Servir al enfermo con realismo y abiertos a la esperanza
Encuentro Interdiocesano
Aragón / La Rioja
Sin embargo, nos podemos preguntar: ¿el cristiano debe buscar aquí y ahora el RD o ser esperanzado?, ¿son estos aspectos distintos?, ¿se oponen o se complementan?
Si entendemos por hacer realidad el RD aquellos ideales de dicha y felicidad que asientan en el corazón de los seres humanas pese a las dificultades, el mal y el sufrimiento; y si, cuando nos referimos a la esperanza cristiana, estamos aludiendo a la actitud creyente que hace al hombre vivir confiado en la obtención de los bienes definitivos ultraterrenos que Dios tiene preparados para los que aman, parece que ambos aspectos si no se oponen sí se refieren a aspectos distintos: la primera, a la planificación efectuada por el ser humano con vistas al mejoramiento del mundo, y la segunda, a la expectación de una plenitud sin concurso humano y proveniente de Dios.
Sin embargo, se descubre que hay una relación mutua entre realidad secular y esperanza religiosa. Aunque la esperanza como virtud teologal nos une y orienta a Dios, ésta se vive en las condiciones que hacen posible tal vivencia. Así, si consideramos hacer realidad el RD, como crítica de toda situación injusta y proyecto transformador del presente - según los valores del Reino - que se abre al futuro, ésta, se convertirá en la mediación antropológica de la esperanza´.
Vemos todavía más claro el vínculo entre ambas si ponemos de manifiesto la función de la realidad en que vivimos cuando recuerda a la esperanza la necesidad de maniobrar en el más acá, la fuerza del más allá, de Dios, impulsándola a que se comprometa en aliviar el dolor de la persona que sufre; y la esperanza se torna fundamental con respecto a la realidad, cuando le recuerda la necesidad de ir siempre más allá de toda meta lograda y la fortalece y hace que se mantenga en sus intentos o logro en medio de las condiciones de un mundo que muchas veces es frustrante.
No solo hay contradicción, pues, entre ambos conceptos, sino mutua implicación. Es más, desde la reflexión teológica, entendemos que la esperanza cristiana incorpora plenamente la realidad a su ser, ya que es el mismo Espíritu el que alienta el deseo presente de un mundo mejor y el futuro de la planificación de todo en el Dios de Jesucristo .
La esperanza no es evasión, se asienta en la correlación del futuro con la realidad presente. La esperanza y el presente histórico se fecundan mutuamente. Aquella ofrece al presente un horizonte de futuro que le lleva a superar su tendencia a instalarse en lo fáctico, y el presente libra a la esperanza del peligro de deshistorizante.
La esperanza atrae al futuro dentro del presente, de modo que este "ya" no es el puro "todavía no", sino que es un presente marcado por la realidad futura. Y así, las realidades futuras repercuten en las presentes y viceversa.
Por eso, la esperanza tiene capacidad transformadora, propone alternativas, se compromete en la construcción del RD, y es consecuente activa y no pasiva.
Hace que los creyentes se pongan "manos a la obra" con la confianza puesta en Dios, tratando de instaurar la vida nueva de Dios - que se ha manifestado por medio de Cristo - gracias a la fuerza del Espíritu Santo que infunde en ellos.
Siendo conscientes de que el deseo que nos mueve a los cristiano a anticipar lo que esperamos, no debe decaer por la fuerza de que el Reino es puro don inalcanzable por la sola fuerza del deseo. Es más, la esperanza nos impulsa a trabajar como si la construcción del Reino dependiera únicamente de nosotros, sabiendo que no es así.
La esperanza aparece o se hace presente cuando colaboramos con nuestro esfuerzo para que el enfermo tenga una atención más humana y mejor, cuando cuidamos y acompañamos a los pacientes. Un actuar que es, por tanto y, sobre todo, compasión ante el sufrimiento ajeno, y cuyo lugar privilegiado en el que debe aflorar, es en el mundo de la enfermedad y el dolor, donde la intervención de los profesionales de la salud, los familiares y amigos, se torna en innumerables ocasiones impotente ante las diversas situaciones y el fracaso aparece muchas veces.
Pues bien, es en este ámbito en el que se prueba la autenticidad de nuestra esperanza, ya que aquí o bien se purifica o fenece.
Pero, peses a las dificultades y fracasos, en la atención a los enfermos y dolientes, debemos trabajar los cristianos con esperanza, porque sabemos que trabajamos con Dios, por Dios y para el Reino de Dios, y, sobre todo, porque tenemos la confianza de que Dios mismo dará el último y definitivo remate, a la obra que ha dejado en nuestras manos, al final de los tiempos. "Dios es la única fuerza, en el fondo, de la esperanza en medio del dolor y el sufrimiento".
Una Iglesia que quiera ser fiel a lo que Jesús quería y hacer presente su mismo estilo de vida, debería estar formada por hombres y mujeres henchidos de esperanza. Una esperanza que es capaz de esperar en Dios, incluso cuando hay razones para pensar humanamente que no hay esperanza.
Los cristianos tenemos motivos especiales para la esperanza, sabiendo que desde la Encarnación del Verbo, Dios comparte nuestra vida y ha convertido nuestra historia en historia de salvación, pero sobre todo, esta esperanza se basará en la resurrección de Jesús, porque desde este acontecimiento, el cristiano sabe que a Jesús Dios le dio la razón, y el que vive una vida como la de Aquel, tiene una Vida en la que no puede morir jamás, y que nos espera a todos una Existencia donde el padecimiento se restaurara para los que sufren a causa de su enfermedad en este mundo.
En tanto llega ese momento para todos, la acción de los Agentes de Pastoral de la Salud y de todos los cristianos, debe ser lo que predicó Jesús en el sermón de la Montaña. "Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados"( Mt 5,5), que tal como explicábamos antes pertenece más a la Esperanza cristiana que al RD aquí.
Ahora bien, esa Esperanza fecunda el presente actual mediante las obras de misericordia haciéndose operativas en nuestra existencia.
Primera corporal: " Visitar y cuidar a los enfermos".
Quinta espiritual: "Consolar al triste"
Que, cumpliéndolas, hace que esa Esperanza intrahistórica, se vuelva plena y real en nuestro encuentro con Cristo, el día de la Parusía: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino (...) porque estuve enfermo y me visitasteis...Cuidasteis, acompañasteis...(Cf. Mt 25,36).
Si hablamos de visitar, cuidar, consolar, eso solo se puede hacer desde la cercanía, desde el acompañamiento.
La primera cuestión que suscita este acompañar al enfermo es qué actitudes debe llevar incorporadas el agente de nuestra pastoral de la salud:
Despertar: existe el dolor y debemos ser sensibles ante el mismo, pero no tener lo que se denomina "piel fina ante el dolor"", es decir, que todo nos afecte o lo haga de tal manera que nos impida acompañar. Saber diferenciar entre el dolor real y el impostado que busca compensaciones afectivas.
Descalzarse: entramos en terreno sagrado, despojarnos de prejuicios y frases hechas, cautela para no agrandar el dolor.
Desmovilizarse: nos movemos por ideologías, causas justas, razones razonables, nos debemos despojar de juicios rápidos, etiquetas, no curiosear, "no meter el dedo en la llaga".
Desinstalarse: de uno mismo instalándose en el enfermo, pero no en la enfermedad, ni en la herida. El dolor distorsiona, pone unas "gafas que fijan el foco en el egoísmo, en el miedo", el cuidador debe saberlo y no instalarse en esa distorsión de sí mismo.
Descentrarnos: poner al enfermo en el centro, cuando lo acompañamos no cargarlo con nuestras inquietudes y sufrimientos; como suele decirse "salir llorando de casa".
Desgastarse: vaciarse, agotarse, uno no se acostumbra nunca al sufrimiento, por eso debemos saber cuidarnos para acompañar eficaz y eficientemente: cambio de actividad, de ambiente, descanso y oración.
Despedirse: estos procesos tienen siempre un principio y un final. No debemos instalarnos en la dependencia absoluta, nosotros no debemos ser imprescindibles, eso más que actitud de servicio lo es de autocomplacencia. Nadie somos imprescindibles, no es buena una interdependencia absoluta, ni para el enfermo ni para el acompañante.
A continuación, voy a dar unas pistas para acompañar cristianamente en el sufrimiento:
Escuchar más que hablar: el que sufre quiere ser escuchado; hay que dejar que se desahogue, que exprese su dolor. Escuchar, a veces es incómodo, duele, pero es necesario. El enfermo no busca necesariamente respuestas a sus inquietudes, busca ser comprendido.
Con-padecer-se más que compadecer: entender al enfermo, compartir su dolor, sentirlo nuestro sin hundirnos. Lo interiorizamos para acompañarlo mejor.
Convertirse en bálsamo que posibilite y potencie la curación: animamos, infundimos energía, una energía no impostada. Lo positivo lo ponemos blanco sobre negro, pero no al falso optimismo y sí a la esperanza.
Cuidar para ejercitar la paciencia y hacer nuestro el ritmo de Dios: la prisa es mala compañera, incompatible con el buen cuidado. Debemos ejercitar la paciencia y respetar los ritmos propios del enfermo, de la enfermedad, del propio acompañante y de los procesos de curación , recuperación y sanación. El sufriente se encuentra mal y se manifiesta su malestar y en ocasiones su mal humor, ante esto, paciencia.
Acariciar para recuperar el amor: ¡ojo hoy en día al contacto! ¡ojo al empastamiento! Trasmitir confianza y cariño mediante los gestos, los detalles, miradas, risas, debemos saber que el enfermo capta cualquier detalle y lo interpreta. La queja será un mecanismo indispensable para desahogarse, pero hay que saber encauzarla.
Armando Cester Martínez
Doctor en Medicina y Cirugía.
Doctor en Teología Fundamental.
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