El Papa Francisco ha saludado cama por cama a los dolientes, a los que tantas veces ha llamado «la carne de Cristo»
Cuando parecía que ya no quedaba espacio para más emociones después del encuentro con los dieciséis refugiados rohingya, el Papa Francisco y los enfermos de la Casa Madre Teresa volvieron a desatarla recíprocamente este sábado en Dacca, pocas horas antes del vuelo de regreso a Roma.
Además de los enfermos y de los huérfanos, la casa acoge y ayuda cada año a miles de personas discapacitadas físicas o mentales en una ciudad con millones de pobres. Pero, sobre todo, guarda un recuerdo muy valioso.
Las Misioneras de la Caridad tienen tres casas en Dacca, una de ellas dedicada a acogida de niñas-madre desde que la abrieron como hogar de las “heroínas”, muchachas y mujeres embarazadas por violación de soldados pakistaníes durante la guerra de independencia en 1971.
Pero en esa casa pobre y sencilla del barrio de Tejgaon se alojaba Madre Teresa de Calcuta cuando venía a Dacca, una ciudad de 17 millones de habitantes donde la extrema pobreza golpea los ojos de cualquiera que llegue.
Si la casa es una reliquia, todavía más lo son las Misioneras de la Caridad que la atienden. Francisco les ha confesado que «siento una gran ternura cuando me encuentro con religiosas ancianas o sacerdotes que han vivido su vida sirviendo plenamente a los demás con alegría y paz», y cuyos ojos son «indescriptibles».
Pero los protagonistas eran los enfermos de todas las edades, que el Papa fue saludando en sus camas o sus sillas de ruedas, y que tantas veces ha llamado «la carne de Cristo».
No hubo discursos sino algo mejor: una caricia para cada enferma o enfermo, muchos abrazos y un gesto muy poco corriente en Francisco pero que encaja bien en Dacca: dejar que las mujeres le besen la mano.
A su llegada, dos niñas pequeñas le tomaron simpáticamente de la mano para acompañarle a entrar en la casa, donde su gesto de ir saludando a cada enfermo, cama por cama, recordaba a san Juan Pablo II, el gran amigo y admirador de Madre Teresa, a quien casi todo el mundo sigue llamando así, incluso después de su canonización por Francisco el 4 de septiembre de 2016 en el marco del Año Santo de la Misericordia. (Alfa y Omega)
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