lunes, 23 de abril de 2018

PAPEL DE LA FAMILIA

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ACOMPAÑAR A LA FAMILIA EN LA ENFERMEDAD


El papel de la familia del enfermo es fundamental e insustituible. El enfermo no puede ser bien entendido ni atendido sin contar con su familia. La ciencia y la técnica llegan a un nivel, pero hay un vacío que sólo la familia puede llenar. El enfermo necesita verse rodeado del cariño y del apoyo de los suyos.
En la experiencia de cada día, se puede constatar la enorme importancia que tiene el comportamiento de los familiares y cómo su conducta repercute de forma positiva o negativa. De la actitud y comportamiento que los familiares adopten puede seguirse el empeoramiento o la mejoría del enfermo. Si se siente solo, el enfermo puede dejar de luchar contra la enfermedad, por carecer de estímulo para seguir viviendo.
El enfermo necesita encontrar en los suyos un clima alegre y sereno que le anime en todo momento.

1. En la educación para vivir la salud y la enfermedad
En general, las familias montan su vida sin contar con la enfermedad. Y sin embargo, se requiere una preparación para afrontarla cuando se presente:
• Viviendo los valores que la enfermedad pone a prueba: la solidaridad, la unidad, el servicio, la generosidad, el aguante, la capacidad de entrega ...
• Abriendo a sus miembros - empezando por los niños - a la realidad de la enfermedad, del dolor y de la misma muerte.
• Haciendo de la enfermedad de cualquier miembro de la familia una ocasión de aprendizaje y entrenamiento.
• Enriqueciéndose desde la experiencia de la enfermedad .
«La familia es escuela del más rico humanismo. Para que pueda lograr la plenitud de su vida y misión se requieren un clima de benévola comunicación y unión de propósitos entre los cónyuges y una cuidadosa cooperación de los padres en la educación de los hijos... La familia en la que distintas generaciones coinciden y se ayudan mutuamente a lograr una mayor sabiduría, y a armonizar los derechos de las personas con las demás exigencias de la vida social, constituye el fundamento de la sociedad. Para ello todos los que influyen en las comunidades y grupos sociales deben contribuir eficazmente al progreso del matrimonio y de la familia». (GS, 52)
«Todos los miembros de la familia, cada cual según su propio don, tienen la gracia y la responsabilidad de construir, día a día, la comunión de las personas, haciendo de la familia una  (GS 52); es lo que sucede con el cuidado y el amor hacia los pequeños, los enfermos y los ancianos; con el servicio recíproco de todos los días, compartiendo los bienes, las alegrías y sufrimientos"» (FC 21)
Crecer entre hermanos brinda la hermosa experiencia de cuidarnos, de ayudar y de ser ayudados. Por eso, «la fraternidad en la familia resplandece de modo especial cuando vemos el cuidado, la paciencia, el afecto con los cuales se rodea al hermanito o a la hermanita más débiles, enfermos, o con discapacidad»[221]. Hay que reconocer que «tener un hermano, una hermana que te quiere, es una experiencia fuerte, impagable, insustituible», pero hay que enseñar con paciencia a los hijos a tratarse como hermanos.» (AL 195)
2. En la promoción de la salud y en prevención de la enfermedad
• «Las investigaciones en el campo médico, psicológico y social demuestran que la salud de la persona está frecuentemente ligada al tipo de familia en que vive, a los procesos que suceden en ella, al estilo de su funcionamiento y a su calidad de vida. La salud de la persona se configura en profunda conexión con la salud de la familia». (E. Scabani)
• «En la concepción cristiana, la familia está llamada a ser una comunidad de salvación, a servir a la salvación, a la salud y a la sanación de sus miembros y de su entorno. Pero la familia es, al mismo tiempo, extraordinariamente vulnerable en sus relaciones de convivencia... También el entorno puede herirla... La mayor fuerza sanante de la familia es el amor reciproco, la mutua aceptación, la inquebrantable voluntad de fidelidad y la permanente disposición al perdón y a la reconciliación. ¿Se ocupan suficientemente la Iglesia y la sociedad, junto con las profesiones sanitarias, de conservar la salud de la familia, de curarla, de crear unas condiciones sociales, culturales, económicas y políticas sanas que le permitan gozar de buena salud? (B. Häring)
«La familia podría ser el lugar de la prevención y de la contención (drogodepencia, alcoholismo, juego y adicciones) , pero la sociedad y la política no terminan de percatarse de que una familia en riesgo «pierde la capacidad de reacción para ayudar a sus miembros [...] Notamos las graves consecuencias de esta ruptura en familias destrozadas, hijos desarraigados, ancianos abandonados, niños huérfanos de padres vivos, adolescentes y jóvenes desorientados y sin reglas» (AL 51)
3. En la atención integral al enfermo
La familia tiene un papel primordial e insustituible en la atención integral al enfermo, tanto en el hospital como - sobre todo - en su casa ofreciéndole:
• Cuidados y atenciones primarias: limpieza, pequeñas ayudas, colaboración con el médico y el personal que le asiste, detectando lo que le pasa, lo que le apetece y lo que puede hacerle más llevadera su enfermedad...
• Cariño para saberse querido, apoyo y protección para sentirse seguro, compañía para no verse abandonado, comprensión y paciencia para no considerarse una carga.
• Ayuda y apoyo para afrontar la enfermedad con realismo y para asumirla con paz con todas sus consecuencias: aceptando la propia familia la enfermedad, contando con el enfermo en todo lo que pueda dada su situación, evitando el paternalismo y la superprotección, animándole en la lucha contra el mal, permitiéndole desahogarse y respetando sus silencios, infundiéndole ánimo, fortaleza y valor en los momentos de debilidad . . .
Ayuda en la fe, si así lo desea: compartiendo con él la Palabra de Dios, orando por él y con él, facilitándole la presencia del sacerdote o de los miembros de la comunidad cristiana.
• «Nada es tan negativo como que la familia se niegue a aceptar la enfermedad, rebelándose ante una situación que considera injusta y que no quiere asumir. Esta actitud genera un clima de pesimismo que se refleja en el enfermo. Cuando la familia asume la enfermedad, por dura que sea, con todas sus consecuencias, ha dado un gran paso. No gasta energías en lamentos estériles y concentra todas sus fuerzas en tratar de mejorar la situación en que se encuentran». (Padres de una joven, enferma terminal)
«He tenido ingresado unos días a mi marido en un centro de enfermedades del tórax donde van muchas personas con problemas, gente muy marginada incluso de su propia familia. Desde su ingreso mi marido me ha tenido a su lado todos los días: paseábamos por aquellos jardines, merendábamos juntos y compartíamos la Palabra de Dios, que nos daba fuerzas para estar bien. Este comportamiento no parece normal verlo allí, pues la mayoría de los enfermos no tienen visitas, están solos. Algunos han llegado a decirle a mi marido que nos envidiaban al vernos pasear cogidos del brazo". (Esposa de un enfermo hospitalizado)
«Hemos tratado de ayudar a nuestro hijo con todo el amor que hay en nuestro corazón. Hemos sentido su angustia, su dolor con impotencia para conseguir acelerar su camino de curación... y luego hemos seguido intentándolo en casa, día a día; vamos recuperando la esperanza, la ilusión, al tiempo que vemos que él vuelve a ser él mismo. Dios es tan necesario para mí como el aire que respiro. Es mi esperanza, mi razón de ser. Creo sinceramente que la oración confiada, diaria por mi hijo ha servido para que Dios se haya apiadado de nosotros y la paz vuelva a ser nuestra compañera.» Madre de un paciente de agudos.
  «Al comienzo, cuando descubrimos que mi hermano y la que sería después su mujer estaban enganchados en esa rueda infernal, toda la familia luchó unida con la esperanza de una pronta salida de esa situación. Después fuimos descubriendo que hay que permanecer esperando contra toda esperanza razonable, para ir aprendiendo poco a poco (a nosotros nos costó más de dieciséis años) a seguir ahí, amando y luchando, cuando se intuye que quizá nunca se logre la recuperación deseada y cuando, en el momento en que finalmente parece alumbrar la esperanza de la liberación y la salida del circulo infernal, se comprueba enmudecido que lo que amanece es más dolor, y que el final del camino solo parece mostrar «una muerte anunciada». [Emma]
En una conversación que tuve con mi hermano (enfermo terminal de SIDA), me arriesgué a preguntarle cómo se sentía ante un final que se prevé cercano, cómo veía ahora su vida, si creía que había o no otra vida, si creía en Dios... Su respuesta fue la siguiente: «Ahora, a mis treinta y siete años, descubro que he perdido la vida porque no he aprendido a amar. Sólo he sabido utilizarla, y lo de aprender a amar no se improvisa... No sé si hay otra vida. Si no la hay, al fin se ha terminado para mí y para todos vosotros este infierno. Si la hay, y en ella me aguarda Dios, después de la experiencia familiar vivida no puedo tener miedo a encontrarme con Él». Enma Martínez Ocaña




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