UN SACRAMENTO
PARA LOS ENFERMOS
UNA REALIDAD INELUDIBLE
La enfermedad y el sufrimiento que ella conlleva, se han contado siempre entre los problemas que nos aquejan a los seres humanos. En la enfermedad experimentamos nuestra debilidad y nuestra finitud. Toda enfermedad nos deja entrever la muerte como una realidad ineludible.
La experiencia nos muestra que la enfermedad puede llevarnos a la angustia, al repliegue sobre nosotros mismos, y a la rebelión contra Dios. Pero también puede hacer todo lo contrario: conducirnos a la madurez, ayudarnos a descubrir lo que es realmente valioso en la vida, e impulsarnos a una relación más íntima y profunda con el Señor.
JESÚS Y LOS ENFERMOS
Los evangelios destacan la compasión de Jesús por los enfermos, y nos narran multitud de milagros suyos en favor de quienes vivían atados a toda clase de dolores y sufrimientos. Las curaciones que Jesús realizaba eran signo de la venida del Reino de Dios, y anunciaban una curación más radical: su victoria definitiva sobre la muerte y el pecado.
“Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente” (Mateo 4, 23).
Más adelante, Jesús comunicó a sus discípulos su poder sanador. San Marcos nos lo cuenta:
“Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros… Ellos fueron entonces a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo” (Marcos 6, 7.12-13).
LA IGLESIA Y LOS ENFERMOS
Después de la muerte y resurrección de Jesús, siguiendo las enseñanzas de su Maestro, los apóstoles establecieron un rito propio en favor de los enfermos, tal como nos lo refiere el apóstol Santiago en su carta:
“… si alguien está enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia, para que oren por él y lo unjan con óleo en el nombre del Señor. La oración que nace de la fe salvará al enfermo, el Señor lo aliviará, y si tuviera pecados, le serán perdonados” (Santiago 5, 13-15).
La Tradición de la Iglesia ha reconocido en este rito, el sacramento de la Unción de los enfermos.
LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS
El Concilio Vaticano II nos dice qué es y cómo obra en quien lo recibe, el sacramento de la Unción de los enfermos, que antes llamábamos Extremaunción:
“Con la sagrada unción de los enfermos y con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado, para que los alivie y los salve. Incluso los anima a unirse libremente a la pasión y muerte de Cristo; y contribuir así al bien del pueblo de Dios” (Constitución dogmática sobre la Iglesia N. 11)
SIGNOS Y ACCIONES SIMBÓLICAS EN EL RITO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS
Los signos y acciones simbólicas empleados en el sacramento de la Unción de los enfermos, están íntimamente relacionados con las acciones de Jesús, y de sus discípulos en la Iglesia primitiva.
El signo del sacramento es el Óleo de los enfermos, que es aceite de oliva, bendecido especialmente por el obispo en la Misa Crismal, y luego entregado a los sacerdotes de las diversas parroquias. La Misa Crismal se celebra cada año, antes de la Semana Santa, en la iglesia catedral de cada diócesis o arquidiócesis.
De manera semejante a como hacía Jesús cuando le llevaban un enfermo para que lo curara, el sacerdote ora por el enfermo y lo unge con el Óleo consagrado en la frente y en las manos, haciendo la señal de la cruz, mientras le dice la fórmula sacramental:
“Por esta santa unción, y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad”.
El poder del Espíritu Santo hace eficaz la oración y las palabras del sacerdote.
QUIÉN PUEDE RECIBIR LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS
La Unción de los enfermos no es un sacramento sólo para quienes están ya inconscientes o han entrado en agonía. Todo lo contrario. Como es un sacramento que fortalece la vida, un sacramento que comunica vida, se considera tiempo oportuno para recibirlo, cuando el cristiano empieza a estar “en peligro de muerte”, ya sea por una enfermedad larga e irreversible, o por una enfermedad grave, o, simplemente, por vejez. También es apropiado recibirla antes de una cirugía importante.
EFECTOS DEL SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS
La Unción de los enfermos comunica a quien la recibe, una gracia especial de consuelo, de paz y de ánimo, que lo ayuda a vencer las dificultades propias de su enfermedad, o de la fragilidad de la vejez. Además de dar la salud del alma, puede también producir la salud del cuerpo, si esa es la Voluntad de Dios.
En segundo lugar, perdona al enfermo sus pecados, si no ha recibido el sacramento de la Penitencia por un motivo grave, como serían la inconsciencia, la debilidad, la incapacidad para hablar, en fin.
Y en tercer lugar, permite al enfermo, unirse muy íntimamente, con su enfermedad, a la Pasión y Muerte de Jesús. La enfermedad adquiere entonces un valor que la supera, y se hace participación en la obra salvadora de Dios.
Como sucede con todos los sacramentos, la Unción de los enfermos exige también, en la
medida de lo posible, por sus condiciones particulares, disponibilidad interior para recibirlo. La gracia del sacramento obra en quien lo recibe, según esta disponibilidad y apertura a la acción amorosa de Dios.
Recibir el sacramento de la Unción, compromete a quien lo recibe – y le da las gracias para ello – a sufrir con fe y con paciencia, los dolores de su enfermedad o las debilidades y limitaciones propias de su vejez, unido íntimamente a los sufrimientos de Jesús Crucificado, humillado y dolorido, por amor a nosotros.
ORACIÓN DE UN ENFERMO
Señor Jesús, estoy delante de ti, con todos mis sufrimientos y dolores. Tú los conoces y sabes que son mi pan de cada día y cada noche.
Es difícil para mí, Señor, vivir en paz y con amor, esta etapa de mi vida. Sentir que a pesar de ella, sigo siendo un ser humano íntegro, y que, por lo tanto, debo aceptarla y acogerla con amor, como parte importante de mi ser.
Por eso, Señor, acudo a ti, para ponerla en tus manos y pedirte que me ayudes a darle un sentido y un valor especiales. El valor y el sentido que tú le has dado, y que yo debo acoger y desarrollar según mi situación personal. Quiero, Señor, que nada de lo mucho que siento y de lo poco que puedo realizar, se desperdicie por mi indiferencia o por mi cobardía.
Te entrego, Señor, los sentimientos de soledad, de miedo, de tristeza, de angustia y de abandono, que me agobian y me hacen decaer hasta el punto de desear la muerte para que todo termine.
Te entrego los dolores de mi cuerpo físico, que me ponen en visible desventaja frente a los demás.
Te entrego los años que he vivido, y todas y cada una de mis realizaciones; y también los días, meses, o años, que me faltan por vivir, aquí en este mundo.
Porque estoy convencido de que si todavía estoy aquí en el mundo, es porque tú lo quieres, y .sé con absoluta certeza, que lo que me falte por vivir en medio de los míos, es un regalo para ellos y para mí, y una oportunidad para amarte y bendecirte. Amén.