miércoles, 31 de enero de 2024

5. ACOMPAÑAMIENTO PASTORAL Y ATENCIÓN PSICOLÓGICA




 Oración

Dios, Padre de todo consuelo, abre nuestros ojos para que conozcamos las necesidades de los hermanos;

inspíranos las palabras y las obras para confortar a los que están cansados y agobiados;

haz que los sirvamos con sinceridad, siguiendo el ejemplo y el mandato de Cristo.

Concédenos estar atentos a las necesidades de todos los hombres

para que, participando en sus penas y angustias, en sus alegrías y esperanzas,

les mostremos fielmente el camino de la salvación y con ellos avancemos en el camino de tu reino.

Que tu Iglesia sea un vivo testimonio de verdad y libertad, de paz y justicia,

para que todos los hombres se animen con una nueva esperanza.

(De las Plegarias Eucarísticas para diversas circunstancias II y III)



1. Textos bíblicos

“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mt 11, 28-30).

“Había en Damasco un discípulo, que se llamaba Ananías. El Señor lo llamó en una visión: «Ananías». Respondió él: «Aquí estoy, Señor». El Señor le dijo: «Levántate y ve a la calle llamada Recta, y pregunta en casa de Judas por un tal Saulo de Tarso. Mira, está orando, y ha visto en visión a un cierto Ananías que entra y le impone las manos para que recobre la vista». Ananías contestó: «Señor, he oído a muchos hablar de ese individuo y del daño que ha hecho a tus santos en Jerusalén, y que aquí tiene autorización de los sumos sacerdotes para llevarse presos a todos los que invocan tu nombre». El Señor le dijo: «Anda, ve; que ese hombre es un instrumento elegido por mí para llevar mi nombre a pueblos y reyes, y a los hijos de Israel. Yo le mostraré lo que tiene que sufrir por mi nombre». Salió Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y dijo: «Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció cuando venías por el camino, me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno de Espíritu Santo” (Hch 9, 10-17).


“El maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?». Respondió Jesús diciendo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva” (Lc 10, 29-35).

2. Reflexión

En el cuidado de las personas con sufrimiento mental, aunque fuera del ámbito hospitalario, es necesaria una atención psicológica y también el acompañamiento pastoral. Cada uno tiene una aportación propia y fundamental, pero nosotros no somos psiquiatras o psicólogos, ni el campo de estos es el pastoral. Por ello, en lo que a nosotros respecta, es importante tomar conciencia del ámbito propio de la pastoral sin invadir competencias de la ciencia psicológica ni descartarla.

El objetivo del acompañamiento pastoral está en el terreno de la espiritualidad, de la fe y la esperanza sobrenatural. Nuestro cometido, como buenos samaritanos, es acercarnos a todo hombre que sufre, en su cuerpo o en su espíritu, y curar sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza (cf. Prefacio Común VIII). Como Dios contó con Ananías para que San Pablo recuperara la vista, quiere contar con nosotros para que otros, quienes padecen sufrimiento psicológico, “recobren la vista” y, recuperando la perspectiva de fe se abran a la esperanza.

El acompañamiento pastoral supone ayudar a quien sufre a fomentar la disposición a la escucha del corazón y dejar que sea el Espíritu Santo Consolador, quien le hable. Nosotros somos meros instrumentos para esta apertura al reconocimiento de la voz de Dios, no de la nuestra. Quienes acompañamos pastoralmente debemos evitar ser demasiado importantes y directivos. Se trata de abrir horizontes, ayudar a la formación del criterio, ayudar a ver todo lo que nos acontece desde la perspectiva de Dios, no desde la nuestra. No decimos lo que hay que hacer sino procurar que ellos lo descubran en su relación con Dios, a encontrar su consuelo (“Venid a mí todos los que estáis cansados…”) sin perder jamás el punto de mira sobrenatural, que es una afirmación optimista, porque cada cristiano puede decir que lo puede todo con la ayuda divina (cfr. Flp 4,13).



El acompañamiento pastoral está en la perspectiva del envío de Jesús a sus discípulos a cumplir su propia obra y les dona el poder de sanar, es decir, de acercarse a los enfermos y cuidarlos hasta el fondo. ¡Esa es la gloria de Dios! ¡Esa es la tarea de la Iglesia! Ayudar siempre, consolar, aliviar, estar cerca de los que sufren ésta es la tarea (cf. papa Francisco, Audiencia del 10-VI-2015). Nosotros somos instrumentos en las manos de Cristo para actualizar su presencia, esto es lo central en el acompañamiento pastoral. Instrumentos para que los ciegos vean y los cojos anden, los leprosos queden sanos y los sordos oigan, los muertos resuciten y a los pobres se les anuncie el Evangelio (cf. Mt 11, 5). El Papa nos deja una indicación concreta de los supuestos del acompañamiento pastoral: ayudarconsolaraliviarestar cerca. El modelo de cómo hacer es Jesucristo, el Buen Samaritano (Lc 10, 30-34).

AyudarSubir sobre su cabalgadura. Tener la disposición para hacer nuestro su sufrimiento, haciendo como nos dice San Pablo: “Alegraos con los que se alegran, llorad con los que lloran” (Rm 12, 15). Aceptar al otro que sufre significa asumir de alguna manera su sufrimiento, de modo que este llegue a ser también mío. Pero precisamente porque ahora se ha convertido en sufrimiento compartido, en el cual se da la presencia de un otro, este sufrimiento queda traspasado por la luz del amor. Se sentirán acompañados, acogidos (cf. Benedicto XVI, “Spe salvi” 38).

Consolar. El Buen Samaritanopuede consolar porque “se movió a compasión”. Este es el primer paso en el consuelo. La palabra latina consolatio, consolación, lo expresa de manera muy bella, sugiriendo un ser-con en la soledad, que entonces ya no es soledad. Y también el sí al amor es fuente de sufrimiento, porque el amor exige siempre nuevas renuncias de mi yo, en las cuales me dejo modelar y herir. En efecto, no puede existir el amor sin esta renuncia también dolorosa para mí, de otro modo se convierte en puro egoísmo y, con ello, se anula a sí mismo como amor (cf. Benedicto XVI, “Spe salvi” 38).

Aliviar. Dar esperanza. “En esperanza fuimos salvados” (Rm 8,24). “Según la fe cristiana, la «redención», la salvación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino” (Benedicto XVI, Encíclica “Spe salvi”, 1). Hay que ayudar a descubrir que hay vida, sentido y valor en el hombre que sufre. Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito. Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana. A su vez, la sociedad no puede aceptar a los que sufren y sostenerlos en su dolencia si los individuos mismos no son capaces de hacerlo y, en fin, el individuo no puede aceptar el sufrimiento del otro si no logra encontrar personalmente en el sufrimiento un sentido, un camino de purificación y maduración, un camino de esperanza (cf. Benedicto XVI, Encíclica “Spe salvi”, 37-38). Cristo no suprimió el sufrimiento y tampoco ha querido desvelarnos enteramente su misterio: Él lo tomó sobre sí, y eso es bastante para que nosotros comprendamos todo su valor (cf. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en la Conferencia Internacional del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, 17-XI-2012). El mayor dolor es el sufrimiento moral ante la falta de esperanza. Aquí hemos de ser muy conscientes de nuestra misión: “siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pida” (1 Pe 3, 15).



Estar cerca. El “primer cuidado del que tenemos necesidad en la enfermedad es el de una cercanía llena de compasión y de ternura. Por eso, cuidar al enfermo significa, ante todo, cuidar sus relaciones, todas sus relaciones; con Dios, con los demás —familiares, amigos, personal sanitario—, con la creación y consigo mismo (Francisco, Mensaje con motivo de la Jornada Mundial del Enfermo 2024). Implica hacerse prójimo. El Buen Samaritano cambia sus planes, se sale de su ruta, de sus tiempos. Esto nos cuesta siempre. “Hacerse” prójimo implica una actividad. El prójimo es quien me necesita ahora y la Providencia ha puesto en mi camino, quien se cruza en mi vida, y no siempre viene en el mejor momento para mí.

3. Para la reflexión en grupo

  1. ¿Cómo entendemos “cuidar hasta el fondo”?
  2. ¿Qué consecuencias implica sabernos instrumentos de Cristo para hacer llegar su consuelo?
  3. ¿Cómo podríamos fomentar la actitud del Buen Samaritano?


“Herramientas” para acompañar pastoralmente a quienes sufren mentalmente

1. Textos bíblicos

“Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia. Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, el de Zebedeo, y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón el de Caná, y Judas Iscariote, el que lo entregó. A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: «No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis. (Mt 10, 1-8).

2. Reflexión

La primera “herramienta”, en mi opinión, y que dará luz a las demás, es pedir la perspectiva de la mirada de Dios sobre la persona que acompaño y sobre mí. “En este cambio de época en el que vivimos, nosotros los cristianos estamos especialmente llamados a hacer nuestra la mirada compasiva de Jesús. Cuidemos a quienes sufren y están solos” (Francisco, Mensaje con motivo de la Jornada Mundial del Enfermo 2024).

“La capacidad de María de vivir de la mirada de Dios es, por decirlo así, contagiosa. San José fue el primero en experimentarlo. Su amor humilde y sincero a su prometida esposa y la decisión de unir su vida a la de María lo atrajo e introdujo también a él, que ya era un «hombre justo» (Mt 1, 19), en una intimidad singular con Dios” (Benedicto XVI, Catequesis sobre la oración). Necesitamos  en primer lugar, que María nos “contagie” vivir de esa mirada de Dios y aprender a mirar al otro con los ojos de Cristo. Además de rezar por la persona que acompañamos, hablar con el Señor de ella. Sin esto, me temo que lo demás será mera técnica y no será de gran ayuda.

Para el resto tomo algunos párrafos que me han parecido particularmente interesantes de la intervención de Jos Moons SJ en las pasadas Jornadas Nacionales de Delegados de Pastoral de la Salud, en que nos propuso algunas herramientas para el acompañamiento.

“Sólo se puede ayudar a alguien a encontrar la luz si hay luz, si brilla el sol. A veces el sol brilla detrás de las nubes y hay que ‘escarbar’ un poco, pero hay sol. Sin embargo, en otros casos es realmente difícil encontrar el sol. Las nubes pueden ser muy espesas, o puede que no haya sol en absoluto. ¿Cómo buscar la luz en esos casos? O, en términos menos poéticos, ¿cómo responder a las personas que están en crisis?” Para ello nos indicó cinco herramientas. Soy consciente del riesgo de presentarlas una a continuación de la otra como si fuera una serie de pasos consecutivos. “No hay un desarrollo lineal. En realidad, alternamos constantemente el ‘no hay prisa’, el ‘centrarse’, y el ‘explorar’”.

1 No hay prisa

“Primero, no hay prisa. A veces, las personas en crisis sienten prisa. No soportan la situación desesperada y quieren una solución. La esperan de nosotros, o de Dios, o de otros a su alrededor. Otras veces, somos nosotros mismos quienes tenemos prisa. No soportamos la situación desesperada y queremos una solución. La esperamos de la persona que tenemos delante, de nosotros mismos, de Dios, o incluso de otras personas. Quienquiera que sea que tenga prisa – la otra persona o yo –, las prisas no son buenas consejeras”. En otras ocasiones,  la persona con quien hablamos no tiene prisa y elude completamente el asunto. “En estos casos, yo diría que nuestra primera tarea sigue siendo la misma: no hay prisa, no nos apuremos”.

En términos técnicos, diría que lo que debemos hacer principalmente es reflejar. “No seguimos nuestra propia agenda, sino a la otra persona. No sabemos adónde vamos, simplemente la seguimos”. “El motivo espiritual para seguir y reflejar es que, al no precipitarnos, creamos un espacio de acogida y aceptación. Y al hacerlo, comunicamos algo que es muy propio de Dios. Me atrevería a decir que Dios en primer lugar nos acepta y solo después nos enseña o corrige, o incluso que su principal enseñanza y corrección es aceptar”.

2 Enfocarse

“Igual que en la herramienta anterior servíamos al otro dándole espacio, ahora debemos servirle aproximándonos a lo más difícil y vulnerable que está viviendo. No se trata de resolverlo, sino de abordarlo”.

Deliberadamente nos enfocamos en las ‘mociones interiores’ que hayamos notado – ya sea en forma de palabras o en forma de comunicación no verbal en los gestos o expresiones. “Es probable que necesitemos insistir un poco. Puede ser que tengamos que repetir, hacer preguntas e incluso poner de manifiesto que verdaderamente nos interesan más las vivencias internas que los hechos exteriores. Dicho de otro modo, es probable que, al intentar enfocar la conversación, la otra persona se evada” y así habla de cosas distintas a las que realmente quiere hablar. “Es bueno darse cuenta de que la persona se está evadiendo. No pasa nada. Podemos dejarle espacio para eso. Sin embargo, hay momentos en los que necesitaremos repetir con más insistencia nuestra invitación a conversar sobre lo vivido, no porque la persona necesite responder a nuestra pregunta, sino porque sospechamos que hay algo que quiere decir y le vendría bien hacerlo”. En definitiva, lo que hacemos es tratar de ayudarla a manifestarlo.



En este sentido, la creatividad es muy importante. Podemos aportar cuestiones personales “para facilitarle a la otra persona el comienzo de su relato. Podemos también referirnos a una fotografía que veamos en algún lugar de la sala. Podemos reflejar que, hasta ahora, la otra persona ha compartido recuerdos ricos; pero ¿hay momentos de soledad o tristeza también? Podemos mencionar que queremos darles espacio a ellos igualmente. Etcétera”.

En todo caso, queda claro que “necesitamos un equilibrio entre valentía y prudencia. Un exceso de timidez es perjudicial. Se necesita valentía para abordar la dificultad del sufrimiento en toda su complejidad. Ahora bien, se necesita también prudencia. Hay momentos en los que no debemos insistir más, y tendremos que rebajar la tensión para retomar el asunto después, o incluso dejarlo para otro momento”.

3 Explorar

Nuestro trabajo no termina cuando la otra persona acepta la invitación a hablar sobre lo vivido, lo sufrido. El siguiente paso sería explorar el sentimiento. No se trata de resolver nada, sino de profundizar, observar, contemplar. “Este me parece uno de los aspectos más ricos del acompañamiento espiritual. No obstante, al mismo tiempo es uno de los más difíciles”.

Explorar tiene una gran importancia. No basta con que se articule el sufrimiento, se debe desarrollar lo que pasa, lo que siente la persona, etc. En segundo lugar, es crucial saber que hay varias posibilidades para hacerlo. Necesitamos encontrar un equilibrio entre valentía y prudencia. A la vez, sin embargo, necesitamos una cierta delicadeza. No debemos forzar. A veces, puede resultar útil explicar por qué hacemos ese tipo de preguntas, bastante personales. También ayuda hacer la pregunta en el momento adecuado, ni demasiado rápido ni demasiado lento, en el tono adecuado, etc.

Para terminar con este punto, evidentemente podríamos reflexionar sobre las implicaciones de explorar el sufrimiento. ¿No se agranda así el sufrimiento? Yo creo que exponer el sufrimiento forma parte de sanar. La primera fase de la curación es pues, sacar a la luz la realidad y sacarla en una luz de acogida. Esto es lo que hemos discutido hasta ahora. La segunda fase de la curación requiere aún más habilidad.

“Para explorar podemos simplemente preguntar lo que siente la otra persona. Este es un planteamiento muy claro y directo. Puede incluso ser demasiado directo, especialmente para los hombres”. O bien “podemos concretizar. Este es un punto de partida más indirecto que el anterior. ¿Puede la persona especificar cómo se desarrolla el sentimiento? Lo interesante de este enfoque es que, hablando sobre lo más concreto, exploramos a la vez lo interior. Para mucha gente es más fácil hablar de sus vivencias internas”. Otras veces ayudará ampliar perspectivas. Por ejemplo, podríamos averiguar si hay otras cosas que le producen dolor, o ante la soledad, si ha habido momentos anteriores en los que también la sufría. También puede ayudar “abordar el tema de Dios. ¿Está presente Dios? ¿Cómo se manifiesta, qué dice, qué hace? No es para predicar, sino para ofrecer la posibilidad de hablar del camino de fe, con sus bajas y altos”.

4 Confrontar

“¿Qué podemos hacer si seguir con ello y explorar sólo empeora las cosas? ¿Qué hacer si la persona permanece atrapada en el miedo, la ira, la soledad, la desesperación…? La buena noticia es que las herramientas que hemos explicado hasta ahora ayudan a la persona a expresar ese miedo, ira, soledad o desesperación con calma. Sin juzgar. Sin solución. Eso es realmente una experiencia positiva para la persona afectada. No obstante, la pregunta es: ¿y ahora qué? ¿Cómo gestionar el sufrimiento que se ha puesto de manifiesto y está ahora al descubierto?”

“Hay varios modos de exponer, de confrontar. Por ejemplo, podemos resumir la conversación que hayamos tenido hasta el momento reflejando ` tu historia es bastante oscura, ¿verdad? ´. Quizás esta intervención, que es bastante ligera, ya sea suficiente para abrir los ojos de la persona y hacerle ver su paralización. “También podría resultar útil preguntar primero si, a pesar de todo, hay luz. ¿Qué te da esperanza? ¿Qué relaciones te apoyan? Si la respuesta es afirmativa, se puede trabajar con eso. Si la respuesta es negativa, podemos reflejar `tu historia es bastante oscura, ¿verdad?´ Es parte de la sanación exponerlo. “Otra manera de exponer es compartir nuestra preocupación. Podemos expresar nuestra inquietud por lo dicho, ya que es grave, oscuro, quita vida, etc. Quizás esta es una manera más suave de confrontar”.

La respuesta habitual a situaciones difíciles, como aquellas que involucran un sufrimiento mental, es la negación. Recuerden el fenómeno de evasión que comentábamos antes. Como indiqué anteriormente, aquí también necesitamos encontrar el equilibrio entre insistir y dejar escapar. Es posible que nos equivoquemos – aunque sea poco probable si ya hemos estado escuchando a la persona durante un largo periodo de tiempo –, pero también es probable que la persona necesite aún acostumbrarse a su verdadera situación.

5 Ejercicios prácticos

Por último, si la persona lo acepta, y únicamente en ese caso, es importante pensar en actividades concretas para darle un giro a la situación y reencontrar la luz de Dios. Es importante ser conscientes de que el progreso hacia la luz no depende de un mayor entendimiento, sino de decisiones prácticas que promuevan otras experiencias, pensamientos y sentimientos. A menudo, seremos nosotros quienes tengamos que proponerles. Necesitamos ser creativos y realistas. Sin embargo, evidentemente es la persona quien tiene la última palabra, es ella o él quien decide ‘eso me parece buena idea’ o ‘eso voy a hacer’.

Por ejemplo, en el caso de un padre agotado por el cuidado de su hijo, ¿podría ayudarle que se tomara un tiempo para sí mismo? Respecto a una viuda en duelo, ¿podríamos proponerle una forma de vivir en base a la conexión positiva que tenía con su marido? En el caso de una víctima de abusos, ¿podríamos pensar en un ejercicio para abrazar la ternura de Dios hacia ella, o la ternura de sus amigos? “Aquí también se puede pensar en ejercicios de fe, como buscar a Dios en la vida a pesar de todo, disfrutar cualquier cosa y practicar el agradecimiento. De nuevo, tenemos que hacerlo con mucha delicadeza, para no abusar de Dios y la fe para escaparnos de la realidad de la persona que tenemos delante”.

“Por supuesto, tan solo podemos hacer sugerencias. Al final, la persona debe disponer del espacio necesario para estar o no de acuerdo”. “Sin embargo, también es probable que la persona simplemente no tenga ganas. Eso es normal, pero no es razón suficiente para no hacer un ejercicio”. “Cuando alguien es prisionero de sus propios sentimientos negativos e intentamos encontrar una salida, debemos dejarnos guiar por la razón más que por aquello que se siente”.

“En términos teológicos o espirituales, esta última herramienta trata de conversión. Estamos desaprendiendo y reaprendiendo. Buscamos que, poco a poco, la persona piense y actúe de forma diferente. Como siempre, la conversión es un trabajo duro y lento”.

3. Para la reflexión en grupo

  1. ¿Qué “herramienta” de las propuestas nos parece más complicada y por qué?
  2. ¿Qué lugar ocupa nuestra oración por las personas que acompañamos en su sufrimiento?
  3. ¿Cómo podemos ponernos en el lugar de quienes tienen ese sufrimiento)

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