domingo, 12 de noviembre de 2017

Misión sanante de la comunidad cristiana


Misión sanante de la comunidad cristiana
«Nos comprometemos a revitalizar la acción evangelizadora de nuestras parroquias en el mundo de la salud y en el servicio a los enfermos. Estamos convencidos de que una parroquia sana y sanadora puede ser hoy lugar privilegiado para impulsar la nueva evangelización, siendo foco de vida más saludable en medio de la sociedad actual y anuncio de la salvación eterna; al mismo tiempo, sabemos que no podemos construir una comunidad parroquial fiel a Jesucristo ignorando precisamente a esos hombres y mujeres enfermos a los que él dedicó una atención preferente. Por ello, nos esforzaremos para que las parroquias asuman con más responsabilidad su tarea de educar para la salud; cuidaremos la celebración de los Sacramentos y, de manera particular, los sacramentos de enfermos como encuentro salvador con Cristo; impulsaremos el acercamiento de la parroquia a todos los enfermos, especialmente a los más solos y necesitados; les haremos llegar fraternalmente la comunión y la Palabra de Dios; nos preocuparemos de que puedan participar activamente en la vida de la comunidad parroquial, desarrollando su testimonio y compromiso evangelizador. Para impulsar todo esto, consideramos imprescindible constituir el equipo de Pastoral de la Salud en cada parroquia y prestar una atención especial a las parroquias rurales.» Congreso Iglesia y Salud. Documento final.

La comunidad cristiana: misión y tarea en el mundo de la salud

La misión de la Iglesia es «anunciar e instaurar entre todos los pueblos el Reino de Dios inaugurado por Jesucristo»[1], es decir, anunciar la buena nueva del Reino, anunciar el Evangelio, evangelizar. «Evangelizar no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que pesa sobre mí. Pobre de mí si no evangelizare» (1Cor 9,16). El mandamiento de Cristo, «Id y curad», se muestra inseparablemente complementario del «id y enseñad» y del «id y bautizad». Jesús no separa nunca su actividad terapéutica de la proclamación del Reino. «Curar a los enfermos» y «anunciar el Reino» son dos aspectos complementarios de la acción evangelizadora: «Recorría Jesús toda Galilea..., proclamando la buena nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo» (Mt 4,23).

La evangelización que promueve la Iglesia no es sino encarnación y prolongación de la acción evangelizadora de Cristo, en cuya acción salvífica se funda e inspira. La fidelidad a su Señor ha de conducir a la Iglesia a ofrecer y comunicar la salvación de Jesucristo como fuerza que sana y que es posible experimentar ya desde ahora. Y todo esto dentro del sufrimiento y la debilidad de la presente condición humana como primicia y esperanza de vida eterna.

En el desarrollo de la pastoral de la salud, la evangelización está llamada a realizarse, en la vida y en la actividad de cada comunidad cristiana, dentro de un auténtico dinamismo de fe, en el que la Palabra ilumine e interprete la vida personal, relacional y colectiva mediante el anuncio del Evangelio, para abrirse luego a la celebración sacramental, encarnándose en ella, y conducir finalmente al compromiso de promoción humana y al testimonio de la caridad y del servicio. 

1. Contexto teológico-pastoral

Lo primero será colocarnos en un contexto concreto, por ello vamos a ver el horizonte teológico-pastoral dentro del cual entender y orientar la obra de la evangelización en el mundo de la salud.

La salvación ofrecida como curación

Jesucristo representa el anuncio y el ofrecimiento de salvación de Dios en forma de curación. Este es el dato que caracteriza en buena medida su acción evangelizadora, y así lo resume la memoria de la primera comunidad cristiana: «Dios ungió con el Espíritu Santo y llenó de poder a Jesús de Nazaret, el cual pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el demonio, porque Dios estaba con el» (Hch 10,38). Jesús origina salud, tanto en los individuos como en la sociedad. Su presencia y su actuación poseen siempre un carácter saludable. La tradición sinóptica presenta la acción evangelizadora de Jesús como un esfuerzo para poner en marcha un profundo proceso de curación individual y social: «El hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10). El cuarto evangelio interpreta todo el actuar de Jesús como “amigo de la vida” y “creador de vida”: «He venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10).

Jesús entiende su propia misión como acción sanadora

«Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores para que se conviertan» (Lc 5,31-32; cf Mt 2,17; 9,12-13). Jesús no separa su actividad terapéutica de la proclamación del Reino. Las curaciones que Jesús lleva a cabo a nivel físico, psicológico o espiritual no son hechos cerrados en sí, se colocan al servicio de la evangelización. Son el signo más evidente de la salvación que ofrece y la experiencia que ilumina el sentido de su misión. Cuando el Bautista plantea preguntas sobre el Mesías, la única respuesta que recibe de Jesús es esta: «Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia el Evangelio a los pobres» (Mt 11,5).

Esta actividad terapéutica no es equiparable a una intervención médica profesional, pero constituye una curación integral del ser humano, que recibe al Dios «amigo de la vida»: «Si echo los demonios con el Espíritu de Dios, es señal de que ha llegado a vosotros el reino de Dios» (Mt 12,28). La curación integral como proceso de recuperación de la vida, crecimiento positivo de la persona, señorío sobre el propio cuerpo, victoria acerca de las fuerzas del mal, es una experiencia privilegiada para anunciar y ofrecer la salvación de Dios.

Por tanto, la evangelización en el mundo de la salud no debe ser algo añadido a la acción terapéutica. No se trata de añadir iniciativas de tipo catequético o litúrgico a las actividades de los trabajadores sanitarios, sino de colaborar en el cuidado y en la asistencia integral de la persona, de tal modo que la actividad misma llegue a ser signo de un Dios amigo y salvador, y una invitación a acoger su salvación.

La Iglesia enviada a evangelizar sanando

Cuando Jesús confía a sus discípulos la misión de anunciar el reino de Dios, les recomienda la atención a los enfermos como horizonte, camino y contenido de la evangelización: «Si llegáis a un pueblo (...) curad a los enfermos que haya y decidles: El reino de Dios está cerca de vosotros» (Lc 10,8-9). La misión consiste en entrar en la sociedad, curar todo lo que en ella hay de enfermo y, a partir de esta acción sanante, proclamar al mundo la presencia de un Dios salvador. Así pues, anuncio misionero y actividad terapéutica forman parte de una misma dinámica que debe abrir el camino al Reino de Dios entre los hombres: «Los envió a predicar el Reino de Dios y a curar» (Lc 9,2; cf también Lc 10,9; Mt 10,7-8 etc).

No se debe confundir el plan de la salvación con el de la salud. La actividad sanante de la Iglesia se sitúa en un nivel más profundo que el de las técnicas médicas y de las terapias sanitarias, porque lo que el evangelio de Jesucristo realiza es la salvación del hombre. La fuerza sanante de la Iglesia es una participación misteriosa pero real en el acontecimiento salvífico de Cristo muerto y resucitado, fuente de vida y de salvación integral. Por eso la acción evangelizadora, que ayuda desde ahora a promover la salud integral del hombre, alcanza su último objetivo cuando conduce al individuo a su plena salvación en Dios.

2. Orientaciones para la evangelización

La Iglesia se sitúa como comunidad en medio de la sociedad, ofreciendo el Evangelio, respetando la libertad. Al fin y al cabo, como Cristo, que «dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza» (DH 11). En la debilidad de la libertad, reconociendo la autonomía de lo temporal (GS 36) y el legítimo pluralismo social (GS 75) y religioso (DH 9), la Iglesia ofrece el servicio del Evangelio en medio de un mundo que aspira a la salud y a la vida. Indicamos algunos puntos a tener en cuenta en una evangelización fiel a Cristo y al contenido terapéutico de toda su acción misionera.

Con conciencia de la misión de curar

Debemos seguir desarrollando la fuerza salvífica del Evangelio en el ámbito del anuncio misionero de la catequesis, la acción litúrgica, la orientación moral del servicio de caridad y la asistencia a los necesitados. Pero en todo ello debemos tener siempre como horizonte y como estímulo esta misión que confirió el Señor a la Iglesia: ofrecer al hombre la salvación cristiana de modo que lo ayude a vivir desde ahora la enfermedad y la salud, el dolor y la muerte de un modo más sano, encontrando el sentido último de los mismos y la esperanza definitiva de vida que el ser humano encierra en sí.

Como oferta de salvación.

Evangelizar el mundo de los enfermos según el estilo de Jesús exige adoptar una posición integral, encaminada a ofrecer la salvación de Cristo a base de desplegar toda su energía humanizadora y superar una actitud meramente sacramental o asistencial, para ayudar a «bien morir». No se trata de disminuir la celebración de los sacramentos, sino de encuadrarlos dentro de una evangelización más amplia y poner de relieve su carácter de signos densos y expresivos de una Iglesia que anhela, implora y busca la salvación total.

La evangelización ha de promover en el mundo del sufrimiento todo aquello que puede encarnar en nuestra sociedad la actividad desplegada por Jesús a favor de los que sufren: la defensa de la salud y del bien del enfermo, la lucha contra la enfermedad y el dolor, sus causas y consecuencias, la colaboración en la asistencia integral del enfermo en todas sus necesidades, el respaldo a la familia que sufre las consecuencias, la solidaridad (donación de sangre, trasplante de órganos), la colaboración destinada a hacer que las estructuras, las instituciones y la técnica estén al servicio del paciente y no de otros intereses, la tutela de los derechos del enfermo, la denuncia de abusos e injusticias que se produzcan en el mundo sanitario, la creciente humanización de la asistencia médica, el acompañamiento de los enfermos terminales.

Cerca de los enfermos más necesitados

Ser fieles a Cristo, «enviado a llevar la Buena Nueva a los pobres» (Lc 4,18), supone recordar que el lugar privilegiado desde el que Cristo evangeliza son los enfermos pobres, el sector más abandonado y marginado en la sociedad judía. Jesús se hace presente allí donde la vida aparece más amenazada y deteriorada. Solamente a partir de su acción salvífica en este mundo de dolor y de miseria anuncia a todos el reino de Dios.

El servicio al enfermo pobre, humillado y abandonado, constituye el contexto desde el que es posible anunciar a la sociedad entera la gracia salvífica de un Dios amante de la vida. Ahí hemos de buscar el criterio fundamental de discernimiento y el punto de referencia de nuestra presencia evangelizadora. Este servicio samaritano a los enfermos más necesitados y descuidados se concreta en la cercanía a los abandonados, en la defensa incondicional de los indefensos, en la denuncia de las injusticias que sufren los débiles o en la ayuda gratuita prestada a estos últimos.

Ofrecer una nueva cultura de la salud

Nuestra cultura de la salud está rodeada de contradicciones y ambigüedades. Se defiende el respeto y la atención a la vida y, al mismo tiempo, se va difundiendo gradualmente una cultura «antivida» (aborto y eutanasia). Se promueve el cuidado del cuerpo y, sin embargo, se olvida la dimensión espiritual de la persona. Se exalta la salud mientras se fomentan formas de vida insanas y comportamientos autodestructivos. Se desarrolla una medicina cada vez más técnica y costosa para beneficio de los países ricos y se abandonan los pueblos del Tercer Mundo a la desnutrición, el hambre y las enfermedades.

La evangelización ha de contribuir a la promoción de una nueva cultura de la salud que sea más sensible a todas las dimensiones del ser humano y más abierta a su salvación eterna. Esta evangelización debe interpelar a la cultura moderna respecto al concepto de hombre que se esconde tras el modelo de salud tecnificada, medicalizada e idolatrada. Debe aportar sentido crítico y criterios morales al servicio de una vida digna del ser humano y mostrar la actitud cristiana frente al dolor, la enfermedad, la vejez o la muerte.

Comunidades cristianas generadoras de salud

La evangelización es una acción que produce salud, y nuestra propia presencia en medio de la sociedad ha de ser irradiación de la vida sana que anunciamos y que prepara la salvación plena del hombre. Nuestras comunidades tienen muchas y variadas actividades y, en ellas, un gran potencial de oportunidades sanadoras. Se han de redescubrir en concreto las oportunidades que la acción catequética ofrece para educar en la salud, la fuerza sanante que puede irradiar la celebración litúrgica de la comunidad cristiana mediante la escucha de la Palabra de Dios, la celebración viva de los sacramentos o la oración de la asamblea. Hay que recuperar la pastoral de la caridad y el servicio a los marginados para la promoción de una vida sana y digna, el puesto principal que los enfermos deben ocupar, no únicamente como destinatarios de un servicio fraterno, sino también como testigos de Cristo crucificado y como colaboradores activos en la edificación de la comunidad cristiana.

La pastoral de la salud

Las diferentes definiciones que se emplean para describir la pastoral del mundo de la salud (pastoral de los enfermos, pastoral sanitaria, pastoral de la salud) indican de algún modo la pluralidad de contenidos que se le puede atribuir. Prescindiendo de la definición que adoptemos, dicha pastoral debe dirigir su atención preferente a los enfermos, pero ha de hacerlo conforme al modelo terapéutico de Cristo, que se orienta a ayudar al hombre a vivir de manera sana y salvífica la enfermedad y la salud, la vejez y la juventud, la muerte y la vida.

3. La evangelización en el mundo hospitalario

El hospital es la institución más tradicional destinada al servicio de la salud de los ciudadanos, es un vivo reflejo de la sociedad, de sus conflictos y contradicciones. En los últimos tiempos ha experimentado una gran evolución que ha cambiado su función, estructura y fisonomía. En el mundo de la asistencia sanitaria, la Iglesia está llamada a hacer presente de un modo especial la fuerza humanizadora y salvífica de Jesucristo.

Presencia que evangeliza

La acción de la Iglesia no debe limitarse a la asistencia religiosa a los enfermos, sino que debe promover la evangelización, sobre todo en tres direcciones: contribuir a una visión integral de la asistencia según las distintas necesidades del enfermo, colaborar de un modo eficaz a humanizar cada vez más la asistencia, poner más atención en el cuidado pastoral de los agentes sanitarios cristianos.

Organización pastoral

Para llevar a cabo esta labor evangelizadora, es necesario pasar desde un trabajo pastoral confiado casi exclusivamente a capellanes, que se centran en la asistencia sacramental, a una pastoral misionera, de la que es protagonista toda la comunidad cristiana que está presente en la estructura sanitaria. Una de las primeras tareas será constituir un equipo pastoral, conducido por un responsable, en el que pueden colaborar (aparte de los capellanes, religiosos y religiosas) trabajadores sanitarios, enfermos, voluntarios y familiares.

Proyecto pastoral

El equipo pastoral podrá actuar con eficacia únicamente si ha trazado un programa pastoral bien definido. Esto exige analizar la situación de la estructura hospitalaria, sacar a la luz los problemas existentes y todo cuanto se precisa a la luz de la evangelización. Requiere además una formulación realista de objetivos concretos y verificables, así como la elaboración de un plan de acción y su evaluación periódica[2].

Servicio integral al enfermo

La persona enferma ha de ser siempre el centro privilegiado de un esfuerzo pastoral que desee inspirarse en el estilo de Jesús y que esté enraizado en el amor cristiano, así como en el servicio gratuito al enfermo en todas sus necesidades. Se trata de ofrecerle sobre todo aquello que frecuentemente no recibe de la asistencia hospitalaria, pero que resulta necesario para vivir las diferentes fases de la enfermedad de un modo verdaderamente humano, para luchar dignamente por su salud y para prepararse a la muerte con esperanza.

Dentro de dicho servicio integral a los enfermos, la celebración de los sacramentos ocupa un puesto muy importante para el creyente. Las circunstancias externas poco favorables (hostilidad o indiferencia) pueden resultar un estímulo para una mejor preparación de la celebración, purificando las motivaciones, buscando el momento más oportuno, animando la participación consciente del enfermo, explicando la riqueza expresiva de los signos y promoviendo la celebración comunitaria en la medida de lo posible.

La asistencia a los moribundos requiere una especial atención. Se trata de ayudar al enfermo a curar las heridas del pasado, a encontrar el sentido de su sufrimiento, a reconciliarse consigo mismo, con los otros y con Dios, a prepararse con serenidad y dignidad para el tránsito y a aceptar la muerte con la fortaleza de la esperanza cristiana.

Cuidado pastoral del personal sanitario

Es un aspecto importante ayudar a los trabajadores sanitarios para que puedan descubrir mejor el sentido del propio trabajo y el contenido cristiano del servicio que prestan. Es indispensable respaldar sus esfuerzos dirigidos a la humanización de la asistencia, estimular su contribución en el debate sobre cuestiones éticas y facilitar su participación en una mejor asistencia religiosa a los enfermos.

Colaborar en la humanización de la asistencia

La acción pastoral debe contribuir a que sea reconocida la dignidad de la persona enferma, con sus derechos y necesidades. De este modo, la técnica sanitaria, las estructuras y el trabajo del personal estarán al servicio del enfermo y no de intereses económicos, profesionales, políticos o sindicales.

El hospital católico

El hospital católico debe ser un punto de referencia para una asistencia sanitaria que se inspire en la visión cristiana. Entre los elementos que deben caracterizarlo, se pueden señalar: servicio a la vida desde la concepción hasta su conclusión natural, atención preferencial a los enfermos más pobres, asistencia integral a la persona enferma sin discriminaciones de ningún tipo, profesionalidad ejemplar, humanización de la asistencia, formación ética de los trabajadores, presencia eficaz de un comité ético.

4. La evangelización en el ámbito parroquial

La parroquia está llamada a convertirse en fuente de vida sana en medio de la sociedad y a acoger en su seno a los enfermos de un modo real y significativo. Es un espacio privilegiado a la hora de mostrar la fuerza sanadora de la evangelización.

Educar para la salud

La parroquia debe asumir con mayor responsabilidad el cometido de educar en la salud. La catequesis de los niños, la educación cristiana de los jóvenes, la pastoral prematrimonial, el itinerario catecumenal, la pastoral de la tercera edad, la celebración de los sacramentos, la escucha de la Palabra de Dios, la predicación, la eucaristía dominical pueden hacer de la comunidad parroquial un lugar donde aprender a vivir de un modo sano. Promover una vida sana y hacerla cada vez más accesible a todos significa edificar una comunidad que conduce a la salvación.

Los sacramentos, fuente de salud

La comunidad parroquial comunica la gracia salvífica y sanadora de Cristo sobre todo por medio de los sacramentos. De ahí la importancia de reavivar la celebración de los sacramentos de los enfermos. El sacramento de la reconciliación, con toda su fuerza salvífica y terapéutica, la eucaristía celebrada por una comunidad que se hace una con el enfermo, la comunión en forma de viático y el sacramento de la unción representan el ofrecimiento más significativo y eficaz de la gracia de Cristo para el enfermo como estímulo para su curación, para ayudarle a vivir cristianamente su enfermedad y aceptar con esperanza la muerte.

Cercanía a los enfermos

Las parroquias han de estimular una mayor cercanía a los enfermos, especialmente hacia los abandonados y aquellos que más sufren la soledad: ancianos, enfermos crónicos, discapacitados psíquicos, marginados, etc. Dicha cercanía comporta visitar a los enfermos con profundo respeto, acompañarles a lo largo de su enfermedad, con gestos más que con palabras, atentos a sus necesidades. Por otro lado, no debemos olvidar que la familia también necesita el apoyo de la comunidad cristiana para vivir la enfermedad del propio familiar de modo humano y cristiano.

Estar cerca de los enfermos creyentes significa hacer que llegue a ellos la Eucaristía, la Palabra de Dios, la vida de la comunidad cristiana. El domingo sobre todo la parroquia debe hacer un esfuerzo especial para que los enfermos se sientan miembros vivos de la comunidad. Es el día adecuado para llevarles la comunión y ayudarles a escuchar la Palabra de Dios.

La presencia de los enfermos en la comunidad

No es tarea fácil, pero las parroquias han de preocuparse de que los enfermos estén presentes y participen en la vida comunitaria en la medida que sea posible. Es importante promover su participación activa en las celebraciones litúrgicas, en los grupos cristianos, en los equipos pastorales. Gestos concretos como la eliminación de barreras arquitectónicas, el traslado de enfermos y discapacitados a la Eucaristía dominical, la celebración comunitaria de la unción, la preparación adecuada de la Pascua del Enfermo, etc., confieren a la comunidad eclesial un rostro más evangélico y evangelizador.

El equipo de pastoral de la salud

La evangelización en el mundo de la salud a partir de la parroquia comporta la constitución de grupos de pastoral no para disminuir la responsabilidad de los demás, sino precisamente para sensibilizar más a toda la comunidad parroquial y para encauzar su acción pastoral en este ámbito de la salud y de la enfermedad.

El equipo de pastoral de la salud es el encargado de sensibilizar a toda la parroquia y especialmente a los encargados de la catequesis y de la liturgia. Suya es la misión de  promover iniciativas para que la comunidad conozca a sus enfermos y esté atenta a ellos, asegurar la participación activa de los enfermos en la vida comunitaria, llevarles la comunión en el día del Señor y colaborar en la organización de la Pascua del Enfermo.

Formarse y promover la formación para conocer cada vez mejor el mundo del enfermo y desarrollar el propio servicio de un modo más idóneo, pero también, para asegurar la comunicación con el entorno sanitario y sociosanitario, conocer los grandes problemas sanitarios y la responsabilidad de la sociedad, así como defender los derechos de los enfermos y promover la salud y la mejora de las condiciones de vida.

5. Todos responsables en el nombre del Señor y de la Iglesia

 “Los envió a proclamar el reinado de Dios y a curar a los enfermos... Ellos fueron de aldea en aldea, anunciando la buena noticia y curando en todas partes” (Lc 9, 2.6). Jesús ha confiado a su Iglesia la misión de asistir y cuidar a los enfermos.

Todos los miembros de la Iglesia —obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos— tienen el derecho-deber de ofrecer su propia aportación a la pastoral de la salud, si bien cada uno ha de realizarla en función del carisma recibido y del ministerio que la Iglesia le ha encomendado, pero siempre corresponsablemente con los demás para así hacer transparente el verdadero ser de la Iglesia.

La reflexión sobre la Iglesia como sujeto de la pastoral de la salud encuentra su fundamento en la eclesiología de comunión, propuesta vigorosamente por el Concilio Vaticano II y desarrollada por los documentos y por el pensamiento teológico postconciliares. En esa eclesiología, la comunión se presenta como orgánica, esto es, en su diversidad y complementariedad, como se señala claramente en la Christifideles laici: «La comunión eclesial se configura, más precisamente, como comunión “orgánica”, análoga a la de un cuerpo vivo y operante. En efecto, está caracterizada por la simultánea presencia de la diversidad y de la complementariedad de las vocaciones y condiciones de vida, de los ministerios, de los carismas y de las responsabilidades. Gracias a esta diversidad y complementariedad, cada fiel laico se encuentra en relación con todo el cuerpo y le ofrece su propia aportación»[3].

El fin de la comunión es la evangelización, como afirma igualmente la Christifideles laici: «Obreros de la viña son todos los miembros del Pueblo de Dios: los sacerdotes, los religiosos y religiosas, los fieles laicos, todos a la vez objeto y sujeto de la comunión de la Iglesia y de la participación en su misión de salvación. Todos y cada uno trabajamos en la única y común viña del Señor con carismas y ministerios diversos y complementarios»[4].

En la unión y en la ayuda mutua, usando una imagen del Evangelio, podemos decir que la comunidad eclesial está llamada a ungir los pies de Jesús, presente en los que sufren, con una libra de ungüento precioso, la caridad misericordiosa con los enfermos, de forma que toda la casa, es decir, la Iglesia y la sociedad, se llene de su perfume (cf. Jn 12,3).

El obispo, padre y pastor

El Obispo es el primer evangelizador y el que preside el servicio sanador de la Iglesia diocesana. Por ello, ha de ser el primero en animar la acción evangelizadora en el mundo de la salud y de la enfermedad. Pero el obispo no puede limitarse a ser el promotor y animador de lo que otros realizan. Él mismo ha de estar cerca de los que sufren personalmente y no sólo por delegación. “A él incumbe la obligación de promover la pastoral de toda la diócesis, manifestando una especial atención hacia los más pobres y desamparados. Su presencia cerca de los enfermos, ya para presidir una celebración, ya para una visita de consuelo, será un testimonio claro de su oficio de Padre y Pastor de todos” (RU 57).

Para una diócesis es importante que su obispo tenga una experiencia de proximidad y cercanía a los enfermos. También él tiene que hacerse presente en este campo, escuchar a los enfermos, alentar a los profesionales, informarse de los problemas del mundo sanitario, ser evangelizado por los que sufren. Sólo así se podrá sentir responsable de que la preocupación por los enfermos y la evangelización en el mundo de la salud tengan su verdadero lugar en la acción pastoral global de la diócesis[5].

Primeros responsables de la pastoral de la salud, los pastores están llamados:

- A preocuparse de crear una comunidad —universal y particular— «cercana» a los enfermos, sensible a sus necesidades humanas y espirituales, capaz de realizar proyectos creativos en su favor.

- A iluminar con su palabra autorizada el camino de los fieles frente a los problemas, cada vez más complejos, relacionados con la vida, la salud, el sufrimiento y la muerte.

- A acompañar a los que sufren y a los que cuidan de ellos para que encuentren luz y fuerza en su encuentro con el Señor, en la Palabra y en el sacramento.

Los presbíteros, servidores de la paz y del consuelo

“El presbítero, con su presencia junto al enfermo, es signo de la presencia de Cristo, no sólo como ministro de los sacramentos, sino también como especial servidor de su paz y de su consuelo” (RU 57). «Aunque se deben a todos, de modo particular, sin embargo, se les encomiendan los pobres y los más débiles... tengan la mayor solicitud por los enfermos y moribundos, visitándolos y confortándolos en el Señor» (PO 6).

 «Recuerden los presbíteros que pertenece a su misión visitar a los enfermos con atención constante y ayudarles con inagotable caridad. Deberán, sobre todo en la administración de los sacramentos, estimular la esperanza de los presentes y fomentar su fe en Cristo paciente y glorificado, de modo que, aportando el piadoso afecto de la madre Iglesia y el consuelo de la fe, reconforten a los creyentes e inviten a los demás a pensar en las realidades eternas» (RU 35).

Es tarea del párroco hacer que el espíritu de la diaconía evangélica a los que sufren llegue a formar parte del entramado vital de su comunidad. Las indicaciones del Evangelio y las normas de la jerarquía encuentran en él un instrumento indispensable de operatividad. En sus catequesis tienen que estar presentes los temas relativos al sufrimiento y a la salud, a la vida y a la muerte. Es importante que los fieles se sensibilicen por estos grandes temas existenciales, incluso antes de pasar personalmente por esa experiencia en el período de la enfermedad o en la proximidad de la muerte. A través de los sacramentos de los enfermos –celebrados individual y comunitariamente– hace presente la acción del Señor con los que sufren. Movilizando a los fieles en el servicio a los enfermos –a domicilio y en las instituciones sanitarias presentes en el territorio de la parroquia–, activa los recursos positivos que se encierran en su corazón.

En la pastoral de la salud reviste una importancia particular el capellán o asistente espiritual de las instituciones sanitarias. A él se le confía de manera estable la cura pastoral de aquel grupo particular de fieles que constituyen los enfermos y sus familiares, así como el personal sanitario. Su tarea principal consiste en anunciar la buena nueva y comunicar el amor redentor de Cristo a todos los que sufren en el cuerpo y en el espíritu las consecuencias de la condición finita del hombre, acompañándoles con amor solidario.

Además de una profunda espiritualidad, se le exige aquella competencia y preparación profesional que le permitan actuar adecuadamente al lado de los miembros de las otras profesiones sanitarias. En la base de su acompañamiento tiene que estar presente un cálido sentido de humanidad. Respetando las necesidades y los tiempos del paciente, el capellán tendrá que saber proponerle el aliento y la esperanza que vienen de la Palabra de Dios, la oración y los sacramentos. El capellán tiene que saber combinar el ministerio orientado a los individuos con el orientado a la animación de la comunidad presente en la institución sanitaria. Para ello tiene que convertirse en centro y propulsor de una acción dirigida a despertar y sintonizar todas las fuerzas cristianas presentes en el hospital.

– Como servidor de la palabra, anuncia la verdad del Evangelio aplicándola a las circunstancias concretas de la vida del hospital.

– Como servidor de los sacramentos, preside la Eucaristía y celebra la penitencia y la unción de los enfermos (PO 6).

– Como pastor, enviado por el obispo al hospital, tiene la misión de impulsar la fraternidad cristiana entre todos los que trabajan en el hospital o pasan por él, crear grupo-equipo de pastoral y coordinar sus acciones, siendo vínculo de unidad.

Los diáconos sean «los oídos, los ojos, el corazón, el alma del obispo con los pobres y los que sufren».

Al definir el estatuto de los diáconos, la Lumen gentium afirma que, «confortados con la gracia Sacramental, en comunión con el obispo y su presbiterio, sirven al pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad». Entre las tareas que se les encomienda, se recuerda: «Llevar al viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y sepultura. Dedicados a los oficios de la caridad y de la administración, recuerden los diáconos el aviso del bienaventurado Policarpo: misericordiosos, diligentes, procediendo conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos» (LG 29).

La función del diácono en la comunidad eclesial ha recibido un relieve especial con la restauración del diaconado permanente. Esta iniciativa, propuesta por los padres conciliares y plasmada, en 1967, en la Sacrum diaconatus ordinem, ha tenido el mérito de restituir visiblemente a la Iglesia aquella dimensión diacónica que le corresponde por completo, sin excepciones. La comprensión del carácter especifico y de la razón de ser del diácono abre, por tanto, el camino a su implicación natural en el sector de la pastoral de la salud.

Los religiosos y religiosas, testigos de la compasión y de la ternura de Dios.

Como afirma la Lumen gentium, el estado de la vida consagrada «no es intermedio entre el de los clérigos y el de los laicos, sino que, de uno y de otro, algunos cristianos son llamados por Dios para poseer un don particular en la vida de la Iglesia y para que contribuyan a la misión salvífica de esta, cada uno según su modo» (LG 43). De aquí se deriva que los religiosos –tanto si están ordenados como si son laicos– están llamados a comprometerse en la pastoral de la salud de una forma adecuada al don que han recibido del Señor.

En realidad, la primera tarea de los religiosos es la de recordar a la comunidad eclesial, a través de una experiencia auténtica y gozosa del Cristo misericordioso, el rostro del Señor crucificado, que hay que descubrir y cuidar en cada una de las personas que tienen que pasar por el difícil trance del sufrimiento.

En el mundo del sufrimiento y de la salud, los religiosos pueden desempeñar la función profética que deriva de su vocación y en la que van descubriendo hacia dónde caminar.

- En el desierto, lugar del encuentro con el Señor en la soledad de una relación personal orientada a la misión, puede apropiarse de su identidad de mediador de la caridad misericordiosa del Señor para con los que sufren.

- Hacia la periferia, lugar de la solidaridad con los últimos. La exhortación pastoral Vita consecrata se dirige de este modo a los religiosos. «Privilegien en sus opciones a los enfermos más pobres y abandonados como los ancianos, los discapacitados, los marginados, los enfermos terminales, las víctimas de la droga o de las nuevas enfermedades contagiosas» (n. 83).

- Desde la frontera, lugar de la creatividad, del descubrimiento de nuevos horizontes. Como Isaac (Gn 16,17-33), el religioso está llamado a aprender el arte de excavar nuevos pozos, no limitándose a conservar lo adquirido. La invitación a explorar nuevos territorios y nuevas formas de servicio procede del Espíritu, que es creador por naturaleza[6].

Cuidar a los enfermos en nombre de la Iglesia, como testigos de la compasión y ternura del Señor, es el carisma propio de los religiosos y religiosas cuando están presentes y trabajan en el hospital. (RU 57). Desde la alegría de la libertad de vida, unidos y abiertos a todos, son testigos del amor de Dios entre los hombres y signo de trascendencia en el mismo.

Los laicos, testigos de Cristo buen samaritano

Los profesionales de la salud cristianos, que trabajan en el mundo sanitario, participan de la misión de la Iglesia. Tienen en ella una parte propia y absolutamente necesaria: impregnar y perfeccionar el orden temporal con el espíritu evangélico y dar así testimonio de Cristo, especialmente en el ejercicio de las tareas seculares.

En el mundo sanitario los profesionales están llamados a servir humana y cristianamente al enfermo mediante la honradez y la competencia, condición que no puede ser suplida por ningún otro celo apostólico (RU 57). Están igualmente llamados a trabajar para que el hospital esté al servicio de la mejor atención al enfermo, a estudiar y profundizar en los graves problemas éticos que se plantean en este campo, a valorar su trabajo como la posibilidad de un gran servicio, a tomar conciencia de estar junto al que sufre como “enviado” del Señor.

Los laicos practiquen «la misericordia para con los pobres y los enfermos», recordando que «la caridad cristiana debe buscarlos y encontrarlos, consolarlos con diligente cuidado y ayudarles con la prestación de auxilios» (Cf AA 8).

La implicación de los laicos en la misión de la Iglesia en el mundo de la salud está claramente indicada en la Evangelii nuntiandi: «Su tarea primaria e inmediata no es la institución y el desarrollo de la comunidad eclesial  –esta es la función específica de los Pastores–, sino poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activas en las cosas del mundo. El campo propio de su actividad evangelizadora es el vasto y complejo mundo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización, como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento, etc.» (EN 70).

En la exhortación apostólica Christifideles laici[7] y en otros documentos eclesiales, la participación de los laicos –individualmente o de manera asociada[8]– en la misión de la Iglesia se centra en el mundo de la salud. Esta atención particular se justifica por el hecho de que hoy, más que en el pasado, «incluso en los mismos hospitales y nosocomios católicos, se hace cada vez más numerosa, y quizá también total y exclusiva, la presencia de fieles laicos, hombres y mujeres. Precisamente ellos, médicos, enfermeros, otros miembros del personal sanitario, voluntarios, están llamados a ser la imagen viva de Cristo y de su Iglesia en el amor a los enfermos y a los que sufren»[9].

Los enfermos, testigos de Cristo muerto y resucitado en medio de la comunidad

Los que están enfermos, por sus vivencias y “por sintonizar de manera más directa con otros enfermos, pueden realizar una gran labor pastoral en este campo” (RU 57 d), siendo unos testigos vivos de Cristo, que sufren, luchan, aceptan sus limitaciones, rezan, se preocupan, animan y ayudan a otros enfermos, saben agradecer lo que reciben de los demás, ayudan a “relativizar” valores y formas de vida de nuestra sociedad y nos llaman a ser realistas, recordándonos que somos limitados y frágiles pero con energías insospechadas.

En la Exhortación apostólica Christifideles laici, Juan Pablo II afirma que el hombre que sufre es «sujeto activo y responsable de la obra de evangelización y de salvación» (n. 54). Esta afirmación del Papa indica el reconocimiento del carisma de los que sufren, de su aportación creativa a la Iglesia y al mundo: «También los enfermos son enviados (por el Señor) como obreros a su viña» (n. 53).

A nadie se le escapa la importancia de este paso del enfermo, de objeto de atenciones a sujeto responsable de la promoción del Reino. Este cambio de perspectiva tiene que verse a la luz de todo el movimiento social y civil, que ha encontrado una de sus expresiones en las diversas «Cartas de derechos» del enfermo. Uno de los aspectos más considerados en esos documentos ha sido el derecho del enfermo a implicarse en su propia terapia, asumiendo así un papel responsable en el proceso de curación que afecta a su persona.

¿Cómo es posible este cambio de acento en la consideración del enfermo? La Christifideles laici ofrece una respuesta concreta: «El anuncio de esta buena nueva resulta convincente cuando no resuena simplemente en los labios, sino que pasa a través del testimonio de vida, tanto de los que cuidan con amor a los enfermos, los minusválidos y los que sufren, como de estos mismos, hechos cada vez más conscientes y responsables de su lugar y tarea en la Iglesia y por la Iglesia» (ChL 54).

La valoración de la presencia de los enfermos, de su testimonio en la Iglesia y de la aportación específica que pueden dar a la salvación del mundo, requiere todo un trabajo de educación amorosa que habrá de realizarse no sólo en las instituciones sanitarias, a través de un acompañamiento apropiado, sino también, y de forma muy especial, en las comunidades parroquiales, recurriendo a una teología del sufrimiento que, evitando caer en el dolorismo, sepa comunicar que «los sucesos negativos de la vida –incluso la enfermedad, la minusvalía y la muerte– son “realidades redimidas” por Cristo y asumidas por Él como “instrumento de redención”» (SD 26).

La familia del enfermo

Al lado del enfermo hay una familia o falta una familia, ambas realidades son igualmente significativas. «Cuando estamos enfermos el papel de nuestra familia es fundamental. Necesitamos su cariño y sus cuidados para sabernos queridos, su protección para sentirnos seguros, su compañía para no vernos abandonados, su comprensión y paciencia para no considerarnos una carga y un estorbo. Necesitamos su apoyo y su ayuda para poder afrontar con realismo y asumir con paz la enfermedad y la muerte»[10].

En muchas intervenciones del magisterio y en bastantes estudios sobre el tema se ha subrayado insistentemente el especial papel que corresponde a la familia en la asistencia a los enfermos[11]. El acompañamiento espiritual del enfermo entra también en las responsabilidades de los familiares, como expresión profunda de su amor para con el familiar que sufre. A la oración asidua debe añadirse su preocupación por la presencia junto al enfermo del ministro de Dios y su participación activa en la celebración de los sacramentos de la eucaristía y de la unción de los enfermos.

Para la reflexión personal y del grupo

– ¿Qué estamos haciendo para que se establezca el Reino de Dios en el mundo de la salud?

– ¿Qué aplicaciones prácticas sacas para tu vida de cristiano y como agente de pastoral de la salud?

– ¿Qué relación encuentras entre salud, salvación, Reino de Dios? ¿Qué podemos hacer para promover la salud integral, la salvación?

– Destaca todo lo positivo que encuentras en tu comunidad cristiana (diócesis, parroquia, hospital)  al estar todos implicados en la pastoral de la salud.

– ¿Qué aspectos te parece que faltan en tu comunidad (diócesis, parroquia, hospital) en relación a esta Iglesia de Comunión?

– De todos los miembros del pueblo de Dios, ¿quién te parece que se está implicando más en la pastoral de la salud?

No pases de lejos

Señor, no quiero pasar de lejos

ante el hombre herido

en el camino de la vida.

Quiero acercarme

y contagiarme de compasión

para expresar tu ternura,

para ofrecerle el aceite que cura las heridas

y da salud integral, la salvación.

Ven, Buen Samaritano,

y haz que tenga

tus mismos sentimientos

y comportamientos.

Que sea libre en todo momento

en mi trabajo pastoral

en el mundo de la salud y de la enfermedad.

Que me entregue como Tú.

Que sirva como Tú.

Que sea fiel como Tú

a la misión que me has confiado

en este mundo

de la salud y de la enfermedad.

Que ore en todo momento

como Tú, Buen Samaritano. Amén.

 

Preparado por Rudesindo Delgado



[1] Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, 150
[2] Cf La Asistencia Religiosa en el Hospital, Orientaciones Pastorales, EDICE, Madrid 1986
[3] Cf. ChL 20
[4] Cf. ChL 55
[5] CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Congreso “Iglesia y salud”, EDICE, Madrid 1995, p. 155-156.
[6] Sobre la vida consagrada y el servicio a los enfermos, cf. CONSEJO PONTIFICIO PARA LA PASTORAL DE LA SALUD, Los religiosos en el mundo del sufrimiento y de la salud, Roma 1987; Vita Consecrata 34 (1998), pp. 56-86.
[7] ChL  53-54
[8] Cf. AA 16.
[9] ChL 53.
[10] Mensaje de los Obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral, 1989
[11] Cf. Documentación de la Campaña del Enfermo, 1989.

 

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