lunes, 27 de mayo de 2019

LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

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1. La Unción de los enfermos, sacramento de salvación y de curación
Naturaleza de este sacramento
La Unción de los enfermos es un sacramento instituido por Jesucristo, insinuado como tal en el Evangelio de san Marcos (cfr. Mc 6,13), y recomendado a los fieles y promulgado por el Apóstol Santiago: «Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados» (St 5,14-15). La Tradición viva de la Iglesia, reflejada en los textos del Magisterio eclesiástico, ha reconocido en este rito, especialmente destinado a reconfortar a los enfermos y a purificarlos del pecado y de sus secuelas, uno de los siete sacramentos de la Nueva Ley [1].
Sentido cristiano del dolor, de la muerte y de la preparación al bien morir
En el Ritual de la Unción de los enfermos el sentido de la enfermedad del hombre, de sus sufrimientos y de la muerte, se explica a la luz del designio salvador de Dios, y más concretamente a la luz del valor salvífico del dolor asumido por Cristo, el Verbo encarnado, en el misterio de su Pasión, Muerte y Resurrección [2]. El Catecismo de la Iglesia Católica ofrece un planteamiento similar: «Por su Pasión y su Muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con Él y nos une a su Pasión redentora» (Catecismo, 1505). «Cristo invita a sus discípulos a seguirle tomando a su vez su Cruz (cfr. Mt 10,38). Siguiéndole adquieren una nueva visión sobre la enfermedad y sobre los enfermos» (Catecismo, 1506).
La Sagrada Escritura indica una estrecha relación entre la enfermedad y la muerte, y el pecado [3]. Pero sería un error considerar la enfermedad misma como un castigo por los propios pecados (cfr. Jn 9,3). El sentido del dolor inocente sólo se alcanza a la luz de la fe, creyendo firmemente en la Bondad y Sabiduría de Dios, en su Providencia amorosa y contemplando el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, gracias al cual fue posible la Redención del mundo [4].
Al mismo tiempo que el Señor nos enseñó el sentido positivo del dolor para realizar la Redención, quiso curar a multitud de enfermos, manifestando su poder sobre el dolor y la enfermedad y, sobre todo, su potestad para perdonar los pecados (cfr. Mt 9,2-7). Después de la Resurrección envía a los Apóstoles: «En mi nombre… impondrán las manos sobre los enfermos y se curarán» (Mc 16,17-18) (cfr. Catecismo, 1507) [5].
Para un cristiano la enfermedad y la muerte pueden y deben ser medios para santificarse y redimir con Cristo. La Unción de los enfermos ayuda a vivir estas realidades dolorosas de la vida humana con sentido cristiano: «En la Unción de los enfermos, como ahora llaman a la Extrema Unción, asistimos a una amorosa preparación del viaje, que terminará en la casa del Padre» [6].

2. La estructura del signo sacramental y la celebración del sacramento
Según el Ritual de la Unción de los enfermos, la materia apta del sacramento es el aceite de oliva o, en caso de necesidad, otro aceite vegetal [7]. Este aceite debe estar bendecido por el obispo o por un presbítero que tenga esta facultad [8].
La Unción se confiere ungiendo al enfermo en la frente y en las manos [9]. La formula sacramental por la que en el rito latino se confiere la Unción de los enfermos es la siguiente: «Per istam sanctam Unctionem et suam piissimam misericordiam adiuvet te Dominus gratia Spiritus Sancti. Amen./ Ut a peccatis liberatum te salvet atque propitius allevet. Amen.» (Por esta santa Unción, y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo. Amén./ Para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad. Amén)» [10].
Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, «es muy conveniente que [la Unción de los enfermos] se celebre dentro de la Eucaristía, memorial de la Pascua del Señor. Si las circunstancias lo permiten, la celebración del sacramento puede ir precedida del sacramento de la Penitencia y seguida del sacramento de la Eucaristía. En cuanto sacramento de la Pascua de Cristo, la Eucaristía debería ser siempre el último sacramento de la peregrinación terrenal, el “Viático” para el “paso” a la vida eterna» ( Catecismo, 1517).

3. Ministro de la Unción de enfermos
Ministro de este sacramento es únicamente el sacerdote (obispo o presbítero) [11]. Es deber de los pastores instruir a los fieles sobre los beneficios de este sacramento. Los fieles (en particular, los familiares y amigos) deben alentar a los enfermos a llamar al sacerdote para recibir la Unción de los enfermos (cfr. Catecismo, 1516).
Conviene que los fieles tengan presente que en nuestro tiempo se tiende a “aislar” la enfermedad y la muerte. En las clínicas y hospitales modernos los enfermos graves frecuentemente mueren en la soledad, aunque se encuentren rodeados por otras personas en una “unidad de cuidados intensivos”. Todos —en particular los cristianos que trabajan en ambientes hospitalarios— deben hacer un esfuerzo para que no falten a los enfermos internados los medios que dan consuelo y alivian el cuerpo y el alma que sufre, y entre estos medios —además del sacramento de la Penitencia y del Viático— se encuentra el sacramento de la Unción de los enfermos.

4. Sujeto de la Unción de los enfermos
Sujeto de la Unción de los enfermos es toda persona bautizada, que haya alcanzado el uso de razón y se encuentre en peligro de muerte por una grave enfermedad, o por vejez acompañada de una avanzada debilidad senil [12]. A los difuntos no se les puede administrar la Unción de enfermos.
Para recibir los frutos de este sacramento se requiere en el sujeto la previa reconciliación con Dios y con la Iglesia, al menos con el deseo, inseparablemente unido al arrepentimiento de los propios pecados y a la intención de confesarlos, cuando sea posible, en el sacramento de la Penitencia. Por esto la Iglesia prevé que, antes de la Unción, se administre al enfermo el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación [13].
El sujeto debe tener la intención, al menos habitual e implícita, de recibir este sacramento [14]. Dicho con otras palabras: el enfermo debe tener la voluntad no retractada de morir como mueren los cristianos, y con los auxilios sobrenaturales que a éstos se destinan.
Aunque la Unción de enfermos puede administrarse a quien ha perdido ya los sentidos, hay que procurar que se reciba con conocimiento, para que el enfermo pueda disponerse mejor a recibir la gracia del sacramento. No debe administrarse a aquellos que permanecen obstinadamente impenitentes en pecado mortal manifiesto (cfr. CIC, can. 1007).
Si un enfermo que recibió la Unción recupera la salud, puede, en caso de nueva enfermedad grave, recibir otra vez este sacramento; y, en el curso de la misma enfermedad, el sacramento puede ser reiterado si la enfermedad se agrava (cfr. CIC, can. 1004, 2).
Por último, conviene tener presente esta indicación de la Iglesia: «En la duda sobre si el enfermo ha alcanzado el uso de razón, sufre una enfermedad grave o ha fallecido ya, adminístrese este sacramento» (CIC, can. 1005).

5. Necesidad de este sacramento
La recepción de la Unción de enfermos no es necesaria con necesidad de medio para la salvación, pero no se debe prescindir voluntariamente de este sacramento, si es posible recibirlo, porque sería tanto como rechazar un auxilio de gran eficacia para la salvación. Privar a un enfermo de esta ayuda, podría constituir un pecado grave.

6. Efectos de la Unción de enfermos
En cuanto verdadero y propio sacramento de la Nueva Ley, la Unción de los enfermos ofrece al fiel cristiano la gracia santificante; además, la gracia sacramental específica de la Unción de enfermos tiene como efectos:
— la unión más íntima con Cristo en su Pasión redentora, para su bien y el de toda la Iglesia (cfr. Catecismo, 1521-1522; 1532);
— el consuelo, la paz y el ánimo para vencer las dificultades y sufrimientos propios de la enfermedad grave o de la fragilidad de la vejez (cfr. Catecismo, 1520; 1532);
— la curación de las reliquias del pecado y el perdón de los pecados veniales, así como de los mortales en caso de que el enfermo estuviera arrepentido pero no hubiera podido recibir el sacramento de la Penitencia (cfr. Catecismo , 1520);
— el restablecimiento de la salud corporal, si tal es la voluntad de Dios (cfr. Concilio de Florencia: DS 1325; Catecismo, 1520);
— la preparación para el paso a la vida eterna. En este sentido afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: «Esta gracia [propia de la Unción de enfermos] es un don del Espíritu Santo que renueva la confianza y la fe en Dios y fortalece contra las tentaciones del maligno, especialmente la tentación de desaliento y de angustia ante la muerte (cfr. Hb 2,15)» (Catecismo, 1520).
Ángel García Ibáñez
Publicado originalmente el 21 de noviembre de 2012


Bibliografía básica
Catecismo de la Iglesia Católica , 1499-1532.
Lecturas recomendadas
Juan Pablo II, Carta Apostólica Salvifici doloris, 11-II-1984.
P. Adnès, L’Onction des malades. Histoire et theólogie, FAC-éditions, Paris 1994, pp. 86 (trad. it.: L’Unzione degli infermi, Storia e teologia, Edizioni San Paolo, Cinisello Balsamo (Milano) 1996, pp. 99.
F.M. Arocena, Unción de enfermos, en C. Izquierdo (dir.), Diccionario de Teología, Eunsa, Pamplona 2006, pp. 983-989.

[1] Cfr. DS 216; 1324-1325; 1695-1696; 1716-1717; Catecismo, 1511-1513.
[2] Cfr. Ritual de la Unción de enfermos, Praenotanda, 1-2.
[3] Cfr. Dt 28,15; Dt 28,21-22; Dt 28,27; Sal 37 (38),2-12; Sal 38 (39), 9-12; Sal 106 (107),17; Sb 2,24; Rm 5,12; Rm 5,14-15.
[4] «Cristo no sólo se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias: “El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8,17; cfr. Is 53,4). (…). En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal (cfr. Is 53,4-6) y quitó el “pecado del mundo” (Jn 1,29), del que la enfermedad no es sino una consecuencia» (Catecismo, 1505).
[5] El dolor, por sí mismo, no salva, no redime. Sólo la enfermedad vivida en la fe, en la esperanza y en el amor a Dios, sólo la enfermedad vivida en unión con Cristo, purifica y redime. Cristo entonces nos salva no del dolor, sino en el dolor, transformado en oración, en un “sacrificio espiritual” (cfr. Rm 12,1; 1 Pt 2,4-5), que podemos ofrecer a Dios uniéndonos al sacrificio Redentor de Cristo, actualizado en cada celebración de la Eucaristía para que nosotros podamos participar en él.
Además, conviene considerar que «entra dentro del plan providencial de Dios que el hombre luche ardientemente contra cualquier enfermedad y busque solícitamente la salud, para que pueda seguir desempeñando sus funciones en la sociedad y en la Iglesia, con tal de que esté siempre dispuesto a completar lo que falta a la Pasión de Cristo para la salvación del mundo, esperando la liberación en la gloria de los hijos de Dios (cfr. Col 1,24; Rm 8,19-21)» (Ritual de la Unción de los enfermos, Praenotanda, 3).
[6] San Josemaría, Es Cristo que pasa, 80.
[7] Cfr. Ritual de la Unción de los enfermos, Praenotanda, n. 20; Concilio Vaticano II, Const. Sacrosanctum Concilium, 73; Pablo VI, Const. Apost. Sacram Unctionem Infirmorum, 30-XI-1972, AAS 65 (1973) 8.
[8] Cfr. Ritual de la Unción de los enfermos, Praenotanda, 21. En este prenotando se indica también, en conformidad con el CIC, can. 999, que cualquier sacerdote, en caso de necesidad, puede bendecir el óleo para la Unción de los enfermos, pero dentro de la celebración.
[9] Cfr. Idem, Praenotanda, 23. En caso de necesidad bastaría hacer una sola unción en la frente o en otra parte conveniente del cuerpo (cfr. ibidem).
[10] Ritual de la Unción de los enfermos, Praenotanda, 25; cfr. CIC, can. 847,1; Catecismo , 1513. Esta formula se distribuye de modo que la primera parte se dice mientras se unge la frente y la segunda mientras se ungen las manos. En caso de necesidad, cuando sólo se puede hacer una unción, el ministro pronuncia simultáneamente la formula entera (cfr. Ritual de la Unción de los enfermos, Praenotanda, 23).
[11] Cfr. CIC, can. 1003,1. Ni los diáconos ni los fieles laicos pueden administrar válidamente la Unción de enfermos (cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota sobre el ministro del sacramento de la Unción de los enfermos, «Notitiae» 41 (2005) 479).
[12] Cfr. Concilio Vaticano II, Const. Sacrosanctum Concilium , 73; CIC, cann. 1004-1007; Catecismo, 1514. Por tanto, la Unción de enfermos no es un sacramento para aquellos fieles que simplemente han llegado a la llamada “tercera edad” (no es el sacramento de los jubilados), ni tampoco es un sacramento sólo para los moribundos. En el caso de una operación quirúrgica, la Unción de enfermos puede administrarse cuando la enfermedad, que es motivo de la operación, pone de por sí en peligro la vida del enfermo.
[13] Cfr. Concilio Vaticano II, Const. Sacrosanctum Concilium, 74.
[14] A este propósito se dice en el CIC: «Debe administrarse este sacramento a los enfermos que, cuando estaban en posesión de sus facultades, lo hayan pedido al menos de manera implícita» (can. 1006).

domingo, 26 de mayo de 2019

La Pascua del Enfermo y el Jubileo Mariano, en la Catedral María Inmaculada de Vitoria



La Hospitalidad de Lourdes y la Pastoral de la Salud de la diócesis de Vitoria celebró el 25 de mayo, sábado, la Pascua del Enfermo y el Jubileo Mariano, en la Catedral María Inmaculada. A esta celebración se unieron también representantes de otras Hospitalidades de diócesis vecinas: Bilbao, Santander, La Rioja y Valladolid.

A las 11.45, desde el Parque de la Florida comenzó la procesión de estandartes, hasta la Puerta Santa de la Catedral, que atravesaon para celebrar la eucaristía jubilar, a las 12.30 h. Tras al eucaristía se dirigieron en autobuses al Santuario de Estíbaliz, patrona de nuestra diócesis, para compartir una comida fraterna.



jueves, 23 de mayo de 2019

VOLUNTARIADO DE LA HOSPITALIDAD DE LOURDES DE LA RIOJA

IGLESIA EN SALIDA



El Voluntariado de la Capellanía del Hospital San Pedro en coordinación con los Servicios Sociales del Centro Sanitario irán identificados.
Acompañamiento a personas enfermas que están solas. Organización colaboradora : Hospitalidad Ntra. Sra. de Lourdes de La Rioja.



miércoles, 15 de mayo de 2019

Un médico movido por la fe


Emilio Pérez es un médico neoyorquino de origen dominicano especialista en geriatría y medicina interna. A través de la entidad #Somos, ayuda con su trabajo a personas desfavorecidas económicamente en #NYC.

Manifiesta que su fe le ayuda a tratar mejor a los enfermos: “Los médicos somos instrumentos de Dios”, dice.

lunes, 13 de mayo de 2019

PASCUA DEL ENFERMO: HOSPITAL SAN PEDRO – LOGROÑO,


PASCUA DEL ENFERMO

HOSPITAL SAN PEDRO – LOGROÑO
Lunes: 20 de mayo de 2019
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Con motivo del tiempo litúrgico de la Pascua, la comunidad cristiana tiene a bien dedicar un día a aquellos que pasan por el trance de la falta de salud y a quienes, por motivos profesionales o por vínculos de sangre o amistad, les acompañan.
El Hospital San Pedro de Logroño es un referente en la sociedad riojana y su entorno por la profesionalidad en la atención médica y el alto valor humano que se percibe de todo su personal a la hora de atender a todos los que precisan, en algún momento recurrir a él. Es lo que motiva a que, como en años anteriores, Don Carlos quiera pasar una mañana en el contexto del servicio espiritual y religioso que, a través de la capellanía, este hospital ofrece a quienes lo soliciten.
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Pascua del Enfermo, 26 de mayo de 2019

MENSAJE DE LOS OBISPOS DE LA COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL
Pascua del Enfermo, 26 de mayo de 2019
 
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VOLUNTARIADO EN LA PASTORAL DE LA SALUD
“Gratis habéis recibido, dad gratis”
(Mt 10,8)
La Campaña del Enfermo de este año nos invita a poner nuestra mirada en los miles de voluntarios que cuidan de los enfermos y ayudan a los familiares y demás cuidadores. Ellos hacen visible el amor de Dios por los enfermos y son una parte esencial de la caridad de Cristo que la Iglesia está llamada a realizar, respondiendo así a la invitación de Jesús: “Gratis habéis recibido, dad gratis”, que es el lema propuesto por el Dicasterio para la Promoción Humana Integral de la Persona.

1. Los voluntarios de Pastoral de la Salud están comprometidos en hacer presente aquí y ahora, que el Reino de los cielos está en medio de nosotros, se saben enviados por Cristo: “Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis” (Mt 10, 7-8). Ser voluntarios constituye una oportunidad única de acercarse al que sufre, descubrirse a sí mismo, ser portador de esperanza. En esta elección de vida, el voluntario descubre pronto que es él quien resulta ayudado.

2. El número de personas enfermas a las que acompañar y cuidar es cada vez mayor. Esto implica la necesidad de animar a más hombres y mujeres a involucrarse en esta tarea. El Papa Francisco en el Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo de este año nos exhorta a todos a promover la cultura de la gratuidad y del don: “Os exhorto a todos, en los diversos ámbitos, a que promováis la cultura de la gratuidad y del don, indispensable para superar la cultura del beneficio y del descarte”, recordándonos que es un camino especialmente fecundo de evangelización: “La Iglesia, como Madre de todos sus hijos, sobre todo los enfermos, recuerda que los gestos gratuitos de donación, como los del Buen Samaritano, son la vía más creíble para la evangelización. (…) Frente a la cultura del descarte y de la indiferencia, deseo afirmar que el don se sitúa como el paradigma capaz de desafiar el individualismo”.

3. En este mismo Mensaje, el Papa Francisco nos recuerda un aspecto esencial: “el cuidado de los enfermos requiere profesionalidad y ternura, expresiones de gratuidad, inmediatas y sencillas como la caricia, a través de las cuales se consigue que la otra persona se sienta querida”. Su cometido no es el de realizar gratuitamente el trabajo que corresponde al personal sanitario, pero si requiere una formación específica en función de las tareas que vayan a desarrollar. Así, si la labor fundamental va a ser acompañar a personas solas será, preciso una particular formación en técnicas de escucha; si se trata de coordinar un grupo de oración por los enfermos, requerirán una más atenta formación bíblico-litúrgica; si su misión fundamental es acoger a las personas enfermas, o a sus familiares, que puedan solicitar algún tipo de ayuda, será importante cuidar más las técnicas de comunicación; si su misión va a ser acompañar a personas que están en cuidados paliativos o en situaciones al final de la vida, requerirán una mayor preparación para ayudar en el duelo y en las necesidades espirituales en las etapas finales de la vida, etc.

4. Quienes prestan ayuda han de ser formados para poder hacer las cosas del modo más adecuado, para “hacer bien el bien”. Pero esto no es suficiente, precisamente, porque se trata de personas y estas necesitan una atención que sea no sólo técnicamente correcta. Necesitan humanidad, una atención cordial. Esto supone distinguirse por su dedicación al enfermo con una atención que sale del corazón. Se hace necesario una formación del corazón, para que el otro experimente su riqueza de humanidad. Habrá, por tanto, que cuidar esta dimensión de la formación, para que los voluntarios sean hombres y mujeres movidos, ante todo, por el amor de Cristo, personas cuyo corazón ha sido conquistado por Cristo, despertando en ellos el amor al prójimo .

5. Entre los elementos esenciales de la formación habrá que considerar también el acompañamiento a los voluntarios. Un acompañamiento que permita la comunicación de experiencias y el modo en que la viven. Es preciso tener en cuenta que ninguna formación es capaz de contemplar todos los escenarios posibles, todos los contextos y situaciones que se pueden dar en un domicilio, en la habitación de un hospital, en una parroquia o en un grupo de personas. Los voluntarios han de ser acompañados para poner en práctica lo aprendido, reflexionar sobre la experiencia y evaluar para mejorar. Al tiempo, el  acompañamiento colabora a generar procesos de participación del voluntariado en la organización, escuchar su opinión y dar respuesta a algunas demandas.

6. El voluntario cristiano no se distingue únicamente por la gratuidad de su entrega o su buen hacer. La razón por la que realiza su labor como voluntario en el cuidado de los enfermos es un elemento esencial, porque ésta le sostiene y anima, en una labor no siempre sencilla, y confiere un talante, que es el de Jesucristo. El Dios que se nos manifiesta en Jesucristo siente como propios los dolores, las miserias y sufrimientos de los hombres. El voluntario  encuentra la motivación para la caridad en el haber sido amados por Jesucristo.

7. Es decisivo recordar la importancia de no perder nuestra identidad en aras de una mayor eficiencia. Esto implica el necesario respeto a las distintas creencias de quienes son objeto de la solicitud de los voluntarios, pero sin que esto suponga “esconder” que es la caridad de Cristo quien les mueve. No hay ninguna persona que no sea objeto de la caridad de Cristo, por tanto, nadie queda excluido de sus cuidados. Sin embargo, siempre habrán de estar dispuestos a dar razón de su esperanza a todo el que se lo pidiere (cf. 1 Pe 3, 15).


Los Obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral
D. Braulio Rodríguez Plaza, Arzobispo de Toledo
D. Francesc Pardo Artigas, Obispo de Girona
D. José Vilaplana Blasco, Obispo de Huelva 
D. Santiago Gómez Sierra, Obispo auxiliar de Sevilla





PASCUA DEL ENFERMO.Voluntariado y enfermedad mental

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Texto de la Sagrada Escritura
En esto se levantó un maestro de la ley y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?». Él respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo». Él le dijo: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida». Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?». Respondió Jesús diciendo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva” ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo»” (Lc 10, 25-37)

Reflexión
Poco a poco, la salud se ha convertido en un bien del que se toma consciencia cuando surge la ausencia de ella. Cuando irrumpe en la vida de las personas un momento de enfermedad es cuando se comienza a poner en valor su presencia y el bienestar que aporta. Precisamente, es en esta circunstancia cuando se anhelan momentos pasados y estamos deseosos de mejorar para volver a ser quienes éramos y hacer lo que hacíamos. Cuando las enfermedades son físicas se tiende a comprender mejor la enfermedad y se afronta con los medios de los que se dispone, pero ante un caso de Salud-Enfermedad Mental de importancia surge un desconcierto ante el desconocimiento que puede llevar a la derrota y la desesperanza, de quien la padece y de su entorno. Esa capacidad de toma de consciencia o reconocimiento de la pérdida de salud no es tan consciente, en cambio, sí se tiene la percepción de que algo está ocurriendo y surge igualmente el anhelo de tiempos pasados, pero en este caso acompañado de un sentimiento de incomprensión por del entorno e incluso de rechazo(estigma).

El sentido etimológico de la psiquiatría deriva del griego, medicina del alma.  Para aproximarnos a conocer lo que ocurre en la mente del otro debemos conectar con sus emociones, sentimientos, pensamientos, visiones… y constituirnos en un instrumento de ayuda para que los otros puedan conocerse mejor, superar sus limitaciones, sanar sus heridas psicológicas y potenciar sus recursos internos, para que puedan construirse un sentido para su vida. En lo afectivo está lo efectivo.

Resulta fundamental crear espacios e escucha, acogida, comprensión y acompañamiento, para las personas con enfermedad mental y su entorno. Como afirma Mercedes Nasarre (Psiquiatra y Terapeuta Gestalt cristiana), muchas patologías son asuntos que tienen que ver con el amor y con los vínculos.  La dificultad para sentir amor es la que nos puede enfermar. No olvidemos que somos en cuanto que amamos. El amor es apertura, es confianza, entrega, unión.  Todas estas dificultades, en el crecimiento de la persona y en sus vínculos, por supuesto que generan circuitos anómalos en el cerebro. Nos hacemos en las relaciones con otros.  Somos en las relaciones con otros, desde el inicio hasta el fin. Lo que pasa en los vínculos, y sobre todo en los íntimos y tempranos, es lo que marca nuestra vida. El término “enfermedad mental” no existe, lo que encontramos son personas que sufren una enfermedad mental.
A continuación, se dan unas pautas para poder abordar este acompañamiento pastoral:


A. La necesidad de las personas con enfermedad mental, teniendo en cuenta estas claves:
- La pastoral de la silla/banco y de la oreja. El reloj se para. Nosotros tenemos reloj, ellos tienen tiempo.
-Se necesita el contacto físico y visual, ser acogedor, llevar la alegría a estas personas, pero no de forma artificial, como con fuegos artificiales, sino de forma honesta y sincera. Es decir, ser portador de esperanza.
- La necesidad, de quien acompaña y ayuda a orar, de atreverse a saltar al  vacío, y no escatimar silencios, y momentos de “atragantamiento”.
- Lo afectivo es lo efectivo. A veces se está en situación de delirio máximo pero no cortar, saber encaminar y guiar. Hacer ver que se le escucha, se le acoge, se la trata con cariño y simpatía. Ellos lo perciben y lo sienten así.
Se trata de crear un clima acogedor y positivo, que vivan un Jesús agradable, que acompaña, que acoge, y que no rechaza. Un Jesús que acepta a la persona en su totalidad, con sus claridades y con sus oscuridades.
- La limitación está en nuestra mente y en nuestro corazón
- En el mundo de la salud-enfermedad mental, (sobre todo en casos más severos, especialmente esquizofrenia y estados depresivos), se vive con sufrimiento, y posibles cargas de culpa. Se debe crear un clima que promueva, que la persona con enfermedad mental, comparta su posible
sentimiento de culpa, fuente entre otras cosas de su sufrimiento. Por ello, es importante, trabajar este tema desde un grupo adecuado.


B. La necesidad de rituales en la vida, de los SACRAMENTOS para ayudar a aceptar:
- Los sacramentos deben favorecer a la persona con salud-enfermedad mental aceptar la enfermedad o limitación. Por ello los sacramentos deben celebrarse con un ritual sencillo, y favorecedor de la participación.
- Los sacramentos que se celebren con estas personas, deben partir de la vida de ellos, de lo que están viviendo.
- El agente de pastoral y el sacerdote pueden contribuir , con su proceso de acompañamiento de las personas que sufren la enfermedad mental. Entendiendo las limitaciones propias de sus patologías, para poder dirigir la celebración de los sacramentos de forma adecuada. Siempre teniendo en cuenta la paciencia, y la habilidad y no permitir caer en prejuicios.



Cuestionario
- ¿Soy capaz de ver las heridas de las personas con las que me encuentro en el camino?
- ¿Me compadezco ante el entorno?
- ¿Realizo un acercamiento como el que me encuentro o respondo como el levita o el sacerdote de la parábola?
- ¿Sé encontrar sufrimiento de las personas que tengo en mi “Buen Samaritano” ante las situaciones la medicina adecuada para curar
- ¿Cuáles son mis herramientas para cuidar de los otros?
-¿Qué hago para que mi comunidad parroquial se implique con las personas que sufren una enfermedad mental y sus familias? esas otras enfermedades?
MISIÓN DIOCESANA





domingo, 12 de mayo de 2019

Documental:Hospitalidad a prueba de Ébola (Sierra Leona 1)

Un equipo de Pueblo de Dios ha regresado a Sierra Leona y Liberia para ser testigo de las lecciones aprendidas tres años después del final de la peor epidemia de Ébola en esta parte de África Occidental. Lo hacemos con los protagonistas que sobrevivieron a los tiempos del Ébola en los dos hospitales que los religiosos tienen en Lunsar y Monrovia.

jueves, 2 de mayo de 2019

PASCUA DEL ENFERMO.La misión del voluntariado de Pastoral de la Salud

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Texto de la Sagrada Escritura
“Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis” (Mt 10, 1.7-8).

Reflexión
“Entretanto Juan, que en la cárcel había tenido noticia de las obras de Cristo, envió a preguntarle por medio de sus discípulos: ¿Eres tú el que ha de venir, o hemos de esperar a otro? Y Jesús les respondió: Id y anunciad a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan sanos y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se anuncia el Evangelio” (Mt 11, 2-5). “Jesús envía a sus discípulos a cumplir su propia obra y les dona el poder de sanar, es decir, de acercarse a los enfermos y cuidarlos hasta el fondo (…). ¡Esa es la gloria de Dios! ¡Esa es la tarea de la Iglesia! Ayudar a los enfermos, no perderse en habladurías, ayudar siempre, consolar, aliviar, estar cerca de los enfermos; ésta es la tarea” (Papa Francisco, 10 de junio de 2015). El Papa nos deja un programa bien concreto: ayudar, consolar, aliviar, estar cerca. Son cuatro acciones de las que no podemos desentendernos. Estar cerca de los enfermos. Hacernos prójimos, acercarnos a quien me necesita ahora y la Providencia ha puesto en mi camino, se cruza en tu vida. Esta actitud nos lleva a estar abiertos y disponibles para todo necesitado, que sufre: por supuesto los enfermos, pero también los cuidadores (familia, sanitarios, voluntarios). Se hace preciso acercarse para hacerse prójimo: el Buen Samaritano es capaz de cambia sus planes, se sale de su ruta, de sus tiempos. Esto nos cuesta siempre, “hacerse” prójimo implica volver la mirada sobre el otro antes que sobre mí. Es comprender que en ese hermano Cristo que viene a preguntarme por mi amor hacia él.

Consolar. Pero para ello, antes es preciso dejarse “mover a compasión”. Ponerse en el lugar del otro (se movió a compasión, “padecer con”). “En efecto, aceptar al otro que sufre significa asumir de alguna manera su sufrimiento, de modo que éste llegue a ser también mío. Pero precisamente porque ahora se ha convertido en sufrimiento compartido, en el cual se da la presencia de un otro, este sufrimiento queda traspasado por la luz del amor. Se sentirán acompañados, acogidos, … La palabra latina consolatio, consolación, lo expresa de manera muy bella, sugiriendo un ser-con en la soledad, que entonces ya no es soledad. (…) Y también el sí al amor es fuente de sufrimiento, porque el amor exige siempre nuevas renuncias de mi yo, en las cuales me dejo modelar y herir. En efecto, no puede existir el amor sin esta renuncia también dolorosa para mí, de otro modo se convierte en puro egoísmo y, con ello, se anula a sí mismo como amor” (Benedicto XVI, Encíclica “Spes salvi”, 38).



Ayudar. Subir sobre su cabalgadura: servir, acompañar, estar. “Cuántos cristianos dan testimonio también hoy, no con las palabras, sino con su vida radicada en una fe genuina, y son «ojos del ciego» y «del cojo los pies». Personas que están junto a los enfermos que tienen necesidad de una asistencia continuada, de una ayuda para lavarse, para vestirse, para alimentarse. Este servicio, especialmente cuando se prolonga en el tiempo, se puede volver fatigoso y pesado. Es relativamente fácil servir por algunos días, pero es difícil cuidar de una persona durante meses o incluso durante años, incluso cuando ella ya no es capaz de agradecer. Y, sin embargo, ¡qué gran camino de santificación es éste! En esos momentos se puede contar de modo particular con la cercanía del Señor, y se es también un apoyo especial para la misión de la Iglesia. (…) El tiempo que se pasa junto al enfermo es un tiempo santo. Es alabanza a Dios, que nos conforma a la imagen de su Hijo. Salir de sí hacia el hermano. A veces nuestro mundo olvida el valor especial del tiempo empleado junto a la cama del enfermo, porque estamos apremiados por la prisa, por el frenesí del hacer, del producir, y nos olvidamos de la dimensión de la gratuidad, del ocuparse, del hacerse cargo del otro. En el fondo, detrás de esta actitud hay con frecuencia una fe tibia, que ha olvidado aquella palabra del Señor, que dice: «A mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). (…) La caridad tiene necesidad de tiempo. Tiempo para curar a los enfermos y tiempo para visitarles. Tiempo para estar junto a ellos, como hicieron los amigos de Job: «Luego se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande» (Jb 2,13)” (Papa Francisco Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo 2015).


Animar y cuidar a esos cuidadores (familia, personal sanitario, voluntarios, …). Saber estar, permanecer, a disposición, esperando, sabiendo escuchar. El sólo hecho de estar, de acompañar les conforta, les ayuda a descubrir que son valiosos, ¡que aún – a pesar de una enfermedad y su dependencia – son valiosos! “Por esto, quisiera recordar una vez más «la absoluta prioridad de la “salida de sí hacia el otro” como uno de los mandamientos principales que fundan toda norma moral y como el signo más claro para discernir acerca del camino de crecimiento espiritual como respuesta a la donación absolutamente gratuita de Dios» (Papa Francisco, Exhortación “Evangelii gaudium”, 179).

Aliviar. Dar esperanza. Hay que ayudar a descubrir que hay vida, sentido y valor en el hombre que sufre. “La Iglesia se dirige siempre con el mismo espíritu de fraterna participación a cuantos viven la experiencia del dolor, animada por el Espíritu de Aquel que, con el poder de su amor, ha devuelto sentido y dignidad al misterio del sufrimiento”(Benedicto XVI, Discurso a participantes de las XXVII Conferencia Internacional del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, 17-XI-2012). “Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (Benedicto XVI, Encíclica Spe salvi, 37).

Persuadidos, además, de la gran fuerza evangelizadora de los enfermos. En la medida en que estén presentes en la vida de la parroquia, se convertirán en evangelizadores insustituibles. “Una última palabra deseo reservaros a vosotros, queridos enfermos. Vuestro silencioso testimonio es un signo eficaz e instrumento de evangelización para las personas que os atienden y para vuestras familias, en la certeza de que ninguna lágrima, ni de quien sufre ni de quien está a su lado, se pierde delante

de Dios (Ángelus, 1 de febrero de 2009). Vosotros sois los hermanos de Cristo paciente, y con El, si queréis, salváis al mundo (Concilio Vaticano II, Mensaje a los pobres, a los enfermos y a todos los que sufren)” (Benedicto XVI, Discurso a participantes de las XXVII Conferencia Internacional del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, 17-XI- 2012).

Cuestionario
¿Cómo procuramos vivir ese programa propuesto por el Papa Francisco: ayudar, consolar, aliviar, estar cerca?
¿Qué dificultades encontramos
¿Afecta al modo en que me acerco al enfermo, saber que no voy sólo, que “prolongo” de alguna manera la solicitud de Jesús por los enfermos?
Exponer luz del texto algunas consecuencias prácticas de lo que significa “consolar” a la luz del texto citado de Benedicto XVI.
MISIÓN DIOCESANA

"El VALOR SANADOR DE LA ESCUCHA"

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miércoles, 1 de mayo de 2019

PASCUA DEL ENFERMO. Identidad del voluntariado de Pastoral de la Salud

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Texto de la Sagrada Escritura
“Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Y les proponía la palabra. Y vinieron trayéndole un paralítico llevado entre cuatro y, como no podían presentárselo por el gentío, levantaron la techumbre encima de donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados». Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros: «¿Por qué habla este así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, sino solo uno, Dios?». Jesús se dio cuenta enseguida de lo que pensaban y les dijo: «¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate, coge la camilla y echa a andar”? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados —dice al paralítico—: “Te digo: levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”». Se levantó, cogió inmediatamente la camilla y salió a la vista de todos” (Mc 2, 1-12)

Reflexión
En la escena del texto evangélico hay que distinguir varios aspectos. San Marcos no nos dice si aquellos cuatro que llevan al paralítico eran amigos o no, pero es evidente que le querían, pues de lo contrario no se toman tantas molestias. La finalidad de todo lo que hacen es ponerle delante de Jesús, para que éste le sane. La motivación es clara: saben que Cristo puede sanarle y todo su empeño es ponerle frente a él. Además, aquellos cuatro que llevan al paralítico hacen muchas cosas antes de ponerle delante de Cristo para que le cure. Buscar la camilla, transportarle, salir al paso de algunas dificultades como la multitud agolpada en la puerta, poner por obra la solución que han pensado: desmontar el tejado, buscar unas cuerdas para poder descender al paralítico ante la presencia de Jesús para que le cure. Esta puede ser la historia de la labor de tantos voluntarios.

El trabajo de los voluntarios en el cuidado de cuantos padecen por la enfermedad es, por una parte, independiente de partidos e ideologías, sino que es la actualización aquí y ahora del amor que el hombre siempre necesita. El programa del cristiano - el programa de Jesús- es un «corazón que ve». Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia. El amor es gratuito; no se practica para obtener otros objetivos, por eso no dejamos de cuidar a personas que no comparten nuestra fe. Pero esto no significa que la acción caritativa deba, por decirlo así, dejar de lado a Dios y a Cristo. Siempre está en juego todo el hombre. Con frecuencia, la raíz más profunda del sufrimiento es precisamente la ausencia de Dios. Quien ejerce la caridad en nombre de la Iglesia nunca tratará de imponer a los demás la fe de la Iglesia. Es consciente de que el amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar. El cristiano sabe cuando es tiempo de hablar de Dios y cuando es oportuno callar sobre Él, dejando que hable sólo el amor. Sabe que Dios es amor (1 Jn 4, 8) y que se hace presente justo en los momentos en que no se hace más que amar. En consecuencia, la mejor defensa de Dios y del hombre consiste precisamente en el amor. Debemos reforzar esta conciencia en los voluntarios, de modo que a través de su actuación -así como por su hablar, su silencio, su ejemplo- sean testigos creíbles de Cristo. La caridad cristiana es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos para que se recuperen, los prisioneros visitados, etc. (cf. Benedicto XVI, Encíclica “Deus caritas est”, 31).

El voluntario cristiano no es un nuevo tipo de voluntario. El voluntario cristiano se distingue del voluntario social, no en lo que hace, sino en las motivaciones, en los estímulos que le vienen de la fe, en el estilo, en el talante, que es el de Jesucristo. El Dios que se nos manifiesta es Jesucristo siente como propios los dolores, las miserias y sufrimientos de los hombres. Nuestro Dios es compasivo y misericordioso, no sólo justo y solidario, y quiere que nosotros también lo seamos. (Cf. Ex 34,6). El voluntario encuentra la motivación para la caridad, en el haber sido amados por Jesucristo. Todas nuestras acciones altruistas, solidarias y compasivas nacen de la gratuidad de un “amor primero”, inmerecido e impagable de Jesucristo. Somos don del Amor de Dios manifestado en Jesucristo en orden a ser don de amor para los demás.

El mismo Espíritu que anima a Cristo es quien nos mueve. Si perdiéramos esto de vista, nuestra labor como voluntarios quedaría profundamente devaluada y sólo encontraría en la eficiencia su razón de ser y actuar. El cristiano ha recibido el Espíritu de Jesucristo para actuar, pensar y sentir como Él. Jesucristo es el voluntario por excelencia que no “vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en  redención de muchos” (Mt 20, 28). En el lavatorio de los pies (Jn 13, 1-17), Jesucristo nos ofreció y explicó una señal muy elocuente de servicio. La lectura de los Evangelios permite constatar que Jesucristo dedicó buena parte de su vida pública a atender, acompañar, cuidar, curar y promocionar a los enfermos, marginados y excluidos.

El servicio del voluntariado no es para el cristiano un privilegio, sino un deber que brota de la fe, una respuesta coherente con los compromisos bautismales, una invitación que espolea a testimoniar la fe, la esperanza y la caridad “Por medio de los laicos la Iglesia de Cristo está presente en los más variados sectores del mundo, como signo y fuente de esperanza y amor” (San Juan Pablo II, Exhortación “Christifideles laici”, 7). la Iglesia, a lo largo de su historia, se inspiró en el ejemplo de su Fundador y quiso siempre vivir el mandamiento del amor.

El trabajo del voluntario en la pastoral de la salud participa de la misión evangelizadora de la Iglesia. Misión que desarrolla en tres dimensiones. A través de la catequesis o conocimiento, profundización y difusión del mensaje de Jesús. A través de la liturgia o celebración de nuestra fe en los sacramentos. A través de la caridad o testimonio de amor de la acción caritativa, especialmente con los más necesitados. Estas tres dimensiones son necesarias y complementarias. Cada una exige a las otras. No se da auténtica evangelización si no se difunde el mensaje de Jesús, si no se celebra, si no se vive. Por ejemplo: No tendría sentido y credibilidad plena anunciar y celebrar que Jesús ama a los enfermos, y que quienes lo anuncian y celebran no amaran a los enfermos al estilo de Jesús.

Los destinatarios fundamentales de en la misión evangelizadora de la pastoral de la salud son los enfermos, sus familiares, las instituciones sanitarias, los sanitarios y cuantos trabajan en este ambiente o actividad humana, los movimientos y asociaciones y, en general, toda la comunidad, pues también se dirige a los sanos, para que todos vivan las realidades que hemos indicado según el espíritu del Evangelio y los valores del Reino de Dios.

Cuestionario
¿Qué diferencias existen entre un voluntario cristiano y un voluntario social?
¿Cuáles cristiano?
¿Qué motivaciones cuidado de los enfermos?
 Nosotros, son las motivaciones o raíces de fe para ser voluntario nos ofrece Jesucristo para ser voluntario en la el cada uno de nosotros, ¿actuamos movidos por la fe?
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