martes, 20 de noviembre de 2018

El Papa Francisco visita el hospital de campaña de la plaza vaticana




JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES

Eran alrededor de las 16.15 cuando salió caminando, por sorpresa, por entre las columnas de la Plaza San Pedro el Papa Francisco. Desde la Casa Santa Marta se trasladó al ambulatorio médico que dio asistencia a los pobres, en ocasión de la II Jornada Mundial dedicada a ellos el 18 de noviembre. 


El Pontífice, entre gritos de júbilo y de sorpresa, rodeado de celulares que inmortalizaban el momento, entró a la estructura y saludó a todo aquel que se encontraba en ese momento en el lugar, entre voluntarios y pacientes. No faltó el saludo a algunos turistas que estaban paseando por la plaza y que se detuvieron cuando vieron que los gendarmes estaban cerrando algunos accesos a la zona.
Acompañaba al Pa
pa monseñor Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, quien promueve la iniciativa. Este Pontificio Consejo se encarga de la organización de la Jornada Mundial de los Pobres, instituida por voluntad del Papa Francisco al final del Jubileo de la Misericordia. El  18 de noviembre, después de una misa en la Basílica vaticana, la Jornada concluyó con un gran almuerzo en el Aula Pablo VI, en el que participarán alrededor de 3 mil personas sin hogar, refugiados y familias en dificultades.
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Después de rezar el Ángelus del XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario y Jornada Mundial de los Pobres, el Papa Francisco participó en el almuerzo con los pobres, organizado en el Aula Pablo VI del Vaticano.
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Saludo del Papa
El Santo Padre llegó alrededor de las 12.20 del mediodía y saludó a los pobres e indigentes con estas palabras: "Buenos días. Ahora vamos a almorzar todos juntos. Agradecemos a los que nos trajeron el almuerzo, a los que nos servirán el almuerzo. Agradecemos a todos y rogamos a Dios que nos bendiga a todos. Una bendición de Dios para todos, todos nosotros que estamos aquí. Que Dios nos bendiga a cada uno de nosotros, bendiga nuestros corazones, bendiga nuestras intenciones y nos ayude a seguir adelante. Amén. ¡Y buen almuerzo!".





Alegría y solidaridad
El almuerzo ofrecido por la institución, Rome Cavalieri-Hilton de Italia, en colaboración con el Ente Morale Tabor, cuenta con la participación de 70 voluntarios de varias parroquias romanas, que sirven a los pobres y necesitados, quienes son acompañados por el personal de las asociaciones de voluntariado que trabajan en la capital italiana. El menú estuvo compuesto por un plato de lasaña, como primera vianda, luego se sirvió trozos de pollo acompañados de puré de papás y finalmente un tiramisú, un dulce de la tradición italiana. Asimismo, el almuerzo estuvo animado por la Banda del Santuario de Pompeya. Al final del evento, la conocida fábrica de "pasta" italiana, Pastificio Rummo, regaló a los participantes bolsas con un kilo de fideos.






Despedida del Papa
Al concluir este momento de compartir, el Papa Francisco se despidió de los participantes en el "almuerzo con los pobres", agradeciéndoles por su participación: "Muchas gracias a todos por la compañía. Ahora me dicen que comienza la verdadera fiesta y que el Papa debe irse, para que la fiesta sea buena. ¡Muchísimas gracias! Gracias por la compañía. Gracias a los jóvenes músicos. Gracias a los que prepararon el almuerzo, a quienes lo sirvieron, y a los muchos chicos y chicas que ayudan aquí en el orden. Y gracias a todos. Y recen por mí. Que el Señor los bendiga. Gracias".

¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!



Resultado de imagen de Lucas 18, 35-43

1.- Oración introductoria.
Hoy, Señor, vengo a la oración a pedirte lisa y llanamente lo que te pidió aquel ciego que estaba al borde del camino: ¡Señor, que vea! Que vea mi limitación, mi fragilidad, mi pobreza. Que vea que yo solo no puedo caminar y te necesito. Que vea que Tú estás en mis hermanos y los ame. Que vea que Tú estás presente en el corazón del mundo y te alabe.

2.- Lectura reposada del evangelio Lucas 18, 35-43
En aquel tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el Nazareno y empezó a gritar, diciendo: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: ¿Qué quieres que te haga? Él dijo: ¡Señor, que vea! Jesús le dijo: Ve. Tu fe te ha salvado. Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.

3.- Qué dice el texto.
Meditación-reflexión
Aquel ciego había perdido la vista, pero no el oído. Había oído cosas maravillosas de Jesús. Tampoco había perdido el habla para poder exponerle a Jesús su problema. Ni el grito de su garganta cuando pretendían que se callase. Muchas veces nos quejamos de todo lo que nos falta y nunca caemos en la cuenta de lo que podemos hacer con lo que todavía nos queda. Con los sentidos que le quedaban sanos fue a Jesús y le devolvió la vista. Con los nuevos ojos estrenó una nueva vida. No se marchó a su casa a hacer su vida, sino que siguió a Jesús por el camino. De oyente de Jesús se convirtió en “seguidor” de Jesús. Y, de tal manera hablaba de Jesús, que contagió a todo el pueblo. No se limitó a ser un cristiano del montón, sino que se convirtió en apóstol. Toda mi vida está tejida de grandes favores y gracias de Dios. ¿Qué más debe hacerme Dios para salir de mi rutina, de mi pereza, de mi vulgaridad? Tal vez el milagro de la vista. Que vea la vida con ojos nuevos, que siga a Jesús por el camino que Él me marca y no por el que yo quiero ir. Que sea un cristiano más convencido, más audaz, más entusiasta, más misionero.

Palabra del Papa
Él lo ha prometido: eh aquí la piedra angular sobre la que se apoya la certeza de una oración. Con esta seguridad nosotros decimos al Señor nuestras necesidades, pero seguros de que Él pueda hacerlo. Rezar es sentir que Jesús nos dirige la pregunta del ciego: ¿tú crees que puedo hacer esto? Él puede hacerlo. Cuando lo hará, como lo hará no lo sabemos. Esta es la seguridad de la oración. La necesidad de decir la verdad al Señor. ‘Soy ciego, Señor. Tengo esta necesidad. Tengo esta enfermedad. Tengo este pecado. Tengo este dolor…’, pero siempre la verdad, como es la cosa. Y Él siente la necesidad, pero siente que nosotros pedimos su intervención con seguridad. Pensamos si nuestra oración es de necesidad y es segura: de necesidad porque nos decimos la verdad a nosotros mismos, y segura, porque creemos que el Señor puede hacer aquello que le pedimos. (Cf. S.S. Francisco, 6 de diciembre de 2013, homilía en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto (Silencio)
.

5.- Propósito. Hoy daré gracias a Dios por tantos regalos que me ha hecho en mi vida

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor, hoy siento envidia de este cieguecito. Tenía deseos de estar contigo, te buscaba, te deseaba, te necesitaba. Y, cuando fue curado por ti, ya no te dejó. Te siguió por el camino. Y el camino era el de la Cruz. Ante la muerte en la Cruz te abandonaron tus discípulos, pero este ciego ya no te abandonó sino que te siguió hasta el final. Fue tu discípulo, no sólo con palabras sino con el testimonio de su vida.
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Homilía de Monseñor Carlos Escribano en el Acto de Envío a la Misión Diocesana ,EUNTES”17/11/2018


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Gracias a todos por el esfuerzo… parroquias, comunidades parroquiales,
colegios, jóvenes y niños, voluntarios, organizadores, autoridades, enfermos….

Gracias a los que venís de tantos pueblos de nuestra tierra mostrando que,
orgullosos de nuestro pasado, queremos seguir construyendo el presente y el
futuro. Es impresionante el poder contemplar a todas estas imágenes que nos
hablan de nuestra fe y de nuestra cultura. Nos hablan también de rostros de
riojanos y riojanas que durante siglos han aprendido de ellos y se han acogido
a su protección e intercesión, nos hablan de sufrimientos, de alegrías, de
plegarias confiadas. Esas imágenes que están hoy en el coso de la Plaza de la
Ribera nos hablan de ti y de tu fe. Y lo sé; cada uno venís con un momento
distinto de fe y con la carga de la vida sobre los hombros. Todos sois
bienvenidos.

Quizá una pregunta está presente en el corazón de muchos: ¿por qué hoy una
Misión diocesana? ¿Qué sentido tiene un envío como este? Me gustaría
responder con sencillez: simplemente porque la Iglesia, en este momento de
grandes cambios históricos, está llamada a ofrecer con mayor intensidad los
signos de la presencia, de la cercanía y de la Misericordia de Dios. Éste no es
un tiempo para estar distraídos, para ponernos de perfil como creyentes,
pensando que son otros los que deben acoger y asumir los grandes retos que
tenemos delante como sociedad. Al contrario, es tiempo para permanecer
alerta y despertar en nosotros la capacidad de redescubrir lo esencial, que es
Cristo y su amor, y seguir compartiéndolo con nuestros contemporáneos. Es el
tiempo en el que la Iglesia debe redescubrir el sentido de la misión que el
Señor le ha confiado: EUNTES, “Id al mundo entero y anunciar el Evangelio”.
El Señor nos lo pide hoy a nosotros.

Como los discípulos de Emaús hemos escuchado la Palabra de Dios. Como a
ellos el Señor nos habla al corazón para ayudarnos a comprender. De algún
modo en esta tarde somos nosotros los caminantes. Esta plaza de toros se
convierte en nuestro Emaús y el Señor nos ha acompañado en el camino hasta
aquí, susurrándonos elegantemente al corazón. ¿Por qué estás aquí? ¿Qué
esperas de este encuentro?

Y nos cuesta situarnos como a aquellos caminantes. Ellos han vivido con
intensidad unos acontecimientos que les superan. No terminan de comprender
lo que está pasando y quizá no alcanzan a poder describir el sentido de lo que
están viviendo. El Señor Jesús, al que vieron morir en la Cruz, se aproxima a
ellos. No le reconocen. En su cabeza la resurrección no es todavía
comprensible… y eso sigue ocurriendo en la historia y ocurre también hoy aquí.
Podemos no entenderlo, podemos no creer en Él, pero El sí se interesa por
nosotros… por todos. Su actitud nos abre como creyentes un horizonte de
esperanza. Ellos descubren una cosa: que Dios se interesa por su vida, por su
tiempo, por su historia… y se implica.

Y aprenden una lección: Dios es paciente. A aquellos hombres les explicó las
Escrituras desde el principio, sin dar nada por supuesto. Lo mismo hace con
nosotros. ¿Qué es lo que pretende? ¿Porque nos hemos sentido convocados?
¿Esto es sin más una tarde festiva en Logroño? ¿Qué es lo que quiere
decirnos? El Papa Francisco nos ayuda a responder: “Tú también necesitas
concebir la totalidad de tu vida como una misión. Ojalá puedas reconocer cuál
es esa palabra, ESE MENSAJE DE JESÚS que Dios quiere decir al mundo con
tu vida”. Quizá ello motive una pregunta esencial para esta tarde: “Tú, ¿a quién
quieres entregar tu vida?” Jesús nos dio la respuesta cuando la entregó por
cada uno de nosotros. Y lo hizo por amor.

Y Jesús sigue caminando con ellos. Y camina también con nosotros. Dios se
conmueve ante el relato de nuestra vida y ante el relato de lo que acontece en
nuestra sociedad.  La sociedad nos muestra una realidad que cambia, que
tiene espléndidas zonas de luz, pero también nos presenta espacios de sombra
en los que descubrimos el rostro de la pobreza como signo de la presencia de
Dios y nos mueve a dar respuestas. Él se posiciona. Sigue arriesgando. Ese
posicionarse por parte de Jesús ilustra nuestro reto misionero, nuestro
compromiso. El sigue buscando a todos en la historia. Tiene un motivo: un
amor singular por cada uno, un amor irrepetible, un amor que es capaz de
trascender la realidad del sufrimiento y mostrar a la persona la paradoja de las
bienaventuranzas y de la vida plena.

Hoy nosotros, cristianos de La Rioja del siglo XXI nos sentimos llamados a ser
presencia y cercanía de Dios para nuestros hermanos. A proponer la
misericordia y la ternura de Dios, sintiéndonos llamados a salir a su encuentro.
Estamos en un cambio de época que nos sugiere buscar caminos nuevos a la
hora de trasmitir el Evangelio a la sociedad. Si os soy sincero, me parece un
gran reto que me inquieta y apasiona por igual. Pero es un reto que ilusiona, en
el fondo porque hay alguien que ha querido confiar en nosotros: el Señor
Jesús.

Sí, el camina con nosotros hoy aquí. Se ha hecho el encontradizo. Esa
confianza nos llena de paz y de fortaleza. Pero el reto es grande: tenemos que
trasformar nuestra Iglesia diocesana en los próximos años para poder servir
mejor a todos los riojanos. Eso es la Misión, y necesitamos misioneros, te
necesitamos a ti. Todos podemos ser misioneros: los jóvenes, las familias, los
mayores, los trabajadores, los profesionales, los enfermos (vosotros los sois de
un modo privilegiado), los que trabajáis en el mundo de la educación o de la
cultura, los pobres, los emigrantes, los sacerdotes y los religiosos, todos los
presentes… todos compartimos el empeño de construir una sociedad mejor. El
amor de Dios todo lo trasforma, todo lo renueva. Debemos convertir nuestra
vida a ese amor de Dios para poder acompañar a tantos que en estos años se
han ido alejando por distintos motivos de la Iglesia; y a los que están ausentes
y creen que el hecho religioso ya no tiene que decir nada hoy a nuestra
sociedad. Nuestra respuesta tiene que ser el servicio. Servir a todos conforme
a su dignidad. Fue Jesús quién nos enseñó a hacerlo. Y esa debe ser nuestra
vocación perenne que surge del deseo y del testimonio de Cristo: la Iglesia
debe ser siempre servidora como Jesús en la Última Cena, cuando lavo los
pies a sus apóstoles.

Y se hace de noche en Emaús. Y el Señor se mete en la noche, también en
nuestras noches. Y lo hace provocando a aquellos hombres, poniendo a
prueba su raquítica hospitalidad. Aun le faltaba algo que decirles, quizá lo
fundamental. Necesitaba dejarnos su gran herencia: la Eucaristía. En ella se
abren los ojos de sus discípulos. Hoy también nosotros tenemos ese anhelo.
Estamos participando de la Eucaristía. Acordaos, esta Plaza de toros es Emaús
y estamos sentados a la Mesa del Señor para verle partir el pan, para
reconocerle y dejarnos provocar. Hemos acudido con esperanza, con fe, quizá
sin entender, pero con ganas de servir a los demás.

Y retornaron a Jerusalén a anunciar el Evangelio, así culmina el texto del
Evangelio. Eso es lo que queremos significar esta tarde. Cuando acabemos la
Misa haremos el envío aquí en nuestro Emaús riojano. Tiene que ser un
momento especial entre tú y Dios. ¿A qué te comprometes? Toma conciencia
de que te necesitamos. Responde desde el corazón, que tu vida sea Misión.
Tenemos por delante cuatro años de trabajo, de compromiso, de entrega
generosa, de gracia y de presencia del Señor que nos convoca a la unidad, a la
comunión para la misión. Y saldremos en procesión. Con júbilo, con cantos y
bailes. Con María, con nuestros santos patronos. Ellos nos anteceden; el Señor
va por delante. Caminaremos juntos, como pueblo de Dios con un mismo
sentir, pero con muchos destinos: nuestros lugares de origen. Volvemos a
nuestras casas a compartir lo que hemos visto y oído.  “Id a anunciar la
salvación y proclamar en nuestra tierra que Dios es Padre y es amor”.
EUNTES.

MISIÓN DIOCESANA EUNTES , 17 DE NOVIEMBRE


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