROBLEMA

 14. Hay diversos tipos de soledad: vocacional, elegida, egoísta o impuesta. La soledad por egoísmo o la soledad impuesta, deshumanizan. Hay muchas personas que están solas. Conocemos a quienes experimentan esta lacra: ancianos, descartados (sin techo, ni tierra, ni trabajo), inmigrantes, parados.

Desde un punto de vista muy general, se puede contemplar la soledad desde un triple punto de vista:

1) como algo externo (la soledad),

2) en primera persona (mi soledad), y

3) poniéndole rostro cercano y concreto (tu soledad).

 

2.1. La soledad

15. Conocemos las estadísticas, los registros, los números. Por lo general, son rostros lejanos, distantes. Sabemos que existe una envolvente soledad, la de quienes experimentan injusticia, humillación, rechazo, falta de solidaridad, aflicción. Hay muchas personas afligidas, doloridas, angustiadas, destrozadas, temblorosas. Personas que sufren, gimen y lloran desconsoladamente. “El verdadero dolor es el que se sufre sin testigos”, decía el poeta latino Marco Valerio Marcial.

 

2.2. Mi soledad

16. El fenómeno cambia cuando se convierte en experiencia propia. En este caso, la soledad aparece en dos grandes dimensiones:

a) La soledad poblada de aullidos. El Deuteronomio dice que fue Dios quien encontró al pueblo: “Lo encontró en una tierra desierta, en una soledad poblada de aullidos” (Dt 32,10). Es la soledad del desierto, de la lejanía de Dios. Donde surgen los aullidos del peligro, la amenaza de la oscuridad. La soledad de nuestras manos tendidas que se repliegan sin encontrar respuesta. La experiencia de incertidumbre, riesgo, peligro, acecho.

b) La soledad sonora. El “Cántico” de San Juan de la Cruz menciona “la noche sosegada // en par de los levantes de la aurora, // la música callada, // la soledad sonora, // la cena que recrea y enamora”. Existe una soledad habitada, donde se oye el eco del amor. Se hace presente y manifiesta la cercanía de las personas amadas.

 

El silencio y la soledad custodiados

17. El 11 de octubre de 2011, Benedicto XVI pronunció una sugerente homilía en la celebración de las Vísperas en la Iglesia de la Cartuja de Serra San Bruno, en la que dijo: “la cartuja es un oasis singular, donde el silencio y la soledad son custodiados de modo muy especial, según la forma de vida iniciada por san Bruno y que ha permanecido sin cambios en el curso de los siglos. “Habito en el desierto con los hermanos”, es la frase sintética que escribía vuestro fundador (Carta a Rodolfo, 4)”.

18. Benedicto XVI prosiguió con estas palabras: “El progreso técnico, especialmente en el campo de los transportes y de las comunicaciones, ha hecho la vida del hombre más confortable, pero también más agitada, a veces convulsa. Las ciudades son casi siempre ruidosas: raramente hay silencio en ellas, porque siempre persiste un ruido de fondo, en algunas zonas también de noche. En las últimas décadas, además, el desarrollo de los medios de comunicación ha difundido y amplificado un fenómeno que ya se perfilaba en los años sesenta: la virtualidad, que corre el peligro de dominar sobre la realidad. Cada vez más, incluso sin darse cuenta, las personas están inmersas en una dimensión virtual a causa de mensajes audiovisuales que acompañan su vida desde la mañana hasta la noche. Los más jóvenes, que han nacido ya en esta situación, parecen querer llenar de música y de imágenes cada momento vacío, casi por el miedo de sentir, precisamente, este vacío. Se trata de una tendencia que siempre ha existido, especialmente entre los jóvenes y en los contextos urbanos más desarrollados, pero hoy ha alcanzado tal nivel que se habla de mutación antropológica. Algunas personas ya no son capaces de permanecer por mucho tiempo en silencio y en soledad”.

19. Y añadió: “retirándose al silencio y la soledad, el hombre, por así decirlo, se “expone” a la realidad de su desnudez, se expone a ese aparente “vacío” al que aludí antes, para experimentar en cambio la Plenitud, la presencia de Dios, de la Realidad más real que existe, y que está más allá de la dimensión sensible. Es una presencia perceptible en toda criatura: en el aire que respiramos, en la luz que vemos y que nos calienta, en la hierba, en las piedras… Dios, Creator omnium, lo penetra todo, pero está más allá, y precisamente por esto es el fundamento de todo”.

 

2.3. Tu soledad

20. En este caso, ya no miramos con frialdad una escena ajena, ni dirigimos la mirada hacia nosotros mismos, sino que vemos el reflejo de la soledad en las personas a las que amamos. Su soledad no nos resulta extraña, ni lejana, sino compartida. Es posible compartir el misterio desgarrador de la soledad desde la profundidad del corazón. Es posible mirar más allá de nosotros mismos y descubrir corazones habitados por otra soledad.

Es entonces cuando la noche se puede convertir en tiempo iluminado. Sucede en los momentos de mayor angustia, cuando el sufrimiento cristaliza en un dramático anochecer. En medio de la tristeza, amanece una íntima y confiada certeza. Entonces es posible seguir creyendo y continuar esperando, porque se vive amando y siendo amados.

Es la soledad que se puede comparar a un triste anochecer, cuajado de dolor oscuro. Quien más nos enseña a mirar la soledad de los demás es la mujer experta en amor: la Virgen María. Ante la soledad, brilla la llama viva, creyente, esperanzada y amorosa de la fe de María. El Concilio Vaticano II nos ofrece una bella reflexión: “También la Virgen bienaventurada avanzó en esta peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su comunión con el Hijo hasta la cruz, ante la cual resistió en pie” (LG 58). Porque se trata de resistir en pie.

 

3. LA COMPAÑÍA DE DIOS

 

3.1. Cercanía de Dios a su pueblo en el Antiguo Testamento

21. En el Antiguo Testamento escuchamos con frecuencia el angustioso grito de la soledad. Ponemos dos ejemplos:

a) “Estoy solo y afligido” (Sal 25[24],16)

En los Salmos se leen expresiones conmovedoras: “Mírame, oh Dios, y ten piedad de mí, que estoy solo y afligido” (Sal 25[24],16); “El mismo que arroja desprecio sobre los príncipes y los descarrió por una soledad sin caminos” (Sal 107[106],40).

b) La oración confiada de Ester

La reina Ester reza al Señor con oración perseverante y confiada desde su soledad: “”Señor mío, rey nuestro, tú eres el único. Defiéndeme que estoy sola y no tengo más defensor que tú, porque yo misma me he puesto en peligro”” (Est 4,17l). “Pero a nosotros sálvanos con tu mano y defiéndeme a mí, que estoy sola, y no tengo a nadie fuera de ti, Señor” (Est 4,17t).

 

22. El Señor responde: “no los abandonaré” (Is 41,17). En el Libro de la consolación del Segundo Isaías resuena el grito del Señor que asegura que no abandonará a su pueblo:

– “Los pobres y los indigentes buscan agua, y no la encuentran; su lengua está reseca por la sed. Yo, el Señor, les responderé; yo, el Dios de Israel, no los abandonaré” (Is 41,17).

– “Desde antiguo guardé silencio, me callaba, aguantaba; como parturienta, grito, jadeo y resuello.  Agostaré montes y collados, secaré toda su hierba, convertiré los ríos en yermo, desecaré los estanques; conduciré a los ciegos por el camino que no conocen, los guiaré por senderos que ignoran; ante ellos convertiré la tiniebla en luz, lo escabroso en llano. Esto es lo que haré y no los abandonaré” (Is 42,14-16).

– “Sión decía: “Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”. ¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré. Mira, te llevo tatuada en mis palmas, tus muros están siempre ante mí” (Is 49,14-16).

 

3.2. La cercanía de Jesús

23. Jesús se presenta a sus discípulos como el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas: “Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas” (Jn 10,11.14-15).

Jesús promete a los suyos su presencia continua: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20).

Benedicto XVI afirmó en la homilía pronunciada el 15 de diciembre de 2011: “En la gruta de Belén la soledad del hombre ha sido vencida, nuestra existencia ya no está abandonada a las fuerzas impersonales de los procesos naturales e históricos, nuestra casa puede construirse sobre roca: podemos proyectar nuestra historia, la historia de la humanidad, no en la utopía, sino en la certeza de que el Dios de Jesucristo está presente y nos acompaña”.

El mismo Papa, en la Audiencia general del 29 de marzo de 2006, al hablar de la comunión eucarística en la que “Jesús nos alimenta, nos une a sí mismo, al Padre, al Espíritu Santo y entre nosotros, y esta red de unidad que abraza al mundo es una anticipación del mundo futuro en nuestro tiempo”, afirmó: “Precisamente así, por ser anticipación del mundo futuro, la comunión es un don también con consecuencias muy reales; nos hace salir de nuestra soledad, nos impide encerrarnos en nosotros mismos y nos hace partícipes del amor que nos une a Dios y entre nosotros”.

En la Exhortación apostólica Christus vivit, el Papa Francisco subraya que Cristo vive. En consecuencia, dice a los jóvenes: “Si Él vive, entonces sí podrá estar presente en tu vida, en cada momento, para llenarlo de luz. Así no habrá nunca más soledad ni abandono” (ChV 125).

La soledad habitada de Jesús en el evangelio según san Juan

24. En el cuarto evangelio Jesús experimenta una soledad distinta, llena de la presencia del Padre que le ha enviado:

– El juicio de Jesús es legítimo porque no está solo, sino acompañado por el Padre: “y, si juzgo yo, mi juicio es legítimo, porque no estoy yo solo, sino yo y el que me ha enviado, el Padre” (Jn 8,16);

– El Padre está con Jesús y Jesús hace siempre lo que le agrada al Padre: “El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,29);

– En medio del abandono de los discípulos, Jesús no está solo, sino con el Padre: “Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre” (Jn 16,32).

Desde esta perspectiva, Jesús comparte con nosotros su comunión con el Padre: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23). No nos deja de la mano.

 

3.3. El don del Espíritu Santo que acompaña e ilumina

25. El Espíritu Santo acompaña e ilumina desde dentro la vida de cada persona y de toda la Iglesia.

Jesús anuncia: “Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros” (Jn 14,16). El Espíritu Santo enseña y vuelve a pasar por el corazón de los creyentes todo lo que Jesús ha dicho: “pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho” (Jn 14,26).

El don del Espíritu Santo es fuente de unidad y de relación. Somos testigos de las fragmentaciones y los conflictos que enturbian las relaciones entre personas, grupos y pueblos enteros. Y si no existe el don de la unidad en el Espíritu Santo, la fragmentación de la humanidad es inevitable.

Benedicto XVI dijo en el Ángelus de la Solemnidad de la Santísima Trinidad (11 junio 2006): “Gracias al Espíritu Santo, que ayuda a comprender las palabras de Jesús y guía a la verdad completa (cf. Jn 14,26; 16,13), los creyentes pueden conocer, por decirlo así, la intimidad de Dios mismo, descubriendo que él no es soledad infinita, sino comunión de luz y de amor, vida dada y recibida en un diálogo eterno entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo, como dice san Agustín, Amante, Amado y Amor”.

 

4. LA COMPAÑÍA DE LA IGLESIA

           

4.1. La cercanía de los pastores

26. El Papa Francisco ha manifestado en diversas ocasiones que los pastores han de estar cerca de los suyos. Han de tener “olor a oveja”. La unción de los pastores ha de llegar a las periferias, donde más la espera y valora el pueblo fiel.

Ser pastores significa caminar delante, en medio y detrás del rebaño. “Sí, ser Pastores significa creer cada día en la gracia y en la fuerza que nos viene del Señor, a pesar de nuestra debilidad, y asumir hasta el final la responsabilidad de caminar delante del rebaño, libres de los pesos que dificultan la sana agilidad apostólica, y sin indecisión al guiarlo, para hacer reconocible nuestra voz tanto para quienes han abrazado la fe como para quienes aún “no pertenecen a este rebaño” (Jn 10,16) (…). Por ello, ser Pastores quiere decir también disponerse a caminar en medio y detrás del rebaño: capaces de escuchar el silencioso relato de quien sufre y sostener el paso de quien teme ya no poder más; atentos a volver a levantar, alentar e infundir esperanza. Nuestra fe sale siempre reforzada al compartirla con los humildes: dejemos de lado todo tipo de presunción, para inclinarnos ante quienes el Señor confió a nuestra solicitud” (23 mayo 2013).

 

4.2. La soledad de los pastores

27. La experiencia de la soledad también concierne a los pastores, que pueden experimentar cansancio, agobio, desaliento. El profeta Jeremías se vio forzado a vivir en soledad. Toda su vida fue profecía, comunicación vital de un mensaje. Pero obtuvo rechazo e incomprensión: “me forzaste a vivir en soledad” (Jr 15,17); “he sido a diario el hazmerreír, todo el mundo se burlaba de mí” (Jr 20,7); “mis amigos acechaban mi traspié” (Jr 20,10).

Jeremías anunció el plan de Nabucodonosor que había tomado decisiones contra el pueblo: “Vamos, atacad al pueblo confiado, que vive tranquilo -oráculo del Señor-. Están sin puertas ni cerrojos, y además vive en soledad” (Jr 49,31).

Con mucha frecuencia se viven experiencias de falta de fraternidad sacerdotal. Es preciso favorecer espacios y tiempos de convivencia, de compañía. Es imprescindible vivir la acogida recíproca. “El celibato corre el peligro de ser una cómoda soledad, que da libertad para moverse con autonomía, para cambiar de lugares, de tareas y de opciones, para disponer del propio dinero, para frecuentar personas diversas según la atracción del momento” (AL 162).

 

4.3. El hospital de campaña

28. El Papa Francisco suele comparar a la Iglesia con un hospital de campaña. “Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas… Y hay que comenzar por lo más elemental” (Entrevista a A. Spadaro en Civiltà Cattolica). Y también: “he dicho algunas veces que la Iglesia se parece a un hospital de campaña: tanta gente herida, tanta gente herida… que nos pide cercanía, que nos piden aquello que pedían a Jesús: cercanía, proximidad” (Discurso a los participantes en un encuentro organizado por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, 19 septiembre 2014).

En su Mensaje con motivo de la Jornada Mundial del Migrante 2018 exhortaba a conjugar vitalmente cuatro verbos: “acoger, proteger, promover e integrar”, como actitudes fundamentales para asegurar que los derechos humanos de los migrantes sean respetados y para tratarlos con respeto y dignidad.

 

5. LA COMPAÑÍA DE LA COMUNIDAD

 

5.1. Responsabilidad de la parroquia

29. En su primera Encíclica “Lumen fidei” (29 junio 2013) el Papa Francisco escribe: “Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz” (LF 57).

En una pastoral en clave de misión “lo importante es no caminar solos” (EG 33). Los pobres son destinatarios privilegiados del Evangelio. “Nunca los dejemos solos” (EG 48).

La parroquia tiene una responsabilidad propia. “La parroquia no es una estructura caduca; precisamente porque tiene una gran plasticidad, puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la creatividad misionera del Pastor y de la comunidad. Aunque ciertamente no es la única institución evangelizadora, si es capaz de reformarse y adaptarse continuamente, seguirá siendo “la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas”. Esto supone que realmente esté en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos. La parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración. A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización. Es comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de constante envío misionero” (EG 28).

 

5.2. Detectar a los que están solos

30. El acompañamiento es imprescindible para vencer la soledad. El Papa Francisco ha insistido muchas veces en la necesidad de acompañar. Recogemos dos importantes documentos:

  1. Encíclica “Amoris laetitia”
  2. 31. Se alude a acompañar en los primeros años de la vida matrimonial (nn. 217-22), acompañar después de rupturas y divorcios (nn. 241-246) y en el capítulo octavo, titulado “Acompañar, discernir e integrar la fragilidad” (nn. 293-312).

– “Los Padres indicaron que “un discernimiento particular es indispensable para acompañar pastoralmente a los separados, los divorciados, los abandonados. Hay que acoger y valorar especialmente el dolor de quienes han sufrido injustamente la separación, el divorcio o el abandono, o bien, se han visto obligados a romper la convivencia por los maltratos del cónyuge (…)”” (AL 242). “La comunidad local y los pastores deben acompañar a estas personas con solicitud, sobre todo cuando hay hijos o su situación de pobreza es grave” (ibid).

– “Cuando la muerte clava su aguijón”: “En general, el duelo por los difuntos puede llevar bastante tiempo, y cuando un pastor quiere acompañar ese proceso, tiene que adaptarse a las necesidades de cada una de sus etapas” (AL 255).

– Como la luz de un faro o de una antorcha: “la Iglesia debe acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido y extraviado, dándoles de nuevo confianza y esperanza, como la luz del faro de un puerto o de una antorcha llevada en medio de la gente para iluminar a quienes han perdido el rumbo o se encuentran en medio de la tempestad” (AL 291).

– “Los presbíteros tienen la tarea de “acompañar a las personas interesadas en el camino del discernimiento de acuerdo a la enseñanza de la Iglesia y las orientaciones del Obispo (…)”” (AL 300).

– “Pero de nuestra conciencia del peso de las circunstancias atenuantes -psicológicas, históricas e incluso biológicas- se sigue que, “sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día”, dando lugar a “la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible”” (AL 308).

– “Esto nos otorga un marco y un clima que nos impide desarrollar una fría moral de escritorio al hablar sobre los temas más delicados, y nos sitúa más bien en el contexto de un discernimiento pastoral cargado de amor misericordioso, que siempre se inclina a comprender, a perdonar, a acompañar, a esperar, y sobre todo a integrar” (AL 312).

 

2. Documento final del Sínodo “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”

32. El capítulo tercero de la segunda parte de este documento se titula “La misión de acompañar” (nn. 91-103).

– “También muchos de los jóvenes presentes en el Sínodo han manifestado gratitud por aquellos que los acompañaron y han resaltado la gran necesidad de figuras de referencia” (n. 31).

– “Acompañar para tomar decisiones válidas, estables y bien fundadas es pues un servicio del que la gran mayoría siente la necesidad. Estar presente, sostener y acompañar el itinerario para hacer elecciones auténticas es un modo que tiene la Iglesia de ejercer su función materna, generando la libertad de los hijos de Dios” (n. 91).

– “Como enseña la narración de los discípulos de Emaús, acompañar requiere la disponibilidad a hacer juntos un tramo del camino, entablando una relación significativa. El origen del término “acompañar” remite al pan partido y compartido (cum pane), con toda la riqueza simbólica humana y sacramental de esta remisión. Es, por tanto, la comunidad en su conjunto el primer sujeto del acompañamiento, precisamente porque en su seno se desarrolla la trama de relaciones que puede sostener a la persona en su camino y ofrecerle puntos de referencia y de orientación. El acompañamiento en el crecimiento humano y cristiano hacia la vida adulta es una de las formas con las que la comunidad se muestra capaz de renovarse y de renovar el mundo” (n. 92).

– “En definitiva, acompañar requiere ponerse a disposición del Espíritu del Señor y de quien es acompañado, con todas las propias cualidades y capacidades, y después tener la valentía de hacerse a un lado con humildad” (n. 101).

– “A los pastores se les pide la capacidad de hacer crecer la colaboración en el testimonio y en la misión, y de acompañar los procesos de discernimiento comunitario para interpretar los signos de los tiempos a la luz de la fe y bajo la guía del Espíritu, con la contribución de todos los miembros de la comunidad, comenzando por los marginados” (n. 124).

 

5.3. Las soluciones: una comunidad que da calor

33. No es posible encontrar recetas fáciles, pero sí se pueden intuir algunos rasgos para afrontar el desafío de la soledad. Las soluciones solamente se podrán encontrar desde una comunidad que da calor.

  1. El vigor de una comunidad que acoge
  2. 34. El antídoto contra la soledad es la comunidad. La soledad se puede combatir tejiendo redes de comunión, creando comunidad. Esto se puede realizar desde una doble dirección:

1) Quien experimenta soledad ha de abrirse a un nuevo tipo de vínculos. La respuesta no se encuentra en una constante y enfermiza mirada hacia dentro, sino en una nueva mirada alrededor. Es preciso afrontar la soledad, darle nombre, conocer sus causas, atajar sus inconvenientes, evitar sus consecuencias.

2) La comunidad toma la iniciativa para que las personas no se sientan nunca solas ni descartadas, ni desechadas. La comunidad adquiere un específico protagonismo cuando sale al encuentro, cuando tiende puentes, cuando estrecha lazos de amistad, de genuina fraternidad.

Es preciso generar comunidad. Una comunidad que sana, regenera, cicatriza, acompaña, integra. Cuando se cura una herida, todo el cuerpo recobra la salud. Cuando una persona es acompañada, toda la comunidad experimenta mejoría.

La comunión es el remedio que nos ha dado el Señor contra la soledad. Benedicto XVI afirmó en la Audiencia general del 29 de marzo de 2006: “La “comunión” es realmente la buena nueva, el remedio que nos ha dado el Señor contra la soledad, que hoy amenaza a todos; es el don precioso que nos hace sentirnos acogidos y amados en Dios, en la unidad de su pueblo congregado en nombre de la Trinidad; es la luz que hace brillar a la Iglesia como estandarte enarbolado entre los pueblos: “Si decimos que estamos en comunión con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos la verdad. Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros” (1 Jn 1,6-7)”.

 

2. Salir al paso de los necesitados que no vienen

  1. 35. Es necesario cambiar a las personas y las situaciones. Y es preciso salir al encuentro de los alejados, de los necesitados que no se acercan. Para combatir la soledad no deseada es preciso un diagnóstico de los problemas, el conocimiento profundo de las dificultades. Y, desde ahí, tomar decisiones, dar pasos, salir de la queja y pasar a la acción. Se trata de establecer relaciones sólidas y fecundas de amor.

Cada vez hay menos calor de hogar y de familia. Por ello, es urgente acompañar a las personas que se sienten solas, no comprendidas y no escuchadas.

Las personas que sufren el zarpazo de la soledad comenzarán a vivir de otra manera cuando experimenten afecto, valoración, estima, reconocimiento de su dignidad.

Como comunidad, los cristianos nos ponemos en camino. Damos pasos de acercamiento. Detenemos la marcha para la escucha atenta. Aceleramos el ritmo para propiciar el encuentro. Y así conseguimos avanzar conjuntamente en la construcción de nuevas comunidades más abiertas e inclusivas.

 

3. Oración y adoración

  1. 36. Oración y adoración son indispensables en el combate contra la soledad. La soledad se puede superar desde una genuina “espiritualidad de la comunión”. San Juan Pablo II explicó en el número 43 de la Carta apostólica Novo Millennio Ineunte algunos rasgos fundamentales de la espiritualidad de comunión: “Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo”.

37. En este texto antológico, san Juan Pablo II desarrolló pormenorizadamente la necesidad de promover una espiritualidad de la comunión:

– Antes que nada, la espiritualidad de comunión involucra “una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado”.

– También significa “capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como “uno que me pertenece””. El Papa subraya un nuevo “pensamiento” y “sentimiento” en términos de compartir con otros “sus alegrías y sus sufrimientos (…) sus deseos y (…) sus necesidades”. Esto significa ofrecerle una verdadera y profunda amistad.

– Una espiritualidad de comunión implica también “capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un “don para mí””.

– Finalmente san Juan Pablo II señala la necesidad de saber cómo “hacer lugar” (“dar espacio”) a nuestros hermanos y hermanas, “ayudándose mutuamente a llevar las cargas” (Ga 6,2).

 

38. Se trata de realizar un camino espiritual. San Juan Pablo II concluía su comentario sobre la espiritualidad de la comunión de manera sorprendente diciendo: “no nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento” (NMI 43).

Es preciso favorecer una pastoral de comunión; es decir fomentar la comunión con Dios y con la Iglesia por medio de la escucha de la Palabra, la celebración de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía, y el amor fraterno, promoviendo así una pastoral comunitaria que a la vez que cohesione y fortalezca, fomente la acción pastoral de conjunto y esté abierta a la Iglesia particular y universal.

 

4. Grupos de acompañamiento de enfermos, de ancianos, de parados

39. Se necesitan grupos de acompañamiento. Es preciso crear vínculos. Vincular significa unir, fortalecer la confianza, aumentar la seguridad, compartir la vida, descubrir nuevas posibilidades, generar auténticos cauces de comunicación desde las posibilidades de cada persona y según las capacidades de cada cual. No es solamente dar compañía, sino también recibir amistad. No es solamente compartir tiempo, sino también intercambiar afecto. No es solamente asistir a quien vive en soledad, sino combatir y vencer la soledad no deseada, la carencia involuntaria de compañía, el pesar y la melancolía que sedimentan en los corazones.

Enfermos, ancianos, parados, descartados, etc., pueden ser beneficiarios y, al mismo tiempo, protagonistas de procesos de cercanía y acompañamiento.

 

40. Esto supone un reto en la época de las conexiones. La soledad supone un desafío. Es posible vivir muy conectados a través de las redes sociales o de los teléfonos móviles, pero con escasa comunicación, o con contactos esporádicos y de escasa calidad humana.

Hay personas que reciben mucha información, que no alcanzan a procesar en su totalidad, y, al final de muchos días de actividades desbordantes o de sufrimientos permanentes, se sienten aisladas, sin vínculos, sin compañía.

Resulta paradójico que, en nuestro mundo globalizado, cada día crece el número de las personas que sufren por estar solas.

“Es indispensable prestar atención para estar cerca de nuevas formas de pobreza y fragilidad donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente, aunque eso aparentemente no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos: los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, etc.” (EG 210).

 

6. LA SOLEDAD VITAL

41. La Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida en su documento Sembradores de esperanza. Acoger, proteger y acompañar en la etapa final de esta vida, se pregunta en el nº 26: “¿Qué otros aspectos son esenciales cuidar en los pacientes graves o en situación terminal?”. La respuesta nos ayuda en nuestra reflexión.

42. “En el imaginario colectivo del paciente terminal no aparece un problema que puede ser mucho más serio: la soledad. No en el sentido de ausencia de personas: las hay, entrando y saliendo de la habitación del enfermo y haciendo cosas, así como la presencia y la atención de la familia. Es algo que podríamos llamar más bien “soledad vital”: el enfermo debe hacer frente a la crisis interior que le está produciendo su enfermedad sin tener alguien en quien apoyarse para ese proceso anímico, que hemos llamado la búsqueda de sentido”.

43. “La actitud de la medicina ante las enfermedades se resume en el adagio al que ya hicimos referencia anteriormente: “Curar a veces, aliviar a menudo, consolar siempre“. Con los medios actuales, curamos ya bastantes veces, y podemos aliviar siempre. Pero esa eficacia técnica nos ha hecho olvidar la última parte, consolar. Esa palabra se refiere en primer lugar la compañía que aporta calor humano a la situación de enfermedad, y hace más llevadero el sufrimiento”.

44. “El acompañamiento fundamental lo proporciona ante todo la propia familia y el entorno de amistades del paciente. También el personal sanitario está llamado a prestar esta compañía. Este es un aspecto en el que aún tenemos que mejorar. Este acompañamiento, así como la asistencia espiritual cuando el paciente lo requiere, pueden ayudarle a afrontar la crisis que supone la situación de enfermedad y resituarse ante este desafío, madurando como persona y profundizando en el sentido de la propia vida”.

 45. “También quisiéramos referirnos a las dificultades que experimentan las familias a la hora de acompañar y sostener en la enfermedad a sus seres queridos. En muchas ocasiones se encuentran desorientadas sobre las decisiones que deben tomar. Es necesario hacerse cargo de esta dificultad y ofrecerles con delicadeza indicaciones adecuadas y realistas que faciliten la toma de decisiones sobre el modo de proceder en cada momento. Es necesario hacer ver a las familias que en los momentos difíciles no están solas y que serán sostenidas con la ayuda que necesiten”.

 

7. EN TIEMPO DE PANDEMIA

 46. En el tiempo de pandemia, el “Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida” publicó un texto en el que leemos:

“En el corazón de esta “tempestad inesperada y furiosa nos hemos dado cuenta -como nos recordó el Papa Francisco- de estar en la misma barca”. Al interior están también las personas mayores. Como todos, son frágiles y están desorientadas. A ellas se dirige hoy nuestro pensamiento de preocupación y agradecimiento, para restituir, al menos un poco, aquella ternura con la cual cada uno de nosotros ha sido acompañando en la vida y para que alcance a cada una de ellas la caricia materna de la Iglesia”.

“Su generación, en estos días -difíciles para todos- está pagando el precio más alto a la pandemia de Covid-19. Las estadísticas nos dicen que en Italia más del 80% de las personas que han perdido la vida tenían más de 70 años”.

47. “Hace unas pocas semanas, recibiendo a los participantes al primer congreso internacional de la pastoral de las personas mayores, organizado por nuestro Dicasterio, el Papa Francisco afirmó que “la soledad puede ser una enfermedad, sin embargo, con la caridad, la cercanía y el consuelo espiritual podemos curarla”. Se trata de palabras que en este momento adquieren toda su importancia. Ayudan a comprender que, si es verdad que el coronavirus es más letal cuando encuentra un cuerpo debilitado, en muchos casos la patología preexistente es la soledad. No es casualidad que estamos presenciando la muerte, en proporciones y formas terribles, de tantas personas que viven fuera de sus casas y apartados de su núcleo familiar, en condiciones de soledad en verdad desgastantes y deprimentes”.

48. “Por esto es importante que hagamos todo lo que sea posible para remediar esta situación de abandono que, en las circunstancias actuales, podría significar salvar vidas humanas”.

“En estos días son tantas las iniciativas en tal sentido que la Iglesia está poniendo en práctica. La imposibilidad de seguir haciendo visitas domiciliarias, ha impulsado a encontrar nuevas y creativas maneras de presencia. Llamadas, mensajes de video o de voz, o más tradicionalmente cartas dirigidas a quien está solo. Frecuentemente las parroquias están dedicadas en la entrega de alimento y medicinas a quien está obligado a no salir de casa. Casi en todos lados, los sacerdotes siguen visitando las casas para administrar los sacramentos. Muchos voluntarios, sobre todo jóvenes, se están esforzando con generosidad para no interrumpir, o para comenzar a organizar, elementales redes de solidaridad”.

49. “Sin embargo, la gravedad del momento nos llama a todos a hacer algo más. Individualmente o como Iglesias locales, podemos hacer mucho por las personas mayores: orar por ellas, curar la enfermedad de la soledad, activar redes de solidaridad, y mucho más. Frente al escenario de una generación golpeada de una manera tan fuerte, estamos llamados a una responsabilidad común, que nace de la conciencia del valor inestimable de cada vida humana y por la gratitud hacia nuestros papás y abuelos. Debemos dedicar nuevas energías para defenderlos de esta tempestad, así como cada uno de nosotros ha sido protegido y ayudado en las pequeñas y grandes tormentas de la propia vida. No dejemos solas a las personas mayores, porque en la soledad el coronavirus cobra más vidas”.

50. “Unas particulares atenciones merecen aquellos que viven al interno de las estructuras residenciales: escuchamos cada día noticias terribles sobre las condiciones en que se encuentran, y ya son miles de personas que han perdido la vida. La concentración en el mismo lugar de tantas personas frágiles y la dificultad de obtener los instrumentos de protección, han creado situaciones dificilísimas de gestionar no obstante la abnegación y, en algunos casos, el sacrificio del personal dedicado a su asistencia. En otras circunstancias, sin embargo, la crisis actual es hija de un abandono existencial y terapéutico que ha comenzado en el pasado. Aún en la compleja situación que vivimos, es necesario aclarar que salvar las vidas de las personas mayores que viven en las instituciones, o que están solas o enfermas, es una prioridad del mismo modo que salvar a cualquier otra persona. En los países en los cuales la pandemia no ha tomado grandes dimensiones, es aún posible tomar medidas preventivas para protegerlos; en donde la situación es más dramática es necesario actuar para encontrar soluciones emergentes”.

51. “No se trata de algo secundario, de ello depende el futuro de nuestras comunidades eclesiales y de nuestra sociedad porque, como dijo recientemente el Papa Francisco, “las personas mayores son el presente y el mañana de la Iglesia””.

“En el sufrimiento de estos días, estamos llamados a vislumbrar el futuro. En el amor de muchos hijos y nietos y en la entrega de los asistentes y de los voluntarios, revive la compasión de las mujeres que se dirigen al sepulcro para hacerse cargo del cuerpo de Jesús. Como ellas, estamos asustados, pero también sabemos que no podemos dejar de vivir -si bien manteniendo las distancias- la compasión que Él nos ha enseñado. Como ellas, pronto comprenderemos que habrá sido necesario permanecer a un lado, aun cuando parecía peligroso o inútil, seguros de las palabras del ángel, que nos invita a no tener miedo”.

“Unámonos entonces en oración por los abuelos y las personas mayores de todo el mundo. Estrechémonos a su alrededor, con el pensamiento y con el corazón, y cuando posible, actuemos, para que no estén solos”.

 

8. EL MISTERIO DE LA SOLEDAD DE LA VIRGEN MARÍA

52. Ante la cruz, la Virgen María experimentó la soledad sonora. Fue recordando los episodios vividos en común, desde la Anunciación hasta la sepultura. En su mente se agolpaban palabras, escenas, acontecimientos. Toda la vida del Señor de la Vida fue discurriendo constantemente por la memoria dolorosa de la Virgen. Todo le recordaba a su Hijo. Recordar, en sentido profundo de “volver al corazón”. María revivió, volvió a vivir, tantos y tantos días de amor y de desgarro, de ilusión y paz, de comentarios, de palabras y milagros de su Hijo. María supo contemplar, gemir, creer, esperar y amar. Y lo hizo en pie junto a la cruz.

53. La devoción de los fieles ha considerado abundantemente la participación amorosa de la madre en la muerte redentora del Hijo recordando, como en un díptico, la acogida en el regazo de María de Jesús bajado de la cruz, acontecimiento objeto de atención particular por parte de pintores y escultores, y la entrega al sepulcro del cuerpo exánime de su Hijo (cf. Jn 19,40-42a).

54. La soledad de la Virgen María se relaciona armónicamente con el camino de un misterio de fe que conoció el sufrimiento, en comunión total con su Hijo, hombre de dolores y abierto a la voluntad de Dios Padre. Tenemos una síntesis de esta perspectiva en la Constitución dogmática “Lumen gentium” del Vaticano II: “También la Virgen bienaventurada avanzó en esta peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su comunión con el Hijo hasta la cruz, ante la cual resistió en pie (Jn 19,25), no sin cierto designio divino, sufriendo profundamente con su unigénito y asociándose a su sacrificio con ánimo maternal, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella había engendrado” (LG 58).

55. En realidad, es la comunión profunda entre la Madre y el Hijo, comunión ligada no solamente a la generación, sino también a la fe, lo que llevó a María a cooperar en la obra de Jesús hasta el Calvario: “Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, sufriendo con su Hijo moribundo en la cruz, cooperó de un modo muy especial a la obra del Salvador, con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad para restaurar la vida sobrenatural de las almas” (LG 61).

56. El Catecismo de la Iglesia Católica habla en el nº 165 de los testigos de la fe y menciona a la Virgen: “la Virgen María que, en “la peregrinación de la fe” (LG 58), llegó hasta la “noche de la fe” (Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 17) participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su sepulcro”.

57. Afligida, dolorosa, angustiada, destrozada, silenciosa, temblorosa, María realiza su penúltimo acto de amor: dar sepultura al cuerpo de su amado Hijo.

La “noche del sepulcro” fue para la Virgen María la “noche de la fe”. ¡Cuánto dolor en el corazón de la Virgen! ¡Cuánto amor en sus ojos y en su interior! ¡Cuánta tristeza, y cuánta íntima y confiada certeza! María, plenamente asociada a la vida y a la misión de su Hijo tiene que guardar este misterio desgarrador en la profundidad de su corazón. Y sigue creyendo, y sigue esperando, porque continúa amando.

Es el momento de la mayor angustia, cuando el sufrimiento de toda la humanidad cristaliza en este anochecer dramático de la historia.

58. Contemplamos el dolor de la Santísima Virgen, que había acompañado a Jesús desde la humildad de la cuna hasta la ignominia de la cruz.

Contemplamos las lágrimas que derrama la Virgen y el sufrimiento que experimenta en el momento de la sepultura de su Hijo. El Hijo, el Creador y Señor de todo el universo, aquel por quien todo fue hecho y para quien todo fue hecho, el Principio y el Fin, el Alfa y la Omega, es enterrado en tierra, en un sepulcro excavado en roca. Es el momento del mayor desgarro, porque el trance de la muerte es real, no una ficción. Y Jesús ha padecido la muerte más injusta y la más ignominiosa. Y ahora, la Madre se queda sola, llena de aflicción, Virgen de la Soledad.

59. ¡Qué anochecer tan triste después de aquel viernes de dolor y muerte! ¡Qué intenso dolor el de la Virgen cuando el cuerpo de Jesús fue envuelto y colocado en el sepulcro excavado en la roca! ¡Qué agudo el dolor cuando la Virgen perdió de vista a su Hijo en el momento en que rodó la piedra a la entrada del sepulcro! ¡Qué oscuridad alrededor de la llama viva, creyente, esperanzada y amorosa de la fe de María!

Comenta el poeta: “Triste está la Virgen pura, // aquel sepulcro mirando // cuan jamás vio criatura // a su Hijo contemplando // con tal dolor y amargura. // Está viva y sepultada, // está muerta y tiene vida, // está llagada y herida, // viendo muerto y destrozado, // al que era su Luz querida”.

Pronto la pesada losa del sepulcro se interpuso entre Madre e Hijo. Y la Madre se sintió sola, con una soledad terrible, comparable a la que momentos antes había sentido Jesús al exclamar en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

María contempla, gime y llora desconsoladamente.

60. La Santísima Virgen que supo contemplar, gemir, creer, esperar y amar, nos acompaña como Virgen de la Soledad, mujer creyente, e intercede por nosotros para que el Señor nos conceda “fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor”.

 

9. CONCLUSIÓN

61. Como hemos visto en las páginas precedentes, hay muchos tipos de soledad: inútil soledad, soledad no deseada, soledad sin caminos, soledad poblada de aullidos, soledad sonora, soledad habitada, soledad receptiva, soledad vital, etc.

En ocasiones va unida a la tristeza, el sufrimiento, la traición, el abandono, la aflicción, la desolación, la angustia, la debilidad, la incertidumbre, el llanto, etc. Hay territorio de soledad, mundo de soledad, miedo a la soledad, círculo de la soledad. Un universo de soledad.

El antídoto es la comunión, en un doble plano vital: con Dios y con los hermanos. Se trata de vivir la experiencia de la filiación en el plano vertical de nuestro vínculo con Dios; experimentar su amor y corresponderle con agradecimiento. Y, en el plano horizontal, construir fraternidad. Ni estamos solos, porque Dios no nos deja de la mano; ni abandonamos a los hermanos, porque los sentimos próximos.

En nuestra relación con Dios, es necesario cultivar “una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros” (NMI 43).

En el plano de las relaciones con los demás, es preciso prestar compañía, acompañar y sostener, aliviar y consolar. Es necesario hacernos prójimos, aproximarnos, para que los demás no caigan en el infierno de la soledad.

No nos relacionamos con los demás como si fuesen rivales, competidores o enemigos. Tampoco los tratamos como clientes, compradores, pacientes, observadores o visitantes. Los consideramos hermanos.

Quienes padecen como consecuencia de la enfermedad, la angustia, la depresión, el vacío existencial, la duda vital, el sinsentido han de encontrar en nosotros, tanto desde el punto de vista personal como en nuestra condición de comunidad cristiana, una respuesta adecuada.

62. El texto joánico de la resurrección de Lázaro nos enseña, entre otras cosas, un elemento determinante: para ciertos males las palabras de aliento no son suficientes. También en casa de Marta y María había judíos llegados para consolarlas (“muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano”: Jn 11,19), pero su presencia no había cambiado nada. Es necesario mandar a llamar a Jesús, como hicieron las hermanas de Lázaro (“Las hermanas le mandaron recado a Jesús diciendo: “Señor, el que tú amas, está enfermo””: Jn 11,3). Es preciso invocarle, llamarle.

 63. El Papa Francisco nos invita con frecuencia a promover la cultura de la solidaridad, del cuidado, de la acogida, del encuentro. Lo hizo en el “Momento extraordinario de oración en tiempo de epidemia” (27 marzo 2020) desde la plaza de san Pedro cuando dijo: “No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere”.

64. El Santo Padre continuó diciendo: “El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza”.

Y añadió: “Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza”.

65. El Santo Padre nos anima a construir puentes, en lugar de levantar muros. Se trata de generar nuevos espacios de convivencia. Es preciso acompañar en todo momento y en cualquier circunstancia.

 

 

+ Francisco PÉREZ GONZÁLEZ, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela

+ Carlos-Manuel ESCRIBANO SUBÍAS, Arzobispo Electo de Zaragoza y Administrador Apostólico de Calahorra y La Calzada-Logroño

+ José-Ignacio MUNILLA AGUIRRE, Obispo de San Sebastián

+ Julián RUIZ MARTORELL, Obispo de Huesca y de Jaca

+ Juan-Antonio AZNÁREZ COBO, Obispo Auxiliar de Pamplona y Tudela