LA
IRA
Cuando toma cuerpo la realidad
de la muerte y se aminora la fase de la negación, surge la ira con diversas
tonalidades.
La ira o agresividad es un
intento de adaptar la realidad a uno mismo, lo que refleja nuestra impotencia o
de falta de previsión.
Hay ira contra uno mismo por
lo sentimientos de culpa. Contra los profesionales negligentes, contra los
amigos que no aparecieron. Ira contra la familia que no apoyó, contra el
responsable de la muerte. Ira contra la vida, incluso contra Dios.
La ira que no se libera nos
pudre por dentro. Incluso es la sombra negra del resentimiento.
Hay que sanarla y sanearla,
expresándola oportunamente para que, canalizada y reflexionada adecuadamente,
se recupere su energía en la tarea de elaborar positivamente toda desgracia,
asumiendo iniciativas constructivas, provechosas para la comunidad.
De la ira, a la paz. De la
ira, a la creatividad.
Cristo
ha enseñado al mismo tiempo al hombre a hacer el bien con el sufrimiento y a
hacer el bien al que sufre (Juan Pablo II, Salvifici Doloris 30).
LA BAJA AUTOESTIMA
El
padecimiento desgarrador acorrala la vida. Siembra la firme convicción de que
no hay fuerzas para remontarlo, que nada, ni nadie, puede hacer que se supere
ese desgarro del corazón. La autoestima toca fondo.
Cuando
un padre/madre u otro doliente comentan:<<¿Por qué no me habré muerto yo
en su lugar?>>, o <<querría morirme para estar con él>>,
manifiestan un deseo que inicialmente arrastra con fuerza.
Hasta
el miedo se mete en el cuerpo:<<¿Seremos capaces de cuidar a los otros
hijos?>>.
Surge
así la desmotivación más radical. Hay una sensación de agresión por tamaña
injusticia. Se ve uno distinto, y hasta inferior, a los demás. Se deja creer en
uno mismo. Surge la culpa. Desaparecen los proyectos. La vida se descarrila.
En
honor al ser querido fallecido, se decreta la propia muerte en vida. Solo se
cumplen las funciones básicas, necesarias e imprescindibles para sobrevivir,
para que los allegados puedan salir adelante.
Se
habla con el convencimiento de que no se puede volver a ser feliz; es más, no
se quiere ser dichoso.
Pero
llega la reacción, que ha de ser positiva, y con ella la liberación. Es
entonces cuando vuelve a florecer la autoestima y se comprende que el principal
motivo por el cual se debe vivir plenamente
es por uno mismo, en sintonía con los demás, concediéndose caricias
gratificantes ante la vida.
Llegando
al final del proceso del duelo, se puede decir que se ha superado el mayor
escollo que puede entorpecer la existencia terrena. La autoestima no solo
crecerá, sino que nos llevará a sentirnos a nosotros mismos satisfechos de lo
que se ha logrado. Teniendo la alternativa de vivir como víctima, cómodamente de
la lástima de los demás, el doliente decide enfrentarse con su propia pena,
aprendiendo que se puede aprovechar de él para crecer como persona y responder
ante otros hechos dolorosos con entereza y serenidad.
Como
fruto del fortalecimiento de la autoestima, prevalece el deseo de ayudar al que
está herido y de colaborar a dejar este mundo un poco mejor.
LAS
CARICIAS POSITIVAS
<<¡Si sigo adelante, es
por mis otros hijos!>>, se suele escuchar. ¿Ha de ser así?
Permitámonos en el proceso de
duelo caricias gratificantes. No es egoísmo, es caridad saludable para con
nosotros mismos y para con los demás.
Recordemos:
·
Amo sanamente a quien se murió, si me amo a mí
mismo.
·
Amo verdaderamente a quien se murió, si amo a
los que quedan vivos.
·
Amo limpiamente a quien se murió, si me dejo
amar por quienes están vivos.
·
Amo gozosamente a quien se murió, si lo amo desde
el amor de Dios y en Él.
·
Amo Plenamente a quien murió, si me dejo amar
desde el amor de la resurrección por quien se murió.
La inteligencia de la fe nos
enseña que el amor es más fuerte que la muerte, atraviesa la distancia de las
dos orillas. Por eso el amor es de ida (hacia el que se murió) y de vuelta
(desde el que se murió).
¡Despertad todos los lenguajes
interiores del amor y de la fe!.
FRASES
HECHAS QUE DESHACEN
·
Al menos te quedan otros hijos.
·
Sé perfectamente cómo te sientes.
·
Es mejor así. Dejó de padecer.
·
Si tenía que suceder, mejor que fura pronto.
·
Dios quería un angelito.
·
Es la voluntad de Dios.
·
Jesús también sufrió. ¿Por qué no tú?
·
Dios se lo ha llevado. Lo necesitaba junto a
Él.
·
Si me pasara a mí, me moriría.
·
¡Ánimo, otros pasaron esto!
·
El destino lo ha querido así.
·
Es ley de vida.
·
Es así, hoy estamos, mañana no.
·
Hemos nacido para penar.
·
Sé fuerte. No llores.
·
Si lloras, no lo dejes descansar.
·
No pienses tanto en él, así no te afliges.
·
El tiempo cura todas las heridas
·
Era demasiado buena para este mundo.
Hay que purificar el lenguaje insano sobre el sufrimiento y evitar os eufemismos <<<<<( Irse, perder, partir, abandonar, desaparecer…), que no ayudan en nada. ¡Lenguaje sano, duelo sano!
COMPARTIENDO
EL DUELO CON LOS NIÑOS
Cuando muere alguien en la
familia, suele suceder que ni los padres, ni los otros familiares ni los amigos
saben muy bien cómo responder, qué decir o hacer para que los niños comprendan
y asimilen lo que ha ocurrido. Sin embargo, estos necesitan la ayuda de los
adultos para asumir y procesar la nueva situación.
¿Cómo
se les puede explicar qué es la muerte?
Hay que adherirse lo más
posible a la verdad. Es fundamental que la explicación se dé en términos
sencillos y que sea verídica. No dudar en usar las palabras muerto y muerte.
Por ejemplo, habría que sentarse con el niño, abrazarlo y decirles:<<Ha
ocurrido algo muy triste. Tu hermano ha tenido un accidente de coche, fue muy
grave… y ha muerto. Le vamos a extrañar y a echar mucho de menos, porque lo
queremos mucho>>.
No obstante, es conveniente
explicarle al niño que ni él, ni ningún otro miembro de la familia va a morirse
tan solo porque de vez en cuando se enferme, se haga daño o sufra un accidente.
Los niños necesitan seguridad.
Hay que aceptar las preguntas
de los niños:<<¿Qué quiere decir se murió?>>. Se puede responder:
<<Que murió significa que el cuerpo ha dejado de funcionar y ya no puede
correr, jugar, hablar como antes>>. Desde la fe se le puede explicar que
está junto a Dios, muy feliz. Pero hay que evitar presentar a un dios que rapta
a la gente. Ni que hay que asustarse, si el niño afirma:<< Yo también
quiero morirme para estar con mi hermanito>>.
¿Qué
es lo que conviene decir?
No es acertado decir que el
difunto está realizando un largo viaje, ya que espera el retorno. Tampoco es
saludable decirle a los niños muy pequeños que el fallecido está durmiendo,
pues espera su despertar. Los pequeños tienden a interpretar las cosas
literalmente. Si equiparan el sueño con la muerte, podrían desarrollar miedo a
dormirse.
No
hay que subestimar el sentimiento de culpa de los pequeños
Con frecuencia se sienten
responsables de la muerte de un ser querido por las palabras, pensamientos o
acciones que le hicieron enojar. Tal vez haya que decir algo como:<<Tus
pensamientos y tus palabras no hacen que nadie enferme, ni tampoco que
muera>>. Si es de corta edad, quizás haya que repetírselo muchas veces.
Conviene
recordar como entienden los niños la muerte
Antes de los tres años, desde
el punto de vista cognostitivo y afectivo, el niño no comprende el significado
de la muerte. De los tres a los cinco años, considera la muerte como un evento
temporal, reversible, una especie de sueño prolongado. De los cinco a los
nueve, la percibe como un acontecimiento definitivo que le sucede a los demás,
no a él. De los diez a adelante es un hecho inevitable para todos y está
asociado al cese de todas las actividades humanas. Sin embargo, los niños que
han pasado por una experiencia fuerte de aflicción pueden tener una conciencia
más temprana y realista de la muerte.
¿Deben
asistir al velatorio y al entierro?
Se deben tener en cuenta los
sentimientos y la decisión de los niños. Si no quieren ir, no hay que
obligarles, ni hacer que se sientan culpables por ello. Y si desean ir, es
prudente dar una descripción detallada de lo que sucederá, por ejemplo, que se
encontrará al difunto en un ataúd, y si estará abierto o cerrado. Hay que
contarle también que a lo mejor verán a mucha gente llorando, porque están
tristes. Una vez más, hay que permitir que los niños pregunten con libertad.
También, debemos informarles de que podrán marcharse, si lo desean.
¿Se
debe ocultar la tristeza y el llanto a los niños?
En una situación dolorosa para
todos, llorara delante de los niños es normal, además de saludable, si no es un
llanto con manifestaciones altamente desgarradoras y cargado de desesperación.
Por otra parte, resulta casi imposible ocultar por completo los sentimientos a
los niños ya que suelen ser muy perspicaces, y si algo va mal, normalmente lo
perciben. Si se exterioriza el dolor, es conveniente explicar que se debe a que
se extraña al ser querido, pero ha de añadirse que poco a poco volverá la
serenidad.
Que los niños expresen su pena
Ellos, como los adultos
necesitan desahogarse y comunicar su angustioso malestar a lo largo del proceso
de su duelo. Hay que aceptar con naturalidad su manera propia de expresarse y
hasta sus manifestaciones salidas un poco de tono. Conviene favorecer su
comunicación verbal y no verbal. Los dibujos, los juegos y demás dinámicas son
de gran ayuda. Y, por supuesto, que nunca se sientan solos o aislados. Hay que
estimular su vida comunitaria y social.
¿Y
DIOS?
Dios, que en su hijo Jesús, pasó haciendo el bien, que tocó y sano a los leprosos, que estuvo junto a los más débiles, que en la cruz de su suplicio perdonó a sus verdugos, que ayudó a sus compañeros tormento, y consoló a los suyos, ¿te va a quitar a tu ser querido? ¿Te va a querer mal? ¿Te va a abandonar? ¿Te va a probar con el sufrimiento?¿Te va a castigar?
Yo
he venido para que tengan vida y la tengan abundante (Jn10,10)
DIOS,
BUEN TERAPEUTA
La sabiduría de Dios conoce
bien el corazón dolorido del hombre. Él pasó por el duelo de su Hijo Jesús.
Dios sabe que los sufrimientos
del hombre –hasta los más irresponsables- no siempre suben al cielo con susurro
de plegaria confiada, sino también con voces de enojo, desconcierto y rabia;
voces insultantes y provocadoras, que incluso dudan de su existencia.
Y dios es acusado de inepto,
de no haber sabido hacer bien el mundo, incluso de no tener corazón humano.
¿Qué padre del mundo iba a consentir para sus hijos lo que él permite? Y casi
como venganza, se deja de orar, de creer y de pisar el terreno de Dios, la Iglesia; de tratar con sus
representantes…
¡Qué llamativo! Todo esto se
lo decimos al Padre de Jesús, al Padre que pasa por el duelo de su Hijo
negando, traicionado, abandonado, juzgado, encarcelado, torturado y crucificado
por los hombres; a Aquel que da un hogar feliz a nuestro ser querido fallecido;
a Aquel que más nos ama y es el mejor amigo de quien se nos murió.
Dios deja que se desahogue el
corazón torturado por la herida interna y con su actitud paciente y terapéutica
va sanando nuestra dolencia.
DESDE
MI SUFRIMIENTO PERDÓN
Perdón por pensar que eras un
Dios sin entrañas y sin corazón.
Perdón por decir:<<Si yo
fuera Dios, sería más humano y lo haría mejor>>.
Perdón, Señor, por rebajar tu
amor, argumentando:<<Esto es castigo de Dios>>
Perdón por acudir al
todopoderoso Dios, ignorando al que en una cruz murió.
Perdón por
<<chantajear>> mi curación con limosna, novena o peregrinación.
Perdón, porque pensé en mi
dolor; Dios es engaño, quimera, invención.
Perdón, no por ser humano yo,
sino por negar tu humanidad, Señor.
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