martes, 20 de noviembre de 2018

¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!



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1.- Oración introductoria.
Hoy, Señor, vengo a la oración a pedirte lisa y llanamente lo que te pidió aquel ciego que estaba al borde del camino: ¡Señor, que vea! Que vea mi limitación, mi fragilidad, mi pobreza. Que vea que yo solo no puedo caminar y te necesito. Que vea que Tú estás en mis hermanos y los ame. Que vea que Tú estás presente en el corazón del mundo y te alabe.

2.- Lectura reposada del evangelio Lucas 18, 35-43
En aquel tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el Nazareno y empezó a gritar, diciendo: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: ¿Qué quieres que te haga? Él dijo: ¡Señor, que vea! Jesús le dijo: Ve. Tu fe te ha salvado. Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.

3.- Qué dice el texto.
Meditación-reflexión
Aquel ciego había perdido la vista, pero no el oído. Había oído cosas maravillosas de Jesús. Tampoco había perdido el habla para poder exponerle a Jesús su problema. Ni el grito de su garganta cuando pretendían que se callase. Muchas veces nos quejamos de todo lo que nos falta y nunca caemos en la cuenta de lo que podemos hacer con lo que todavía nos queda. Con los sentidos que le quedaban sanos fue a Jesús y le devolvió la vista. Con los nuevos ojos estrenó una nueva vida. No se marchó a su casa a hacer su vida, sino que siguió a Jesús por el camino. De oyente de Jesús se convirtió en “seguidor” de Jesús. Y, de tal manera hablaba de Jesús, que contagió a todo el pueblo. No se limitó a ser un cristiano del montón, sino que se convirtió en apóstol. Toda mi vida está tejida de grandes favores y gracias de Dios. ¿Qué más debe hacerme Dios para salir de mi rutina, de mi pereza, de mi vulgaridad? Tal vez el milagro de la vista. Que vea la vida con ojos nuevos, que siga a Jesús por el camino que Él me marca y no por el que yo quiero ir. Que sea un cristiano más convencido, más audaz, más entusiasta, más misionero.

Palabra del Papa
Él lo ha prometido: eh aquí la piedra angular sobre la que se apoya la certeza de una oración. Con esta seguridad nosotros decimos al Señor nuestras necesidades, pero seguros de que Él pueda hacerlo. Rezar es sentir que Jesús nos dirige la pregunta del ciego: ¿tú crees que puedo hacer esto? Él puede hacerlo. Cuando lo hará, como lo hará no lo sabemos. Esta es la seguridad de la oración. La necesidad de decir la verdad al Señor. ‘Soy ciego, Señor. Tengo esta necesidad. Tengo esta enfermedad. Tengo este pecado. Tengo este dolor…’, pero siempre la verdad, como es la cosa. Y Él siente la necesidad, pero siente que nosotros pedimos su intervención con seguridad. Pensamos si nuestra oración es de necesidad y es segura: de necesidad porque nos decimos la verdad a nosotros mismos, y segura, porque creemos que el Señor puede hacer aquello que le pedimos. (Cf. S.S. Francisco, 6 de diciembre de 2013, homilía en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto (Silencio)
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5.- Propósito. Hoy daré gracias a Dios por tantos regalos que me ha hecho en mi vida

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor, hoy siento envidia de este cieguecito. Tenía deseos de estar contigo, te buscaba, te deseaba, te necesitaba. Y, cuando fue curado por ti, ya no te dejó. Te siguió por el camino. Y el camino era el de la Cruz. Ante la muerte en la Cruz te abandonaron tus discípulos, pero este ciego ya no te abandonó sino que te siguió hasta el final. Fue tu discípulo, no sólo con palabras sino con el testimonio de su vida.
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