martes, 27 de diciembre de 2022

Profanan el sagrario de la capilla del Hospital de Barbastro durante la Nochebuena

 


Desde el secretariado Inter diocesano de pastoral de la Salud (SIPS) de Aragón y La Rioja, expresamos nuestra consternación y repulsa ante el acto vandálico y de profanación, sucedido en la Capilla del Centro hospitalario de Barbastro.

Expresamos igualmente nuestra solidaridad, con los compañeros sacerdotes que allí desarrollan su actividad pastoral, acompañando al personal sanitario, enfermos y familiares.
La Capilla es para todos aquellos que a ella acuden, un oasis de paz y esperanza en medio del dolor y sufrimiento que en muchas ocasiones, el pasar por el centro hospitalario, se produce ante la pérdida de la salud.
Nos unimos en oración a nuestros compañeros y deseamos pronto se esclarezcan los hechos.

martes, 13 de diciembre de 2022

La fragilidad física necesita más solidaridad y menos lástima. Papa Francisco.



 El Papa recibe al Consejo Nacional de la Unión Italiana de Ciegos y discapacitados visuales.

Con los ojos del corazón y no con una cara de lástima que pretende aliviar un dolor sin una verdadera empatía con los que sufren. Y los ojos son realmente el centro del pensamiento del Papa para los dirigentes de la Unión Italiana de Ciegos y Discapacitados Visuales, recibidos en audiencia la víspera de la fiesta de Santa Lucía, patrona de la vista. Un gesto apreciado por Francisco -que recuerda que el 13 de diciembre es también el aniversario de su ordenación sacerdotal- y más aún porque porque se trata de una "asociación laica y no confesional". Una asociación que el Papa considera "una fuerza constructiva en la sociedad, en particular en la italiana, que atraviesa un momento difícil".

Normalmente se asocia a la discapacidad la idea de necesidad, de asistencia, y a veces -gracias a Dios cada vez menos- de una cierta conmiseración. "No, el Papa no te mira así; la Iglesia no te mira así". asegura el Pontífice. El punto de vista de los cristianos sobre la discapacidad ya no es ni debe ser la lástima y el mero asistencialismo, sino la conciencia de que la fragilidad, asumida con responsabilidad y solidaridad, es un recurso para todo el cuerpo social y para la comunidad eclesial.

“Lucía, mártir de Siracusa, nos recuerda con su ejemplo que la más alta dignidad de la persona humana consiste en dar testimonio de la verdad, siguiendo la propia conciencia cueste lo que cueste, sin doblez y sin compromiso”.

Para el Papa Francisco, esto significa “estar del lado de la luz, servir a la luz, como evoca el propio nombre de Lucía”. 

Lucía era una santa valiente, que seguía su conciencia "sin doblez y sin compromisos". Ser como ella significa, por tanto, ser personas "límpidas, transparentes, sinceras", significa "comunicarse con los demás de manera abierta, clara, respetuosa" y esto, señala Francisco, "contribuye a difundir la luz en los ambientes en los que se vive, a hacerlos más humanos, más habitables". Un papel, dice, que los ciegos y discapacidados visuales, bien formados "en principios éticos y conciencia cívica", pueden desempeñar también como protagonistas, en primera línea "para construir comunidades inclusivas, donde todos puedan participar sin avergonzarse de sus límites y fragilidades, cooperando con los demás para complementarse y apoyarse".

 todos nos necesitamos unos a otros, no sólo las personas con debilidades físicas, sino que todos necesitamos la ayuda de los demás para avanzar en la vida, porque todos somos débiles de corazón, todos.

En un siglo de vida, su trabajo, concluye el Papa, en la tutela de los derechos de las personas con discapacidad visual ha "contribuído al crecimiento civil del país" y la sociedad italiana "necesita esperanza, y ésta viene sobre todo del testimonio de personas que, en su condición de fragilidad, no se cierran, no se lamentan de su propia condición, sino que se comprometen junto a los demás para mejorar las cosas".

sábado, 3 de diciembre de 2022

Mensaje del Papa Francisco por Jornada Mundial de las Personas con Discapacidad 2022.

 

 Queridos hermanos y hermanas: 

Todos nosotros, como diría el apóstol Pablo, llevamos el tesoro de la vida en vasijas de  barro (cf. 2 Co 4,7), y el Día Internacional de las Personas con Discapacidad nos invita a  comprender que nuestra fragilidad no ofusca de ningún modo el resplandor del “Evangelio de la  gloria de Cristo”, más bien revela “que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de  Dios» (2 Co 4,4.7). A cada uno, sin méritos ni distinciones, se nos ha dado el evangelio íntegro y,  con él, la gozosa misión de anunciarlo. “Todos somos llamados a ofrecer a los demás el testimonio  explícito del amor salvífico del Señor, que más allá de nuestras imperfecciones nos ofrece su  cercanía, su Palabra, su fuerza, y le da un sentido a nuestra vida” (Exhort. ap. Evangelii gaudium,  121). 

Por eso, comunicar el evangelio no es una tarea reservada sólo a algunos, sino que es una  necesidad imprescindible de cualquier persona que haya experimentado el encuentro y la amistad  con Jesús.[1] 

La confianza en el Señor, la experiencia de su ternura, el consuelo de su compañía no son  privilegios reservados a unos pocos, ni prerrogativas de quienes han recibido una formación  cuidadosa y prolongada. Por el contrario, su misericordia se deja conocer y encontrar de manera muy particular a quienes no se fían de sí mismos y sienten la necesidad de abandonarse en el Señor  y de compartir con los hermanos. Se trata de una sabiduría que crece a medida que aumenta la  conciencia del propio límite, y que permite valorar aún más la decisión de amor del Omnipotente de  abajarse hacia nuestra debilidad. Es una conciencia que nos libera de la tristeza de la queja -incluso cuando hay motivos- y permite al corazón abrirse a la alabanza. 

La alegría que llena el rostro de los que encuentran a Jesús y le confían la propia existencia no es una ilusión o fruto de la  ingenuidad, sino la irrupción de la fuerza de su Resurrección en una vida marcada por la fragilidad. Se trata de un auténtico magisterio de la fragilidad que, si fuera escuchado, haría nuestras  sociedades más humanas y fraternas, induciendo a cada uno de nosotros a comprender que la felicidad es un pan que no se come a solas. ¡Cuánto nos ayudaría la conciencia de necesitarnos los  unos a los otros para tener relaciones menos hostiles con quienes están a nuestro lado! Y la  constatación de que tampoco los pueblos se salvan solos, ¡cuánto nos impulsaría a buscar  soluciones para los conflictos insensatos que estamos viviendo! 

Hoy queremos recordar el sufrimiento de todas las mujeres y de todos los hombres con  discapacidad que viven en situaciones de guerra, o de aquellos que están sobrellevando una  discapacidad a causa de los enfrentamientos. ¿Cuántas personas -en Ucrania y en los otros  escenarios de guerra- permanecen confinadas en los lugares donde se combate y ni siquiera tienen  la posibilidad de huir? Es necesario brindarles una atención especial y facilitarles el acceso a las  ayudas humanitarias por todos los medios. 

El magisterio de la fragilidad es un carisma con el que ustedes -hermanas y hermanos con  discapacidad- pueden enriquecer a la Iglesia. Vuestra presencia “puede ayudar a transformar las  realidades en las que vivimos, haciéndolas más humanas y acogedoras. Sin vulnerabilidad, sin  límites, sin obstáculos que superar, no habría verdadera humanidad”.


Por eso me alegra que el  camino sinodal esté siendo una ocasión propicia para que también se escuche finalmente vuestra  voz, y que el eco de esa participación haya llegado al documento preparatorio para la etapa  continental del Sínodo. En este se afirma: «Numerosas síntesis señalan la falta de estructuras y  formas adecuadas para acompañar a las personas con discapacidad y reclaman nuevos modos para  acoger sus aportaciones y promover su participación. A pesar de sus propias enseñanzas, la Iglesia  corre el peligro de imitar el modo en que la sociedad deja de lado a estas personas. Las formas de  discriminación enumeradas —la falta de escucha, la violación del derecho a elegir dónde y con  quién vivir, la negación de los sacramentos, la acusación de brujería, los abusos— y otras, describen  la cultura del descarte en relación a las personas con discapacidad. No surgen por casualidad, sino  que tienen en común la misma raíz: la idea de que la vida de las personas con discapacidad valga  menos que la de los demás».[3] 

El Sínodo, con su invitación a caminar juntos y a escucharnos mutuamente, nos ayuda sobre  todo a comprender cómo en la Iglesia —también en lo que se refiere a la discapacidad— no existe  un nosotros y un ellos, sino un único nosotros, con Jesucristo en el centro, donde cada uno lleva sus  propios dones y sus propios límites. Dicha conciencia, fundada en el hecho de que todos somos  parte de la misma humanidad vulnerable asumida y santificada por Cristo, elimina cualquier  distinción arbitraria y abre las puertas a la participación de cada bautizado en la vida de la Iglesia.  Pero, más aún, allí donde el Sínodo ha sido verdaderamente inclusivo, ha permitido derribar  prejuicios arraigados. Son, en efecto, el encuentro y la fraternidad los que abaten los muros de la  incomprensión y vencen la discriminación; por eso espero que cada comunidad cristiana se abra a la  presencia de hermanas y hermanos con discapacidad asegurándoles siempre la acogida y la plena  inclusión. 

Que se trate de una condición que respecta a nosotros, no a ellos, se descubre cuando la  discapacidad, de manera temporal o por el natural proceso de envejecimiento, nos afecta a nosotros  mismos o a alguno de nuestros seres queridos. En esta situación comenzamos a mirar la realidad  con ojos nuevos, y nos damos cuenta de la necesidad de derribar también esas barreras que antes  parecían insignificantes. Sin embargo, todo esto no daña la certeza de que cualquier condición de  discapacidad —temporal, adquirida o permanente— no modifica de ninguna manera nuestra  naturaleza de hijos del único Padre ni altera nuestra dignidad. El Señor nos ama a todos con el  mismo amor tierno, paternal e incondicional. 

Queridos hermanos y hermanas, les agradezco las iniciativas con las que animan este Día  Internacional de las Personas con Discapacidad, a quienes acompaño con mi oración. Los bendigo a  todos ustedes de corazón y les pido, por favor, que recen por mí.