martes, 24 de abril de 2018

La comunidad cristiana y la familia del enfermo

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ACOMPAÑAR A LA FAMILIA EN LA ENFERMEDAD

La misión de la comunidad cristiana, en este campo como en otros, es encarnar y actualizar la acción de Jesús. La realización de su misión ha de inspirarse y fundamentarse siempre en Jesús. Por eso nos acercamos al Evangelio para ver la actitud y el comportamiento de Jesús con las familias de los enfermos.

Jesús atiende a las familias de los enfermos

Jesús no pasa de largo ante esos familiares angustiados que, impotentes ante la enfermedad de algún miembro de la familia, acuden a Él en petición de ayuda. Los evangelios recogen de manera, a veces dramática, el grito estremecedor de esos padres y esas madres que se acercan a Jesús pidiendo su intervención. Jesús responde a su llamada. Jairo «le suplica con insistencia: Mi hija está a punto de morir: ven, impón tus manos sobre ella, para que se cure y viva. Y Jesús se fue con él» (Mc 5, 22-24). Una cananea se acerca a Jesús en la región pagana de Tiro y Sidón «y se puso a gritar: ten piedad de mí, Señor, hijo de David. Mi hija está malamente endemoniada». Jesús, después de un diálogo en el que obliga a aquella madre a expresar toda su fe, le dice: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas» (Mt 15, 22‑28). En otra ocasión, un funcionario de Cafarnaún “le rogaba que bajase a curar a su hijo pues estaba a la muerte”. Jesús le dirá: «Vete que tu hijo vive» (Jn 4, 47-50). Jesús no puede permanecer insensible a estos gritos. Comprende la angustia de estas familias y les ofrece esa curación y salvación que es signo del Reino de Dios que llega.

Jesús reconforta a la familia destrozada por la enfermedad

Las familias que se acercan a Jesús no piden ayuda sólo para el enfermo, sino para la familia entera que sufre a causa de aquella enfermedad. Así le gritan a Jesús los familiares de un endemoniado: «Si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros» (Mc 9, 22). Por eso, Jesús no se acerca sólo a curar al familiar enfermo. Jesús entra en el hogar para reconstruir y reconfortar a toda la familia afectada por la enfermedad del ser querido.

Lo primero que hace es compartir el sufrimiento y la pena que han entrado en aquel hogar. Cuando llega a casa de Lázaro y se encuentra con aquellas hermanas que lloran la pérdida de su hermano, «Jesús se echó a llorar» (Jn 11, 35). Jesús entra en el sufrimiento y el dolor que se han apoderado de aquel hogar. La acción curadora de Jesús se extiende a toda la familia, pues es toda la familia la que necesita ser curada del sufrimiento y recuperar de nuevo la esperanza y la vida. Cuando se encuentra con aquella madre viuda que llora a su hijo, Jesús se preocupa, antes que nada, de infundirle consuelo y esperanza. «Al verla, el Señor tuvo compasión de ella, y le dijo: No llores» (Lc 7, 13). Cuando ve a Jairo angustiado ante las sombrías noticias que traen de su hija, Jesús lo reconforta: «No temas, solamente ten fe» (Mc 5, 36).

Jesús despierta la fe de la familia del enfermo

Jesús, que tanto se preocupa de suscitar la fe de los enfermos, adopta la misma actitud ante los familiares abrumados por la enfermedad del ser querido. Su primer regalo es infundirles de nuevo la fe y la confianza en Dios. No entra en enjuiciamientos o condenas a la familia. No relaciona la enfermedad del hijo con el pecado de sus padres (Jn 9, 3). Su actitud es siempre constructiva, de fe honda en Dios. Jesús pide a Jairo que recupere su fe y se libere de miedos y temores (Mc 5, 36). Entabla con la madre cananea un diálogo aparentemente duro que sirve para que aquella mujer pueda mostrar toda su fe y Jesús pueda alabar la grandeza de su corazón creyente. «Mujer, grande es tu fe, que te suceda como deseas» (Mt 15, 28). A los familiares de un endemoniado Jesús los anima diciendo: «¿Qué es eso de si puedes? Todo es posible para quien cree» (Mc 9, 23).

Jesús restaura la vida familiar

Los relatos evangélicos insisten en señalar el interés de Jesús por integrar de nuevo a los enfermos a su familia. Parece como que Jesús no ha terminado su acción curadora hasta ver restaurada de nuevo la paz y la alegría familiar. No sólo resucita al joven muerto en Naim, sino que, una vez incorporado, «se lo dio a su madre» (Lc 7, 15) «resucitando» también así la alegría y la vida de aquella mujer. No sólo cura al paralítico de Cafarnaúm y lo levanta de su camilla, sino que lo introduce de nuevo en la vida familiar: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Mc 2, 4). Este gesto de Jesús no indica sólo su preocupación de que el enfermo se incorpore de nuevo a la convivencia familiar y social. Jesús busca llevar la salvación hasta el hogar del enfermo y, por ello, la curación que realiza es un medio concreto para que en aquella casa se anuncie la Buena Noticia de Dios. Así dice al endemoniado de Gerasa después de haberlo curado: «Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti». (Mc 5, 19) En este sentido, y para comprender mejor la preocupación de Jesús por llevar la salvación al seno del hogar, son significativas las palabras que pronuncia después de haber curado el corazón de Zaqueo y haber logrado su conversión: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa». (Lc 19, 9)

Jesús llama a caminar hacia una familia más fraterna

Jesús quiere una familia más fraterna, donde reine el amor y el servicio al otro, especialmente al más pequeño y débil. Corrige, por ello, a los hijos que se desentienden de sus padres, se acerca a los enfermos que viven sin familia que les atienda y acoge a los que están solos, e invita a sus seguidores a hacer lo mismo.

 

¿Qué puede hacer hoy la comunidad cristiana?

Los obispos de la Comisión de Pastoral ofrecieron en sus mensajes del año 1989 y de 1999 a las comunidades cristianas las siguientes tareas para atender a los ancianos enfermos y a la familia:

• Descubrir un poco más el mundo del anciano enfermo y los graves problemas de todo tipo que plantea a la sociedad y a la Iglesia.

• Acercarse al anciano enfermo para conocer su realidad, sus vivencias y necesidades.

• Contribuir a crear una cultura y un ambiente más favorables al anciano y al anciano enfermo, purificando nuestro lenguaje a menudo discriminatorio y peyorativo, aprendiendo a valorar la ancianidad por sí misma y ratificando el valor de la vida hasta su fin natural.

• Apreciar y agradecer su aportación a la construcción de la sociedad, sus esfuerzos y sufrimientos y evitar cuanto pueda contribuir a que se sientan «inútiles» y condenados a la «dura soledad» (Juan Pablo II, Familiaris consortio, 77).

• Informarse acerca de su situación personal y familiar, para que ninguno se sienta discriminado o sea desatendido.

• Facilitarles la atención religiosa. Si son creyentes cristianos, tenemos que favorecer su participación en la vida litúrgica y sacramental de la comunidad, e integrarles, en cuanto sea posible, en la vida activa, apostólica de la parroquia.

• Ofrecerles la posibilidad de seguir formándose en la fe, ayudarles a vivir su situación de enfermedad con espíritu cristiano y con esperanza, y acompañarles humana y pastoralmente en sus últimos momentos.

• Promover y formar adecuadamente el voluntariado de visitadores y agentes de pastoral a domicilio y en instituciones, y, al mismo tiempo, hacer todo lo posible para que en las parroquias se dé vida a una pastoral específica para ellos.

• Educar a todos, y especialmente a quienes se preparan al matrimonio y a las familias cristianas, para vivir la salud y para afrontar la realidad de la enfermedad y de la muerte cuando se presenten.

• Colaborar con la sociedad y las profesiones sanitarias en la conservación de la salud de la familia, en su curación y en la creación de unas condiciones sociales, culturales, económicas y políticas sanas que le permitan gozar de buena salud.

• Ejercer la solidaridad y la cercanía para con las familias de la comunidad que cuentan con un enfermo entre sus miembros, especialmente con las que se ven impotentes para sobrellevarlo solas, y ofrecerles la Palabra del Señor y la oración y el servicio generoso de la comunidad para atenderles en sus necesidades.

• Valorar la entrega de las familias que cuidan con amor solícito y paciente a sus enfermos y difundir su testimonio en la comunidad.

• Acoger a los enfermos que se han quedado sin familia alguna y ser para ellos su familia.

• Apoyar y colaborar en toda clase de iniciativas, actividades y asociaciones que pretendan una atención más adecuada a las familias de los enfermos.»

• Orar por las familias.

Papa Francisco en la Amoris Laetitia

«En las difíciles situaciones que viven las personas más necesitadas, la Iglesia debe tener un especial cuidado para comprender, consolar, integrar, evitando imponerles una serie de normas como si fueran una roca, con lo cual se consigue el efecto de hacer que se sientan juzgadas y abandonadas precisamente por esa Madre que está llamada a acercarles la misericordia de Dios.» (AL 49)

«La Iglesia no puede y no quiere conformarse a una mentalidad de intolerancia, y mucho menos de indiferencia y desprecio, respecto a la vejez. Debemos despertar el sentido colectivo de gratitud, de aprecio, de hospitalidad, que hagan sentirse al anciano parte viva de su comunidad. Los ancianos son hombres y mujeres, padres y madres que estuvieron antes que nosotros en el mismo camino, en nuestra misma casa, en nuestra diaria batalla por una vida digna». Por eso, «¡cuánto quisiera una Iglesia que desafía la cultura del descarte con la alegría desbordante de un nuevo abrazo entre los jóvenes y los ancianos!» (AL 191)

«Abandonar a una familia cuando la lastima una muerte sería una falta de misericordia, perder una oportunidad pastoral, y esa actitud puede cerrarnos las puertas para cualquier otra acción evangelizadora….  A quienes no cuentan con la presencia de familiares a los que dedicarse y de los cuales recibir afecto y cercanía, la comunidad cristiana debe sostenerlos con particular atención y disponibilidad, sobre todo si se encuentran en condiciones de indigencia.» (AL 253)

«El duelo por los difuntos puede llevar bastante tiempo, y cuando un pastor quiere acompañar ese proceso, tiene que adaptarse a las necesidades de cada una de sus etapas. Todo el proceso está surcado por preguntas, sobre las causas de la muerte, sobre lo que se podría haber hecho, sobre lo que vive una persona en el momento previo a la muerte. Con un camino sincero y paciente de oración y de liberación interior, vuelve la paz.» (AL 255)

« Si aceptamos la muerte podemos prepararnos para ella. El camino es crecer en el amor hacia los que caminan con nosotros, hasta el día en que ‘ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor?» (Ap 21,4). (AL 258)

«La Iglesia debe acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido y extraviado, dándoles de nuevo confianza y esperanza, como la luz del faro de un puerto o de una antorcha llevada en medio de la gente para iluminar a quienes han perdido el rumbo o se encuentran en medio de la tempestad. No olvidemos que, a menudo, la tarea de la Iglesia se asemeja a la de un hospital de campaña.» (AL 291)

«Los dolores y las angustias se experimentan en comunión con la cruz del Señor, y el abrazo con él permite sobrellevar los peores momentos. En los días amargos de la familia hay una unión con Jesús abandonado que puede evitar una ruptura. Las familias alcanzan poco a poco, «con la gracia del Espíritu Santo, su santidad a través de la vida matrimonial, participando también en el misterio de la cruz de Cristo, que transforma las dificultades y sufrimientos en una ofrenda de amor» (AL 317)

«La familia «ha sido siempre el “hospital” más cercano». Curémonos, contengámonos y estimulémonos unos a otros, y vivámoslo como parte de nuestra espiritualidad familiar.» AL 321)

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