viernes, 15 de mayo de 2020

LA PASCUA DEL ENFERMO, 17 DE MAYO

 




“Acompañar en la soledad”
«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11, 28

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“Acompañar en la soledad” es el lema de la Jornada Mundial del Enfermo 2020.  En España tiene dos momentos: el 11 de febrero, festividad de Nuestra Señora de Lourdes, es el Día del enfermo, de carácter mundial. La Iglesia en España celebra el 17 de mayo la Pascua del enfermo. 
El Dicasterio para la Promoción Humana Integral de la Persona nos propone como tema para la Jornada Mundial del Enfermo del 11 de febrero: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11, 28). En España, acogiendo este tema, “nos proponemos fijarnos en una de las causas de ese cansancio que piden ser aliviadas: la soledad. Con sólo echar una vista a los datos de la soledad nos damos cuenta que tiene las dimensiones de una auténtica epidemia. Según el Instituto Nacional de Estadística, se estima que en España hay 4,7 millones de hogares unipersonales. Dos millones de personas mayores de 65 años viven solas. Más de 850.00 mayores de 80 años viven solos y muchos presentan problemas de movilidad. Solo estas cifras son un dato preocupante. Si además sumamos, entre otras formas de soledad, la de quienes están ingresados en los hospitales o la de las familias con miembros con una enfermedad mental grave, por ejemplo, descubrimos lo acuciante de reflexionar para buscar el modo de aliviar tanta soledad”, se explica en la presentación de los materiales.

Mensaje de la Comisión Episcopal para la Pastoral Social y Promoción Humana
Pascua del Enfermo, 17 de mayo de 2020
Acompañar en la Soledad
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28)
La Campaña del Enfermo de este año está enmarcada en una pandemia que está siendo fuente de un gran sufrimiento. En un momento tan doloroso como el que estamos viviendo por el COVID-19, esta invitación de Cristo de acudir a él en busca de esperanza, de consuelo y alivio, resuena con más fuerza para que profundicemos en el misterio de su persona y participemos de su Pascua, de su muerte y resurrección. De este modo, podremos acompañar a cuantos sufren por esta pandemia con la esperanza que procede de Cristo resucitado.
1. Estas palabras de Cristo, como recuerda el papa Francisco, en su Mensaje con ocasión de la Jornada del enfermo, nos “indican el camino misterioso de la gracia que se revela a los sencillos y que ofrece alivio a quienes están cansados y fatigados. Estas palabras expresan la solidaridad del Hijo del hombre, Jesucristo, ante una humanidad afligida y que sufre. ¡Cuántas personas padecen en el cuerpo y en el espíritu! Jesús dice a todos que acudan a Él, «venid a mí», y les promete alivio y consuelo”.
2. “El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor (…) El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar” (Papa Francisco, Homilía en la Bendición Urbi et orbi especial, 27/03/2020)
3. Estas palabras suponen un impulso a salir de nosotros mismos para acompañar a tantos como están sufriendo las consecuencias de esta pandemia. Tanto a los enfermos como a cuantos nos cuidan en estos momentos de especial dificultad. Nos impulsan a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita.
4. Hemos de hacer memoria de nuestra esperanza para darla al mundo, especialmente a los que sufren. “Se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino” ( Benedicto XVI, Enc. Spes salvi, 1).
5. El Papa Francisco nos hacía caer en la cuenta “que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos” (Homilía en la Bendición Urbi et orbi especial, 27/03/2020). En estos días hemos sido testigos de la necesidad que tenemos todos de ser cuidados, de la mutua dependencia, de la necesidad de ser
acompañados y consolados. En el camino nos hemos encontrado con muchos “buenos samaritanos”, pero no podemos bajar la guardia pensando que el problema ya está solucionado. Hemos de mantenernos en ese impulso que, de manera sutil y secreta, el Espíritu Santo suscita en tantos corazones. La transmisión del virus, además de la enfermedad y la muerte de tantas personas conocidas y queridas, nos trae también nuevas situaciones de pobreza como consecuencia de la pérdida de muchos puestos de trabajo. Tocará acompañar otra soledad, no menos dolorosa.
6. Pero la resurrección de Cristo nos permite mirar ese futuro difícil con esperanza. “No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su nombre en toda la tierra” (Benedicto XVI, Vigila Cuatro Vientos, JMJ Madrid, 20-VIII-2011).
7. Los sacerdotes, diáconos, persones idóneas, agentes y equipos parroquiales de la pastoral de la salud, contribuís con vuestra misión a que el Señor continúe acogiendo y aliviando a todos los enfermos, cansados y agobiados. Gracias a todos por vuestro generoso servicio y que el Señor Jesús os fortalezca y sea vuestro sustento para seguir el camino.
Con nuestro afecto fraternal y nuestra bendición.
✠ Atilano Rodríguez Martínez
Obispo de Sigüenza-Guadalajara
Presidente
de la Comisión Episcopal para la Pastoral Social y Promoción Humana
✠ Juan Carlos Elizalde Espinal
Obispo de Vitoria
Presidente Subcomisión Episcopal Migraciones y Movilidad Humana
✠ Jesús Fernández González
Obispo auxiliar de Santiago de Compostela
Presidente Subcomisión Episcopal  Acción Caritativa y Social
✠ Luis Quinteiro Fiuza
Obispo de Tui-Vigo
✠ Xavier Novell Gomà
Obispo de Solsona
✠ Francesc Pardo Artigas
Obispo de Gerona
✠ Abilio Martínez Varea
Obispo de Osma-Soria
✠ José Cobo Cano
Obispo auxiliar de Madrid
✠ Antonio Algora Hernando
Obispo emérito de Ciudad Real
✠ Ciriaco Benavente Mateos
Obispo emérito de Albacete
✠ Alfonso Milián Sorribas
Obispo emérito de Barbas 

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                                                       REFLEXIÓN

Acompañar en la soledad, Pascua del Enfermo en tiempo de coronavirus


El director del Servicio diocesano de Pastoral de la Salud, y capellán del Complejo Asistencial de Salamanca, Fernando García Herrero, reflexiona en este artículo sobre el acompañamiento en la soledad, tema de la formación de la Pastoral de la Salud y de la Campaña del Enfermo 2020, que concluye este domingo, 17 de mayo, con la celebración de la Pascua del Enfermo. Una campaña que se ha visto alterada por la pandemia de la Covid-19, y que ha generado nuevas formas de soledad.

Acompañar en la soledad


“Acompañar en la soledad”, este lema nos convocó a las jornadas de Pastoral de la Salud en septiembre de 2019. Nos pusimos a estudiar el fenómeno de la soledad, sus dimensiones, sus causas, las respuestas… El lema responde a la invitación del Señor en el Evangelio de Mateo: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, y yo os consolaré”. Una de las causas de este cansancio es la soledad, esa soledad dañina, no deseada, que nos va robando vida y ganas de vivir.
No teníamos ni idea de lo que nos esperaba. A mitad de curso nos sorprendió esta terrible turbulencia, brutal, ciega e incontrolada, que a todos nos confinó, nos redujo, nos paralizó, y a muchos de los nuestros los atacó, jugó cruelmente con ellos, los zarandeó… Y a otros muchos, nos los arrebató, algunos directamente, y otros muchos, como consecuencia de esta tristeza del vivir, que nos disminuye, nos va vaciando de motivos y nos lleva a la rendición biológica y existencial.
Y en esta dura prueba, ¡cómo se ha acrecentado y agigantado la soledad! Cuántas nuevas formas de soledad, que apenas sospechábamos que sólo unos pocos desventurados podrían padecer… Pero no, nos puede tocar a cualquiera, independientemente de la condición, edad, fortaleza o debilidad…

Soledad

La soledad de los combatientes de primera fila, que se han entregado, venciendo dudas y miedos, sacando lo mejor de sí mismos, todo el personal sanitario, especialmente. Todos muy acompañados por los aplausos y formando piña, animándose mutuamente, pero viviendo tantos momentos dramáticos de soledad en sus decisiones íntimas.
La soledad de los afectados en sus casas, solos con sus pensamientos y temores, o conviviendo sin convivir, aislados de los suyos, con el temor de contagiar a sus seres más queridos.
La soledad de los hospitalizados, aislados en sus habitaciones, sin más compañía que el rumor de sus pensamientos y la presencia cercana y vigilante de los que se dedican a su cuidado y atención.
La soledad de los que están en las UCIS, controlados escrupulosamente por multitud de ingenios electrónicos, siempre bajo la atenta vigilancia de los sanitarios intensivistas, pero combatiendo el combate extremo, en la soledad interior más estricta, privados, a veces, hasta de la compañía de su propia conciencia.
Y a todos ellos les está llegando, muchos sin saber de dónde les llega, la suave palabra: “Venid a mí, y yo os consolaré”. Sí, todos los que acompañan, cuidan, se entregan, se agotan y deciden a su favor, son transmisores vivos de ese alivio que el Señor deja en nuestras manos, corazón y decisiones. Todos. Sin saberlo. Sin valorarlo (es nuestro trabajo dicen). Sin darse importancia. Sin ser conscientes de que en la extremada entrega de su mejor saber y hacer, están llevando un consuelo, una presencia que va más allá de ellos mismos. Los transciende y se convierte en sacramento del consuelo y la presencia del Señor.

Entrega

En esta inmensa multitud bienhechora van muchísimos. Médicos, personal de enfermería, auxiliares, limpiadoras, directivos de nuestros centros… Pero también personal de ambulancias (los primeros que reciben al enfermo), vigilantes, personal de acogida, gestores de casos, agentes sociales… Y tantísimas personas anónimas en las residencias de ancianos (tan injusta y despiadadamente tratadas por jueces ciegos), que han arriesgado todo, dando mucho más de lo posible.
Y las familias. Éste es otro silencioso grupo de soledades hondas, que alcanzan dimensiones insospechadas. Las familias de quienes están confinados en su habitación, dentro de su propia casa. Las familias de los sanitarios, muchos de los cuales, temiendo un posible contagio, han tomado la dolorosa decisión de interrumpir la convivencia con los suyos.
Las familias de los hospitalizados, rotas en su interior por no poder acompañar a sus enfermos. Las familias de los que están en las UCIS, completamente privados de su presencia, salvo alguna comunicación telemática esporádica. Todas ellas pendientes de la llamada diaria, del ansiado y temido parte del estado de la salud y la evolución del enfermo.
Y está el grupo de quienes creo que han vivido la soledad y tristeza más hondas, y que han recibido con más fuerza y evidencia la promesa del Señor: “Yo os consolaré”. Los que han combatido el último combate en esa soledad última, que es la de todos, pero que esta gran desgracia los ha privado hasta de la mano amorosa, que hace llegar el mensaje del amor definitivo: “Te vas, pero contigo y conmigo te quedas”. Ni eso. Sí, la última soledad es soledad total, aun con presencia, pero aquí lo ha sido sin presencia amada. Ahí, especialmente ahí, cuando ya no hay mediaciones, Él nos dice: “No tengas miedo, yo estoy aquí, contigo, más visible y presente que nunca me sentiste. Cuando ninguno de los tuyos puede estar, yo estoy contigo, no temas“.
Y en el entorno de estos hermanos, los victoriosos combatientes del último combate, están los que aquí quedan tristes, con triple tristeza y soledad: la de la partida de los suyos, la de no haber podido acompañarlos en la batalla final, la de no haber podido llorar juntos su partida, ni compartir el dolor (sólo el silencio, el misterio y la noche que nos envuelve, en espera de la luz), ni celebrar su despedida, ni vivir el duelo de forma normal.
Cuánto hondo dolor, cuánto interior silencio, cuánta soledad profunda… También aquí su íntima voz resuena: “Yo os consolaré”.
Tarea grande y larga tenemos todos por delante, para hacer verdad sacramental y visible estas verdaderas y necesarias palabras de vida: “Yo os consolaré”

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