1. Texto bíblico
Consolad, consolad a mi
pueblo: Is 40,1-4.6-11.27-31
«“Consolad, consolad a mi pueblo ‒dice
vuestro Dios‒; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle”. Una voz grita: “En
el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada
para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen,
que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale”. Dice una voz: “Grita”.
Respondo: “¿Qué debo gritar?”. “Toda carne es hierba y su belleza como flor
campestre: se agosta la hierba, se marchita la flor, cuando el aliento del
Señor sopla sobre ellos; sí, la hierba es el pueblo; se agosta la hierba, se
marchita la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre”.
Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de
Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: “Aquí está vuestro
Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder y con su brazo manda. Mirad, viene
con él su salario y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el
rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho; cuida él
mismo a las ovejas que crían”.
¿Por qué andas diciendo, Jacob, y por qué
murmuras, Israel: “Al Señor no le importa mi destino, mi Dios pasa por alto mis
derechos”? ¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído? El Señor es un Dios
eterno que ha creado los confines de la tierra. No se cansa, no se fatiga, es insondable
su inteligencia. Fortalece a quien está cansado, acrecienta el vigor del
exhausto. Se cansan los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan;
pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las
águilas, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan».
2. Reflexión pastoral
Los trastornos mentales
«Consolad, consolad a mi pueblo ‒dice
vuestro Dios‒; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle» (Is 40,1-2).
¡Cuántos hermanos nuestros están pasando por el valle del dolor, de la
enfermedad, de la soledad, del sufrimiento! Son muchos los aquejados por las
enfermedades corporales, orgánicas, pero son aún más los que padecen, en lo más
profundo de su ser, los trastornos mentales.
Es bien
conocida la célebre definición de salud que proclamó la Organización Mundial de
la Salud: «La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social,
y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades» (Preámbulo de la
Constitución de la Organización Mundial de la Salud, 1946). Ese completo
bienestar mental expresa en realidad un bienintencionado deseo que, demasiadas
veces, se queda muy lejos de la realidad.
Nuestra salud
mental se encuentra amenazada por las circunstancias del mundo en el que
vivimos, que pasan factura produciendo pequeños o grandes desajustes que llevan
a esos trastornos mentales, además de los producidos por las propias
características personales que nos definen a cada uno de nosotros.
Frecuentemente,
estos son pequeños o moderados y, a veces, los consideramos prácticamente
normales, sin darles mayor importancia, aunque la tienen. No es necesario que
pensemos en los grandes trastornos psiquiátricos –tan invalidantes y
perturbadores. Al contrario, estos padecimientos menores, a los que estamos tan
acostumbrados, y a los que tenemos tendencia de no darles demasiada
importancia, fácilmente pasan inadvertidos para los que vivimos al lado de a
quienes les afecta. Pero no para sus familiares y seres queridos que los cuidan
y que también están sufriendo con ellos.
Pensemos que
más de la cuarta parte de nuestros hermanos los sufren (en España,
aproximadamente el 27,4%), siendo estos algo más frecuentes en las mujeres
(30,2%) que en los varones (24,4%). Son, ciertamente, muchísimas personas. Y
bien pudiera ser que nosotros mismos también. Su sufrimiento no pasa
desapercibido para nuestro Señor, ni debería serlo para nosotros.
La ansiedad
Si nos
preguntásemos cuál de todos ellos es el más frecuente, acertaríamos si
dijésemos que la ansiedad patológica. Ciertamente, la ansiedad suele ser una
circunstancia normal y fisiológica, con la que estamos acostumbrados a
convivir, formando parte de nuestra vida habitual, y que de hecho es necesaria
en este mundo. Pero ésta se puede convertir en patológica cuando la
preocupación o los síntomas físicos provocan un malestar clínicamente
significativo o un deterioro de nuestras relaciones sociales, laborales o
afectan a otras áreas importantes de nuestra actividad. Esta ansiedad excesiva
que sumerge en un sufrimiento habitual, en todas sus diversas formas clínicas,
hace estragos en más del 10% de la población española, siendo más afectadas las
mujeres (13,8%) que los varones (7,0%), llegando a alcanzar al 16-18% de las
mujeres de 35 a 84 años.
La depresión
Si bien la
ansiedad es extremadamente frecuente y puede pasar desapercibida, hay otro
trastorno que, tal vez, es más llamativo: la depresión. Son numerosas las citas
de la Sagrada Escritura en los que destaca esta visión oscura de la vida, y que
tan bien lo expresa el libro de los Salmos:
«Amo al Señor, porque escucha mi voz
suplicante, porque inclina su oído hacia mí el día que lo invoco. Me envolvían
redes de muerte, me alcanzaron los lazos del abismo, caí en tristeza y
angustia. Invoqué el nombre del Señor: “Señor, salva mi vida”. El Señor es
benigno y justo, nuestro Dios es compasivo; el Señor guarda a los sencillos:
estando yo sin fuerzas, me salvó. Alma mía, recobra tu calma, que el Señor fue
bueno contigo: arrancó mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies
de la caída. Tenía fe, aun cuando dije: “¡Qué desgraciado soy!”. Yo decía en mi
apuro: “Los hombres son unos mentirosos”. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien
que me ha hecho?» (Sal 116,1-8.10-12).
Bien sabemos
que la depresión es un trastorno del estado de ánimo, transitorio o permanente,
caracterizado por sentimientos de abatimiento, infelicidad y culpabilidad,
además de provocar una incapacidad total o parcial para disfrutar de las cosas
y de los acontecimientos de la vida cotidiana, de la alegría –que tan importante
es para nuestra salud espiritual y a la que san Pablo nos recomendó
encarecidamente: «Alegraos siempre en el Señor;
os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor
está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la
súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios»
(Flp 4,4-6).
No hemos de
confundir la depresión con los cambios habituales del estado de ánimo y los
sentimientos que experimentamos en el día a día, pues son normales y forman
parte de nuestra existencia.
Los
trastornos depresivos pueden afectar a todos los ámbitos de la vida, incluidas
las relaciones familiares, de amistad y las comunitarias. Puede deberse tanto a
problemas de nuestras relaciones sociales, laborales, como poder causarlos. La
depresión puede afectar a cualquiera, nadie está exento de ese peligro. Quienes
han vivido abusos, pérdidas graves u otros eventos estresantes tienen más
probabilidades de sufrirla. Los trastornos depresivos pueden estar, en mayor o
menor grado, acompañados de ansiedad.
Estas
afecciones pueden aparecer en el 4,1% de la población, siendo las mujeres más
propensas (5,9%) que los varones (2,3%). Además, se van incrementando con la
edad, hasta alcanzar el 12% de las mujeres y el 5% de los hombres de 75 a 84
años.
Los trastornos del sueño
Relacionado
con la ansiedad, hay un síntoma extremadamente frecuente y que acaece por las
noches: las dificultades para poder disfrutar del necesario descanso: del
sueño. Qué bien describe Job el suplicio nocturno cuando el dulce y tan deseado
sueño huye de nuestra cama:
«Mi herencia han sido meses baldíos, me han
asignado noches de fatiga. Al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se me
hace eterna la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba; me tapo con
gusanos y terrones, la piel se me rompe y me supura. Corren mis días más que la
lanzadera, se van consumiendo faltos de esperanza. Cuando pienso que el lecho
me aliviará, que la cama acallará mis quejidos, entonces me espantas con
sueños, entonces me atemorizas con pesadillas. Preferiría acabar asfixiado, la
muerte antes que esta existencia» (Job 7,3-6.13-15).
Todos
necesitamos descansar por la noche, disfrutando de un sueño reparador que
restaure nuestras fuerzas desgastadas por el trabajo y los sufrimientos de cada
día. Pero muchas veces, el sueño huye de nuestros ojos y aparece el insomnio, o
sufrimos pesadillas que nos despiertan angustiados, u otros trastornos del
sueño que nos dificultan comenzar un nuevo día con alegría. Tan frecuente es que
más del 5,4% de la población lo padece, algo más en las mujeres que en los
varones, y va creciendo con la edad y así mientras que los jóvenes lo sufren
poco, los mayores de 75 años presentan una gran prevalencia (13,5% de las
mujeres y el 11,6% de los hombres).
Los trastornos de adaptación
A veces,
estos sufrimientos mentales se producen porque tenemos dificultades para hacer
frente a los acontecimientos traumáticos o estresantes de la vida diaria
–siendo típicos los problemas laborales o escolares, así como las enfermedades
graves y cualquier cambio profundo en la vida– y, así, reaccionamos de una
manera excesiva a lo que se podría esperar razonablemente para el tipo de
situación que ocurrió. De este modo, se produce un acusado malestar con un
deterioro significativo de la actividad social, que se manifiesta
frecuentemente a través de una disminución del rendimiento en el trabajo o en
la escuela y con cambios temporales en las relaciones sociales.
Estos son un
grupo de síntomas que incluyen el estrés, los pensamientos negativos como el
sentirse triste o desesperado, asociados a cambios en el comportamiento, a la
vez que pueden verse acompañados de síntomas físicos.
Normalmente,
las personas se acostumbran a estos cambios en cuestión de unos meses. Pero si
se sufre un trastorno de adaptación, perduran las reacciones emocionales o del
comportamiento, llevando al que lo padece a hacerse sentir más ansioso o
deprimido. Además, pueden llevar a intentos de suicidio para poner fin al
sufrimiento y al consumo excesivo de sustancias. Son más propensos los niños y
adolescentes, así como los pacientes con patologías médicas y quirúrgicas.
Otros trastornos mentales
Además de los
trastornos anteriores, tan frecuentes, hay otras alteraciones mentales que,
aunque afecten a un menor número de personas, pueden ser más graves. Entre
ellos están los trastornos de
personalidad, que son patrones de conducta en el estilo de vida y en el
modo de relacionarse que reflejan desviaciones clínicamente importantes de las
percepciones, sentimientos y comportamientos medios en una cultura dada.
Incluyen los trastornos límite (esquizoide, histriónico, etc.), los trastornos
relacionados con los impulsos (ludopatía, etc.) y los trastornos de conducta.
Estos son más prevalentes en los niños y jóvenes de 5 a 29 años (entre el 0,9%
y el 1,5%).
El trastorno de somatización se
caracteriza por síntomas físicos y quejas junto con solicitudes persistentes de
investigaciones médicas a pesar de hallazgos negativos repetidos. Son más
frecuentes en mujeres y con la edad.
Otro gran
grupo de padecimientos son las psicosis,
especialmente la psicosis afectiva y la esquizofrenia. Las psicosis en conjunto
afectan al 1,2% de la población siendo la más frecuente la psicosis afectiva,
con una prevalencia de 0,7% (1,0% en mujeres, 0,5% hombres).
La psicosis afectiva es la afectación del
afecto y el estado de ánimo asociada o no con ansiedad. En el estado de ánimo maníaco
la energía y la actividad están elevadas simultáneamente. En el trastorno
bipolar se observan al menos dos períodos subsecuentes de estado de ánimo
alterado. Incluyen los diagnósticos de trastorno bipolar en todas sus formas,
manía, hipomanía, depresión maníaca y ciclotimia.
Todos estos
padecimientos producen un enorme sufrimiento, especialmente en quienes los
cuidan con gran paciencia y sacrificio.
Demencia
En las edades
avanzadas de la vida, nos encontramos con toda la inmensa problemática de las demencias,
que están causadas por una enfermedad cerebral, normalmente de naturaleza
crónica y progresiva, con alteraciones significativas de múltiples funciones
corticales superiores (memoria, pensamiento, comprensión). Son la enfermedad de
Alzheimer, así como la demencia senil, vascular o secundaria a otras
enfermedades. Son todo un mundo de sufrimiento para los enfermos y los que los
cuidan.
Problemas específicos en menores
de 30 años
También los
niños, los adolescentes y los jóvenes sufren. Demasiadas veces nuestra infancia
y juventud no son nada felices, apareciendo los problemas del aprendizaje, del
comportamiento, la enuresis, y los de la alimentación como la anorexia nerviosa
y la bulimia. La anorexia nerviosa es una alteración de imagen corporal que
cursa con pérdida de peso sostenida y se asociada a miedo a engordar. La
bulimia se caracteriza por ataques repetidos de ingesta excesiva seguidos por
el vómito inducido o el uso de purgantes. Es siete veces más frecuente en las
mujeres (0,3%) que en hombres (0,04%), especialmente en mujeres entre los 20 y
30 años alcanzando tasas de casi el 0,7%.
3. Cuestiones para reflexionar
1.
Junto a nosotros hay muchas personas que viven
con amargura y angustia por estar padeciendo afecciones mentales, ¿somos
conscientes de la multitud de hermanos nuestros que están sufriendo por esos
trastornos mentales, pequeños o grandes, que tanto malestar y ansiedad producen?
2.
Quienes cuidan a sus familiares con trastornos
mentales, también experimentan un sufrimiento que puede llegar a ser incluso
mayor que el del propio enfermo, ¿somos sensibles al sufrimiento de quien está
dando su vida cuidando con abnegación y paciencia a sus seres queridos con
enfermedades mentales?
3. La
amargura vital de nuestros hermanos, ¿nos mueve a llevar el consuelo de Dios a
quien lo está pasando mal, a compartir en nuestro corazón su angustia, o
preferimos que su dolor no nos haga sufrir a nosotros?
4. Los
padecimientos mentales pueden ser muy invalidantes, prolongados en el tiempo o
con poca posibilidad humana de resolución, ¿abrimos nuestros enfermos a la
visión trascendente de que también la fuerza de Dios actúa eficazmente en
nuestra vida y de que, por la gracia de Dios, podemos ser realmente aliviados
en nuestros sufrimientos, aun a pesar de estar enfermos?
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