Aula Pablo VI, 3 de marzo de 2018
"La ternura es la llave y la medicina preciosa para los enfermos"
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Me alegra encontraros
y, en primer lugar, me gustaría expresar mi gratitud y mi estima por el trabajo
tan valioso que lleváis a cabo para muchas personas y para el bien de toda la
sociedad. ¡Gracias, muchas gracias!
Saludo cordialmente a
la Presidenta y a toda la Federación Nacional de los Colegios de las
Profesiones de Enfermería que vosotros representáis hoy aquí. Aunque proviene
de una larga tradición asociativa, esta Federación se podría decir “recién
nacida” y ahora está dando sus primeros pasos. Su constitución, confirmada por
el Parlamento italiano hace unos días, destaca el valor de las profesiones de
enfermería y garantiza que se valorice más vuestra profesionalidad. Con casi
450 mil miembros, sois la asociación profesional italiana más grande y
representáis una referencia también para otras categorías de profesionales.
Vuestro camino común hace posible no solamente que tengáis una sola voz y una
mayor fuerza contractual, sino, sobre todo, que compartáis los valores e
intenciones que subyacen a vuestro trabajo.
Es verdaderamente
irremplazable el papel de los enfermeros
en la asistencia de los pacientes. Como ningún otro, el enfermero tiene una
relación directa y continua con los pacientes, los cuida todos los días,
escucha sus necesidades y entra en contacto con su cuerpo, que cuida. Es
peculiar vuestro enfoque de los cuidados, ya que os hacéis cargo de las
necesidades integrales de las personas, con esa atención característica que reconocen
los pacientes, y que es una parte fundamental del proceso de restablecimiento y
curación.
El Código deontológico
internacional de enfermería, en el que también se inspira el italiano,
identifica cuatro tareas fundamentales
de vuestra profesión: “promover la salud, prevenir la enfermedad, restablecer
la salud y aliviar el sufrimiento” (Introducción). Se trata de funciones
complejas y múltiples, que afectan a todas las áreas de los cuidados, y que se
llevan a cabo en colaboración con otros profesionales del sector. El carácter
tanto curativo como preventivo, rehabilitador y paliativo de vuestra acción
requiere de vosotros un alto nivel de profesionalidad, lo cual lleva aparejada
la especialización y la actualización, debido a la evolución constante de la
tecnología y de los cuidados.
Sin embargo, esta profesionalidad no solo se manifiesta
en la esfera técnica, sino también, y quizás aún más, en el ámbito de las
relaciones humanas. Al estar en contacto con los médicos y familiares, así como
con los enfermos, os convertís, en los hospitales, en las clínicas y en los
hogares, en el cruce de caminos de miles de relaciones que requieren atención,
experiencia y consuelo. Y es precisamente en esta síntesis de habilidades
técnicas y sensibilidad humana donde se manifiesta plenamente el valor y el
carácter precioso de vuestro trabajo.
Al cuidar a mujeres y
hombres, niños y ancianos, en todas las etapas de su vida, desde el nacimiento
hasta la muerte, participáis en una escucha continua, encaminada a comprender
cuáles son las necesidades de ese enfermo, en la etapa que está atravesando. De
hecho, frente a la singularidad de cada situación, nunca es suficiente seguir una
fórmula, sino que se requiere un continuo -¡y fatigoso! – esfuerzo de
discernimiento y atención a la persona individual. Todo esto hace de vuestra
profesión una misión verdadera y propia,
y de vosotros “expertos en humanidad”, llamados a realizar una tarea
irremplazable de humanización en una sociedad distraída, que demasiado a menudo
deja en sus márgenes a las personas más débiles, y se interesa solamente de los
que “valen” o cumplen con los criterios de eficiencia o de ganancia.
¡Que la sensibilidad
que adquirís estando día a día en contacto con los pacientes haga de vosotros promotores de la vida y la dignidad de las
personas! Sed capaces de reconocer los límites correctos de la técnica, que
nunca pueden convertirse en un absoluto y relegar la dignidad humana a un
segundo plano. Prestad atención al deseo, que a veces no se expresa, de
espiritualidad y asistencia religiosa, que representa para muchos pacientes un
elemento esencial de sentido y de serenidad de la vida, aún más urgente en la
fragilidad debida a la enfermedad.
Para la Iglesia los
enfermos son personas en las que está presente de manera especial Jesús que se
identifica con ellos cuando dice: “Estaba
enfermo y me visitasteis”. En todo su ministerio Jesús estuvo cerca de los
enfermos, se acercó a ellos con amor y curó a tantos. Cuando se encuentra con
el leproso que le pide que lo cure, tiende la mano y lo toca (cfr. Mt 8 2-3).
No debemos dejar que se nos escape la importancia fundamental de este sencillo
gesto: la ley mosaica prohibía que se tocase a los leprosos y les impedía que
se acercasen a los lugares habitados. Jesús, sin embargo, va al corazón de la
ley, que encuentra su compendio en el amor al prójimo y, tocando al leproso,
reduce la distancia con él para que no esté separado de la comunidad de los
hombres y perciba, a través de un gesto sencillo, la cercanía de Dios mismo.
Así, la curación que Jesús le da, no es solamente física, sino que llegue al
corazón, porque el leproso no solo fue curado sino que también se sintió amado.
No os olvidéis de la “medicina de las caricias”: ¡es muy
importante! Una caricia, una sonrisa, están llenas de significado para el
enfermo. Es un gesto simple, pero lo anima, hace que se sienta acompañado,
siente que la curación se acerca, se siente persona, no un número. No os
olvidéis.
Estando con los
enfermos y ejerciendo vuestra profesión, vosotros mismos tocáis a los enfermos
y, más que cualquier otro, cuidáis su cuerpo. Cuando lo hagáis acordaos de cómo
Jesús tocó al leproso: de una manera que no fue distraída, indiferente o
molesta, sino atenta y amorosa, que le hizo sentirse respetado y cuidado.
Haciendo así, el contacto que se establece con los pacientes les da como una
reverberación de la cercanía de Dios Padre, de su ternura por cada uno de sus
hijos. Precisamente la ternura: la
ternura es la “clave” para entender a los enfermos. Con la dureza no se
entiende al enfermo. La ternura es la clave para entenderlos y también es una
medicina preciosa para su curación. Y la ternura pasa del corazón a las manos,
pasa por un “tocar” las heridas lleno de respeto y amor.
Hace años, un
religioso me dijo que la frase más conmovedora que le habían dirigido en su
vida era la de un paciente que él había asistido en la fase terminal de su
enfermedad. “Gracias, padre”, le había dicho, “porque siempre me ha hablado de
Dios, incluso sin mencionarlo”: la ternura hace esto. Aquí está la grandeza del
amor que dirigimos a los demás, que lleva escondido en sí, aunque no lo
pensemos, el mismo amor de Dios.
Nunca os canséis de
estar cerca de las personas con este estilo humano y fraterno, encontrando
siempre la motivación y el impulso para llevar a cabo vuestra tarea. Tened cuidado, sin embargo, de no gastaros casi hasta consumiros,
como sucede si se está involucrado en la relación con los pacientes hasta el
punto de hacerse absorber, viviendo en primera persona todo lo que les sucede.
El vuestro es un trabajo cansado, además de estar expuesto a riesgos, y el
involucrarse excesivamente, junto con la dureza de las tareas y los turnos, podría
haceros perder la frescura y la serenidad que necesitáis. ¡Tened cuidado! Otro
elemento que hace que desempeñar vuestra profesión sea oneroso y en ocasiones
insostenible es la falta de personal,
que no ayuda a mejorar los servicios ofrecidos, y que una buena administración
no puede considerar en modo alguno como una fuente de ahorro.
Consciente de la
exigente tarea que lleváis a cabo, aprovecho esta oportunidad para exhortar a
los pacientes a que nunca den por descontado lo que reciben de vosotros. También
vosotros, enfermos, prestad atención a
la humanidad de los enfermeros que os asisten. Pedid sin exigir; no
esperéis solo una sonrisa, sino ofrecedla también a quienes se dedican a
vosotros. En este sentido, una anciana me dijo que, cuando va al hospital para
los cuidados que necesita, está tan agradecida a los médicos y a los enfermeros
por su trabajo, que trata de ponerse elegante y guapa para devolverles a su vez
algo. Nadie, pues, dé por sentado lo que los enfermeros hacen por él o ella,
sino que alimente siempre por vosotros el sentido de respeto y gratitud que se
os debe. Y con vuestro permiso, me gustaría rendir homenaje a una enfermera que
me salvó la vida. Era una monja enfermera: una monja italiana, dominica, a la
que mandaron a Grecia como profesora, muy culta… Pero siempre como enfermera
vino después a Argentina. Y cuando yo, con veinte años, estaba a punto de
morir, fue ella la que dijo a los médicos, también discutiendo con ellos: “No,
esto no va, hay que darle más”. Y gracias a estas cosas, sobreviví. ¡Se lo
agradezco tanto! Se lo agradezco. Y quisiera mencionarla aquí, ante vosotros:
Sor Cornelia Caraglio. Una mujer buena, valiente, hasta llegar a contradecir a
los médicos. Humilde, pero segura de lo que hacía. ¡Y tantas vidas se salvan
gracias a vosotros! Porque estáis todo el día allí, y veis lo que le pasa al
enfermo. Gracias por todo esto.
Mientras os saludo,
expreso mi esperanza de que el Congreso, que celebraréis en los próximos días,
sea una fructífera ocasión para reflexionar, confrontar y compartir. Invoco la
bendición de Dios sobre todos vosotros; y vosotros también, por favor, rezad
por mí.
Y ahora, en silencio,
porque sois de diversas confesiones religiosas, en silencio recemos a Dios,
Padre de todos nosotros, para que nos bendiga.
¡El Señor bendiga a
todos vosotros y a los enfermos a los que cuidáis!
¡Gracias!
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