Misión sanante de la comunidad cristiana
«Nos comprometemos a
revitalizar la acción evangelizadora de nuestras parroquias en el mundo
de la salud y en el servicio a los enfermos. Estamos convencidos de que una
parroquia sana y sanadora puede ser hoy lugar privilegiado para impulsar la
nueva evangelización, siendo foco de vida más saludable en medio de la sociedad
actual y anuncio de la salvación eterna; al mismo tiempo, sabemos que no
podemos construir una comunidad parroquial fiel a Jesucristo ignorando
precisamente a esos hombres y mujeres enfermos a los que él dedicó una atención
preferente. Por ello, nos esforzaremos para que las parroquias asuman con más
responsabilidad su tarea de educar para la salud; cuidaremos la celebración de
los Sacramentos y, de manera particular, los sacramentos de enfermos como
encuentro salvador con Cristo; impulsaremos el acercamiento de la parroquia a
todos los enfermos, especialmente a los más solos y necesitados; les haremos
llegar fraternalmente la comunión y la Palabra de Dios; nos preocuparemos de
que puedan participar activamente en la vida de la comunidad parroquial,
desarrollando su testimonio y compromiso evangelizador. Para impulsar todo
esto, consideramos imprescindible constituir el equipo de Pastoral de la Salud
en cada parroquia y prestar una atención especial a las parroquias rurales.»
Congreso Iglesia y Salud. Documento final.
La comunidad cristiana: misión y tarea en
el mundo de la salud
La misión
de la Iglesia es «anunciar e instaurar entre todos los pueblos el Reino de Dios
inaugurado por Jesucristo»[1], es
decir, anunciar la buena nueva del Reino, anunciar el Evangelio, evangelizar. «Evangelizar no es para mí ningún motivo de
gloria; es más bien un deber que pesa sobre mí. Pobre de mí si no evangelizare»
(1Cor 9,16). El mandamiento de
Cristo, «Id y curad», se muestra inseparablemente complementario del «id y
enseñad» y del «id y bautizad». Jesús no separa nunca su actividad terapéutica
de la proclamación del Reino. «Curar a los enfermos» y «anunciar el Reino» son
dos aspectos complementarios de la acción evangelizadora: «Recorría Jesús toda
Galilea..., proclamando la buena nueva del Reino y curando toda enfermedad y
toda dolencia en el pueblo» (Mt 4,23).
La
evangelización que promueve la Iglesia no es sino encarnación y prolongación de
la acción evangelizadora de Cristo, en cuya acción salvífica se funda e
inspira. La fidelidad a su Señor ha de conducir a la Iglesia a ofrecer y
comunicar la salvación de Jesucristo como fuerza que sana y que es posible experimentar
ya desde ahora. Y todo esto dentro del sufrimiento y la debilidad de la
presente condición humana como primicia y esperanza de vida eterna.
En el
desarrollo de la pastoral de la salud, la evangelización está llamada a
realizarse, en la vida y en la actividad de cada comunidad cristiana, dentro de
un auténtico dinamismo de fe, en el que la Palabra ilumine e interprete la vida
personal, relacional y colectiva mediante el anuncio del Evangelio, para
abrirse luego a la celebración sacramental, encarnándose en ella, y conducir
finalmente al compromiso de promoción humana y al testimonio de la caridad y
del servicio.
1. Contexto teológico-pastoral
Lo primero
será colocarnos en un contexto concreto, por ello vamos a ver el horizonte
teológico-pastoral dentro del cual entender y orientar la obra de la
evangelización en el mundo de la salud.
La
salvación ofrecida como curación
Jesucristo
representa el anuncio y el ofrecimiento de salvación de Dios en forma de
curación. Este es el dato que caracteriza en buena medida su acción
evangelizadora, y así lo resume la memoria de la primera comunidad cristiana:
«Dios ungió con el Espíritu Santo y llenó de poder a Jesús de Nazaret, el cual
pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el demonio, porque Dios estaba
con el» (Hch 10,38). Jesús origina
salud, tanto en los individuos como en la sociedad. Su presencia y su actuación
poseen siempre un carácter saludable. La tradición sinóptica presenta la acción
evangelizadora de Jesús como un esfuerzo para poner en marcha un profundo
proceso de curación individual y social: «El hijo del hombre ha venido a buscar
y a salvar lo que estaba perdido» (Lc
19,10). El cuarto evangelio interpreta todo el actuar de Jesús como “amigo
de la vida” y “creador de vida”: «He venido para que tengan vida y la tengan
abundante» (Jn 10,10).
Jesús
entiende su propia misión como acción sanadora
«Los sanos
no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los
justos, sino a los pecadores para que se conviertan» (Lc 5,31-32; cf Mt 2,17; 9,12-13). Jesús no separa su actividad
terapéutica de la proclamación del Reino. Las curaciones que Jesús lleva a cabo
a nivel físico, psicológico o espiritual no son hechos cerrados en sí, se
colocan al servicio de la evangelización. Son el signo más evidente de la
salvación que ofrece y la experiencia que ilumina el sentido de su misión.
Cuando el Bautista plantea preguntas sobre el Mesías, la única respuesta que
recibe de Jesús es esta: «Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan
limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia el Evangelio a los
pobres» (Mt 11,5).
Esta
actividad terapéutica no es equiparable a una intervención médica profesional,
pero constituye una curación integral del ser humano, que recibe al Dios «amigo
de la vida»: «Si echo los demonios con el Espíritu de Dios, es señal de que ha
llegado a vosotros el reino de Dios» (Mt
12,28). La curación integral como proceso de recuperación de la vida,
crecimiento positivo de la persona, señorío sobre el propio cuerpo, victoria
acerca de las fuerzas del mal, es una experiencia privilegiada para anunciar y
ofrecer la salvación de Dios.
Por tanto,
la evangelización en el mundo de la salud no debe ser algo añadido a la acción
terapéutica. No se trata de añadir iniciativas de tipo catequético o litúrgico
a las actividades de los trabajadores sanitarios, sino de colaborar en el
cuidado y en la asistencia integral de la persona, de tal modo que la actividad
misma llegue a ser signo de un Dios amigo y salvador, y una invitación a acoger
su salvación.
La Iglesia
enviada a evangelizar sanando
Cuando
Jesús confía a sus discípulos la misión de anunciar el reino de Dios, les
recomienda la atención a los enfermos como horizonte, camino y contenido de la
evangelización: «Si llegáis a un pueblo (...) curad a los enfermos que haya y
decidles: El reino de Dios está cerca de vosotros» (Lc 10,8-9). La misión
consiste en entrar en la sociedad, curar todo lo que en ella hay de enfermo y,
a partir de esta acción sanante, proclamar al mundo la presencia de un Dios
salvador. Así pues, anuncio misionero y actividad terapéutica forman parte de
una misma dinámica que debe abrir el camino al Reino de Dios entre los hombres:
«Los envió a predicar el Reino de Dios y a curar» (Lc 9,2; cf también Lc 10,9;
Mt 10,7-8 etc).
No se debe
confundir el plan de la salvación con el de la salud. La actividad sanante de
la Iglesia se sitúa en un nivel más profundo que el de las técnicas médicas y
de las terapias sanitarias, porque lo que el evangelio de Jesucristo realiza es
la salvación del hombre. La fuerza sanante de la Iglesia es una participación
misteriosa pero real en el acontecimiento salvífico de Cristo muerto y
resucitado, fuente de vida y de salvación integral. Por eso la acción
evangelizadora, que ayuda desde ahora a promover la salud integral del hombre,
alcanza su último objetivo cuando conduce al individuo a su plena salvación en
Dios.
2. Orientaciones para la evangelización
La Iglesia se sitúa como comunidad
en medio de la sociedad, ofreciendo el Evangelio, respetando la libertad. Al
fin y al cabo, como Cristo, que «dio testimonio de la verdad, pero
no quiso imponerla por la fuerza» (DH 11). En
la debilidad de la libertad, reconociendo la autonomía de lo temporal (GS 36) y
el legítimo pluralismo social (GS 75) y religioso (DH 9), la Iglesia ofrece el
servicio del Evangelio en medio de un mundo que aspira a la salud y a la vida. Indicamos
algunos puntos a tener en cuenta en una evangelización fiel a Cristo y al
contenido terapéutico de toda su acción misionera.
Con conciencia de la misión de curar
Debemos
seguir desarrollando la fuerza salvífica del Evangelio en el ámbito del anuncio
misionero de la catequesis, la acción litúrgica, la orientación moral del
servicio de caridad y la asistencia a los necesitados. Pero en todo ello
debemos tener siempre como horizonte y como estímulo esta misión que confirió
el Señor a la Iglesia: ofrecer al hombre la salvación cristiana de modo que lo
ayude a vivir desde ahora la enfermedad y la salud, el dolor y la muerte de un
modo más sano, encontrando el sentido último de los mismos y la esperanza
definitiva de vida que el ser humano encierra en sí.
Como oferta de salvación.
Evangelizar
el mundo de los enfermos según el estilo de Jesús exige adoptar una posición
integral, encaminada a ofrecer la salvación de Cristo a base de desplegar toda
su energía humanizadora y superar una actitud meramente sacramental o
asistencial, para ayudar a «bien morir». No se trata de disminuir la
celebración de los sacramentos, sino de encuadrarlos dentro de una
evangelización más amplia y poner de relieve su carácter de signos densos y
expresivos de una Iglesia que anhela, implora y busca la salvación total.
La
evangelización ha de promover en el mundo del sufrimiento todo aquello que
puede encarnar en nuestra sociedad la actividad desplegada por Jesús a favor de
los que sufren: la defensa de la salud y del bien del enfermo, la lucha contra
la enfermedad y el dolor, sus causas y consecuencias, la colaboración en la
asistencia integral del enfermo en todas sus necesidades, el respaldo a la
familia que sufre las consecuencias, la solidaridad (donación de sangre,
trasplante de órganos), la colaboración destinada a hacer que las estructuras,
las instituciones y la técnica estén al servicio del paciente y no de otros
intereses, la tutela de los derechos del enfermo, la denuncia de abusos e
injusticias que se produzcan en el mundo sanitario, la creciente humanización
de la asistencia médica, el acompañamiento de los enfermos terminales.
Cerca de los enfermos más necesitados
Ser fieles
a Cristo, «enviado a llevar la Buena Nueva a los pobres» (Lc 4,18), supone recordar que el lugar privilegiado desde el que
Cristo evangeliza son los enfermos pobres, el sector más abandonado y marginado
en la sociedad judía. Jesús se hace presente allí donde la vida aparece más
amenazada y deteriorada. Solamente a partir de su acción salvífica en este
mundo de dolor y de miseria anuncia a todos el reino de Dios.
El
servicio al enfermo pobre, humillado y abandonado, constituye el contexto desde
el que es posible anunciar a la sociedad entera la gracia salvífica de un Dios
amante de la vida. Ahí hemos de buscar el criterio fundamental de
discernimiento y el punto de referencia de nuestra presencia evangelizadora.
Este servicio samaritano a los enfermos más necesitados y descuidados se
concreta en la cercanía a los abandonados, en la defensa incondicional de los
indefensos, en la denuncia de las injusticias que sufren los débiles o en la
ayuda gratuita prestada a estos últimos.
Ofrecer una nueva cultura de la salud
Nuestra
cultura de la salud está rodeada de contradicciones y ambigüedades. Se defiende
el respeto y la atención a la vida y, al mismo tiempo, se va difundiendo
gradualmente una cultura «antivida» (aborto y eutanasia). Se promueve el
cuidado del cuerpo y, sin embargo, se olvida la dimensión espiritual de la
persona. Se exalta la salud mientras se fomentan formas de vida insanas y
comportamientos autodestructivos. Se desarrolla una medicina cada vez más
técnica y costosa para beneficio de los países ricos y se abandonan los pueblos
del Tercer Mundo a la desnutrición, el hambre y las enfermedades.
La
evangelización ha de contribuir a la promoción de una nueva cultura de la salud
que sea más sensible a todas las dimensiones del ser humano y más abierta a su
salvación eterna. Esta evangelización debe interpelar a la cultura moderna
respecto al concepto de hombre que se esconde tras el modelo de salud
tecnificada, medicalizada e idolatrada. Debe aportar sentido crítico y
criterios morales al servicio de una vida digna del ser humano y mostrar la
actitud cristiana frente al dolor, la enfermedad, la vejez o la muerte.
Comunidades cristianas generadoras de salud
La
evangelización es una acción que produce salud, y nuestra propia presencia en
medio de la sociedad ha de ser irradiación de la vida sana que anunciamos y que
prepara la salvación plena del hombre. Nuestras comunidades tienen muchas y
variadas actividades y, en ellas, un gran potencial de oportunidades sanadoras.
Se han de redescubrir en concreto las oportunidades que la acción catequética
ofrece para educar en la salud, la fuerza sanante que puede irradiar la
celebración litúrgica de la comunidad cristiana mediante la escucha de la
Palabra de Dios, la celebración viva de los sacramentos o la oración de la
asamblea. Hay que recuperar la pastoral de la caridad y el servicio a los
marginados para la promoción de una vida sana y digna, el puesto principal que
los enfermos deben ocupar, no únicamente como destinatarios de un servicio
fraterno, sino también como testigos de Cristo crucificado y como colaboradores
activos en la edificación de la comunidad cristiana.
La pastoral de la salud
Las
diferentes definiciones que se emplean para describir la pastoral del mundo de
la salud (pastoral de los enfermos, pastoral sanitaria, pastoral de la salud)
indican de algún modo la pluralidad de contenidos que se le puede atribuir.
Prescindiendo de la definición que adoptemos, dicha pastoral debe dirigir su
atención preferente a los enfermos, pero ha de hacerlo conforme al modelo
terapéutico de Cristo, que se orienta a ayudar al hombre a vivir de manera sana
y salvífica la enfermedad y la salud, la vejez y la juventud, la muerte y la
vida.
3. La evangelización en el mundo
hospitalario
El hospital es la institución más
tradicional destinada al servicio de la salud de los ciudadanos, es un vivo
reflejo de la sociedad, de sus conflictos y contradicciones. En los últimos
tiempos ha experimentado una gran evolución que ha cambiado su función,
estructura y fisonomía. En el mundo de la asistencia sanitaria, la
Iglesia está llamada a hacer presente de un modo especial la fuerza
humanizadora y salvífica de Jesucristo.
Presencia que evangeliza
La acción
de la Iglesia no debe limitarse a la asistencia religiosa a los enfermos, sino
que debe promover la evangelización, sobre todo en tres direcciones: contribuir
a una visión integral de la asistencia según las distintas necesidades del
enfermo, colaborar de un modo eficaz a humanizar cada vez más la asistencia,
poner más atención en el cuidado pastoral de los agentes sanitarios cristianos.
Organización pastoral
Para
llevar a cabo esta labor evangelizadora, es necesario pasar desde un trabajo
pastoral confiado casi exclusivamente a capellanes, que se centran en la
asistencia sacramental, a una pastoral misionera, de la que es protagonista
toda la comunidad cristiana que está presente en la estructura sanitaria. Una
de las primeras tareas será constituir un equipo pastoral, conducido por un
responsable, en el que pueden colaborar (aparte de los capellanes, religiosos y
religiosas) trabajadores sanitarios, enfermos, voluntarios y familiares.
Proyecto pastoral
El equipo
pastoral podrá actuar con eficacia únicamente si ha trazado un programa
pastoral bien definido. Esto exige analizar la situación de la estructura
hospitalaria, sacar a la luz los problemas existentes y todo cuanto se precisa
a la luz de la evangelización. Requiere además una formulación realista de
objetivos concretos y verificables, así como la elaboración de un plan de
acción y su evaluación periódica[2].
Servicio integral al enfermo
La persona
enferma ha de ser siempre el centro privilegiado de un esfuerzo pastoral que
desee inspirarse en el estilo de Jesús y que esté enraizado en el amor
cristiano, así como en el servicio gratuito al enfermo en todas sus
necesidades. Se trata de ofrecerle sobre todo aquello que frecuentemente no
recibe de la asistencia hospitalaria, pero que resulta necesario para vivir las
diferentes fases de la enfermedad de un modo verdaderamente humano, para luchar
dignamente por su salud y para prepararse a la muerte con esperanza.
Dentro de
dicho servicio integral a los enfermos, la celebración de los sacramentos ocupa
un puesto muy importante para el creyente. Las circunstancias externas poco
favorables (hostilidad o indiferencia) pueden resultar un estímulo para una
mejor preparación de la celebración, purificando las motivaciones, buscando el
momento más oportuno, animando la participación consciente del enfermo,
explicando la riqueza expresiva de los signos y promoviendo la celebración
comunitaria en la medida de lo posible.
La
asistencia a los moribundos requiere una especial atención. Se trata de ayudar
al enfermo a curar las heridas del pasado, a encontrar el sentido de su
sufrimiento, a reconciliarse consigo mismo, con los otros y con Dios, a
prepararse con serenidad y dignidad para el tránsito y a aceptar la muerte con
la fortaleza de la esperanza cristiana.
Cuidado pastoral del personal sanitario
Es un
aspecto importante ayudar a los trabajadores sanitarios para que puedan
descubrir mejor el sentido del propio trabajo y el contenido cristiano del
servicio que prestan. Es indispensable respaldar sus esfuerzos dirigidos a la
humanización de la asistencia, estimular su contribución en el debate sobre
cuestiones éticas y facilitar su participación en una mejor asistencia
religiosa a los enfermos.
Colaborar en la humanización de la
asistencia
La acción
pastoral debe contribuir a que sea reconocida la dignidad de la persona
enferma, con sus derechos y necesidades. De este modo, la técnica sanitaria,
las estructuras y el trabajo del personal estarán al servicio del enfermo y no
de intereses económicos, profesionales, políticos o sindicales.
El hospital católico
El
hospital católico debe ser un punto de referencia para una asistencia sanitaria
que se inspire en la visión cristiana. Entre los elementos que deben
caracterizarlo, se pueden señalar: servicio a la vida desde la concepción hasta
su conclusión natural, atención preferencial a los enfermos más pobres,
asistencia integral a la persona enferma sin discriminaciones de ningún tipo,
profesionalidad ejemplar, humanización de la asistencia, formación ética de los
trabajadores, presencia eficaz de un comité ético.
4. La evangelización en el ámbito
parroquial
La
parroquia está llamada a convertirse en fuente de vida sana en medio de la
sociedad y a acoger en su seno a los enfermos de un modo real y significativo.
Es un espacio privilegiado a la hora de mostrar la fuerza sanadora de la
evangelización.
Educar para la salud
La
parroquia debe asumir con mayor responsabilidad el cometido de educar en la
salud. La catequesis de los niños, la educación cristiana de los jóvenes, la
pastoral prematrimonial, el itinerario catecumenal, la pastoral de la tercera
edad, la celebración de los sacramentos, la escucha de la Palabra de Dios, la
predicación, la eucaristía dominical pueden hacer de la comunidad parroquial un
lugar donde aprender a vivir de un modo sano. Promover una vida sana y hacerla
cada vez más accesible a todos significa edificar una comunidad que conduce a
la salvación.
Los sacramentos, fuente de salud
La
comunidad parroquial comunica la gracia salvífica y sanadora de Cristo sobre
todo por medio de los sacramentos. De ahí la importancia de reavivar la
celebración de los sacramentos de los enfermos. El sacramento de la
reconciliación, con toda su fuerza salvífica y terapéutica, la eucaristía
celebrada por una comunidad que se hace una con el enfermo, la comunión en
forma de viático y el sacramento de la unción representan el ofrecimiento más
significativo y eficaz de la gracia de Cristo para el enfermo como estímulo
para su curación, para ayudarle a vivir cristianamente su enfermedad y aceptar
con esperanza la muerte.
Cercanía a los enfermos
Las
parroquias han de estimular una mayor cercanía a los enfermos, especialmente
hacia los abandonados y aquellos que más sufren la soledad: ancianos, enfermos
crónicos, discapacitados psíquicos, marginados, etc. Dicha cercanía comporta
visitar a los enfermos con profundo respeto, acompañarles a lo largo de su
enfermedad, con gestos más que con palabras, atentos a sus necesidades. Por
otro lado, no debemos olvidar que la familia también necesita el apoyo de la
comunidad cristiana para vivir la enfermedad del propio familiar de modo humano
y cristiano.
Estar
cerca de los enfermos creyentes significa hacer que llegue a ellos la
Eucaristía, la Palabra de Dios, la vida de la comunidad cristiana. El domingo
sobre todo la parroquia debe hacer un esfuerzo especial para que los enfermos
se sientan miembros vivos de la comunidad. Es el día adecuado para llevarles la
comunión y ayudarles a escuchar la Palabra de Dios.
La presencia de los enfermos en la
comunidad
No es
tarea fácil, pero las parroquias han de preocuparse de que los enfermos estén
presentes y participen en la vida comunitaria en la medida que sea posible. Es
importante promover su participación activa en las celebraciones litúrgicas, en
los grupos cristianos, en los equipos pastorales. Gestos concretos como la
eliminación de barreras arquitectónicas, el traslado de enfermos y
discapacitados a la Eucaristía dominical, la celebración comunitaria de la
unción, la preparación adecuada de la Pascua del Enfermo, etc., confieren a la
comunidad eclesial un rostro más evangélico y evangelizador.
El equipo de pastoral de la salud
La
evangelización en el mundo de la salud a partir de la parroquia comporta la
constitución de grupos de pastoral no para disminuir la responsabilidad de los demás,
sino precisamente para sensibilizar más a toda la comunidad parroquial y para
encauzar su acción pastoral en este ámbito de la salud y de la enfermedad.
El equipo
de pastoral de la salud es el encargado de sensibilizar a toda la parroquia y
especialmente a los encargados de la catequesis y de la liturgia. Suya es la
misión de promover iniciativas para que
la comunidad conozca a sus enfermos y esté atenta a ellos, asegurar la
participación activa de los enfermos en la vida comunitaria, llevarles la comunión
en el día del Señor y colaborar en la organización de la Pascua del Enfermo.
Formarse y
promover la formación para conocer cada vez mejor el mundo del enfermo y
desarrollar el propio servicio de un modo más idóneo, pero también, para
asegurar la comunicación con el entorno sanitario y sociosanitario, conocer los
grandes problemas sanitarios y la responsabilidad de la sociedad, así como
defender los derechos de los enfermos y promover la salud y la mejora de las
condiciones de vida.
5. Todos responsables en el nombre del
Señor y de la Iglesia
“Los envió a proclamar el reinado de Dios y a
curar a los enfermos... Ellos fueron de aldea en aldea, anunciando la buena
noticia y curando en todas partes” (Lc 9, 2.6). Jesús ha confiado a su Iglesia
la misión de asistir y cuidar a los enfermos.
Todos
los miembros de la Iglesia —obispos,
sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos— tienen el derecho-deber de ofrecer
su propia aportación a la pastoral de la salud, si bien cada uno ha de
realizarla en función del carisma recibido y del ministerio que la Iglesia le
ha encomendado, pero siempre corresponsablemente con los demás para así hacer
transparente el verdadero ser de la Iglesia.
La
reflexión sobre la Iglesia como sujeto de la pastoral de la salud encuentra su
fundamento en la eclesiología de comunión, propuesta vigorosamente por el
Concilio Vaticano II y desarrollada por los documentos y por el pensamiento
teológico postconciliares. En esa eclesiología, la comunión se presenta como
orgánica, esto es, en su diversidad y complementariedad, como se señala
claramente en la Christifideles laici:
«La comunión eclesial se configura, más precisamente, como comunión “orgánica”,
análoga a la de un cuerpo vivo y operante. En efecto, está caracterizada por la
simultánea presencia de la diversidad y de la complementariedad de las
vocaciones y condiciones de vida, de los ministerios, de los carismas y de las
responsabilidades. Gracias a esta diversidad y complementariedad, cada fiel
laico se encuentra en relación con todo el cuerpo y le ofrece su propia
aportación»[3].
El fin de
la comunión es la evangelización, como afirma igualmente la Christifideles laici: «Obreros de la
viña son todos los miembros del Pueblo de Dios: los sacerdotes, los religiosos
y religiosas, los fieles laicos, todos a la vez objeto y sujeto de la comunión
de la Iglesia y de la participación en su misión de salvación. Todos y cada uno
trabajamos en la única y común viña del Señor con carismas y ministerios
diversos y complementarios»[4].
En la
unión y en la ayuda mutua, usando una imagen del Evangelio, podemos decir que
la comunidad eclesial está llamada a ungir los pies de Jesús, presente en los
que sufren, con una libra de ungüento precioso, la caridad misericordiosa con
los enfermos, de forma que toda la casa, es decir, la Iglesia y la sociedad, se
llene de su perfume (cf. Jn 12,3).
El obispo,
padre y pastor
El Obispo
es el primer evangelizador y el que preside el servicio sanador de la Iglesia
diocesana. Por ello, ha de ser el primero en animar la acción evangelizadora en
el mundo de la salud y de la enfermedad. Pero el obispo no puede limitarse a
ser el promotor y animador de lo que otros realizan. Él mismo ha de estar cerca
de los que sufren personalmente y no sólo por delegación. “A él incumbe la obligación
de promover la pastoral de toda la diócesis, manifestando una especial atención
hacia los más pobres y desamparados. Su presencia cerca de los enfermos, ya
para presidir una celebración, ya para una visita de consuelo, será un
testimonio claro de su oficio de Padre y Pastor de todos” (RU 57).
Para una
diócesis es importante que su obispo tenga una experiencia de proximidad y
cercanía a los enfermos. También él tiene que hacerse presente en este campo,
escuchar a los enfermos, alentar a los profesionales, informarse de los
problemas del mundo sanitario, ser evangelizado por los que sufren. Sólo así se
podrá sentir responsable de que la preocupación por los enfermos y la
evangelización en el mundo de la salud tengan su verdadero lugar en la acción pastoral
global de la diócesis[5].
Primeros
responsables de la pastoral de la salud, los pastores están llamados:
- A
preocuparse de crear una comunidad —universal y particular— «cercana» a los
enfermos, sensible a sus necesidades humanas y espirituales, capaz de realizar
proyectos creativos en su favor.
- A
iluminar con su palabra autorizada el camino de los fieles frente a los
problemas, cada vez más complejos, relacionados con la vida, la salud, el
sufrimiento y la muerte.
- A
acompañar a los que sufren y a los que cuidan de ellos para que encuentren luz
y fuerza en su encuentro con el Señor, en la Palabra y en el sacramento.
Los
presbíteros, servidores de la paz y del consuelo
“El
presbítero, con su presencia junto al enfermo, es signo de la presencia de Cristo,
no sólo como ministro de los sacramentos, sino también como especial servidor
de su paz y de su consuelo” (RU 57). «Aunque se deben a todos, de modo
particular, sin embargo, se les encomiendan los pobres y los más débiles...
tengan la mayor solicitud por los enfermos y moribundos, visitándolos y
confortándolos en el Señor» (PO 6).
«Recuerden los presbíteros que pertenece a su
misión visitar a los enfermos con atención constante y ayudarles con inagotable
caridad. Deberán, sobre todo en la administración de los sacramentos, estimular
la esperanza de los presentes y fomentar su fe en Cristo paciente y
glorificado, de modo que, aportando el piadoso afecto de la madre Iglesia y el
consuelo de la fe, reconforten a los creyentes e inviten a los demás a pensar
en las realidades eternas» (RU 35).
Es tarea
del párroco
hacer que el espíritu de la diaconía evangélica a los que sufren llegue a
formar parte del entramado vital de su comunidad. Las indicaciones del
Evangelio y las normas de la jerarquía encuentran en él un instrumento
indispensable de operatividad. En sus catequesis tienen que estar presentes los
temas relativos al sufrimiento y a la salud, a la vida y a la muerte. Es
importante que los fieles se sensibilicen por estos grandes temas existenciales,
incluso antes de pasar personalmente por esa experiencia en el período de la
enfermedad o en la proximidad de la muerte. A través de los sacramentos de los
enfermos –celebrados individual y comunitariamente– hace presente la acción del
Señor con los que sufren. Movilizando a los fieles en el servicio a los
enfermos –a domicilio y en las instituciones sanitarias presentes en el
territorio de la parroquia–, activa los recursos positivos que se encierran en
su corazón.
En la
pastoral de la salud reviste una importancia particular el capellán o asistente
espiritual de las instituciones sanitarias. A él se le confía de manera estable
la cura pastoral de aquel grupo particular de fieles que constituyen los
enfermos y sus familiares, así como el personal sanitario. Su tarea principal
consiste en anunciar la buena nueva y comunicar el amor redentor de Cristo a
todos los que sufren en el cuerpo y en el espíritu las consecuencias de la
condición finita del hombre, acompañándoles con amor solidario.
Además de
una profunda espiritualidad, se le exige aquella competencia y preparación
profesional que le permitan actuar adecuadamente al lado de los miembros de las
otras profesiones sanitarias. En la base de su acompañamiento tiene que estar
presente un cálido sentido de humanidad. Respetando las necesidades y los
tiempos del paciente, el capellán tendrá que saber proponerle el aliento y la
esperanza que vienen de la Palabra de Dios, la oración y los sacramentos. El
capellán tiene que saber combinar el ministerio orientado a los individuos con
el orientado a la animación de la comunidad presente en la institución
sanitaria. Para ello tiene que convertirse en centro y propulsor de una acción
dirigida a despertar y sintonizar todas las fuerzas cristianas presentes en el
hospital.
– Como servidor de la palabra, anuncia la verdad del Evangelio
aplicándola a las circunstancias concretas de la vida del hospital.
– Como servidor de los sacramentos, preside la Eucaristía y celebra la
penitencia y la unción de los enfermos (PO 6).
– Como pastor, enviado por el obispo al hospital, tiene la misión de impulsar la
fraternidad cristiana entre todos los que trabajan en el hospital o pasan por
él, crear grupo-equipo de pastoral y coordinar sus acciones, siendo vínculo de
unidad.
Los
diáconos sean «los oídos, los ojos, el corazón, el alma del obispo con los
pobres y los que sufren».
Al definir
el estatuto de los diáconos, la Lumen
gentium afirma que, «confortados con la gracia Sacramental, en comunión con
el obispo y su presbiterio, sirven al pueblo de Dios en el ministerio de la
liturgia, de la palabra y de la caridad». Entre las tareas que se les
encomienda, se recuerda: «Llevar al viático a los moribundos, leer la Sagrada
Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y
oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los
funerales y sepultura. Dedicados a los oficios de la caridad y de la
administración, recuerden los diáconos el aviso del bienaventurado Policarpo:
misericordiosos, diligentes, procediendo conforme a la verdad del Señor, que se
hizo servidor de todos» (LG 29).
La función
del diácono en la comunidad eclesial ha recibido un relieve especial con la
restauración del diaconado permanente. Esta iniciativa, propuesta por los
padres conciliares y plasmada, en 1967, en la Sacrum diaconatus ordinem, ha tenido el mérito de restituir
visiblemente a la Iglesia aquella dimensión diacónica que le corresponde por
completo, sin excepciones. La comprensión del carácter especifico y de la razón
de ser del diácono abre, por tanto, el camino a su implicación natural en el
sector de la pastoral de la salud.
Los religiosos y religiosas, testigos de la
compasión y de la ternura de Dios.
Como
afirma la Lumen gentium, el estado de
la vida consagrada «no es intermedio entre el de los clérigos y el de los
laicos, sino que, de uno y de otro, algunos cristianos son llamados por Dios
para poseer un don particular en la vida de la Iglesia y para que contribuyan a
la misión salvífica de esta, cada uno según su modo» (LG 43). De aquí se deriva
que los religiosos –tanto si están ordenados como si son laicos– están llamados
a comprometerse en la pastoral de la salud de una forma adecuada al don que han
recibido del Señor.
En
realidad, la primera tarea de los religiosos es la de recordar a la comunidad
eclesial, a través de una experiencia auténtica y gozosa del Cristo
misericordioso, el rostro del Señor crucificado, que hay que descubrir y cuidar
en cada una de las personas que tienen que pasar por el difícil trance del
sufrimiento.
En el
mundo del sufrimiento y de la salud, los religiosos pueden desempeñar la
función profética que deriva de su vocación y en la que van descubriendo hacia
dónde caminar.
- En el desierto, lugar del encuentro con el
Señor en la soledad de una relación personal orientada a la misión, puede
apropiarse de su identidad de mediador de la caridad misericordiosa del Señor
para con los que sufren.
- Hacia la
periferia, lugar de la solidaridad
con los últimos. La exhortación pastoral Vita
consecrata se dirige de este modo a los religiosos. «Privilegien en sus
opciones a los enfermos más pobres y abandonados como los ancianos, los
discapacitados, los marginados, los enfermos terminales, las víctimas de la
droga o de las nuevas enfermedades contagiosas» (n. 83).
- Desde la
frontera, lugar de la creatividad,
del descubrimiento de nuevos horizontes. Como Isaac (Gn 16,17-33), el religioso
está llamado a aprender el arte de excavar nuevos pozos, no limitándose a
conservar lo adquirido. La invitación a explorar nuevos territorios y nuevas
formas de servicio procede del Espíritu, que es creador por naturaleza[6].
Cuidar a los enfermos en nombre de la Iglesia, como
testigos de la compasión y ternura del Señor, es el carisma propio de los
religiosos y religiosas cuando están presentes y trabajan en el hospital. (RU
57). Desde la alegría de la libertad de vida, unidos y abiertos a todos, son
testigos del amor de Dios entre los hombres y signo de trascendencia en el
mismo.
Los
laicos, testigos de Cristo buen samaritano
Los
profesionales de la salud cristianos, que trabajan en el mundo sanitario,
participan de la misión de la Iglesia. Tienen en ella una parte propia y
absolutamente necesaria: impregnar y perfeccionar el orden temporal con el
espíritu evangélico y dar así testimonio de Cristo, especialmente en el
ejercicio de las tareas seculares.
En el
mundo sanitario los profesionales están llamados a servir humana y
cristianamente al enfermo mediante la honradez y la competencia, condición que
no puede ser suplida por ningún otro celo apostólico (RU 57). Están igualmente
llamados a trabajar para que el hospital esté al servicio de la mejor atención
al enfermo, a estudiar y profundizar en los graves problemas éticos que se
plantean en este campo, a valorar su trabajo como la posibilidad de un gran
servicio, a tomar conciencia de estar junto al que sufre como “enviado” del
Señor.
Los laicos
practiquen «la misericordia para con los pobres y los enfermos», recordando que
«la caridad cristiana debe buscarlos y encontrarlos, consolarlos con diligente
cuidado y ayudarles con la prestación de auxilios» (Cf AA 8).
La
implicación de los laicos en la misión de la Iglesia en el mundo de la salud
está claramente indicada en la Evangelii
nuntiandi: «Su tarea primaria e inmediata no es la institución y el
desarrollo de la comunidad eclesial
–esta es la función específica de los Pastores–, sino poner en práctica
todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya
presentes y activas en las cosas del mundo. El campo propio de su actividad
evangelizadora es el vasto y complejo mundo de la política, de lo social, de la
economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida
internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras
realidades abiertas a la evangelización, como el amor, la familia, la educación
de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento, etc.» (EN 70).
En la
exhortación apostólica Christifideles
laici[7] y en otros documentos eclesiales, la participación de los laicos
–individualmente o de manera asociada[8]– en la
misión de la Iglesia se centra en el mundo de la salud. Esta atención
particular se justifica por el hecho de que hoy, más que en el pasado, «incluso
en los mismos hospitales y nosocomios católicos, se hace cada vez más numerosa,
y quizá también total y exclusiva, la presencia de fieles laicos, hombres y
mujeres. Precisamente ellos, médicos, enfermeros, otros miembros del personal
sanitario, voluntarios, están llamados a ser la imagen viva de Cristo y de su
Iglesia en el amor a los enfermos y a los que sufren»[9].
Los
enfermos, testigos de Cristo muerto y resucitado en medio de la comunidad
Los que
están enfermos, por sus vivencias y “por sintonizar de manera más directa con
otros enfermos, pueden realizar una gran labor pastoral en este campo” (RU 57
d), siendo unos testigos vivos de Cristo, que sufren, luchan, aceptan sus
limitaciones, rezan, se preocupan, animan y ayudan a otros enfermos, saben
agradecer lo que reciben de los demás, ayudan a “relativizar” valores y formas
de vida de nuestra sociedad y nos llaman a ser realistas, recordándonos que
somos limitados y frágiles pero con energías insospechadas.
En la
Exhortación apostólica Christifideles
laici, Juan Pablo II afirma que el hombre que sufre es «sujeto activo y
responsable de la obra de evangelización y de salvación» (n. 54). Esta
afirmación del Papa indica el reconocimiento del carisma de los que sufren, de
su aportación creativa a la Iglesia y al mundo: «También los enfermos son
enviados (por el Señor) como obreros a su viña» (n. 53).
A nadie se
le escapa la importancia de este paso del enfermo, de objeto de atenciones a
sujeto responsable de la promoción del Reino. Este cambio de perspectiva tiene
que verse a la luz de todo el movimiento social y civil, que ha encontrado una
de sus expresiones en las diversas «Cartas de derechos» del enfermo. Uno de los
aspectos más considerados en esos documentos ha sido el derecho del enfermo a
implicarse en su propia terapia, asumiendo así un papel responsable en el
proceso de curación que afecta a su persona.
¿Cómo es
posible este cambio de acento en la consideración del enfermo? La Christifideles laici ofrece una
respuesta concreta: «El anuncio de esta buena nueva resulta convincente cuando
no resuena simplemente en los labios, sino que pasa a través del testimonio de
vida, tanto de los que cuidan con amor a los enfermos, los minusválidos y los
que sufren, como de estos mismos, hechos cada vez más conscientes y
responsables de su lugar y tarea en la Iglesia y por la Iglesia» (ChL 54).
La
valoración de la presencia de los enfermos, de su testimonio en la Iglesia y de
la aportación específica que pueden dar a la salvación del mundo, requiere todo
un trabajo de educación amorosa que habrá de realizarse no sólo en las
instituciones sanitarias, a través de un acompañamiento apropiado, sino
también, y de forma muy especial, en las comunidades parroquiales, recurriendo
a una teología del sufrimiento que, evitando caer en el dolorismo, sepa comunicar
que «los sucesos negativos de la vida –incluso la enfermedad, la minusvalía y
la muerte– son “realidades redimidas” por Cristo y asumidas por Él como
“instrumento de redención”» (SD 26).
La familia
del enfermo
Al lado del enfermo
hay una familia o falta una familia, ambas realidades son igualmente
significativas. «Cuando estamos enfermos el papel de nuestra familia es
fundamental. Necesitamos su cariño y sus cuidados para sabernos queridos, su
protección para sentirnos seguros, su compañía para no vernos abandonados, su
comprensión y paciencia para no considerarnos una carga y un estorbo.
Necesitamos su apoyo y su ayuda para poder afrontar con realismo y asumir con
paz la enfermedad y la muerte»[10].
En muchas
intervenciones del magisterio y en bastantes estudios sobre el tema se ha
subrayado insistentemente el especial papel que corresponde a la familia en la
asistencia a los enfermos[11]. El
acompañamiento espiritual del enfermo entra también en las responsabilidades de
los familiares, como expresión profunda de su amor para con el familiar que
sufre. A la oración asidua debe añadirse su preocupación por la presencia junto
al enfermo del ministro de Dios y su participación activa en la celebración de
los sacramentos de la eucaristía y de la unción de los enfermos.
Para la reflexión personal y del grupo
– ¿Qué
estamos haciendo para que se establezca el Reino de Dios en el mundo de la
salud?
– ¿Qué
aplicaciones prácticas sacas para tu vida de cristiano y como agente de
pastoral de la salud?
– ¿Qué
relación encuentras entre salud, salvación, Reino de Dios? ¿Qué podemos hacer
para promover la salud integral, la salvación?
– Destaca todo lo
positivo que encuentras en tu comunidad cristiana (diócesis, parroquia,
hospital) al estar todos implicados en
la pastoral de la salud.
– ¿Qué aspectos te
parece que faltan en tu comunidad (diócesis, parroquia, hospital) en relación a
esta Iglesia de Comunión?
– De todos los
miembros del pueblo de Dios, ¿quién te parece que se está implicando más en la
pastoral de la salud?
[1] Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica,
150
[2] Cf La Asistencia Religiosa en el Hospital,
Orientaciones Pastorales, EDICE, Madrid 1986
[3] Cf. ChL
20
[4] Cf. ChL
55
[5] CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA,
Congreso “Iglesia y salud”, EDICE, Madrid 1995, p. 155-156.
[6] Sobre la vida consagrada y el
servicio a los enfermos, cf. CONSEJO PONTIFICIO PARA LA PASTORAL DE LA SALUD, Los religiosos en el mundo del sufrimiento y
de la salud, Roma 1987; Vita
Consecrata 34 (1998), pp. 56-86.
[7] ChL 53-54
[8] Cf. AA
16.
[9] ChL 53.
[10] Mensaje de los Obispos de la Comisión Episcopal
de Pastoral, 1989
[11] Cf. Documentación de la Campaña
del Enfermo, 1989.
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