Sí, la persona toda puede quedar afectada por la pena, esa invasión, conmoción, amenaza, desorientación que nos pone en reacción. Aparecen como espectros el insomnio, el miedo, las broncas, las culpas, las ansiedades, las angustias y mil dudas y preguntas. También el tiempo se desquicia, el motor de la voluntad se apaga, los proyectos se desvanecen, el alma queda desolada. La vida pierde color y sabor.
Ha muerto el ser querido, uno solo, y el universo parece un desierto.
El sufrimiento es una flecha rápida para entrar y lenta para salir y cicatrizar. Tiene intensidad, ¡y cómo araña por dentro!, se prolonga en el tiempo, echa raíces, pasa factura en todas las dimensiones personales. Mete el dedo en la llaga de las zonas más oscuras de la existencia humana. Afecta a todos sin excepción, por el fallecimiento de los seres queridos y por el de la propia muerte; en todas las edades de la vida, incluyendo a niños, jóvenes, adultos y viejos; a nivel familiar, donde tiene especial incidencia por los vínculos afectivos; a nivel social y red de tejidos relacionales.
Todo sufrimiento tiene que ser “duelado” hasta cicatrizar. Si sufrimiento es lo que una herida, provocada por cualquier causa “trabaja” con un doliente, ¡y bien que machaca por dentro y por fuera!, elaboración de duelo es lo que el “dueliente” trabaja consigo mismo cuando sufre. Por tanto, toda aflicción necesita su tratamiento de duelo, un arduo proceso, utilizando todos los recursos internos, comunitarios y de la gracia para aceptar, resistir, resilienciar, sanar y sacar provecho de la herida misma, como auténticos sanadores heridos.
PASTORAL DEL DUELO: DESAFÍO HUMANO Y EVANGELIZADOR
La Iglesia, madre y maestra, sacramento de salud-salvación, posada de hospitalidad y consuelo en el Espíritu, debe ver en los dolientes, heridos por la muerte de seres queridos, destinatarios privilegiados de su especial solicitud, especialmente en padecimientos que desgarran el corazón, desconciertan la mente y llevan a muchos a verdaderas crisis de “periferia existencial”.
La persona herida necesita ternura, escucha, presencia, compañía, donación de tiempo, calor, luz, empatía, orientación, amor, fe, esperanza, a Dios, en un acompañamiento cualificado y metódico, tarea de la pastoral del duelo, ejercida por buenos samaritanos, eficazmente compasivos y expertos en el arte de ayudar en tiempos de hondo pesar.
La pastoral del duelo es todo un desafío evangelizador, urgencia y riqueza para la Iglesia; expresión de la compasión y esperanza con rostro del Resucitado; apostolado de misericordia y consolación incardinado en el corazón mismo de las bienaventuranzas del Reino proclamado por Jesús. Es una gran ocasión, un ministerio que no puede defraudar a los fieles, pues su ausencia los dejaría abandonados en el desierto de mayor abatimiento de su vida. Es una óptima catequesis y evangelización del misterio pleno de Cristo; educadora de la existencia humana, de la muerte y de la vida eterna, en unos momentos desafiantes por la tabuización de la muerte, la desritualización, la secularización y la pérdida de la práctica religiosa y visión transcendente.
La pastoral de duelo es un caminoéxodo, un proceso de “respuestas largas”, que necesita superar resistencias internas, y contar con mucha paciencia, competencia profesional, pedagogía y habilidades relacionales; y con mucho y sano conocimiento teológico y bíblico.
Es ésta una pastoral que tiene un campo expedito propio, natural y esperado a nivel parroquial y diocesano. Y todavía más: es reclamada por los fieles y está llena de potencialidades ad intra y ad extra del mundo eclesial, sin olvidar su presencia en los nuevos púlpitos, como es el “mundo digital”.
El Papa Francisco nos exhorta: «La Iglesia está llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención» (Misericordiae vultus 15).
PASTORAL DEL DUELO: UN PROYECTO ORGÁNICO DE IGLESIA
La pastoral del duelo expresa el amor del Padre y transmite la consolación del Espíritu Santo. Jesús, con su praxis, docencia y vivencia personal, elaborando su propia muerte, es el artesano de la pastoral del duelo, su exemplum y sacramentum.
El Señor visitó a una familia en su casa, donde había muerto la hija de doce años; a una viuda con su único hijo joven muerto, camino al cementerio; a dos amigas, con su hermano recién enterrado; y coadyuvó a un proceso de duelo con dos discípulos muy heridos, camino a Emaús.
La presencia y acción, el anuncio y testimonio de la pastoral del duelo se iluminan con la pasión, trabajo de duelo, muerte y resurrección del Señor Jesús, barco, faro y puerto de esta pastoral.
Cuidar, sanar, sanear y salvar al doliente/sufriente es misión de toda la Iglesia, sacramento de salud-salvación: comunidad, comunicación y comunión. La experiencia del sufrimiento/duelo es transversal a la vida de todos y cada uno de los fieles, a toda la Iglesia y a todas sus pastorales: de la salud, catequética, exequias, litúrgica, homilética...
Esta pastoral se ejerce antes, durante y después de la muerte, teniendo carácter informativo y formativo; preventivo, asistencial y rehabilitador; catequético y evangelizador.
Con carta de ciudadanía parroquial y diocesana, se realiza esta pastoral organizadamente, en equipo, a través de competentes y empáticos agentes pastorales. Ha de estar en la currícula de los estudios sacerdotales y en la de los agentes pastorales.
Es un ministerio “de salida”, “hospital de campaña”, insertado en la koinonía, diaconía, kerigma y liturgia de la Iglesia, enriquecido por la guía y testimonio de tantos modelos de elaboración positiva de duelo. Educa en el sentido de la vida, del sufrimiento, de la felicidad, de la esperanza, de la muerte y de la vida eterna.
Camino de la pastoral del duelo: del sufrimiento a la aceptación, a la sanación, al crecimiento, a la madurez, a vivir como resucitados, a la santidad.
CON PRESENCIAS PASTORALES ANTIGUAS Y NUEVAS
Ya sabemos que la pastoral del duelo para acompañar a cicatrizar una herida desde todas y cada una de las dimensiones de la persona, con los auxilios humanos y divinos, se realiza antes de la muerte, (con un trabajo de duelo psicoeducado en las realidades de la vida, amor y muerte, hecho con tiempo, y con un trabajo de duelo anticipado, cuando ya se prevé la muerte inminente), durante la agonía y fallecimiento, y después de la muerte, en el velatorio y exequias; y posteriormente, cuando el aguijón de la pena se hace sentir con fuerza.
Junto a los recursos tradicionales de celebración y acompañamiento pastoral, hoy se ve necesario nuevas presencias y acciones. Entre ellas, potenciar el valor consolador, sanante y evangelizador del aporte comunitario de nuestra fe, esperanza y caridad.
Conversatorios y conferencias en Medios de Comunicación disponibles, y celebraciones comunitarias más frecuentes, para todas las edades, bien preparadas, con un lenguaje y mensaje oportunos, son un buen recurso pastoral
. El ministerio de escucha parroquial en duelo, tanto individualizado como comunitario, llevado a cabo por sacerdotes, diáconos y agentes pastorales compasivos y capacitados, y los Grupos Parroquiales de Mutua Ayuda en Duelo, para sufrimientos de gran intensidad y prolongación, son iniciativas hoy en día imprescindibles.
El Grupo Parroquial de Mutua Ayuda en Duelo “RESURRECCIÓN” ya viene funcionando en parroquias de varios países desde 1993, dando resultados óptimos. Cuenta con una Guía de Coordinadores, rica experiencia por su trayectoria, abundante bibliografía y capacitación permanente de los coordinadores con un perfil humano, técnico, espiritual y pastoral definido, que han pasado por la experiencia del sufrimiento y lo han elaborado, capacitados en las artes de liderazgo de grupos y de relación de ayuda multidimensional.
Padre Mateo Bautista. Religioso Camilo