
ACOMPAÑAR A LA FAMILIA EN LA ENFERMEDAD
La
enfermedad, sobre todo si es grave, introduce una crisis en la familia.
Constituye una sorpresa dolorosa, un golpe difícil de encajar; impone cambios
en la vida diaria; induce a tomar decisiones que afronten la nueva situación;
es fuente de inquietud, de preocupación de conflictos y desequilibrios
emocionales; pone a prueba los valores en los que se asienta la familia, la
solidez de los lazos familiares, la unidad y la solidaridad de todos.
El enfermo
puede ser el padre, la madre, el esposo, la esposa, un hijo, uno de los
abuelos, un hermano... Puede saber o no la enfermedad que padece. Puede ser un
buen enfermo o un enfermo difícil. Puede ser creyente o no. Su enfermedad puede
ser grave o leve, aguda o crónica, bien vista o mal vista, mental u orgánica,
contagiosa o no, curable o incurable.
La familia
puede estar preparada o no para la enfermedad, ser rural o urbana, patriarcal o
nuclear, disponer de medios económicos o carecer de ellos. Tiene un nivel
cultural, unos valores, una historia propia.
Todos estos
factores condicionan la crisis de la enfermedad en cada familia, sus reacciones
ante la misma y su forma de afrontarla. Veamos los testimonios de varias
familias:
• «Mi madre es una anciana de 90 años.
A los 80 se le diagnosticó "demencia senil". También tiene una
bronquitis crónica e infección en las vías urinarias. Antes era asistida a
temporadas por los dos hijos. Al llegar a esta situación, la esposa del hijo se
negó a atenderla. Prácticamente hay que hacerle todo como a un bebé. La
enfermedad de mi madre ha sido muy traumática. Mi esposo y yo, jubilados, no contamos
con muchas energías para atender enfermos que precisan tanto cuidado y
esfuerzo. El médico nos dijo que no podíamos dejarla sola ni de día ni de
noche. Las noches son particularmente duras. Para poder atender mi casa y
dormir algo durante el día tuve que recurrir a personas asalariadas que la
cuidan dos horas por la mañana y otras dos por la tarde, con el consiguiente
gasto para la familia. No podemos salir juntos a casi ninguna parte. Hemos roto
con los aspectos físicos de las relaciones. Yo he tenido que salir de nuestra
habitación de matrimonio, para dormir junto a ella». (Hija de anciana enferma)
• «Esperanza jugaba hace quince días,
a sus 6 años, en el parque de la ciudad como cualquier niña de su edad. Su
carácter comienza a hacerse cada vez más irascible, y ello provoca una rápida
procesión hacia diversos especialistas y, quince días después, está en la UCI
con el electroencefalograma plano: ha sido operada de un tumor cerebral
maligno. Sus padres, en plena juventud, me acompañan al despacho:
- Me imagino que lo
estaréis pasando muy mal. ¿Cómo estáis?
- Muy enfadada con
Dios -salta ella como una espoleta- Cuando no la quería me la dio, y ahora que
la quiero me la quita. ¿Hay derecho a ello?
- Sí, supongo que
debe ser difícil comprender a Dios desde vuestra situación.
- Usted verá. Si a
mí me dicen que me arrepienta cuando hago mal, espero que El se arrepentirá de
esto». (MADRE DE NIÑA ENFERMA)
• «Para nosotros, la enfermedad de mi
hijo ha sido un largo calvario. Es terrible ver a un hijo drogarse, pero más
aún lo es, si cabe, el que sabiendo que su salud ya no aguantaba ni un pinchazo
más continuara inyectándose hasta matarse. Yo he tenido medios económicos para
proporcionarle médicos y cuidados, pero no he contado con lo más importante: su
voluntad de curarse. He pasado mucho tiempo culpabilizándome por su enfermedad
hasta que entendí que había hecho todo lo que estaba en mi mano. La enfermedad
nos ha puesto a prueba a todos: la familia, los amigos muchos me han fallado;
otros han estado conmigo y su apoyo me ha sido valiosísimo. Ha sido muy
difícil, pero ahora sé bien quienes están conmigo». (Madre de un toxicómano
enfermo de Sida)
• «Mis hijos perdieron la confianza y
el respeto por un padre al que veían siempre borracho. Yo llegué a perderle el
cariño que nos había llevado al matrimonio. Acabé separándome de él después de
muchos años de sufrimiento. Creo que hice y soporté todo lo que estuvo en mi
mano, pero todavía me queda la duda de si realmente hice lo suficiente. Mis
hijos no hablan apenas de su padre (murió hace un año); es como si nunca
hubiera existido. Sin embargo creo que ninguno lo ha olvidado. El alcoholismo
en mi familia ha supuesto una crisis y montones de traumas de los que no nos
hemos liberado». (Esposa de un enfermo alcohólico)
• «Para nosotros la enfermedad mental
de nuestro hijo ha sido el golpe más duro que hayamos sufrido nunca; nos ha
puesto a prueba nuestro matrimonio, nuestra fe, todo. Una familia modesta como
nosotros, no dispone de medios para mantener al enfermo en casa, lo que nos
gustaría hacer. Por eso, en las temporadas de crisis no tenemos más remedio que
acudir a internamientos en lugares alejados y deprimentes. Lo pasamos mucho
peor entonces que cuando tenemos al chico en casa, aunque nos cause problemas.
El futuro de nuestro hijo, cuando ya no nos tenga, es el internamiento de por
vida, lo que nos llena de tristeza. La familia es la única que puede evitar la
soledad y el aislamiento de estos enfermos a los que nadie quiere». (Padres de
un enfermo mental)
• «Con la enfermedad viene una de las
más grandes desolaciones que se pueden experimentar. Esto puede producir
desequilibrios emocionales en los seres más allegados y produce un cambio total
en el ritmo de vida: las ocupaciones se multiplican por las constantes idas y
venidas al hospital y la plena dedicación al enfermo con el abandono del resto
de los miembros de la familia y también de los amigos». (Familiar de un enfermo
hospitalizado)
• «Desde los 20 años padezco una gran
minusvalía a causa de un accidente. Esto supuso un grave trastorno para mi
familia. Durante mucho tiempo fui arrastrando un cierto sentimiento de
culpabilidad por todos los problemas que, lógicamente nos envolvían:
económicos, falta de movilidad de mi familia para poder atenderme, dependencia
mía en todo de ellos, etc. En algunos momentos me he sentido sola e
incomprendida. Me creía con la responsabilidad de aminorar las dificultades de
la nueva situación, sintiéndome atormentada si no lo conseguía. Con el tiempo
aprendimos a vivir con la dependencia-independencia necesarias. Mi familia me
ha ayudado en todo, incluso en mis idas y venidas de Fraternidad, movimiento en
el que soy militante. Ahora me siento útil y necesaria a mis padres jubilados
que tanto me han ayudado". (Discapacitada)
La experiencia, pues,
de la enfermedad puede desestabilizar a la familia o ayudarla a encontrar un
equilibrio nuevo, destrozarla o estrechar sus lazos y su unión, alejarla de
Dios o acercarla más a El. Es preciso conocer las repercusiones que ocasiona la
enfermedad y las principales necesidades que origina.
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