lunes, 30 de abril de 2018

XXVI PEREGRINACIÓN DIOCESANA CON ENFERMOS A LOURDES

XXVI Peregrinación Diocesana
 a Lourdes con enfermos 2018





HOSPITAL SAN PEDRO DE LOGROÑO, VISITA DE NUESTRO OBISPO D. CARLOS



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Con motivo de la celebración de la Pascua del Enfermo el próximo 6 de mayo, nuestro obispo D. Carlos se adelanta al miércoles 2 de mayo con una visita al Hospital San Pedro de Logroño que se llevará con el siguiente orden:

09:30: Presentación y acogida por parte de equipo directivo

* Dª. Concepción Pérez Cuadra, Directora de Recursos económicos.
* D. Pablo Ruiz Colás, Director de Gestión de Personal.
* Doctora Yolanda Montenegro, Servicio Asistencial

10.15 Visita a pacientes y familiares que lo hayan solicitado (Habitaciones)

12:00 Santa Misa presidida por el Sr. Obispo (Capilla Hospital)

13:00 Después del saludo a los asistentes, encuentro con los capellanes (Despacho Hospital)

14:00 Almuerzo con invitados ( Cafetería del CIBIR)


martes, 24 de abril de 2018

PASCUA DEL ENFERMO 2018


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El Domingo VI de Pascua, 6 de Mayo,  la Iglesia Española  celebra la Pascua del Enfermo. La celebración debe desarrollarse dentro del clima propio de este tiempo pascual.

 La Pascua del Enfermo es una fecha señalada en la que se ha de visibilizar que los enfermos tienen un lugar de preferencia en la comunidad cristiana, el mismo que tuvieron en la vida de Jesús. Con esta celebración la Iglesia se acerca al mundo de los enfermos, sus familias y los profesionales sanitarios, y muestra el rostro de Cristo curando y acompañándoles.

En esta situación tan delicada y significativa la Iglesia tiene que estar volcada con la familia que sufre, especialmente con aquellas familias que forman parte de la comunidad parroquial, tratando de acompañar, aliviar, y crear las condiciones para que les resulte menos doloroso y difícil.

 Una celebración que pone fin a la Campaña del enfermo, iniciada el 11 de febrero con la Jornada Mundial. El tema de esta Campaña es “Acompañar a la familia en la enfermedad”. Todos vivimos en el marco de una familia, y cuando un miembro enferma, enferma toda la familia.

 En este día se puede destacar de algún modo la labor de los que se ocupan de los enfermos en la comunidad.  Puede ser una ocasión para la preparación y celebración comunitaria del sacramento de la unción.

Nuestro obispo D. Carlos, el 2 de Mayo , visitará  a los enfermos y a sus familias que lo deseen en el Hospital San Pedro de Logroño, celebrará la eucaristía, a las 12.00 del mediodía en la Capilla del hospital  y compartirá unas horas con los capellanes y con los profesionales sanitarios.

Que Cristo Resucitado nos impulse en esta preciosa misión.

La comunidad cristiana y la familia del enfermo

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ACOMPAÑAR A LA FAMILIA EN LA ENFERMEDAD

La misión de la comunidad cristiana, en este campo como en otros, es encarnar y actualizar la acción de Jesús. La realización de su misión ha de inspirarse y fundamentarse siempre en Jesús. Por eso nos acercamos al Evangelio para ver la actitud y el comportamiento de Jesús con las familias de los enfermos.

Jesús atiende a las familias de los enfermos

Jesús no pasa de largo ante esos familiares angustiados que, impotentes ante la enfermedad de algún miembro de la familia, acuden a Él en petición de ayuda. Los evangelios recogen de manera, a veces dramática, el grito estremecedor de esos padres y esas madres que se acercan a Jesús pidiendo su intervención. Jesús responde a su llamada. Jairo «le suplica con insistencia: Mi hija está a punto de morir: ven, impón tus manos sobre ella, para que se cure y viva. Y Jesús se fue con él» (Mc 5, 22-24). Una cananea se acerca a Jesús en la región pagana de Tiro y Sidón «y se puso a gritar: ten piedad de mí, Señor, hijo de David. Mi hija está malamente endemoniada». Jesús, después de un diálogo en el que obliga a aquella madre a expresar toda su fe, le dice: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas» (Mt 15, 22‑28). En otra ocasión, un funcionario de Cafarnaún “le rogaba que bajase a curar a su hijo pues estaba a la muerte”. Jesús le dirá: «Vete que tu hijo vive» (Jn 4, 47-50). Jesús no puede permanecer insensible a estos gritos. Comprende la angustia de estas familias y les ofrece esa curación y salvación que es signo del Reino de Dios que llega.

Jesús reconforta a la familia destrozada por la enfermedad

Las familias que se acercan a Jesús no piden ayuda sólo para el enfermo, sino para la familia entera que sufre a causa de aquella enfermedad. Así le gritan a Jesús los familiares de un endemoniado: «Si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros» (Mc 9, 22). Por eso, Jesús no se acerca sólo a curar al familiar enfermo. Jesús entra en el hogar para reconstruir y reconfortar a toda la familia afectada por la enfermedad del ser querido.

Lo primero que hace es compartir el sufrimiento y la pena que han entrado en aquel hogar. Cuando llega a casa de Lázaro y se encuentra con aquellas hermanas que lloran la pérdida de su hermano, «Jesús se echó a llorar» (Jn 11, 35). Jesús entra en el sufrimiento y el dolor que se han apoderado de aquel hogar. La acción curadora de Jesús se extiende a toda la familia, pues es toda la familia la que necesita ser curada del sufrimiento y recuperar de nuevo la esperanza y la vida. Cuando se encuentra con aquella madre viuda que llora a su hijo, Jesús se preocupa, antes que nada, de infundirle consuelo y esperanza. «Al verla, el Señor tuvo compasión de ella, y le dijo: No llores» (Lc 7, 13). Cuando ve a Jairo angustiado ante las sombrías noticias que traen de su hija, Jesús lo reconforta: «No temas, solamente ten fe» (Mc 5, 36).

Jesús despierta la fe de la familia del enfermo

Jesús, que tanto se preocupa de suscitar la fe de los enfermos, adopta la misma actitud ante los familiares abrumados por la enfermedad del ser querido. Su primer regalo es infundirles de nuevo la fe y la confianza en Dios. No entra en enjuiciamientos o condenas a la familia. No relaciona la enfermedad del hijo con el pecado de sus padres (Jn 9, 3). Su actitud es siempre constructiva, de fe honda en Dios. Jesús pide a Jairo que recupere su fe y se libere de miedos y temores (Mc 5, 36). Entabla con la madre cananea un diálogo aparentemente duro que sirve para que aquella mujer pueda mostrar toda su fe y Jesús pueda alabar la grandeza de su corazón creyente. «Mujer, grande es tu fe, que te suceda como deseas» (Mt 15, 28). A los familiares de un endemoniado Jesús los anima diciendo: «¿Qué es eso de si puedes? Todo es posible para quien cree» (Mc 9, 23).

Jesús restaura la vida familiar

Los relatos evangélicos insisten en señalar el interés de Jesús por integrar de nuevo a los enfermos a su familia. Parece como que Jesús no ha terminado su acción curadora hasta ver restaurada de nuevo la paz y la alegría familiar. No sólo resucita al joven muerto en Naim, sino que, una vez incorporado, «se lo dio a su madre» (Lc 7, 15) «resucitando» también así la alegría y la vida de aquella mujer. No sólo cura al paralítico de Cafarnaúm y lo levanta de su camilla, sino que lo introduce de nuevo en la vida familiar: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Mc 2, 4). Este gesto de Jesús no indica sólo su preocupación de que el enfermo se incorpore de nuevo a la convivencia familiar y social. Jesús busca llevar la salvación hasta el hogar del enfermo y, por ello, la curación que realiza es un medio concreto para que en aquella casa se anuncie la Buena Noticia de Dios. Así dice al endemoniado de Gerasa después de haberlo curado: «Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti». (Mc 5, 19) En este sentido, y para comprender mejor la preocupación de Jesús por llevar la salvación al seno del hogar, son significativas las palabras que pronuncia después de haber curado el corazón de Zaqueo y haber logrado su conversión: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa». (Lc 19, 9)

Jesús llama a caminar hacia una familia más fraterna

Jesús quiere una familia más fraterna, donde reine el amor y el servicio al otro, especialmente al más pequeño y débil. Corrige, por ello, a los hijos que se desentienden de sus padres, se acerca a los enfermos que viven sin familia que les atienda y acoge a los que están solos, e invita a sus seguidores a hacer lo mismo.

 

¿Qué puede hacer hoy la comunidad cristiana?

Los obispos de la Comisión de Pastoral ofrecieron en sus mensajes del año 1989 y de 1999 a las comunidades cristianas las siguientes tareas para atender a los ancianos enfermos y a la familia:

• Descubrir un poco más el mundo del anciano enfermo y los graves problemas de todo tipo que plantea a la sociedad y a la Iglesia.

• Acercarse al anciano enfermo para conocer su realidad, sus vivencias y necesidades.

• Contribuir a crear una cultura y un ambiente más favorables al anciano y al anciano enfermo, purificando nuestro lenguaje a menudo discriminatorio y peyorativo, aprendiendo a valorar la ancianidad por sí misma y ratificando el valor de la vida hasta su fin natural.

• Apreciar y agradecer su aportación a la construcción de la sociedad, sus esfuerzos y sufrimientos y evitar cuanto pueda contribuir a que se sientan «inútiles» y condenados a la «dura soledad» (Juan Pablo II, Familiaris consortio, 77).

• Informarse acerca de su situación personal y familiar, para que ninguno se sienta discriminado o sea desatendido.

• Facilitarles la atención religiosa. Si son creyentes cristianos, tenemos que favorecer su participación en la vida litúrgica y sacramental de la comunidad, e integrarles, en cuanto sea posible, en la vida activa, apostólica de la parroquia.

• Ofrecerles la posibilidad de seguir formándose en la fe, ayudarles a vivir su situación de enfermedad con espíritu cristiano y con esperanza, y acompañarles humana y pastoralmente en sus últimos momentos.

• Promover y formar adecuadamente el voluntariado de visitadores y agentes de pastoral a domicilio y en instituciones, y, al mismo tiempo, hacer todo lo posible para que en las parroquias se dé vida a una pastoral específica para ellos.

• Educar a todos, y especialmente a quienes se preparan al matrimonio y a las familias cristianas, para vivir la salud y para afrontar la realidad de la enfermedad y de la muerte cuando se presenten.

• Colaborar con la sociedad y las profesiones sanitarias en la conservación de la salud de la familia, en su curación y en la creación de unas condiciones sociales, culturales, económicas y políticas sanas que le permitan gozar de buena salud.

• Ejercer la solidaridad y la cercanía para con las familias de la comunidad que cuentan con un enfermo entre sus miembros, especialmente con las que se ven impotentes para sobrellevarlo solas, y ofrecerles la Palabra del Señor y la oración y el servicio generoso de la comunidad para atenderles en sus necesidades.

• Valorar la entrega de las familias que cuidan con amor solícito y paciente a sus enfermos y difundir su testimonio en la comunidad.

• Acoger a los enfermos que se han quedado sin familia alguna y ser para ellos su familia.

• Apoyar y colaborar en toda clase de iniciativas, actividades y asociaciones que pretendan una atención más adecuada a las familias de los enfermos.»

• Orar por las familias.

Papa Francisco en la Amoris Laetitia

«En las difíciles situaciones que viven las personas más necesitadas, la Iglesia debe tener un especial cuidado para comprender, consolar, integrar, evitando imponerles una serie de normas como si fueran una roca, con lo cual se consigue el efecto de hacer que se sientan juzgadas y abandonadas precisamente por esa Madre que está llamada a acercarles la misericordia de Dios.» (AL 49)

«La Iglesia no puede y no quiere conformarse a una mentalidad de intolerancia, y mucho menos de indiferencia y desprecio, respecto a la vejez. Debemos despertar el sentido colectivo de gratitud, de aprecio, de hospitalidad, que hagan sentirse al anciano parte viva de su comunidad. Los ancianos son hombres y mujeres, padres y madres que estuvieron antes que nosotros en el mismo camino, en nuestra misma casa, en nuestra diaria batalla por una vida digna». Por eso, «¡cuánto quisiera una Iglesia que desafía la cultura del descarte con la alegría desbordante de un nuevo abrazo entre los jóvenes y los ancianos!» (AL 191)

«Abandonar a una familia cuando la lastima una muerte sería una falta de misericordia, perder una oportunidad pastoral, y esa actitud puede cerrarnos las puertas para cualquier otra acción evangelizadora….  A quienes no cuentan con la presencia de familiares a los que dedicarse y de los cuales recibir afecto y cercanía, la comunidad cristiana debe sostenerlos con particular atención y disponibilidad, sobre todo si se encuentran en condiciones de indigencia.» (AL 253)

«El duelo por los difuntos puede llevar bastante tiempo, y cuando un pastor quiere acompañar ese proceso, tiene que adaptarse a las necesidades de cada una de sus etapas. Todo el proceso está surcado por preguntas, sobre las causas de la muerte, sobre lo que se podría haber hecho, sobre lo que vive una persona en el momento previo a la muerte. Con un camino sincero y paciente de oración y de liberación interior, vuelve la paz.» (AL 255)

« Si aceptamos la muerte podemos prepararnos para ella. El camino es crecer en el amor hacia los que caminan con nosotros, hasta el día en que ‘ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor?» (Ap 21,4). (AL 258)

«La Iglesia debe acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido y extraviado, dándoles de nuevo confianza y esperanza, como la luz del faro de un puerto o de una antorcha llevada en medio de la gente para iluminar a quienes han perdido el rumbo o se encuentran en medio de la tempestad. No olvidemos que, a menudo, la tarea de la Iglesia se asemeja a la de un hospital de campaña.» (AL 291)

«Los dolores y las angustias se experimentan en comunión con la cruz del Señor, y el abrazo con él permite sobrellevar los peores momentos. En los días amargos de la familia hay una unión con Jesús abandonado que puede evitar una ruptura. Las familias alcanzan poco a poco, «con la gracia del Espíritu Santo, su santidad a través de la vida matrimonial, participando también en el misterio de la cruz de Cristo, que transforma las dificultades y sufrimientos en una ofrenda de amor» (AL 317)

«La familia «ha sido siempre el “hospital” más cercano». Curémonos, contengámonos y estimulémonos unos a otros, y vivámoslo como parte de nuestra espiritualidad familiar.» AL 321)

Oración de sanación: Ayúdame a sentir que soy una persona valiosa


La familia “necesitada” de atención y cuidados


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ACOMPAÑAR A LA FAMILIA EN LA ENFERMEDAD
La familia “necesitada” de atención y cuidados

Para hacer frente a la dura prueba de la enfermedad y poder cumplir como debe su función la familia no se basta a sí misma, necesita también apoyo y ayuda.

Con motivo del Día del Enfermo, dedicado a la familia del enfermo, preguntamos a numerosas familias de enfermos lo que necesitan y les ayudaba a desempeñar su papel y a afrontar la crisis de la enfermedad. Ofrecemos una síntesis de sus respuestas.

La familia del enfermo necesita:

• Contar con una información clara, veraz, creíble y continuada de la situación y diagnóstico del enfermo, pruebas que le van a hacer, tratamiento que ha de seguir, noticias sobre su estado; en suma, conocer el proceso de la enfermedad para poderlo afrontar. Conocer las diversas fases por las que pasa el enfermo, y la misma familia, para interpretar sus reacciones de malhumor, agresividad, cansancio, etc.

• Contar con un apoyo constante, la seguridad de una asistencia completa durante todo el proceso y la disponibilidad permanente del equipo de cuidados. La actitud comprensiva, comunicativa y de confianza del personal sanitario; sus gestos de cariño con el enfermo; saber que está en buenas manos...

“Muchas veces cuando estoy pasando largas horas en los hospitales donde mi marido se encuentra ingresado, pienso en las palabras de Jesús: “Bienaventurados los que lloran porque serán consolados. Doy gracias a Dios de todo corazón porque no me falta nada, ya que tengo el consuelo de todas las personas que me rodean (enfermeras, familiares, amigos), me acompañan y me animan a seguir luchando.”(J.V. Oviedo)

• Ser adiestrada sobre la forma de cuidar y aliviar al enfermo. Es importante que existan espacios y tiempos específicos para la atención, información, soporte y atención psicológica de la familia. La explicación de los cuidados a seguir con el enfermo disminuye la ansiedad y favorece la percepción de control.


• Recibir pautas de comunicación con el enfermo: escuchar, utilizar un lenguaje real y positivo, estar junto a él, evitar el aislamiento y la sensación de inutilidad, respetar los momentos de desahogo, respetar y apoyar la autonomía del enfermo y rol activo.

• Desahogarse y poder expresar abiertamente las emociones y sentimientos (tristeza, el desconsuelo, rabia, temores y angustia) así como las dificultades y problemas causados por la enfermedad. El hecho de compartir los sentimientos produce cambios espectaculares en la familia y el paciente. Cuando los miembros de la familia lloran juntos, se abrazan y se besan, se sienten más unidos. Estos beneficios se extienden a la relación que tiene cada uno de ellos con los miembros de sus respectivas familias, como consecuencia de la posibilidad de compartir sin máscaras alegrías y tristezas.

“Otro aspecto que ha influido mucho en la vivencia de la enfermedad es que todos estábamos informados de ella. Hablábamos con toda naturalidad. Nos íbamos preparando y mentalizando para el momento final. Hubo días de incertidumbre, angustia y hasta cierta desesperanza ante el tratamiento que tan malos ratos le hacía pasar. Nos sobreponíamos porque sabíamos que nuestro ánimo le influía.” (M.O. Pamplona)

• Poder descansar de vez en cuando de la responsabilidad de cuidar al enfermo, y aliviar la tensión, la inquietud, la acumulación de fatiga, las noches en vela...

• Estar todos los miembros de la familia unidos, responsabilizarse e implicarse en la atención al enfermo, colaborar en las tareas de la casa, ayudarse, apoyarse mutuamente, aportar una gran dosis de amor, ternura, espíritu de entrega y mucha prudencia, cuando las fuerzas fallan y surgen desequilibrios e intemperancias. No culpabilizarse unos a otros.

• Disponer de un asesoramiento en recursos sociales y legales.

• Contar con ayuda económica.

“Para que pueda realizar su vocación de «santuario de la vida», como célula de una sociedad que ama y acoge la vida, es necesario y urgente que la familia misma sea ayudada y apoyada. Las sociedades y los Estados deben asegurarle todo el apoyo, incluso económico, que es necesario para que las familias puedan responder de un modo más humano a sus propios problemas. Por su parte, la Iglesia debe promover incansablemente una pastoral familiar que ayude a cada familia a redescubrir y vivir con alegría y valor su misión en relación con el Evangelio de la vida.” (Juan Pablo II, Evangelium Vitae 94)

• Adoptar actitudes y comportamientos positivos y fecundos. Es sano afrontar la enfermedad, luchar contra ella, poner los medios oportunos, abandonar interrogantes que no conducen a nada y adoptar una actitud constructiva: ¿qué puedo hacer en estas circunstancias? Tomar conciencia de la realidad de la enfermedad y hacerle frente sin escurrir el bulto, buscando la respuesta adecuada.

• Encontrar sentido a lo que está aconteciendo. Como dice V. Frankl, «la sanación se produce mediante el hallazgo de sentido de la salud, de la enfermedad, de la vida misma». La búsqueda seria de sentido, la voluntad de dar con el sentido, mantienen al hombre en el camino que conduce a una salud auténticamente humana.

• Llenar y transcender el sufrimiento y la muerte con el amor y la esperanza. Solamente el amor salva de la destrucción a que puede llevar el dolor. El amor hace posible que el dolor no nos queme. El amor libra en muchos casos de la desesperación. Lo que da vida, sostiene, cura, hace crecer y capacita para poder perder la vida es el amor.

“La familia y el cariño y comprensión de los amigos, sin paternalismos, me han llevado a sentir y experimentar un Dios Amor, que me quiere entrañablemente y que no me envía estos sufrimientos; ahí está, como un misterio que no entendemos, pero que nos da la fuerza y el amor para asimilarlo, y hasta con su ayuda ser testigos, en el mundo de hoy, de esperanza y de resurrección.” (A. Madrid)

• Recibir asesoramiento en los problemas morales que se le pueden plantear. El enfermo y la familia pueden, en ciertas ocasiones, necesitar una orientación o aclaración sobre cuestiones que le preocupan o que le sitúan en conflicto con su esquema de valores.

• Ser y sentirse acompañada. Poder mirar con serenidad, con alegría, con paz interior la enfermedad, el sufrimiento, la muerte, llegar a ese momento existencial definitivo así, es posible por la solidaridad, la compañía, el amor, la amistad, el servicio de los demás. Sólo podemos asumir esta situación y aceptarla cuando no nos sentimos solos, cuando sentimos la presencia de los otros: el apoyo, acompañamiento y delicadeza del personal sanitario que le asiste; el apoyo moral de los amigos y conocidos; el encuentro con las familias de otros enfermos con las que te une un sentimiento de solidaridad y las ayudas que mutuamente se prestan.

• Recibir, si se es creyente, el apoyo espiritual de la parroquia o comunidad cristiana. El apoyo de la fe: «la seguridad de que Dios no te va a abandonar y te ayudará siempre, da una fortaleza que no se tiene sin él y ofrece un sentido que permite asumir la enfermedad».

• Orar juntos. Rezar juntos acatando, pase lo que pase, la voluntad de Dios. Alimentarse juntos de la Palabra de Dios, de la Eucaristía si es posible. “Puedo afirmar –escribe Marysia, viuda de Narciso Yepes- que el tener fe es un regalo inmenso, y que no es algo estático. La fe se recibe y se alimenta…Creer es, al no sentir nada, al estar en la noche oscura, en la duda, en la rebelión ante lo incomprensible, fiarse de Dios totalmente….

Las oraciones de los demás y de la comunidad cristiana.

• La actitud y comportamiento del enfermo con la familia antes y durante su enfermedad: su forma de ser, su ejemplo de entrega, sus ganas de vivir y de luchar, su serenidad, su comprensión, su gratitud...

• Su amor y cariño al enfermo y la satisfacción de hacer algo por el ser querido y necesitado. Qué bien lo refleja este poema de Juan Ramón Jiménez, enfermo, “A mi hermana”:

 

Tú me mirarás llorando,

- será el tiempo de las flores-

tú me mirarás llorando

y yo te diré: No llores.

 

Mi corazón, lentamente,

se irá durmiendo…. Tu mano

acariciará la frente

sudorosa de tu hermano.

 

Tú me mirarás sufriendo,

yo sólo tendré tu pena;

tú me mirarás sufriendo,

tú, hermana, que eres tan buena.

 

Y tú me dirás: “¿Qué tienes?”

Y yo miraré hacia el suelo,

Y tú me dirás: “¿Qué tienes?”

y yo miraré hacia el cielo.

 

Y yo me sonreiré,

- y tú estarás asustada-,

y yo me sonreiré

para decirte: “No es nada….”

 

• Estar todos los de la familia unidos, sintiéndose responsables e implicados de la atención al enfermo, colaborando en las tareas de la casa, ayudándose y apoyándose mutuamente. El apoyo moral de los amigos y conocidos que dan confianza, serenidad y valor.

• El encuentro con las familias de otros enfermos con las que te une un sentimiento de solidaridad y las ayudas que mutuamente se prestan. Las Asociaciones de Familias de Enfermos pueden ser un medio excelente de ayuda. Les brindan la posibilidad de crear lazos entre ellas y de apoyarse mutuamente; de informarse y aconsejarse; de luchar contra la enfermedad; de hacer oír su voz y valer sus derechos.

• Los profesionales sanitarios pueden prestar también valiosas ayudas a la familia del enfermo. La actitud comprensiva, comunicativa y de confianza del personal sanitario; sus gestos de cariño con el enfermo; saber que está en buenas manos...

«No poca ayuda pueden prestar a las familias los laicos especializados (médicos, juristas, psicólogos, asistentes sociales, consejeros, etc.) que, tanto individualmente como por medio de diversas acciones e iniciativas, ofrecen su obra de iluminación, de consejo, de orientación y de apoyo». (FC 75)

Oración de sanación: Aún con mis faltas y defectos, Tú sigues confiando en mí


lunes, 23 de abril de 2018

PAPEL DE LA FAMILIA

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ACOMPAÑAR A LA FAMILIA EN LA ENFERMEDAD


El papel de la familia del enfermo es fundamental e insustituible. El enfermo no puede ser bien entendido ni atendido sin contar con su familia. La ciencia y la técnica llegan a un nivel, pero hay un vacío que sólo la familia puede llenar. El enfermo necesita verse rodeado del cariño y del apoyo de los suyos.
En la experiencia de cada día, se puede constatar la enorme importancia que tiene el comportamiento de los familiares y cómo su conducta repercute de forma positiva o negativa. De la actitud y comportamiento que los familiares adopten puede seguirse el empeoramiento o la mejoría del enfermo. Si se siente solo, el enfermo puede dejar de luchar contra la enfermedad, por carecer de estímulo para seguir viviendo.
El enfermo necesita encontrar en los suyos un clima alegre y sereno que le anime en todo momento.

1. En la educación para vivir la salud y la enfermedad
En general, las familias montan su vida sin contar con la enfermedad. Y sin embargo, se requiere una preparación para afrontarla cuando se presente:
• Viviendo los valores que la enfermedad pone a prueba: la solidaridad, la unidad, el servicio, la generosidad, el aguante, la capacidad de entrega ...
• Abriendo a sus miembros - empezando por los niños - a la realidad de la enfermedad, del dolor y de la misma muerte.
• Haciendo de la enfermedad de cualquier miembro de la familia una ocasión de aprendizaje y entrenamiento.
• Enriqueciéndose desde la experiencia de la enfermedad .
«La familia es escuela del más rico humanismo. Para que pueda lograr la plenitud de su vida y misión se requieren un clima de benévola comunicación y unión de propósitos entre los cónyuges y una cuidadosa cooperación de los padres en la educación de los hijos... La familia en la que distintas generaciones coinciden y se ayudan mutuamente a lograr una mayor sabiduría, y a armonizar los derechos de las personas con las demás exigencias de la vida social, constituye el fundamento de la sociedad. Para ello todos los que influyen en las comunidades y grupos sociales deben contribuir eficazmente al progreso del matrimonio y de la familia». (GS, 52)
«Todos los miembros de la familia, cada cual según su propio don, tienen la gracia y la responsabilidad de construir, día a día, la comunión de las personas, haciendo de la familia una  (GS 52); es lo que sucede con el cuidado y el amor hacia los pequeños, los enfermos y los ancianos; con el servicio recíproco de todos los días, compartiendo los bienes, las alegrías y sufrimientos"» (FC 21)
Crecer entre hermanos brinda la hermosa experiencia de cuidarnos, de ayudar y de ser ayudados. Por eso, «la fraternidad en la familia resplandece de modo especial cuando vemos el cuidado, la paciencia, el afecto con los cuales se rodea al hermanito o a la hermanita más débiles, enfermos, o con discapacidad»[221]. Hay que reconocer que «tener un hermano, una hermana que te quiere, es una experiencia fuerte, impagable, insustituible», pero hay que enseñar con paciencia a los hijos a tratarse como hermanos.» (AL 195)
2. En la promoción de la salud y en prevención de la enfermedad
• «Las investigaciones en el campo médico, psicológico y social demuestran que la salud de la persona está frecuentemente ligada al tipo de familia en que vive, a los procesos que suceden en ella, al estilo de su funcionamiento y a su calidad de vida. La salud de la persona se configura en profunda conexión con la salud de la familia». (E. Scabani)
• «En la concepción cristiana, la familia está llamada a ser una comunidad de salvación, a servir a la salvación, a la salud y a la sanación de sus miembros y de su entorno. Pero la familia es, al mismo tiempo, extraordinariamente vulnerable en sus relaciones de convivencia... También el entorno puede herirla... La mayor fuerza sanante de la familia es el amor reciproco, la mutua aceptación, la inquebrantable voluntad de fidelidad y la permanente disposición al perdón y a la reconciliación. ¿Se ocupan suficientemente la Iglesia y la sociedad, junto con las profesiones sanitarias, de conservar la salud de la familia, de curarla, de crear unas condiciones sociales, culturales, económicas y políticas sanas que le permitan gozar de buena salud? (B. Häring)
«La familia podría ser el lugar de la prevención y de la contención (drogodepencia, alcoholismo, juego y adicciones) , pero la sociedad y la política no terminan de percatarse de que una familia en riesgo «pierde la capacidad de reacción para ayudar a sus miembros [...] Notamos las graves consecuencias de esta ruptura en familias destrozadas, hijos desarraigados, ancianos abandonados, niños huérfanos de padres vivos, adolescentes y jóvenes desorientados y sin reglas» (AL 51)
3. En la atención integral al enfermo
La familia tiene un papel primordial e insustituible en la atención integral al enfermo, tanto en el hospital como - sobre todo - en su casa ofreciéndole:
• Cuidados y atenciones primarias: limpieza, pequeñas ayudas, colaboración con el médico y el personal que le asiste, detectando lo que le pasa, lo que le apetece y lo que puede hacerle más llevadera su enfermedad...
• Cariño para saberse querido, apoyo y protección para sentirse seguro, compañía para no verse abandonado, comprensión y paciencia para no considerarse una carga.
• Ayuda y apoyo para afrontar la enfermedad con realismo y para asumirla con paz con todas sus consecuencias: aceptando la propia familia la enfermedad, contando con el enfermo en todo lo que pueda dada su situación, evitando el paternalismo y la superprotección, animándole en la lucha contra el mal, permitiéndole desahogarse y respetando sus silencios, infundiéndole ánimo, fortaleza y valor en los momentos de debilidad . . .
Ayuda en la fe, si así lo desea: compartiendo con él la Palabra de Dios, orando por él y con él, facilitándole la presencia del sacerdote o de los miembros de la comunidad cristiana.
• «Nada es tan negativo como que la familia se niegue a aceptar la enfermedad, rebelándose ante una situación que considera injusta y que no quiere asumir. Esta actitud genera un clima de pesimismo que se refleja en el enfermo. Cuando la familia asume la enfermedad, por dura que sea, con todas sus consecuencias, ha dado un gran paso. No gasta energías en lamentos estériles y concentra todas sus fuerzas en tratar de mejorar la situación en que se encuentran». (Padres de una joven, enferma terminal)
«He tenido ingresado unos días a mi marido en un centro de enfermedades del tórax donde van muchas personas con problemas, gente muy marginada incluso de su propia familia. Desde su ingreso mi marido me ha tenido a su lado todos los días: paseábamos por aquellos jardines, merendábamos juntos y compartíamos la Palabra de Dios, que nos daba fuerzas para estar bien. Este comportamiento no parece normal verlo allí, pues la mayoría de los enfermos no tienen visitas, están solos. Algunos han llegado a decirle a mi marido que nos envidiaban al vernos pasear cogidos del brazo". (Esposa de un enfermo hospitalizado)
«Hemos tratado de ayudar a nuestro hijo con todo el amor que hay en nuestro corazón. Hemos sentido su angustia, su dolor con impotencia para conseguir acelerar su camino de curación... y luego hemos seguido intentándolo en casa, día a día; vamos recuperando la esperanza, la ilusión, al tiempo que vemos que él vuelve a ser él mismo. Dios es tan necesario para mí como el aire que respiro. Es mi esperanza, mi razón de ser. Creo sinceramente que la oración confiada, diaria por mi hijo ha servido para que Dios se haya apiadado de nosotros y la paz vuelva a ser nuestra compañera.» Madre de un paciente de agudos.
  «Al comienzo, cuando descubrimos que mi hermano y la que sería después su mujer estaban enganchados en esa rueda infernal, toda la familia luchó unida con la esperanza de una pronta salida de esa situación. Después fuimos descubriendo que hay que permanecer esperando contra toda esperanza razonable, para ir aprendiendo poco a poco (a nosotros nos costó más de dieciséis años) a seguir ahí, amando y luchando, cuando se intuye que quizá nunca se logre la recuperación deseada y cuando, en el momento en que finalmente parece alumbrar la esperanza de la liberación y la salida del circulo infernal, se comprueba enmudecido que lo que amanece es más dolor, y que el final del camino solo parece mostrar «una muerte anunciada». [Emma]
En una conversación que tuve con mi hermano (enfermo terminal de SIDA), me arriesgué a preguntarle cómo se sentía ante un final que se prevé cercano, cómo veía ahora su vida, si creía que había o no otra vida, si creía en Dios... Su respuesta fue la siguiente: «Ahora, a mis treinta y siete años, descubro que he perdido la vida porque no he aprendido a amar. Sólo he sabido utilizarla, y lo de aprender a amar no se improvisa... No sé si hay otra vida. Si no la hay, al fin se ha terminado para mí y para todos vosotros este infierno. Si la hay, y en ella me aguarda Dios, después de la experiencia familiar vivida no puedo tener miedo a encontrarme con Él». Enma Martínez Ocaña




Oración de sanación: Tú me das las fuerzas necesarias en mis flaquezas


LA ENFERMEDAD, CRISIS EN LA FAMILIA



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ACOMPAÑAR A LA FAMILIA EN LA ENFERMEDAD




La enfermedad, sobre todo si es grave, introduce una crisis en la familia. Constituye una sorpresa dolorosa, un golpe difícil de encajar; impone cambios en la vida diaria; induce a tomar decisiones que afronten la nueva situación; es fuente de inquietud, de preocupación de conflictos y desequilibrios emocionales; pone a prueba los valores en los que se asienta la familia, la solidez de los lazos familiares, la unidad y la solidaridad de todos.

El enfermo puede ser el padre, la madre, el esposo, la esposa, un hijo, uno de los abuelos, un hermano... Puede saber o no la enfermedad que padece. Puede ser un buen enfermo o un enfermo difícil. Puede ser creyente o no. Su enfermedad puede ser grave o leve, aguda o crónica, bien vista o mal vista, mental u orgánica, contagiosa o no, curable o incurable.

La familia puede estar preparada o no para la enfermedad, ser rural o urbana, patriarcal o nuclear, disponer de medios económicos o carecer de ellos. Tiene un nivel cultural, unos valores, una historia propia.

Todos estos factores condicionan la crisis de la enfermedad en cada familia, sus reacciones ante la misma y su forma de afrontarla. Veamos los testimonios de varias familias:

• «Mi madre es una anciana de 90 años. A los 80 se le diagnosticó "demencia senil". También tiene una bronquitis crónica e infección en las vías urinarias. Antes era asistida a temporadas por los dos hijos. Al llegar a esta situación, la esposa del hijo se negó a atenderla. Prácticamente hay que hacerle todo como a un bebé. La enfermedad de mi madre ha sido muy traumática. Mi esposo y yo, jubilados, no contamos con muchas energías para atender enfermos que precisan tanto cuidado y esfuerzo. El médico nos dijo que no podíamos dejarla sola ni de día ni de noche. Las noches son particularmente duras. Para poder atender mi casa y dormir algo durante el día tuve que recurrir a personas asalariadas que la cuidan dos horas por la mañana y otras dos por la tarde, con el consiguiente gasto para la familia. No podemos salir juntos a casi ninguna parte. Hemos roto con los aspectos físicos de las relaciones. Yo he tenido que salir de nuestra habitación de matrimonio, para dormir junto a ella». (Hija de anciana enferma)

• «Esperanza jugaba hace quince días, a sus 6 años, en el parque de la ciudad como cualquier niña de su edad. Su carácter comienza a hacerse cada vez más irascible, y ello provoca una rápida procesión hacia diversos especialistas y, quince días después, está en la UCI con el electroencefalograma plano: ha sido operada de un tumor cerebral maligno. Sus padres, en plena juventud, me acompañan al despacho:

- Me imagino que lo estaréis pasando muy mal. ¿Cómo estáis?

- Muy enfadada con Dios -salta ella como una espoleta- Cuando no la quería me la dio, y ahora que la quiero me la quita. ¿Hay derecho a ello?

- Sí, supongo que debe ser difícil comprender a Dios desde vuestra situación.

- Usted verá. Si a mí me dicen que me arrepienta cuando hago mal, espero que El se arrepentirá de esto». (MADRE DE NIÑA ENFERMA)

• «Para nosotros, la enfermedad de mi hijo ha sido un largo calvario. Es terrible ver a un hijo drogarse, pero más aún lo es, si cabe, el que sabiendo que su salud ya no aguantaba ni un pinchazo más continuara inyectándose hasta matarse. Yo he tenido medios económicos para proporcionarle médicos y cuidados, pero no he contado con lo más importante: su voluntad de curarse. He pasado mucho tiempo culpabilizándome por su enfermedad hasta que entendí que había hecho todo lo que estaba en mi mano. La enfermedad nos ha puesto a prueba a todos: la familia, los amigos muchos me han fallado; otros han estado conmigo y su apoyo me ha sido valiosísimo. Ha sido muy difícil, pero ahora sé bien quienes están conmigo». (Madre de un toxicómano enfermo de Sida)

• «Mis hijos perdieron la confianza y el respeto por un padre al que veían siempre borracho. Yo llegué a perderle el cariño que nos había llevado al matrimonio. Acabé separándome de él después de muchos años de sufrimiento. Creo que hice y soporté todo lo que estuvo en mi mano, pero todavía me queda la duda de si realmente hice lo suficiente. Mis hijos no hablan apenas de su padre (murió hace un año); es como si nunca hubiera existido. Sin embargo creo que ninguno lo ha olvidado. El alcoholismo en mi familia ha supuesto una crisis y montones de traumas de los que no nos hemos liberado». (Esposa de un enfermo alcohólico)

• «Para nosotros la enfermedad mental de nuestro hijo ha sido el golpe más duro que hayamos sufrido nunca; nos ha puesto a prueba nuestro matrimonio, nuestra fe, todo. Una familia modesta como nosotros, no dispone de medios para mantener al enfermo en casa, lo que nos gustaría hacer. Por eso, en las temporadas de crisis no tenemos más remedio que acudir a internamientos en lugares alejados y deprimentes. Lo pasamos mucho peor entonces que cuando tenemos al chico en casa, aunque nos cause problemas. El futuro de nuestro hijo, cuando ya no nos tenga, es el internamiento de por vida, lo que nos llena de tristeza. La familia es la única que puede evitar la soledad y el aislamiento de estos enfermos a los que nadie quiere». (Padres de un enfermo mental)

• «Con la enfermedad viene una de las más grandes desolaciones que se pueden experimentar. Esto puede producir desequilibrios emocionales en los seres más allegados y produce un cambio total en el ritmo de vida: las ocupaciones se multiplican por las constantes idas y venidas al hospital y la plena dedicación al enfermo con el abandono del resto de los miembros de la familia y también de los amigos». (Familiar de un enfermo hospitalizado)

• «Desde los 20 años padezco una gran minusvalía a causa de un accidente. Esto supuso un grave trastorno para mi familia. Durante mucho tiempo fui arrastrando un cierto sentimiento de culpabilidad por todos los problemas que, lógicamente nos envolvían: económicos, falta de movilidad de mi familia para poder atenderme, dependencia mía en todo de ellos, etc. En algunos momentos me he sentido sola e incomprendida. Me creía con la responsabilidad de aminorar las dificultades de la nueva situación, sintiéndome atormentada si no lo conseguía. Con el tiempo aprendimos a vivir con la dependencia-independencia necesarias. Mi familia me ha ayudado en todo, incluso en mis idas y venidas de Fraternidad, movimiento en el que soy militante. Ahora me siento útil y necesaria a mis padres jubilados que tanto me han ayudado". (Discapacitada)

La experiencia, pues, de la enfermedad puede desestabilizar a la familia o ayudarla a encontrar un equilibrio nuevo, destrozarla o estrechar sus lazos y su unión, alejarla de Dios o acercarla más a El. Es preciso conocer las repercusiones que ocasiona la enfermedad y las principales necesidades que origina.

miércoles, 18 de abril de 2018

LLAMADOS A LA SANTIDAD

El proyecto que Dios tiene para cada uno.