José Luis Méndez: «Mirar el rostro de Cristo en la Eucaristía y en los enfermos mantiene viva mi pasión»
La Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española ha celebrado su 244ª reunión los días 27 y 28 de febrero en la Casa de la Iglesia, en Madrid. Entre sus nombramientos, a propuesta de la Comisión Episcopal de Pastoral, el sacerdote madrileño José Luis Méndez Jiménez, delegado episcopal de Pastoral de la Salud y párroco de Beata Ana María Mogas, ha sido elegido como director del departamento de la Pastoral de la Salud.
Méndez asegura que este nombramiento es «una oportunidad de servir en la Pastoral de la Salud ayudando a quienes ayudan». Un servicio que, a partir de ahora, desarrollará para los delegados y las delegaciones de toda España: «Así entiendo mi nueva labor y en esa línea acepté». Y en ese mismo horizonte de entrega generosa y permanente, nos recibe a la oficina de Medios de Comunicación Social del Arzobispado.
Con este nombramiento, ¿se realza la importancia que se quiere dar, desde la Iglesia, al campo de la salud?
Este campo, institucionalmente, no siempre ha tenido peso. A veces ha sido como el niño pequeño. Y, poco a poco, va ganando más terreno en la conciencia y en la práctica de todos.
Como sacerdote, ¿qué supone que piensen en usted para desarrollar una labor tan importante y tan bonita?
Como sacerdote, la oportunidad de servir en un campo más amplio. Sobre todo, el poder servir a los enfermos y a quienes los cuidan. Desde hace unos años, la Iglesia me ha ido poniendo por estos derroteros y es un asunto que a mí me entusiasma. Y ves la posibilidad de servir… Y mientras yo llegue, estoy encantado. Pero, sobre todo, me alegra por la posibilidad de ampliar el campo del servicio.
¿Y qué le aporta a la Iglesia la Pastoral de la Salud?
De entrada, ser signo de esperanza y de la presencia del Reino de Dios en medio del mundo. El Señor puso como testimonio de que el Reino estaba cerca que los cojos andaban, los ciegos veían… Entonces, en la medida en que nosotros seamos capaces de hacer esto, estaremos anunciando la esperanza del Reino de Cristo. Así que me parece que es fundamental. Igual que no se puede entender a la Iglesia sin acción caritativa, no se puede entender sin el cuidado de los enfermos y de los que sufren. No se puede entender…
¿Y cómo vive usted, personalmente, este servicio?
Lo vivo cada día, procurando ver que, detrás de los papeles, hay personas, y detrás de esas personas, está Cristo. Para eso me ayuda muchísimo la oración de todos los días ante el Señor y la celebración de la Eucaristía en la que siempre tengo presentes, desde hace muchos años, a los enfermos y a quienes los cuidan.
¿Qué le mantiene en pie para llevar a cabo este ministerio que, irremediablemente, le implica dejarse doler?
El Señor. Esa relación personal con Cristo, la que cada día me llena de ilusión y de fuerzas para seguir trabajando, para encontrar tiempo, formular que puedan hacer más eficiente y más eficaz el trabajo de los cuidadores, de los delegados en sus distintas diócesis. Desde el nombramiento, no paro de recibir llamadas, tanto para felicitar como para ofrecerse. Cuando, en realidad, soy yo el que está a disposición de ellos. Y eso me hace mucha ilusión, porque el hecho de servir lo tengo metido en mis huesos desde que me enseñaron en mi familia que servir es un honor. Y eso me resulta muy reconfortante.
En Perú estuvo 13 años dedicados, en cuerpo y alma, a la misión… ¿Fue aquel tiempo una escuela para todo lo que hoy es y que da vida al ministerio que, en estos momentos, vive?
Yo diría que es la escuela. Porque ese servicio no tiene nombre.
A veces nos quedamos solo en la acción, que es esencial, pero también es importante el mantenerse por dentro en forma, ¿no?
Así es. No se puede entender lo uno sin lo otro.
¿Es importante, por tanto, que nunca nos olvidemos de la pasión por cuidar y de acompañar a quien sufre a consecuencia de la enfermedad?
No es tanto fruto de un acto voluntario de decir «tengo que sentir pasión por esto», cuanto es algo que Alguien te pone en el corazón. A mí, esa pasión por los enfermos no me la pongo yo, me la pone Cristo. Y me la mantiene viva mirar el rostro de Cristo en la Eucaristía, en los enfermos, en quienes los cuidan… En definitiva, en los que sufren. Y entones te das cuenta que, en realidad, no es un propósito, sino la consecuencia de alguien que te mira de una manera distinta y cambia tu corazón y se abre a que esa pasión sea posible. Yo no he tomado la decisión de apasionarme por los enfermos; más bien, es algo que he descubierto porque Alguien ha puesto en mí . Y ese Alguien es Jesucristo. Y por eso contemplando el rostro de Cristo se aviva esa pasión. Yo tengo clarísimo que no es fruto de una decisión voluntaria, sino de un don que viene fuera de mí.
ALFAYOMEGA
Méndez asegura que este nombramiento es «una oportunidad de servir en la Pastoral de la Salud ayudando a quienes ayudan». Un servicio que, a partir de ahora, desarrollará para los delegados y las delegaciones de toda España: «Así entiendo mi nueva labor y en esa línea acepté». Y en ese mismo horizonte de entrega generosa y permanente, nos recibe a la oficina de Medios de Comunicación Social del Arzobispado.
Con este nombramiento, ¿se realza la importancia que se quiere dar, desde la Iglesia, al campo de la salud?
Este campo, institucionalmente, no siempre ha tenido peso. A veces ha sido como el niño pequeño. Y, poco a poco, va ganando más terreno en la conciencia y en la práctica de todos.
Como sacerdote, ¿qué supone que piensen en usted para desarrollar una labor tan importante y tan bonita?
Como sacerdote, la oportunidad de servir en un campo más amplio. Sobre todo, el poder servir a los enfermos y a quienes los cuidan. Desde hace unos años, la Iglesia me ha ido poniendo por estos derroteros y es un asunto que a mí me entusiasma. Y ves la posibilidad de servir… Y mientras yo llegue, estoy encantado. Pero, sobre todo, me alegra por la posibilidad de ampliar el campo del servicio.
¿Y qué le aporta a la Iglesia la Pastoral de la Salud?
De entrada, ser signo de esperanza y de la presencia del Reino de Dios en medio del mundo. El Señor puso como testimonio de que el Reino estaba cerca que los cojos andaban, los ciegos veían… Entonces, en la medida en que nosotros seamos capaces de hacer esto, estaremos anunciando la esperanza del Reino de Cristo. Así que me parece que es fundamental. Igual que no se puede entender a la Iglesia sin acción caritativa, no se puede entender sin el cuidado de los enfermos y de los que sufren. No se puede entender…
¿Y cómo vive usted, personalmente, este servicio?
Lo vivo cada día, procurando ver que, detrás de los papeles, hay personas, y detrás de esas personas, está Cristo. Para eso me ayuda muchísimo la oración de todos los días ante el Señor y la celebración de la Eucaristía en la que siempre tengo presentes, desde hace muchos años, a los enfermos y a quienes los cuidan.
¿Qué le mantiene en pie para llevar a cabo este ministerio que, irremediablemente, le implica dejarse doler?
El Señor. Esa relación personal con Cristo, la que cada día me llena de ilusión y de fuerzas para seguir trabajando, para encontrar tiempo, formular que puedan hacer más eficiente y más eficaz el trabajo de los cuidadores, de los delegados en sus distintas diócesis. Desde el nombramiento, no paro de recibir llamadas, tanto para felicitar como para ofrecerse. Cuando, en realidad, soy yo el que está a disposición de ellos. Y eso me hace mucha ilusión, porque el hecho de servir lo tengo metido en mis huesos desde que me enseñaron en mi familia que servir es un honor. Y eso me resulta muy reconfortante.
En Perú estuvo 13 años dedicados, en cuerpo y alma, a la misión… ¿Fue aquel tiempo una escuela para todo lo que hoy es y que da vida al ministerio que, en estos momentos, vive?
Yo diría que es la escuela. Porque ese servicio no tiene nombre.
A veces nos quedamos solo en la acción, que es esencial, pero también es importante el mantenerse por dentro en forma, ¿no?
Así es. No se puede entender lo uno sin lo otro.
¿Es importante, por tanto, que nunca nos olvidemos de la pasión por cuidar y de acompañar a quien sufre a consecuencia de la enfermedad?
No es tanto fruto de un acto voluntario de decir «tengo que sentir pasión por esto», cuanto es algo que Alguien te pone en el corazón. A mí, esa pasión por los enfermos no me la pongo yo, me la pone Cristo. Y me la mantiene viva mirar el rostro de Cristo en la Eucaristía, en los enfermos, en quienes los cuidan… En definitiva, en los que sufren. Y entones te das cuenta que, en realidad, no es un propósito, sino la consecuencia de alguien que te mira de una manera distinta y cambia tu corazón y se abre a que esa pasión sea posible. Yo no he tomado la decisión de apasionarme por los enfermos; más bien, es algo que he descubierto porque Alguien ha puesto en mí . Y ese Alguien es Jesucristo. Y por eso contemplando el rostro de Cristo se aviva esa pasión. Yo tengo clarísimo que no es fruto de una decisión voluntaria, sino de un don que viene fuera de mí.
ALFAYOMEGA
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