Texto de la Sagrada Escritura
“Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis” (Mt 10, 1.7-8).
Reflexión
“Entretanto Juan, que en la cárcel había tenido noticia de las obras de Cristo, envió a preguntarle por medio de sus discípulos: ¿Eres tú el que ha de venir, o hemos de esperar a otro? Y Jesús les respondió: Id y anunciad a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan sanos y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se anuncia el Evangelio” (Mt 11, 2-5). “Jesús envía a sus discípulos a cumplir su propia obra y les dona el poder de sanar, es decir, de acercarse a los enfermos y cuidarlos hasta el fondo (…). ¡Esa es la gloria de Dios! ¡Esa es la tarea de la Iglesia! Ayudar a los enfermos, no perderse en habladurías, ayudar siempre, consolar, aliviar, estar cerca de los enfermos; ésta es la tarea” (Papa Francisco, 10 de junio de 2015). El Papa nos deja un programa bien concreto: ayudar, consolar, aliviar, estar cerca. Son cuatro acciones de las que no podemos desentendernos. Estar cerca de los enfermos. Hacernos prójimos, acercarnos a quien me necesita ahora y la Providencia ha puesto en mi camino, se cruza en tu vida. Esta actitud nos lleva a estar abiertos y disponibles para todo necesitado, que sufre: por supuesto los enfermos, pero también los cuidadores (familia, sanitarios, voluntarios). Se hace preciso acercarse para hacerse prójimo: el Buen Samaritano es capaz de cambia sus planes, se sale de su ruta, de sus tiempos. Esto nos cuesta siempre, “hacerse” prójimo implica volver la mirada sobre el otro antes que sobre mí. Es comprender que en ese hermano Cristo que viene a preguntarme por mi amor hacia él.
Consolar. Pero para ello, antes es preciso dejarse “mover a compasión”. Ponerse en el lugar del otro (se movió a compasión, “padecer con”). “En efecto, aceptar al otro que sufre significa asumir de alguna manera su sufrimiento, de modo que éste llegue a ser también mío. Pero precisamente porque ahora se ha convertido en sufrimiento compartido, en el cual se da la presencia de un otro, este sufrimiento queda traspasado por la luz del amor. Se sentirán acompañados, acogidos, … La palabra latina consolatio, consolación, lo expresa de manera muy bella, sugiriendo un ser-con en la soledad, que entonces ya no es soledad. (…) Y también el sí al amor es fuente de sufrimiento, porque el amor exige siempre nuevas renuncias de mi yo, en las cuales me dejo modelar y herir. En efecto, no puede existir el amor sin esta renuncia también dolorosa para mí, de otro modo se convierte en puro egoísmo y, con ello, se anula a sí mismo como amor” (Benedicto XVI, Encíclica “Spes salvi”, 38).
Ayudar. Subir sobre su cabalgadura: servir, acompañar, estar. “Cuántos cristianos dan testimonio también hoy, no con las palabras, sino con su vida radicada en una fe genuina, y son «ojos del ciego» y «del cojo los pies». Personas que están junto a los enfermos que tienen necesidad de una asistencia continuada, de una ayuda para lavarse, para vestirse, para alimentarse. Este servicio, especialmente cuando se prolonga en el tiempo, se puede volver fatigoso y pesado. Es relativamente fácil servir por algunos días, pero es difícil cuidar de una persona durante meses o incluso durante años, incluso cuando ella ya no es capaz de agradecer. Y, sin embargo, ¡qué gran camino de santificación es éste! En esos momentos se puede contar de modo particular con la cercanía del Señor, y se es también un apoyo especial para la misión de la Iglesia. (…) El tiempo que se pasa junto al enfermo es un tiempo santo. Es alabanza a Dios, que nos conforma a la imagen de su Hijo. Salir de sí hacia el hermano. A veces nuestro mundo olvida el valor especial del tiempo empleado junto a la cama del enfermo, porque estamos apremiados por la prisa, por el frenesí del hacer, del producir, y nos olvidamos de la dimensión de la gratuidad, del ocuparse, del hacerse cargo del otro. En el fondo, detrás de esta actitud hay con frecuencia una fe tibia, que ha olvidado aquella palabra del Señor, que dice: «A mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). (…) La caridad tiene necesidad de tiempo. Tiempo para curar a los enfermos y tiempo para visitarles. Tiempo para estar junto a ellos, como hicieron los amigos de Job: «Luego se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande» (Jb 2,13)” (Papa Francisco Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo 2015).
Animar y cuidar a esos cuidadores (familia, personal sanitario, voluntarios, …). Saber estar, permanecer, a disposición, esperando, sabiendo escuchar. El sólo hecho de estar, de acompañar les conforta, les ayuda a descubrir que son valiosos, ¡que aún – a pesar de una enfermedad y su dependencia – son valiosos! “Por esto, quisiera recordar una vez más «la absoluta prioridad de la “salida de sí hacia el otro” como uno de los mandamientos principales que fundan toda norma moral y como el signo más claro para discernir acerca del camino de crecimiento espiritual como respuesta a la donación absolutamente gratuita de Dios» (Papa Francisco, Exhortación “Evangelii gaudium”, 179).
Aliviar. Dar esperanza. Hay que ayudar a descubrir que hay vida, sentido y valor en el hombre que sufre. “La Iglesia se dirige siempre con el mismo espíritu de fraterna participación a cuantos viven la experiencia del dolor, animada por el Espíritu de Aquel que, con el poder de su amor, ha devuelto sentido y dignidad al misterio del sufrimiento”(Benedicto XVI, Discurso a participantes de las XXVII Conferencia Internacional del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, 17-XI-2012). “Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (Benedicto XVI, Encíclica Spe salvi, 37).
Persuadidos, además, de la gran fuerza evangelizadora de los enfermos. En la medida en que estén presentes en la vida de la parroquia, se convertirán en evangelizadores insustituibles. “Una última palabra deseo reservaros a vosotros, queridos enfermos. Vuestro silencioso testimonio es un signo eficaz e instrumento de evangelización para las personas que os atienden y para vuestras familias, en la certeza de que ninguna lágrima, ni de quien sufre ni de quien está a su lado, se pierde delante
de Dios (Ángelus, 1 de febrero de 2009). Vosotros sois los hermanos de Cristo paciente, y con El, si queréis, salváis al mundo (Concilio Vaticano II, Mensaje a los pobres, a los enfermos y a todos los que sufren)” (Benedicto XVI, Discurso a participantes de las XXVII Conferencia Internacional del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, 17-XI- 2012).
Cuestionario
¿Cómo procuramos vivir ese programa propuesto por el Papa Francisco: ayudar, consolar, aliviar, estar cerca?
¿Qué dificultades encontramos
¿Afecta al modo en que me acerco al enfermo, saber que no voy sólo, que “prolongo” de alguna manera la solicitud de Jesús por los enfermos?
Exponer luz del texto algunas consecuencias prácticas de lo que significa “consolar” a la luz del texto citado de Benedicto XVI.
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