RECORRIDO,
MANIFESTACIONES, DIMENSIONES
El trabajo del duelo no se improvisa, no se hace de la noche
a la mañana, tiene: recorrido, manifestaciones, procesos, trabajo de
elaboración multidimensional, revisión y un final. Sí, afrontar la aflicción
con una positiva intervención del duelo ha de tener un inicio, lo más pronto y
decidido posible, un desarrollo constante y una sana conclusión. ¡No se puede
estar <<duelandp>> toda la vida!
Estas pueden ser las posibles manifestaciones en el recorrido
de su elaboración, vividas unas sí y otras no, con mayor o menor intensidad,
transversalmente, superpuestas o presentes al mismo tiempo, con idas y venidas.
El trabajo del duelo avanza más en espiral que en línea recta:
·
Aturdimiento inicial: la aflicción puede dejar al doliente
anestesiado, perturbado, mudo, incluso privado de autonomía de pensamiento y
acción.
·
Lamentaciones: surgen las primeras expresiones
inarticuladas, abundan los gestos, viene la queja:<<No me lo puedo
creer!>>.
·
Negación: <<¡ No es cierto!>>.
·
Rechazo:<<¡ No lo acepto!>>.
·
Tristeza profunda: <<¿ Qué sentido tiene ya?
·
Miedo y ansiedad: <<¡ Y si me sucediera…!
·
Culpa insistente:<<¡ Si yo no hubiese…!
·
Cuestionamiento persistente:<< ¿Por qué a mí?>>,
<<¿ por qué lo hiciste, Dios?>>.
·
Brunca y resentimiento: <<¡ Esto no te lo voy a
perdonar jamás!>>.
·
Alejamiento de los demás y de Dios. << ¿Quién puede entender lo que
yo padezco?>>.
·
Resignación: << ¡Me tocó a mí, es la
fatalidad!>>.
·
Reencuentro purificado con Dios: <<Siempre estuvo a mi
lado>>.
·
Serenidad interior: <<¡ Después de tanto penar,
estoy recobrando la paz!>>.
· Aceptación y asunción: <<¡ Hay que volver a vivir! Mi ser querido me quiere feliz>>.
El trabajo del duelo es una tarea en
fondo y forma, donde se han de tratar saludablemente los aspectos relacionados
con las tres heridas vitales: la de la vida (cómo sigue esta para el doliente,
después de la muerte del ser querido), la de la muerte (lo que representa el
fallecimiento para el difunto y para el mismo sufriente) y la del amor (cómo queda el vínculo amoroso
del apenado con sus allegados y con la persona que murió). Sí, es
imprescindible encarar las grandes cuestiones existenciales de toda persona.
El proceso del duelo ha de hacerse en
todas y cada una de las dimensiones de la persona.
Física – Emocional – Intelectual – Social – Valórica – Espiritual.
TIPOS
DE DUELO
Suele hablarse de diversos
tipos de duelo, según sea la preparación previa para la elaboración de las
adversidades por parte del afectado, su psicoeducación, la utilización de
recursos personales y comunitarios; también según sean sus actitudes, acciones,
procesos, tiempos, situaciones, cosmovisión de vida y fe y resultados. He aquí
algunos tipos de duelo:
· Psicoeducado. La
persona se ha informado, formado y preparado con tiempo en los procesos de elaboración del sufrimiento, proceso en el
que es muy útil contar con los buenos patrones de gestión vistos en otros
dolientes, obteniendo así un <<botiquín de duelo>>. Ello no exime
de la dureza del golpe, pero el doliente no está desarmado.
·
Normal. En
los primeros días después de la muerte, la mezcolanza de fuertes emociones, la
confusión de ideas y las reacciones
instintivas trastornan a la persona produciendo: conducta de búsqueda, rabia,
rabia, tristeza profunda, soledad, alucinaciones… Son reacciones NNN: normales,
naturales y necesarias. Tras un proceso de elaboración de la aflicción, se
llega a la paz y serenidad.
·
Anticipado.
Asumiendo la pérdida antes de tiempo, con pleno conocimiento de la situación y
con aceptación, es posible prepararse, reactivando todos los recursos
multidimensionales.
·
Retardado. Si no
se afronta la situación y se demora el proceso de aceptación, perdura la
dolencia y la falta de elaboración positiva.
·
Crónico. Como el abordaje no es decisivo, el
pesar echa raíces, pasando factura al tiempo.
·
Extraordinario. Hace referencia a las causas
críticas de la muerte: por aborto, suicidio, homicidio, tortura, accidentes
fatales, guerras, catástrofes…
·
Ambiguo. Se
aplica a situaciones específicas, por ejemplo, cuando falta información sobre
el paradero de la persona querida, no sabiendo si se encuentra viva o muerta.
·
Patológico. La
muerte superó de tal manera al doliente que alteró grávemente su persona.
· Inmanente
o trascendental. Una visión materialista, donde todo termina
con la muerte, ocasiona un trabajo del duelo inmanente. Una visión de fe
conlleva un proceso de duelo trascendente.
No olvidemos que el mayor sufrimiento y el más doloroso proceso de duelo, pese a que los vínculos, las causas y circunstancias sean muy importantes, son aquellos que no se trabajan adecuadamente hasta cicatrizar la herida.
PALPITAR CON TRES
CORAZONES
Ya sabemos que en el trabajo del duelo se tiene en cuenta el
vínculo afectivo, las causas y circunstancias de la muerte, el factor tiempo y,
por supuesto, la persona del doliente-<<dueliente>>: los recursos
internos de todas y cada una de sus dimensiones, la actitud del abordaje, las
aptitudes o capacidades y las acciones de quien es sanador-Herido; todo ello
para confrontarse con su pena, es decir, consigo mismo.
En una gran aflicción, las etapas del tiempo (pasado,
presente y futuro) se trastocan y mezclan. El viandante de este ejercicio de
duelo tendrá que palpitar en todo su esfuerzo recorrido con tres corazones en
uno. Insistimos en que transitará una senda con muchos recovecos, con subidas y
bajadas, con avances y retrocesos, conjugando simultáneamente el presente con
el pasado y el futuro.
El primer corazón es
para <<des-ahogar>> en el presente la pena, para <<com-partir>> imágenes y recuerdos punzantes, para ir
aceptando y asumiendo la dura realidad.
Así se expresa san Bernardo de Claraval (1090-1153):
Estaba quebrantado y no hablaba. La pena reprimida echó
raíces más profundas en mi interior; y creo que se intensificó más, por no
haberle permitido su desahogo. Lo confieso: me ha vencido. Debe salir fuera lo
que sufro dentro. Sí, brote mi llanto (Sermones sobre el Cantar de los
cantares, XXVI).
Una obra muy interesante es la Consolación a doña Juana de
Mendoza, de Gómez Manrique(1412-1490), escrita para su esposa tras la muerte de
dos de sus tres hijos. Sobre la necesidad de su desahogo, aun por escrito, se
manifiesta así el compungido padre:
Y así, señora, pensé hacer este tratado para consolación de
tu merced y para mi descanso, porque descansando en este papel, como si contigo
hablara, aflojase el hervor de mi congoja, como hace el de la olla cuando se
sale que, por poca agua que salga, ayuda mucho y ella no revienta (vv.28-29).
El segundo corazón es
para <<re-cordar>> (traer a la mente y al corazón) lo bueno y agradable vivido, que la
pena no borre la memoria del pasado placentero, lo proyectado en común, las
ilusiones y sueños compartidos.
El tercer corazón necesita vuelos de águila, para mirar adelante y arriba, consolidado el
presente y abriendo brecha en el futuro, latiendo en esperanza y felicidad.
Tres corazones latiendo al unísono, padeciendo, recordando, con esperanza dentro de una persona herida-sufriente-sanadora, siempre activa, en camino, hasta que llegue la sanación integral.
CUANDO
LA TRISTEZA Y EL MIEDO CALAN EL ALMA
En nuestro mundo emocional
encontramos emociones, sentimientos y constructos psicoafectivos como el amor,
el odio, la culpa, los apegos, los celos…
Tenemos cuatro sentimientos
básicos: alegría, tristeza, miedo e ira. En ellos la intensidad es variable.
De todos ellos, cuando son
provocados por la muerte de un ser querido, el de la tristeza es el más
frecuente, visible y mejor reconocido. Cumple una función de alerta. Es un
intento de focalizar el campo de atención para hacer más manejable la punzada
hiriente y centrar los esfuerzos en su elaboración con un buen ejercicio de
duelo.
La tristeza se viste de
llanto, nostalgia, amargura, soledad. Puede incubarse en el corazón hasta
convertirse en un estado de ánimo, una compañera de viaje de la vida; lo que
puede llegar a desmotivar y hacer desembocar al doliente en el mar del desánimo
profundo e incluso en la depresión.
A loa sombra de la tristeza
anidan la impotencia, el miedo y la baja autoestima. Se siembra la convicción
de que nunca se podrá volver a ser feliz.
La tristeza crece en fechas
claves, como Navidad, Fin de Año, aniversarios, cumpleaños. Se agazapa entre
los recuerdos que tendrían que ser gozosos.
La tristeza perenne llega a
causar lástima en los demás y hace naufragar la vida. Cuando cala el alma, la
esperanza se oxida.
¿Y qué decir del miedo? El
temor o amenaza es un signo de que algo ha mudado en nosotros o para nosotros y
nos resistimos al cambio. En toda intensa tribulación, los temores se meten en
el cuerpo. El tratamiento de duelo es para dar nombre, afrontar y
dominar esos miedos.
De sufrimiento
se ensombreció mi corazón.
Y lo que veía
era la imagen de la muerte.
Hasta mi ciudad natal
se me convirtió en tormento
y la casa paterna
en innegable pena.
Por todas partes,
lo buscaban mis ojos,
pero no lo encontraban
y todo se tornó aborrecible,
porque las cosas no eran ya.
Y mismo me volví
un enigma ante mis ojos.
SAN AGUSTÍ, Confesiones IV,4,9
Hay
que limpiar con lágrimas el sufrimiento. Hay que hablar de él. Hay que
elaborarlo sanamente. Hay que sembrar esperanza en él.
Es
una reacción más que normal sentir grave tribulación cuando muere un ser
querido. Y aceptar la pena de otra persona es signo de sensibilidad y
sabiduría.
¿Cómo
desahogar el corazón? Es mejor expresar la aflicción que reprimirá. No todo el
mundo manifiesta sus sentimientos de la misma manera, adecuadamente y a tiempo.
Desahogarse alivia la tribulación y es camino hacia la sanación. Hay
que procurar:
·
Dar libertad al llanto. No avergonzarse
de llorar lo necesario:
<<El rey David se estremeció por la muerte de su hijo. Subió a su
habitación y rompió a llorar. Decía entre sollozos: “¡Hijo mío, Absalón; hijo mío,
hijo mío , Absalón! ¡Quién me diera haber muerto en tu lugar, hijo mío Absalón,
hijo mío”>> (2Sam 19,1).
·
No somatizar el sufrimiento
inadecuadamente:
<<Como el agua me derramo, todos mis huesos se dislocan, mi corazón se
vuelve como cera, se me derrite entre mis entrañas>> (Sal 22,15).
·
No reprimirse angustiosamente, ni
aislarse:
<<Insomne estoy y gimo cual solitario pájaro entejado>> (Sal
102,8).
·
Identificar y dar nombre específico al
sentimiento –miedo, tristeza, ira-
<<Como alimento viene mi suspiro, como el agua se derraman mis lamentos.
No hay para mí tranquilidad ni calma, no hay reposo; turbación es lo que
llega>> ( Job 3,24-26)
·
Hablar, expresando las aflicciones <<Derramaré mis quejas sobre mé,
hablaré de la amargura de mi madre>> (Job 10,1).
·
Sacar la rabia (contra uno, los otros,
con Dios):<<Diré
a Dios. ¡No me contenes, hazme saber por qué me enjuicias! ¿Acaso te está bien
menospreciarte la obra de tus manos?>> (Job 10,2-3).
·
Abrir el corazón al <<Dios de todo
consuelo>>:
Confiadle todas vuestras preocupaciones, pues Él cuida de vosotros>>81 Pe
4,7)
·
Hablar con quien pasó por una
experiencia similar y con quien puede entender y ayudar: <<Déjala, porque su alma está en
amargura>> (2Reyes 4,27)
·
No obstinarse el relacionarse los
porqués del sufrimiento.
·
Desahogarse,
pero practicar también actitud e escucha.
·
Sin
olvidar que siempre el sufrimiento del doliente es mayor que el más grande de
todos los males.
EL
sufrimiento tapado es como un horno que está cerrado: arde y reduce a cenizas
el corazón que lo encarcela.(W. Sahakespeare)
QUE
LA CULPA NO SEA UN TORMENTO
La culpa es una reacción común
ante la muerte de un ser querido. Su aparición manifiesta un comportamiento
(real o no) contrario a los principios básicos del individuo.
Un remolino de acusación y su
círculo vicioso se gestan en la conciencia. Surge la convicción, con fundamento
o sin él, de que hubo error o negligencia
en lo que se hizo, o en lo que se podía haber hecho, y de que el tiempo
estranguló la oportunidad de remediarlo.
La culpa es un pensar interior
por las cosas que no se hicieron y se debieron hacer, por lo que no se dijo y
se debiera haber dicho, por las caricias que nunca salieron de las manos.
Hay que purificar la culpa,
tanto si hubo como si no hubo, superando la autoagresividad, asumiendo que se
vale más que lo que se hizo, reconciliándose con nuestro propio pasado, con los
demás, con Dios, optando por hacerlo mejor en el futuro.
No hay que enviar a otras
personas flechas envenenadas de culpa, como un mecanismo de defensa y
desplazamiento, para justificar lo que pasó, ya que se vuelven contra uno hasta
enfermar el propio corazón.
Debemos pasar de la culpa al
perdón, poniendo amor.
Perdonar será encontrar el
mayor alivio y sanación.
Dejarse perdonar será reconstruir
la paz interior.
MIL
Y UNA PREGUNTAS
En el tratamiento de las
heridas, la gestión del duelo encuentra problemas y los grandes
<<misterios>> de la persona. Es cierto que, hay que ser pacientes
con todo lo que queda sin resolver en nuestro corazón. Nuca debemos huir de las
preguntas, ni de las que hace el sufrimiento, ni de las que se hacen al
sufrimiento ni de las que se dirigen al mismo sufriente.
¿Y si se sabe de antemano que
no hay respuestas convincentes? No importa, porque las preguntas y las quejas
no deben quedar dentro, en un pecho cerrado, añadiendo más pena a la ya
existente.
Hay que recibir y convivir con
todo tipo de preguntas, plantearlas a larga distancia, porque tal vez sin
notarlo, se están elaborando gradualmente las respuestas, que, llegarán en su
momento oportuno.
Hay preguntas hacia fuera y
preguntas hacia dentro. Estas últimas son imprescindibles. Las preguntas
internas llevan a dialogar con el padecimiento, es decir, al afectado consigo
mismo. Es una manera de abrir ventanas a la aflicción.
Acepta la catarata de
preguntas de tu mente, de tu corazón y de tu espíritu. Respóndelas desde tu
misma vida, desde todas y cada una de sus dimensiones. Si te exigen cambios
personales, afróntalos.
Agota el <<porqué>> de tu aguijón,
revisa el <<cómo>> y construye sobre << para qué>>.
Entiende tu sufrimiento y
entiéndete en tu sufrimiento.
No te detengas para siempre en
lo que dejas atrás. No te des permiso para seguir perdiendo y abatiéndote.
¿Qué provecho te aporta esta
pena elaborada?
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