viernes, 1 de marzo de 2024

PASTORAL DEL DUELO: 1.FORMACIÓN DE LOS COORDINADORES. (GRUPO RESURRECCIÓN)

                                                       RESURRECCIÓN 

         

El sufrimiento y la muerte son huéspedes inevitables de la humanidad. Somos vulnerables y limitados. La vida y la muerte son las dos caras de la existencia humana.

En nuestros días somos conscientes de la necesidad de recuperar la importancia que merece la elaboración positiva de toda aflicción, precisamente por las graves repercusiones que produce tanto en la biología como en la biografía y biofilia (gusto y misión por la vida) de cada persona.

Todo padecimiento ha de ser aceptado, integrado, templado, <<resilenciado>>, trabajado, procesado, sanado y aprovechado por el doliente, sanador herido.

Nuestra sociedad, tabuizando la muerte, dejándola sin sentido ni misión y enviando al ostracismo los ritos funerarios, religiosos y civiles, ha diluido los procesos de duelo para cicatrizar toda herida interna.

Afortunadamente, va surgiendo una nueva mentalidad ante esta necesidad tan sentida. Uno de los signos positivos es el ministerio de escucha en el duelo y la creación de los grupos de mutua ayuda. En la Iglesia, dentro de la Pastoral del Duelo, contamos con Resurrección.

En efecto, Resurrección es un grupo de mutua ayuda para familiares en duelo, de identidad católica, con profundo humanismo, abierto a todas las personas, incluso de otros cultos o no creyentes. Trabajan el proceso de sanación en todas y cada una de las dimensiones de la persona: corporal, emocional, mental, social, valórica y espiritual.

Está conducido por coordinadores competentes y vocacionados que han pasado por la experiencia del sufrimiento y lo han elaborado sanamente, cuyo cometido es utilizar todos los recursos sanadores humanos y de la fe, sin adherirse a ninguna escuela psicológica, ni filosófica, salvaguardando su identidad cristiana, con respecto al ecumenismo y el proceso de crecimiento en la fe de los participantes.

La fe no suprime la dura pena de la separación, la reorienta, sembrando en ella esperanza. Somos conscientes de que el secreto de la muerte hay que buscarlo en la vida y, además en la Vida que es Jesucristo   resucitado de entre los muertos.

Resurrección expresa con su denominación estos objetivos: volver a vivir la vida después de la muerte de un ser querido más plena, humana, solidaria y cristianamente y alimentar la esperanza cierta de que el Dios de los vivos ha dado un nuevo y feliz hogar a nuestro Ser querido, con el que un día nos veremos en un encuentro gozoso y para siempre.

Resurrección, como grupo de mutua ayuda, en el momento oportuno confronta empáticamente a cada persona para reavivar    su poder terapéutico intrínseco, saneando las heridas internas, utilizando la relación sanante de la unión familiar, de la comunidad, del amor de Dios y de la búsqueda del sentido de la vida. Es decir, pone en marcha   los recursos internos, los comunitarios y los de la gracia.

Se cicatrizan así las heridas abiertas, se conquista la esperanza, se purifica la fe y la imagen insana sobre Dios, se potencia la  solidaridad con otros que sufren, se busca el crecimiento humano, se profundiza en el sentido existencial de la vida y de la muerte, y se fragua un proyecto existencial.

Resurrección acompaña durante un año al doliente, recordando que el proceso de duelo es largo y arduo. En él hay que ser pacientes, pero no pasivos; muy constantes y muy humildes para pedir ayuda y dejarse ayudar.

Otra misión de Resurrección es también alertar de que, para elaborar oportuna y sanamente todo tipo de duelo, hay que informarse y formarse, adquiriendo en la vida un <<botiquín de duelo>>

El objetivo de este material  es, pues, ser una ayuda-guía para los que participan del grupo Resurrección, como un servicio a los miembros de la comunidad en el trabajo del duelo.

¿QUÉ ES EL DUELO?

El término duelo se deriva del vocablo latino dolus (dolor). Está ligado a los vocablos dolor y sufrimiento, que describen la reacción espontánea por la pérdida de algo, la privación, la carencia u omisión, el alejamiento de alguien, los conflictos relacionales, las crisis existenciales y la muerte de seres queridos y la propia muerte. Estas situaciones afectan a la persona en todas y cada una de sus dimensiones: corporal, emocional, mental, social, valórica y espiritual-religiosa. La aflicción nos hace entrar en el trabajo del duelo, que demanda la actitud y la aptitud de cada individuo para su afrontamiento y sana elaboración.

A veces, el padecimiento produce hasta crisis existenciales que, si no se elaboran favorablemente, enturbian la vida o anulan el sentido de la misma.

La intensidad de esta vivencia se produce por lo definitivo de la pérdida o muerte, por la causa del fallecimiento y sus circunstancias, por la hondura de la relación existente, por la fuerza del apego, por el vacío o desconcierto de la ausencia, por la actitud asumida y, por supuesto, por la utilización de los recursos humanos y religiosos de que disponga cada persona.

En el pensar, la herida, que puede echar raíces y prolongarse en el tiempo, tiende a acorralar el poder terapéutico de la persona.

No debemos conformarnos con estar en duelo, sino que hacer el duelo, es decir, hay que tomar las riendas del sufrimiento en un proceso en el que se potencia el poder sanador de cada uno, volviendo a ña serenidad, propiciando el crecimiento personal, clarificando ideas, asumiendo una cosmovisión significativa de vida, integrando la muerte, puliendo las relaciones humanas, creciendo en valores, cultivando la espiritualidad, viviendo amorosamente la resurrección del ser querido muerto junto a Dios y <<resucitando>> el sufriente mismo a esta vida en plenitud, concediendo al fallecido y a nosotros mismos el mejor regalo: volver a sentirnos plenos y felices.

 EL TRABAJO DEL DUELO

La pena tiene intensidad, ¡cómo golpea!; duración: es como una flecha, ¡rápida para entrar, lenta para salir!; hondura: echa raíces, ¡y qué profundas!; pasa factura en todas las dimensiones de la persona, ¡y a qué precio! Pero también tiene una misión: ser alarma, ¡todo padecimiento hay que trabajarlo, cicatrizarlo y sacarle provecho!

Si la aflicción es muy activa, el trabajo del duelo no debe ser pasivo. Es un camino que hay que transitar decididamente, un proceso muy dinámico, con una buena metodología de sanación holística, multidimensional. Es una intervención que no se improvisa, no se hace de la noche a la mañana.

El tratamiento del duelo exige una gran actividad y una disposición positiva para elaborar sanamente la pena. El doliente domina su pesar o este domina al doliente. No basta con ser doliente (de <<duelar>>), es decir, ser protagonista responsable de nuestra propia sanación.

Si el sufrimiento es lo que una herida trabaja con el doliente, el duelo es lo que el <<dueliente>>! Trabaja consigo mismo.

¿Hay que <<duelar>>! Es todo un compromiso de sanación. Sí, sanar cuidándose, cuidarse sanando.

En el trabajo del duelo hay que afrontar

·    * La invasión, conmoción y reacción que ocasiona la herida en todas las dimensiones de la persona.

·        *  El derrumbe de todas las seguridades previas.

·        *  Todas las lágrimas necesarias que precise el desahogo.

·        *  La solitaria soledad entre muchos.

·        *  La tentación de sobrevivir sin vivir.

·        *  Ir a la mesa y encontrar un hueco vacío.

·        *  Desear que la realidad fuese distinta, luchando contra lo imposible.

·        *  Estar en la cama sin sentir el calor de una caricia.

·        *  La muerte del hermano que levantó pronto el vuelo.

·        *  Enterrar los padres al hijo.

·        *  Ver crecer a los hijos de los amigos y no al propio.

·        *  Un sueño imposible:<<Si viviera ahora él…>>>.

·       *  La ilusión frustrada de un embarazo que nunca verá la primavera de esta vida.

·        *  Ternuras de abuelos regadas en penas.

·       *  Querer amar y mediar la ausencia física.

·        * Lucha de la memoria del corazón contra la memoria de la mente.

·        * Mucha inquietud e inseguridad.

·        * Culpa insistente, ira ciega, tristeza fría.

·        * Desánimo y desmotivación, desilusión y falta de fuerzas.

·        * El <<no puedo, no puedo>>.

·        * Un miedo misterioso, el sinsentido, preguntas sin respuesta.

·        * La realidad y misión de la muerte en la propia vida.

·        * Todas las crisis de fe que surgen.

·        * Mirar al infinito buscando un sentido.

El trabajo del duelo es…

·        * Paciente, pero no pasivo, para abatirse por lo que merece la pena, cuanto merezca la pena y el tiempo que perezca la pena.

·        * Una labor de dolientes-<<duelientes>>-sanadores.

·       *  Actitud y aptitud de sanación en comunidad, comunicación y comunión.

·        * Afrontar y confrontarse con la propia herida.

·       *  Un proceso multidimensional muy laborioso, con una adecuada metodología.

·        * Intervenir sobre uno mismo para cicatrizar la hemorragia del alma.

·        * Reactivar todos los recursos internos, comunitarios y de la gracia.

·        * Reciclaje de la persona en Aflicción.

·       *  Camino sin marcha atrás.

·     *   Desahogo y reflexión, análisis y evaluación: ¿por qué sufro?,¿cómo sufro?,¿para qué sufro?

·        * Sufrir sanamente para dejar de sufrir.

·        * Amar sin apegos, con nuevos  lenguajes de amor.

·        * Aferrarse a los valores.

·        * Potenciar los vínculos.

·        * Afrontar y confrontarse con la muerte propia y ajena.

·        * Cultivo de la espiritualidad.

·        * Mano a mano con Dios, que pasó por el duelo de su Hijo muerto.

·        * Entrega del ser querido  muerto a Dios.

·        * Mirar al ser querido con los ojos del alma.

·        * Resurrección.

·        * Esperanza del reencuentro.

·        * Recrear un proyecto significativo de vida.

·        * Padecimiento convertido en crecimiento.

·        * Escuela de vida.

·        * Camino de santidad.

·        * Facultad de humanización.

·        * Ventana abierta a la solidaridad.

    * No hay que olvidar

·       * El trabajo del duelo es procesar toda la aflicción para que ni eche raíces ni se instale en el tiempo.

·      *  Hay que evitar que la pena pase factura de continuo y mate la felicidad del alma.

·        * Nadie quiere que se mueran con él. No morirse con los muertos.

·        * No se puede elegir la muerte, pero sí que actitud tomar ante ella.

·        * Lo que no se asume, no se redime. Sanar la tribulación  no tiene atajos.

·        * Después de perder mucho, no hay que darse permiso para seguir perdiendo.

·        * Hay que dejar de mirar lo perdido  y optar por lo que se puede ganar.

·    * Después de sufrir mucho, no hay que aumentar el sufrimiento propio, ni prolongarlo, ni hacer sufrir a los demás.

·        * Un enemigo en el trabajo del duelo es no quererse, ni cuidarse.

·        * La asignatura del proceso de duelo se estudia o se deja para septiembre.

·        * La mayor tragedia: quedarse sin sentido ante la vida  y la muerte.

·       *  La persona es siempre es más grande que la mayor de sus dolencias.

·      * Todo pesar elaborado y sanado nos enseña a vivir en verdad y libertad, y sin apegos; purifica el amor.

·       *  Dios es tu mejor amigo. Él es el consuelo, la paz, la resurrección . No te hagas el <<duro>> con Él.

·        * El sufrimiento purifica la fe. La fe purifica el sufrimiento.

    * El mejor regalo al ser querido muerto: orar por él, mejorar en la vida y ser feliz.

         

 LOS OBSTÁCULOS DEL DUELO SALUDABLE

Hay que estar atentos para no caer en la tentación de incrustarse en la pena, de seguir padeciendo insanamente y sin sentido.

Hay que evitar:

·         * Imaginar que la recuperación es imposible.

·         * Querer solo aliviarse y no curarse.

·         * Creer que el tiempo por sí solo lo cura todo.

·         * No vivir la tribulación con gallardía. Hacerse la víctima.

·         * Padecer aislándose de la familia, con pactos de silencio.

·         * Pensar que nadie puede entender mi aflicción.

·         * No acudir a las redes de apoyo social y a la comunidad de fe.

·         * Sufrir insanamente para seguir sufriendo.

·         * Querer sobrevivir y no vivir con un buen proyecto de vida.

·         * Idealizar al muerto, viviendo, en cambio, con una baja autoestima.

·         * Dolerse para pagar culpas.

·         * Verse en el deber de apenarse para demostrar amor.

·         * Perder la esperanza de volver a ser feliz.

·         *Revivir constantemente <<las imágenes temidas>> causantes del abatimiento.

·         * Acusar a Dios de la muerte del ser querido.

·         * Pensar que nada bueno va a aportar tanto infortunio saneado.

 FINALIDAD DEL TRABAJO DEL DUELO

Muchos sostienen que ante el padecimiento hay que dejar pasar el tiempo, <<que todo lo cura>>, y que debemos considerarlo como algo propio, exclusivo y no compartible. No hay que hablar, sino que debemos afligirnos en soledad y en silencio; tenemos que procurar despejarnos, enfrascándonos en múltiples actividades y evadiendo los recuerdos hirientes. Tampoco habría que meter el dedo en la llaga, para vivir como si nada hubiera pasado, cayendo así en una especie de sumisión ante el fatalismo, esperando que con ello el agujón se vaya. ¡Todo eso es un gran error!

Otros, por el contrario, reducen el duelo a un continuo lamento y desahogo exteriores, incrustándose en la tristeza permanente, acostumbrándose a la dolencia, sintiéndose víctimas de ella, recluyéndose en la trastienda de la vida. ¡No es saludable!

No es tampoco un tratamiento del duelo olvidar. No se trata de relegar al ser querido en la memoria; al contrario, debemos garantizar el no olvido. Muchos se sienten como obligados a no recordar a la persona muerta, partiendo de la idea (propia o insinuada por otros) de que así no se sufre, que hay que seguir adelante sin mirar atrás y así dejar descansar a los fallecidos. ¡Es absurdo!

Y, por supuesto, la gestión del duelo no sirve para dejar de amar a l ser querido muerto, transfiriendo el amor a otro sujeto u objeto, sino para seguir amándolo con un afecto sano, desapegado y puro.

La finalidad del trabajo del duelo, insistiendo en que como todo camino progresivo de elaboración de cualquier pesadumbre supone un arduo trabajo interior de discernimiento sobre las causas que lo desencadenan, el modo de afrontarlo y sobre el doliente mismo, consiste en:

·         * Dar expresión y cauce adecuado a lo sentido desde las seis dimensiones de la persona.

·      * Resistir, aliviar y templar el golpe, en primer lugar; asumiendo, <<resilienciarlo>> y procesarlo, después, y, finalmente, serenarlo y sanarlo.

·         * Hacerse el doliente, sanador-herido, un <<dueliente>>, protagonista activo y principal de este cometido.

·        *  Aceptar la realidad de la pérdida, la privación, la crisis o de la muerte.

·         * Integrar la extrañeza.

·         * Dominar la pena de la separación, con un sosegado y amoroso desapego.

·        * Vivir positivamente la energía afectiva, la felicidad.

·         * Contar con un proyecto de vida: pleno de sentido y amor, dándolo y recibiéndolo.

·         * Amar con un nuevo lenguaje al fallecido a quien, como creyentes, ponemos en las manos misericordiosas de Dios con la esperanza firme de la resurrección, en las que nos quiere con un cariño purificado y pleno.

·        *  Madurar y crecer en todas y cada una de las dimensiones de la persona, afrontando con madurez la vida, el amor y la muerte. ¡Solo se transforma el sufrimiento, cuando se transforma el sufriente!

·        *  Madurar y crecer en todas y cada una de las dimensiones de la persona, afrontando con madurez la vida, el amor y la muerte. ¡Solo se transforma el sufrimiento, cuando se transforma el sufriente!

*,Contar con una caja interior de herramientas, un botiquín de duelo, para afrontar momentos críticos que puedan aparecer en el futuro, ya desde una herida cicatrizada.

 


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