lunes, 23 de abril de 2018

LA ENFERMEDAD, CRISIS EN LA FAMILIA



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ACOMPAÑAR A LA FAMILIA EN LA ENFERMEDAD




La enfermedad, sobre todo si es grave, introduce una crisis en la familia. Constituye una sorpresa dolorosa, un golpe difícil de encajar; impone cambios en la vida diaria; induce a tomar decisiones que afronten la nueva situación; es fuente de inquietud, de preocupación de conflictos y desequilibrios emocionales; pone a prueba los valores en los que se asienta la familia, la solidez de los lazos familiares, la unidad y la solidaridad de todos.

El enfermo puede ser el padre, la madre, el esposo, la esposa, un hijo, uno de los abuelos, un hermano... Puede saber o no la enfermedad que padece. Puede ser un buen enfermo o un enfermo difícil. Puede ser creyente o no. Su enfermedad puede ser grave o leve, aguda o crónica, bien vista o mal vista, mental u orgánica, contagiosa o no, curable o incurable.

La familia puede estar preparada o no para la enfermedad, ser rural o urbana, patriarcal o nuclear, disponer de medios económicos o carecer de ellos. Tiene un nivel cultural, unos valores, una historia propia.

Todos estos factores condicionan la crisis de la enfermedad en cada familia, sus reacciones ante la misma y su forma de afrontarla. Veamos los testimonios de varias familias:

• «Mi madre es una anciana de 90 años. A los 80 se le diagnosticó "demencia senil". También tiene una bronquitis crónica e infección en las vías urinarias. Antes era asistida a temporadas por los dos hijos. Al llegar a esta situación, la esposa del hijo se negó a atenderla. Prácticamente hay que hacerle todo como a un bebé. La enfermedad de mi madre ha sido muy traumática. Mi esposo y yo, jubilados, no contamos con muchas energías para atender enfermos que precisan tanto cuidado y esfuerzo. El médico nos dijo que no podíamos dejarla sola ni de día ni de noche. Las noches son particularmente duras. Para poder atender mi casa y dormir algo durante el día tuve que recurrir a personas asalariadas que la cuidan dos horas por la mañana y otras dos por la tarde, con el consiguiente gasto para la familia. No podemos salir juntos a casi ninguna parte. Hemos roto con los aspectos físicos de las relaciones. Yo he tenido que salir de nuestra habitación de matrimonio, para dormir junto a ella». (Hija de anciana enferma)

• «Esperanza jugaba hace quince días, a sus 6 años, en el parque de la ciudad como cualquier niña de su edad. Su carácter comienza a hacerse cada vez más irascible, y ello provoca una rápida procesión hacia diversos especialistas y, quince días después, está en la UCI con el electroencefalograma plano: ha sido operada de un tumor cerebral maligno. Sus padres, en plena juventud, me acompañan al despacho:

- Me imagino que lo estaréis pasando muy mal. ¿Cómo estáis?

- Muy enfadada con Dios -salta ella como una espoleta- Cuando no la quería me la dio, y ahora que la quiero me la quita. ¿Hay derecho a ello?

- Sí, supongo que debe ser difícil comprender a Dios desde vuestra situación.

- Usted verá. Si a mí me dicen que me arrepienta cuando hago mal, espero que El se arrepentirá de esto». (MADRE DE NIÑA ENFERMA)

• «Para nosotros, la enfermedad de mi hijo ha sido un largo calvario. Es terrible ver a un hijo drogarse, pero más aún lo es, si cabe, el que sabiendo que su salud ya no aguantaba ni un pinchazo más continuara inyectándose hasta matarse. Yo he tenido medios económicos para proporcionarle médicos y cuidados, pero no he contado con lo más importante: su voluntad de curarse. He pasado mucho tiempo culpabilizándome por su enfermedad hasta que entendí que había hecho todo lo que estaba en mi mano. La enfermedad nos ha puesto a prueba a todos: la familia, los amigos muchos me han fallado; otros han estado conmigo y su apoyo me ha sido valiosísimo. Ha sido muy difícil, pero ahora sé bien quienes están conmigo». (Madre de un toxicómano enfermo de Sida)

• «Mis hijos perdieron la confianza y el respeto por un padre al que veían siempre borracho. Yo llegué a perderle el cariño que nos había llevado al matrimonio. Acabé separándome de él después de muchos años de sufrimiento. Creo que hice y soporté todo lo que estuvo en mi mano, pero todavía me queda la duda de si realmente hice lo suficiente. Mis hijos no hablan apenas de su padre (murió hace un año); es como si nunca hubiera existido. Sin embargo creo que ninguno lo ha olvidado. El alcoholismo en mi familia ha supuesto una crisis y montones de traumas de los que no nos hemos liberado». (Esposa de un enfermo alcohólico)

• «Para nosotros la enfermedad mental de nuestro hijo ha sido el golpe más duro que hayamos sufrido nunca; nos ha puesto a prueba nuestro matrimonio, nuestra fe, todo. Una familia modesta como nosotros, no dispone de medios para mantener al enfermo en casa, lo que nos gustaría hacer. Por eso, en las temporadas de crisis no tenemos más remedio que acudir a internamientos en lugares alejados y deprimentes. Lo pasamos mucho peor entonces que cuando tenemos al chico en casa, aunque nos cause problemas. El futuro de nuestro hijo, cuando ya no nos tenga, es el internamiento de por vida, lo que nos llena de tristeza. La familia es la única que puede evitar la soledad y el aislamiento de estos enfermos a los que nadie quiere». (Padres de un enfermo mental)

• «Con la enfermedad viene una de las más grandes desolaciones que se pueden experimentar. Esto puede producir desequilibrios emocionales en los seres más allegados y produce un cambio total en el ritmo de vida: las ocupaciones se multiplican por las constantes idas y venidas al hospital y la plena dedicación al enfermo con el abandono del resto de los miembros de la familia y también de los amigos». (Familiar de un enfermo hospitalizado)

• «Desde los 20 años padezco una gran minusvalía a causa de un accidente. Esto supuso un grave trastorno para mi familia. Durante mucho tiempo fui arrastrando un cierto sentimiento de culpabilidad por todos los problemas que, lógicamente nos envolvían: económicos, falta de movilidad de mi familia para poder atenderme, dependencia mía en todo de ellos, etc. En algunos momentos me he sentido sola e incomprendida. Me creía con la responsabilidad de aminorar las dificultades de la nueva situación, sintiéndome atormentada si no lo conseguía. Con el tiempo aprendimos a vivir con la dependencia-independencia necesarias. Mi familia me ha ayudado en todo, incluso en mis idas y venidas de Fraternidad, movimiento en el que soy militante. Ahora me siento útil y necesaria a mis padres jubilados que tanto me han ayudado". (Discapacitada)

La experiencia, pues, de la enfermedad puede desestabilizar a la familia o ayudarla a encontrar un equilibrio nuevo, destrozarla o estrechar sus lazos y su unión, alejarla de Dios o acercarla más a El. Es preciso conocer las repercusiones que ocasiona la enfermedad y las principales necesidades que origina.

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