domingo, 26 de abril de 2020

EL MANANTIAL DE LA VIDA. III DOMINGO DE PASCUA. (26 de Abril)





Educar con Jesús: Trabajar el camino de Emaús
INTRODUCCIÓN
Para el evangelista Lucas, Cristo Resucitado es “El que vive” ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?  (Lc. 24,6). La Pascua cae siempre en primavera que es “el estallido de la vida”. Una vida que se derrama en miles y millones de árboles y arbustos. Y de ese derroche, de esa sin medida, brota la belleza de la nueva vida. No cabe otro ejemplo más claro para expresar la Resurrección. Mientras Jesús vivía en este mundo, la vida estaba limitada, aprisionada en su cuerpo. Al resucitar, esa vida se derrama por medio del Espíritu a manera de “frasco de perfume que se rompe”. Y el mundo entero se llenó de su fragancia.
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EVANGELIO
Lucas 24,13-35
Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que dista sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó a ellos y caminó a su lado; pero sus ojos estaban como incapacitados para reconocerle. Él les dijo: «¿De qué discutís por el camino?» Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que han pasado allí éstos días?» Él les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles que decían que él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron.»
Él les dijo: “¡Qué poco entendéis y cuánto os cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No tenía que ser así y que el Cristo padeciera para entrar en su gloria?” Y comenzando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le rogaron insistentemente: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.» Entró, pues, y se quedó con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su vista. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido al partir el pan.

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MEDITACIÓN-REFLEXIÓN
¿Dónde podemos encontrarnos con el Resucitado?
San Lucas, en una espléndida catequesis, nos hace ver la situación de una comunidad que no se ha encontrado vitalmente con Jesucristo y otra que ha experimentado la fuerza y el poder del Señor Resucitado. Y nos habla de cuatro presencias del Resucitado.
1.– En el diálogo.
Aquellos discípulos iban caminando y, como dice el texto original, “iban buscando juntos”.  Si de corazón buscamos la verdad y no “mi verdad”; si acepto que la Verdad Absoluta sólo la tiene Dios y nosotros estamos sembrados de verdades; si estamos dispuestos a aceptar la verdad del otro hasta el punto de decir: estaba equivocado; si acepto democráticamente la opinión de la mayoría, en ese diálogo sincero está presente el Señor. En estos momentos de oscuridad en que nos encontramos, todos debemos buscar juntos la solución a este mal tan grave y universal. Nosotros, como creyentes, además de todos los medios humanos, aportamos nuestra oración a Cristo Resucitado.
2.– En la Palabra de Dios.
Aquellos discípulos huían de Jerusalén, porque Jerusalén sólo ofrecía muerte. La muerte de Jesús les hundió y caminaban desesperanzados. Todavía recitaban un credo “frío y vacío:” «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel” Esperábamos, pero ya no esperamos nada. Esta puede ser la situación de tantos cristianos de nuestros días, que todavía van a Misa, recitan un credo de memoria, pero no hay vibración religiosa, ni entusiasmo, ni alegría. Acaso cierta nostalgia del pasado. Jesús les recrimina: “¡Qué poco entendéis y cuánto os cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No tenía que ser así y que el Cristo padeciera para entrar en su gloria?”. Y comienza a explicarles la Escritura desde la perspectiva de Pascua. Al final, dirán:” «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» Sin la presencia del Resucitado y la llegada del Espíritu no podemos entender la Palabra de Dios, ni menos arder y entusiasmarnos con ella.
3.– En la “fracción del pan”.
Si acudimos a la Eucaristía, no es a recitar de rutina credos ya sabidos, sino a hacer presente el gesto de Jesús de “partir el pan”. El pan que parte Jesús el día de Jueves Santo nos habla del Cuerpo destrozado de Jesús en la Cruz el día de Viernes Santo. El jueves y el viernes van unidos y no se pueden separar. Este gesto no sólo nos lleva a recordar lo que hizo Jesús sino a “actualizar” y hacer presente en nosotros el compromiso de dar nuestra vida en favor de los demás. Si esto lo hacemos, ciertamente Jesús se hace presente en nuestro caminar.   
 4.-En la Comunidad.
Aquellos apóstoles habían salido de la Comunidad de Jerusalén. Ya no les decía nada. Con la muerte de Cristo viene la dispersión del grupo y los discípulos de Emaús van huyendo del grupo porque allí sólo se habla de muerte y de fracasos. ¡Qué distinto el camino de ida y el de vuelta! El camino de ida de Jerusalén a Emaús se hace largo, pesado. El camino de vuelta, cuando ya se han encontrado con Jesús resucitado, teniendo los mismos kilómetros, se hace corto, van corriendo, deseando de llevar la buena noticia a sus hermanos de Comunidad.
Lo mismo nos puede pasar ahora. Todos tenemos que hacer un camino mientras vivimos en este mundo. Sin la fe en Cristo Resucitado es camino largo, penoso, triste. Pero si somos capaces de desandar el camino de desesperación y decepción, por una experiencia de encuentro gozoso con el Señor, es claro que nuestro paso por el mundo es gozoso, feliz, apostólico, misionero.  ¿A quién no le gusta dar una buena noticia? ¿Quién es capaz de retenerla en el corazón?  Como dice el Papa Francisco en su primer párrafo de la Constitución Apostólica: Evangelii Gaudeum: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”. 
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PREGUNTAS.
1.- ¿Estoy convencido de la necesidad de diálogo para nuestra convivencia? ¿Qué está faltando en nuestros diálogos?
2.– ¿Leo la Palabra de Dios? ¿Me creo que cuando yo rezo con esa Palabra, ¿es el mismo Padre del cielo el que baja a conversar conmigo?
3.– El hecho de comulgar un “pan roto” ¿me incentiva a darme y romperme por los demás?
4.- ¿Tengo algún grupo cristiano con quien comparto vivencialmente la fe? ¿No?  ¿Entonces ¿a qué espero?

Oración del Papa Francisco para rezar por los afectados por el coronavirus 


Oh María,
tu resplandeces siempre en nuestro camino
como signo de salvación y de esperanza
Confiamos en ti, Salud de los enfermos,
que junto a la cruz
te asociaste al dolor de Jesús,
manteniendo firme tu fe
Tú, salvación del pueblo romano 
sabes lo que necesitamos 
y estamos seguros de que proveerás
para que, como en Caná de Galilea
pueda volver la alegría y la fiesta
después de este momento de prueba
Ayúdanos, Madre del Divino Amor,
a conformarnos a la voluntad del Padre
y hacer lo que nos diga Jesús
que ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos
y se ha cargado con nuestros dolores
para llevarnos, a través de la cruz
a la alegría de la resurrección. Amén.
Bajo tu amparo nos acogemos,
santa Madre de Dios;
no deseches las oraciones
que te dirigimos
en nuestras necesidades,
antes bien
líbranos de todo peligro,
¡oh Virgen gloriosa y bendita!
¡Amén!

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