ACOMPAÑAR A LA FAMILIA EN LA ENFERMEDAD
La familia
“necesitada” de atención y cuidados
Para hacer frente a la dura prueba de
la enfermedad y poder cumplir como debe su función la familia no se basta a sí
misma, necesita también apoyo y ayuda.
Con motivo del Día del Enfermo,
dedicado a la familia del enfermo, preguntamos a numerosas familias de enfermos
lo que necesitan y les ayudaba a desempeñar su papel y a afrontar la crisis de
la enfermedad. Ofrecemos una síntesis de sus respuestas.
La familia del enfermo necesita:
• Contar con una información clara,
veraz, creíble y continuada de la situación y diagnóstico del enfermo, pruebas
que le van a hacer, tratamiento que ha de seguir, noticias sobre su estado; en
suma, conocer el proceso de la enfermedad para poderlo afrontar. Conocer las
diversas fases por las que pasa el enfermo, y la misma familia, para
interpretar sus reacciones de malhumor, agresividad, cansancio, etc.
• Contar con un apoyo constante, la
seguridad de una asistencia completa durante todo el proceso y la
disponibilidad permanente del equipo de cuidados. La actitud comprensiva,
comunicativa y de confianza del personal sanitario; sus gestos de cariño con el
enfermo; saber que está en buenas manos...
“Muchas veces cuando estoy pasando largas horas en los hospitales
donde mi marido se encuentra ingresado, pienso en las palabras de Jesús: “Bienaventurados los que lloran porque serán
consolados. Doy gracias a Dios de todo corazón porque no me falta nada, ya
que tengo el consuelo de todas las personas que me rodean (enfermeras,
familiares, amigos), me acompañan y me animan a seguir luchando.”(J.V. Oviedo)
• Ser adiestrada sobre la forma de
cuidar y aliviar al enfermo. Es importante que existan espacios y tiempos específicos
para la atención, información, soporte y atención psicológica de la familia. La
explicación de los cuidados a seguir con el enfermo disminuye la ansiedad y
favorece la percepción de control.
• Recibir pautas de comunicación con el enfermo: escuchar,
utilizar un lenguaje real y positivo, estar junto a él, evitar el aislamiento y
la sensación de inutilidad, respetar los momentos de desahogo, respetar y
apoyar la autonomía del enfermo y rol activo.
• Desahogarse y poder expresar
abiertamente las emociones y sentimientos (tristeza, el desconsuelo, rabia,
temores y angustia) así como las dificultades y problemas causados por la
enfermedad. El hecho de compartir los sentimientos produce cambios
espectaculares en la familia y el paciente. Cuando los miembros de la familia
lloran juntos, se abrazan y se besan, se sienten más unidos. Estos beneficios
se extienden a la relación que tiene cada uno de ellos con los miembros de sus
respectivas familias, como consecuencia de la posibilidad de compartir sin máscaras
alegrías y tristezas.
“Otro aspecto que ha influido mucho en la vivencia de la
enfermedad es que todos estábamos informados de ella. Hablábamos con toda
naturalidad. Nos íbamos preparando y mentalizando para el momento final. Hubo
días de incertidumbre, angustia y hasta cierta desesperanza ante el tratamiento
que tan malos ratos le hacía pasar. Nos sobreponíamos porque sabíamos que
nuestro ánimo le influía.” (M.O. Pamplona)
• Poder descansar de vez en cuando de la responsabilidad de cuidar
al enfermo, y aliviar la tensión, la inquietud, la acumulación de fatiga, las
noches en vela...
• Estar todos los miembros de la familia unidos, responsabilizarse
e implicarse en la atención al enfermo, colaborar en las tareas de la casa,
ayudarse, apoyarse mutuamente, aportar una gran dosis de amor, ternura,
espíritu de entrega y mucha prudencia, cuando las fuerzas fallan y surgen
desequilibrios e intemperancias. No culpabilizarse unos a otros.
• Disponer de un asesoramiento en
recursos sociales y legales.
• Contar con ayuda económica.
“Para que pueda realizar su vocación de «santuario de la vida»,
como célula de una sociedad que ama y acoge la vida, es necesario y urgente que
la familia misma sea ayudada y apoyada. Las sociedades y los Estados deben
asegurarle todo el apoyo, incluso económico, que es necesario para que las
familias puedan responder de un modo más humano a sus propios problemas. Por su
parte, la Iglesia debe promover incansablemente una pastoral familiar que ayude
a cada familia a redescubrir y vivir con alegría y valor su misión en relación
con el Evangelio de la vida.” (Juan Pablo II, Evangelium Vitae 94)
• Adoptar actitudes y comportamientos
positivos y fecundos. Es sano afrontar la enfermedad, luchar contra ella, poner
los medios oportunos, abandonar interrogantes que no conducen a nada y adoptar
una actitud constructiva: ¿qué puedo
hacer en estas circunstancias? Tomar conciencia de la realidad de la
enfermedad y hacerle frente sin escurrir el bulto, buscando la respuesta
adecuada.
• Encontrar sentido a lo que está aconteciendo. Como dice V.
Frankl, «la sanación se produce mediante el hallazgo de sentido de la salud, de
la enfermedad, de la vida misma». La búsqueda seria de sentido, la voluntad de
dar con el sentido, mantienen al hombre en el camino que conduce a una salud
auténticamente humana.
• Llenar y transcender el sufrimiento
y la muerte con el amor y la esperanza. Solamente el amor salva de la
destrucción a que puede llevar el dolor. El amor hace posible que el dolor no
nos queme. El amor libra en muchos casos de la desesperación. Lo que da vida,
sostiene, cura, hace crecer y capacita para poder perder la vida es el amor.
“La familia y el cariño
y comprensión de los amigos, sin paternalismos, me han llevado a sentir y experimentar un Dios Amor,
que me quiere entrañablemente y que no me envía estos sufrimientos; ahí está,
como un misterio que no entendemos, pero que nos da la fuerza y el amor para
asimilarlo, y hasta con su ayuda ser testigos, en el mundo de hoy, de esperanza
y de resurrección.”
(A. Madrid)
• Recibir asesoramiento en los
problemas morales que se le pueden plantear. El enfermo y la familia pueden, en
ciertas ocasiones, necesitar una orientación o aclaración sobre cuestiones que
le preocupan o que le sitúan en conflicto con su esquema de valores.
• Ser y sentirse acompañada. Poder
mirar con serenidad, con alegría, con paz interior la enfermedad, el
sufrimiento, la muerte, llegar a ese momento existencial definitivo así, es
posible por la solidaridad, la compañía, el amor, la amistad, el servicio de
los demás. Sólo podemos asumir esta situación y aceptarla cuando no nos
sentimos solos, cuando sentimos la presencia de los otros: el apoyo,
acompañamiento y delicadeza del personal
sanitario que le asiste; el apoyo
moral de los amigos y conocidos; el encuentro con las familias de otros
enfermos con las que te une un sentimiento de solidaridad y las ayudas que
mutuamente se prestan.
• Recibir, si se es creyente, el apoyo
espiritual de la parroquia o comunidad cristiana. El apoyo de la fe: «la seguridad de que Dios no te va a
abandonar y te ayudará siempre, da una fortaleza que no se tiene sin él y
ofrece un sentido que permite asumir la enfermedad».
• Orar juntos. Rezar juntos acatando, pase lo que
pase, la voluntad de Dios. Alimentarse juntos de la Palabra de
Dios, de la Eucaristía si es posible. “Puedo
afirmar –escribe Marysia, viuda de Narciso Yepes- que el tener fe es un regalo inmenso, y que no es algo estático. La fe
se recibe y se alimenta…Creer es, al no sentir nada, al estar en la noche
oscura, en la duda, en la rebelión ante lo incomprensible, fiarse de Dios
totalmente….”
• Las oraciones de los demás y de la
comunidad cristiana.
• La actitud y comportamiento del
enfermo con la familia antes y durante su enfermedad: su forma de ser, su
ejemplo de entrega, sus ganas de vivir y de luchar, su serenidad, su
comprensión, su gratitud...
• Su amor y cariño al enfermo y la
satisfacción de hacer algo por el ser querido y necesitado. Qué bien lo refleja
este poema de Juan Ramón Jiménez, enfermo, “A mi hermana”:
Tú me mirarás llorando,
- será el tiempo de las flores-
tú me mirarás llorando
y yo te diré: No llores.
Mi corazón, lentamente,
se irá durmiendo…. Tu mano
acariciará la frente
sudorosa de tu hermano.
Tú me mirarás sufriendo,
yo sólo tendré tu pena;
tú me mirarás sufriendo,
tú, hermana, que eres tan buena.
Y tú me dirás: “¿Qué tienes?”
Y yo miraré hacia el suelo,
Y tú me dirás: “¿Qué tienes?”
y yo miraré hacia el cielo.
Y yo me sonreiré,
- y tú estarás asustada-,
y yo me sonreiré
para decirte: “No es nada….”
• Estar
todos los de la familia unidos, sintiéndose responsables e implicados de la
atención al enfermo, colaborando en las tareas de la casa, ayudándose y
apoyándose mutuamente. El apoyo moral de los amigos y conocidos que dan
confianza, serenidad y valor.
• El
encuentro con las familias de otros enfermos con las que te une un sentimiento
de solidaridad y las ayudas que mutuamente se prestan. Las Asociaciones de
Familias de Enfermos pueden ser un medio excelente de ayuda. Les brindan la
posibilidad de crear lazos entre ellas y de apoyarse mutuamente; de informarse
y aconsejarse; de luchar contra la enfermedad; de hacer oír su voz y valer sus
derechos.
• Los
profesionales sanitarios pueden prestar también valiosas ayudas a la familia
del enfermo. La actitud comprensiva, comunicativa y de confianza del personal
sanitario; sus gestos de cariño con el enfermo; saber que está en buenas
manos...
«No
poca ayuda pueden prestar a las familias los laicos especializados (médicos,
juristas, psicólogos, asistentes sociales, consejeros, etc.) que, tanto
individualmente como por medio de diversas acciones e iniciativas, ofrecen su
obra de iluminación, de consejo, de orientación y de apoyo». (FC 75)
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