RESURRECCIÓN
El sufrimiento y la muerte son
huéspedes inevitables de la humanidad. Somos vulnerables y limitados. La vida y
la muerte son las dos caras de la existencia humana.
En nuestros días somos
conscientes de la necesidad de recuperar la importancia que merece la
elaboración positiva de toda aflicción, precisamente por las graves
repercusiones que produce tanto en la biología como en la biografía y biofilia
(gusto y misión por la vida) de cada persona.
Todo padecimiento ha de ser
aceptado, integrado, templado, <<resilenciado>>, trabajado,
procesado, sanado y aprovechado por el doliente, sanador herido.
Nuestra sociedad, tabuizando
la muerte, dejándola sin sentido ni misión y enviando al ostracismo los ritos
funerarios, religiosos y civiles, ha diluido los procesos de duelo para
cicatrizar toda herida interna.
Afortunadamente, va surgiendo
una nueva mentalidad ante esta necesidad tan sentida. Uno de los signos
positivos es el ministerio de escucha en el duelo y la creación de los grupos
de mutua ayuda. En la Iglesia, dentro de la Pastoral del Duelo, contamos con
Resurrección.
En efecto, Resurrección es un
grupo de mutua ayuda para familiares en duelo, de identidad católica, con
profundo humanismo, abierto a todas las personas, incluso de otros cultos o no
creyentes. Trabajan el proceso de sanación en todas y cada una de las
dimensiones de la persona: corporal, emocional, mental, social, valórica y
espiritual.
Está conducido por
coordinadores competentes y vocacionados que han pasado por la experiencia del
sufrimiento y lo han elaborado sanamente, cuyo cometido es utilizar todos los
recursos sanadores humanos y de la fe, sin adherirse a ninguna escuela
psicológica, ni filosófica, salvaguardando su identidad cristiana, con respecto
al ecumenismo y el proceso de crecimiento en la fe de los participantes.
La fe no suprime la dura pena
de la separación, la reorienta, sembrando en ella esperanza. Somos conscientes
de que el secreto de la muerte hay que buscarlo en la vida y, además en la Vida
que es Jesucristo resucitado de entre
los muertos.
Resurrección expresa con su
denominación estos objetivos: volver a vivir la vida después de la muerte de un
ser querido más plena, humana, solidaria y cristianamente y alimentar la
esperanza cierta de que el Dios de los vivos ha dado un nuevo y feliz hogar a
nuestro Ser querido, con el que un día nos veremos en un encuentro gozoso y
para siempre.
Resurrección, como grupo de
mutua ayuda, en el momento oportuno confronta empáticamente a cada persona para
reavivar su poder terapéutico
intrínseco, saneando las heridas internas, utilizando la relación sanante de la
unión familiar, de la comunidad, del amor de Dios y de la búsqueda del sentido de
la vida. Es decir, pone en marcha los
recursos internos, los comunitarios y los de la gracia.
Resurrección acompaña durante
un año al doliente, recordando que el proceso de duelo es largo y arduo. En él
hay que ser pacientes, pero no pasivos; muy constantes y muy humildes para
pedir ayuda y dejarse ayudar.
Otra misión de Resurrección es
también alertar de que, para elaborar oportuna y sanamente todo tipo de duelo,
hay que informarse y formarse, adquiriendo en la vida un <<botiquín de
duelo>>
El objetivo de este
material es, pues, ser una ayuda-guía
para los que participan del grupo Resurrección, como un servicio a los miembros
de la comunidad en el trabajo del duelo.
¿QUÉ ES EL DUELO?
El término duelo se deriva del vocablo latino dolus (dolor). Está ligado a los
vocablos dolor y sufrimiento, que
describen la reacción espontánea por la pérdida de algo, la privación, la
carencia u omisión, el alejamiento de alguien, los conflictos relacionales, las
crisis existenciales y la muerte de seres queridos y la propia muerte. Estas
situaciones afectan a la persona en todas y cada una de sus dimensiones:
corporal, emocional, mental, social, valórica y espiritual-religiosa. La
aflicción nos hace entrar en el trabajo del duelo, que demanda la actitud y la
aptitud de cada individuo para su afrontamiento y sana elaboración.
A veces, el padecimiento produce hasta crisis existenciales
que, si no se elaboran favorablemente, enturbian la vida o anulan el sentido de
la misma.
La intensidad de esta vivencia se produce por lo definitivo
de la pérdida o muerte, por la causa del fallecimiento y sus circunstancias,
por la hondura de la relación existente, por la fuerza del apego, por el vacío
o desconcierto de la ausencia, por la actitud asumida y, por supuesto, por la
utilización de los recursos humanos y religiosos de que disponga cada persona.
En el pensar, la herida, que puede echar raíces y prolongarse
en el tiempo, tiende a acorralar el poder terapéutico de la persona.
No debemos conformarnos con estar en duelo, sino que hacer el
duelo, es decir, hay que tomar las riendas del sufrimiento en un proceso en el
que se potencia el poder sanador de cada uno, volviendo a ña serenidad,
propiciando el crecimiento personal, clarificando ideas, asumiendo una
cosmovisión significativa de vida, integrando la muerte, puliendo las
relaciones humanas, creciendo en valores, cultivando la espiritualidad,
viviendo amorosamente la resurrección del ser querido muerto junto a Dios y
<<resucitando>> el sufriente mismo a esta vida en plenitud,
concediendo al fallecido y a nosotros mismos el mejor regalo: volver a sentirnos
plenos y felices.
La pena tiene intensidad, ¡cómo golpea!; duración: es como
una flecha, ¡rápida para entrar, lenta para salir!; hondura: echa raíces, ¡y
qué profundas!; pasa factura en todas las dimensiones de la persona, ¡y a qué
precio! Pero también tiene una misión: ser alarma, ¡todo padecimiento hay que
trabajarlo, cicatrizarlo y sacarle provecho!
Si la aflicción es muy activa, el trabajo del duelo no debe
ser pasivo. Es un camino que hay que transitar decididamente, un proceso muy
dinámico, con una buena metodología de sanación holística, multidimensional. Es
una intervención que no se improvisa, no se hace de la noche a la mañana.
El tratamiento del duelo exige una gran actividad y una
disposición positiva para elaborar sanamente la pena. El doliente domina su
pesar o este domina al doliente. No basta con ser doliente (de
<<duelar>>), es decir, ser protagonista responsable de nuestra
propia sanación.
Si el sufrimiento es lo que una herida trabaja con el
doliente, el duelo es lo que el <<dueliente>>! Trabaja consigo
mismo.
¿Hay que <<duelar>>! Es todo un compromiso de
sanación. Sí, sanar cuidándose, cuidarse sanando.
En el trabajo del duelo hay que afrontar
· * La
invasión, conmoción y reacción que ocasiona la herida en todas las dimensiones
de la persona.
· * El
derrumbe de todas las seguridades previas.
· * Todas
las lágrimas necesarias que precise el desahogo.
· * La
solitaria soledad entre muchos.
· * La
tentación de sobrevivir sin vivir.
· * Ir
a la mesa y encontrar un hueco vacío.
· * Desear
que la realidad fuese distinta, luchando contra lo imposible.
· * Estar
en la cama sin sentir el calor de una caricia.
· * La
muerte del hermano que levantó pronto el vuelo.
· * Enterrar
los padres al hijo.
· * Ver
crecer a los hijos de los amigos y no al propio.
· * Un
sueño imposible:<<Si viviera ahora él…>>>.
· * La
ilusión frustrada de un embarazo que nunca verá la primavera de esta vida.
· * Ternuras
de abuelos regadas en penas.
· * Querer
amar y mediar la ausencia física.
· * Lucha
de la memoria del corazón contra la memoria de la mente.
· * Mucha
inquietud e inseguridad.
· * Culpa
insistente, ira ciega, tristeza fría.
· * Desánimo
y desmotivación, desilusión y falta de fuerzas.
· * El
<<no puedo, no puedo>>.
· * Un
miedo misterioso, el sinsentido, preguntas sin respuesta.
· * La
realidad y misión de la muerte en la propia vida.
· * Todas
las crisis de fe que surgen.
· * Mirar
al infinito buscando un sentido.
El trabajo del duelo es…
· * Paciente,
pero no pasivo, para abatirse por lo que merece la pena, cuanto merezca la pena
y el tiempo que perezca la pena.
· * Una
labor de dolientes-<<duelientes>>-sanadores.
· * Actitud
y aptitud de sanación en comunidad, comunicación y comunión.
· * Afrontar
y confrontarse con la propia herida.
· * Un
proceso multidimensional muy laborioso, con una adecuada metodología.
· * Intervenir
sobre uno mismo para cicatrizar la hemorragia del alma.
· * Reactivar
todos los recursos internos, comunitarios y de la gracia.
· * Reciclaje
de la persona en Aflicción.
· * Camino
sin marcha atrás.
· * Desahogo
y reflexión, análisis y evaluación: ¿por qué sufro?,¿cómo sufro?,¿para qué
sufro?
· * Sufrir
sanamente para dejar de sufrir.
· * Amar
sin apegos, con nuevos lenguajes de
amor.
· * Aferrarse
a los valores.
· * Potenciar
los vínculos.
· * Afrontar
y confrontarse con la muerte propia y ajena.
· * Cultivo
de la espiritualidad.
· * Mano
a mano con Dios, que pasó por el duelo de su Hijo muerto.
· * Entrega
del ser querido muerto a Dios.
· * Mirar
al ser querido con los ojos del alma.
· * Resurrección.
· * Esperanza
del reencuentro.
· * Recrear
un proyecto significativo de vida.
· * Padecimiento
convertido en crecimiento.
· * Escuela
de vida.
· * Camino
de santidad.
· * Facultad
de humanización.
· * Ventana
abierta a la solidaridad.
* No hay que olvidar
· * El
trabajo del duelo es procesar toda la aflicción para que ni eche raíces ni se
instale en el tiempo.
· * Hay
que evitar que la pena pase factura de continuo y mate la felicidad del alma.
· * Nadie
quiere que se mueran con él. No morirse con los muertos.
· * No
se puede elegir la muerte, pero sí que actitud tomar ante ella.
· * Lo
que no se asume, no se redime. Sanar la tribulación no tiene atajos.
· * Después
de perder mucho, no hay que darse permiso para seguir perdiendo.
· * Hay
que dejar de mirar lo perdido y optar
por lo que se puede ganar.
· * Después
de sufrir mucho, no hay que aumentar el sufrimiento propio, ni prolongarlo, ni
hacer sufrir a los demás.
· * Un
enemigo en el trabajo del duelo es no quererse, ni cuidarse.
· * La
asignatura del proceso de duelo se estudia o se deja para septiembre.
· * La
mayor tragedia: quedarse sin sentido ante la vida y la muerte.
· * La
persona es siempre es más grande que la mayor de sus dolencias.
· * Todo
pesar elaborado y sanado nos enseña a vivir en verdad y libertad, y sin apegos;
purifica el amor.
· * Dios
es tu mejor amigo. Él es el consuelo, la paz, la resurrección . No te hagas el
<<duro>> con Él.
· * El
sufrimiento purifica la fe. La fe purifica el sufrimiento.
* El mejor regalo al ser querido muerto: orar por él, mejorar en la vida y ser feliz.
LOS OBSTÁCULOS DEL DUELO SALUDABLE
Hay que estar atentos para no caer en la tentación de
incrustarse en la pena, de seguir padeciendo insanamente y sin sentido.
Hay que evitar:
· * Imaginar
que la recuperación es imposible.
· * Querer
solo aliviarse y no curarse.
· * Creer
que el tiempo por sí solo lo cura todo.
· * No
vivir la tribulación con gallardía. Hacerse la víctima.
· * Padecer
aislándose de la familia, con pactos de silencio.
· * Pensar
que nadie puede entender mi aflicción.
· * No
acudir a las redes de apoyo social y a la comunidad de fe.
· * Sufrir
insanamente para seguir
sufriendo.
· * Querer
sobrevivir y no vivir con un buen proyecto de vida.
· * Idealizar
al muerto, viviendo, en cambio, con una baja autoestima.
· * Dolerse
para pagar culpas.
· * Verse
en el deber de apenarse para demostrar amor.
· * Perder
la esperanza de volver a ser feliz.
· *Revivir
constantemente <<las imágenes temidas>> causantes del abatimiento.
· * Acusar
a Dios de la muerte del ser querido.
· * Pensar
que nada bueno va a aportar tanto infortunio saneado.
FINALIDAD DEL TRABAJO DEL DUELO
Muchos sostienen que ante el
padecimiento hay que dejar pasar el tiempo, <<que todo lo cura>>, y
que debemos considerarlo como algo propio, exclusivo y no compartible. No hay
que hablar, sino que debemos afligirnos en soledad y en silencio; tenemos que
procurar despejarnos, enfrascándonos en múltiples actividades y evadiendo los
recuerdos hirientes. Tampoco habría que meter el dedo en la llaga, para vivir
como si nada hubiera pasado, cayendo así en una especie de sumisión ante el
fatalismo, esperando que con ello el agujón se vaya. ¡Todo eso es un gran
error!
Otros, por el contrario,
reducen el duelo a un continuo lamento y desahogo exteriores, incrustándose en
la tristeza permanente, acostumbrándose a la dolencia, sintiéndose víctimas de
ella, recluyéndose en la trastienda de la vida. ¡No es saludable!
No es tampoco un tratamiento
del duelo olvidar. No se trata de relegar al ser querido en la memoria; al
contrario, debemos garantizar el no olvido. Muchos se sienten como obligados a
no recordar a la persona muerta, partiendo de la idea (propia o insinuada por
otros) de que así no se sufre, que hay que seguir adelante sin mirar atrás y
así dejar descansar a los fallecidos. ¡Es absurdo!
Y, por supuesto, la gestión
del duelo no sirve para dejar de amar a l ser querido muerto, transfiriendo el
amor a otro sujeto u objeto, sino para seguir amándolo con un afecto sano,
desapegado y puro.
La finalidad del trabajo del
duelo, insistiendo en que como todo camino progresivo de elaboración de
cualquier pesadumbre supone un arduo trabajo interior de discernimiento sobre
las causas que lo desencadenan, el modo de afrontarlo y sobre el doliente
mismo, consiste en:
· * Dar expresión y cauce adecuado a lo sentido
desde las seis dimensiones de la persona.
· * Resistir, aliviar y templar el golpe, en primer
lugar; asumiendo, <<resilienciarlo>> y procesarlo, después, y,
finalmente, serenarlo y sanarlo.
· * Hacerse el doliente, sanador-herido, un
<<dueliente>>, protagonista activo y principal de este cometido.
· * Aceptar la realidad de la pérdida, la
privación, la crisis o de la muerte.
· * Integrar la extrañeza.
· * Dominar la pena de la separación, con un
sosegado y amoroso desapego.
· * Vivir positivamente la energía afectiva, la
felicidad.
· * Contar con un proyecto de vida: pleno de
sentido y amor, dándolo y recibiéndolo.
· * Amar con un nuevo lenguaje al fallecido a
quien, como creyentes, ponemos en las manos misericordiosas de Dios con la
esperanza firme de la resurrección, en las que nos quiere con un cariño
purificado y pleno.
· * Madurar y crecer en todas y cada una de las
dimensiones de la persona, afrontando con madurez la vida, el amor y la muerte.
¡Solo se transforma el sufrimiento, cuando se transforma el sufriente!
· * Madurar y crecer en todas y cada una de las
dimensiones de la persona, afrontando con madurez la vida, el amor y la muerte.
¡Solo se transforma el sufrimiento, cuando se transforma el sufriente!
*,Contar con una caja interior de herramientas, un botiquín de duelo, para afrontar momentos críticos que puedan aparecer en el futuro, ya desde una herida cicatrizada.
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