IX En los cuidadores de familiares dependientes
1. Texto bíblico
Deberes para con los
padres. Eclesiástico 3,1-16:
Hijos, escuchad a
vuestro padre,
hacedlo así y
viviréis.
Porque el Señor honra
más al padre que a los hijos
y afirma el derecho de
la madre sobre ellos.
Quien honra a su padre
expía sus pecados,
y quien respeta a su
madre es como quien acumula tesoros.
Quien honra a su padre
se alegrará de sus hijos
y cuando rece, será
escuchado.
Quien respeta a su
padre tendrá larga vida,
y quien honra a su
madre obedece al Señor.
Quien teme al Señor
honrará a su padre
y servirá a sus padres
como si fueran sus amos.
Honra a tu padre de
palabra y obra,
para que su bendición
llegue hasta ti.
Porque la bendición
del padre asegura la casa de sus hijos,
y la maldición de la
madre arranca los cimientos.
No te gloríes en la
deshonra de tu padre,
pues su deshonra no es
para ti motivo de gloria.
Porque la gloria de un
hombre es la honra de su padre,
y una madre deshonrada
es la vergüenza de los hijos.
Hijo, cuida de tu
padre en su vejez
y durante su vida no
le causes tristeza.
Aunque pierda el
juicio, sé indulgente con él
y no lo desprecies aun
estando tú en pleno vigor.
Porque la compasión
hacia el padre no será olvidada
y te servirá para
reparar tus pecados.
En la tribulación el
Señor se acordará de ti,
como el hielo ante el
calor así se diluirán tus pecados.
Quien abandona a su
padre es un blasfemo,
y un maldito del Señor
quien irrita a su madre.
2. Reflexión pastoral
Los cuidadores familiares
Con el aumento de la esperanza de vida, las enfermedades
degenerativas adquieren un mayor protagonismo, así como las consecuencias de
los accidentes vasculares cerebrales. Las demencias adquiridas, como en la
enfermedad de Alzheimer, son cada vez más frecuentes. Por ello, va creciendo
progresivamente el número de personas, especialmente de edad avanzada, que son
cuidadas en sus domicilios por sus familiares.
Cuidar de los seres queridos en situación de dependencia
puede ser una de las experiencias más bonitas y enriquecedoras que existen,
pues llena nuestro corazón de un profundo bienestar por el hecho de cuidar,
atender y desvelarnos por otra persona a la que amamos. Es la satisfacción que
nos trae la compasión.
Pero también puede ser una experiencia dura y de sacrificio
que, en ocasiones, puede llevar al cuidador a sufrir un gran desgaste
emocional, llegando incluso al estado de agotamiento físico, mental y social, a
un momento de profundo sufrimiento. A este intenso síndrome se le conoce como
el “cuidador quemado”.
Cuando acompañamos a las personas mayores que van entrando
en la dependencia, no podemos olvidar de acompañar también a sus cuidadores.
Recordemos siempre que un principio fundamental en la atención a las personas
mayores dependientes es el de “cuidar al
cuidador”.
Para nosotros, es de especial relevancia prestar la adecuada
atención a estos cuidadores familiares de las personas mayores dependientes en
sus hogares. Forman parte del grupo de cuidadores conocidos por el término “cuidador informal” que son aquellas personas
que dedican gran parte de su tiempo y esfuerzo para conseguir que la persona
mayor dependiente pueda desenvolverse en su vida diaria, ayudándole a adaptarse
a las limitaciones que su dependencia le impone. En general, suelen ser
familiares, pero también pueden ser amigos o vecinos.
Es muy importante tener presente que el cuidador asiste y
protege a la persona cuidada por amor, con gran afecto y cariño. Es un acto
profundamente altruista y benevolente, de forma continua y permanente, que se
prolonga durante muchos años. Normalmente, cada mayor dependiente es cuidado
únicamente por uno o dos cuidadores principales. Este le ayuda a permanecer en
su entorno familiar, habitual y social, a la vez que evita o retrasa su
institucionalización, favoreciendo que permanezca en su propio hogar. También
participa en la toma de decisiones de la vida de la persona mayor dependiente,
asumiendo su representación cuando ya no puede responsabilizarse por sí mismo.
Cada cuidador familiar es único por las diferentes condiciones
que rodean el cuidado en función de: a quién se cuida, por qué se cuida, la
relación afectiva previa con la persona cuidada, la causa y el grado de
dependencia, el apoyo formal e informal recibido, las exigencias que se marque
el cuidador, etc. Los cuidados prestados a las personas mayores dependientes
por la familia constituyen la red de apoyo más importante y mejor valorada por
ellas mismas y por la sociedad.
La función del cuidador no es siempre la misma, porque los
problemas de la persona mayor dependiente a la que atiende son progresivos y
complejos. La intensidad, la complejidad y la duración de los cuidados son
factores determinantes a la hora de establecer las actividades del cuidado y en
la valoración de su repercusión en el cuidador, que tendrá que enfrentarse,
además, a la incertidumbre sobre la situación de los cuidados a largo plazo.
Ser cuidador implica responsabilizarse de todos los aspectos
de la vida del enfermo, así como tener que afrontar la sobrecarga física y
emocional que supone la dedicación continuada a su cuidado y enfrentarse a la
pérdida paulatina de su autonomía, teniendo que compaginar los cuidados con el
mantenimiento de sus relaciones en el entorno familiar, laboral y social, ocio,
etc.
El cuidador presenta tres graves riesgos que hay que atender
y prevenir:
- La
soledad. Aparece frecuentemente porque el cuidado del dependiente tiende a
aislar, al cuidador, de sus amistades y contactos sociales.
- El
síndrome del “cuidador quemado”.
De gran importancia, porque produce un gran hundimiento psíquico y físico
del cuidador, con graves consecuencias de todo orden para él y para quien
es cuidado.
- La
imagen del “sanador herido”. Ese momento en el que confrontamos
nuestra propia vida con la vida de la persona que estamos acompañando, que
nos hace reconocer nuestras propias limitaciones y vulnerabilidad.
Acompañamiento a los cuidadores familiares
Cuidar a un familiar dependiente es una de las experiencias
más dignas, esforzadas y merecedoras de reconocimiento por parte de la Iglesia y
de la sociedad. Cuando se cuida a un familiar dependiente, también se está
cuidando en él a Cristo necesitado, enfermo, anciano, dependiente, pudiendo
llegar a cumplirse de modo admirable la totalidad de las obras de misericordia
corporales y espirituales. Recordemos el Juicio según san Mateo (Mt 25, 34-40):
«Venid vosotros,
benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la
creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me
disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me
vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.
Entonces los justos le
contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y
te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te
vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”.
Y el rey les dirá: “En
verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más
pequeños, conmigo lo hicisteis”».
Cuidar a nuestros familiares dependientes es una grave
obligación moral. La Escritura insiste en ello en numerosos pasajes. Recordemos
el cuarto mandamiento de la Ley: «Honra a
tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días en la tierra, que el
Señor, tu Dios, te va a dar» (Ex 20,12), o también «Honra a tu padre y a tu madre, como te lo ha ordenado el Señor, tu
Dios; vivirás largos años y serás feliz en la tierra que te da el Señor, tu
Dios» (Dt 5,16). Como dice el Catecismo: «Dios quiso que, después de Él, honrásemos a nuestros padres, a los que
debemos la vida y que nos han transmitido el conocimiento de Dios» (CEC
2197). En efecto: «Respetad a vuestros padres y guardad mis sábados:
yo, el Señor, vuestro Dios» (Lev 19,3).
Cuidar a los familiares ancianos, dependientes y
demenciados, trae de Dios incluso el perdón de los pecados. Es muy hermoso el
texto del Eclesiastés con el que hemos comenzado el presente tema:
«Hijo, cuida de tu
padre en su vejez
y durante su vida no
le causes tristeza.
Aunque pierda el
juicio, sé indulgente con él
y no lo desprecies aun
estando tú en pleno vigor.
Porque la compasión
hacia el padre no será olvidada
y te servirá para
reparar tus pecados.
En la tribulación el
Señor se acordará de ti,
como el hielo ante el
calor así se diluirán tus pecados.
Quien abandona a su
padre es un blasfemo,
y un maldito del Señor
quien irrita a su madre».
Aun siendo una acción digna de encomio, e incluso alcanzando
algunas veces el grado de heroicidad –por la gran carga de esfuerzo y
sacrificio que comporta–, sin embargo, no suelen recibir la ayuda y el apoyo
que en justicia merecerían.
Lamentablemente, no existe aún la cultura en nuestros
ambientes de la necesidad que tienen nuestros cuidadores informales de ser
acompañados, tanto humana como espiritualmente. Si el acompañamiento pastoral a
nuestros mayores dependientes domiciliados es, en general, bastante deficiente,
pues queda habitualmente reducido a una breve visita de algún agente pastoral
alguna vez a la semana o al mes –en caso de que se reciba tal visita, pues hay
muchos fieles cristianos que no son visitados nunca en sus domicilios, por
diferentes causas–, el acompañamiento a los que los cuidan es aún más escaso.
Los cuidadores necesitan sentirse acompañados en el
sufrimiento, angustia y agotamiento que producen el continuo cuidado de una
persona mayor dependiente. No es suficiente la genérica valoración positiva que
reciben, sino que necesitan un apoyo real y efectivo.
La soledad del cuidador se agrava por la pérdida de las
relaciones familiares, sociales y de amistades, al encontrarse continuamente
condicionado por la atención al dependiente. El acompañamiento pastoral también
tiene como objeto hacer presente al cuidador que no se encuentra solo en su
entrega y sacrificio, sino que está siendo acompañado por la Iglesia.
En este sentido, las parroquias, y otras instituciones
religiosas, tienen un gran campo de actuación por descubrir y trabajar.
Este acompañamiento debe ser realizado en primera instancia
por los agentes pastorales que realizan la visita al mayor domiciliado, no
reduciendo su interés pastoral al mayor dependiente, sino preocupándose también
por todos aquellos que lo están cuidando, pues de la salud corporal y
espiritual de los cuidadores, dependerá la salud corporal y espiritual de quien
es cuidado. Así, el acompañamiento espiritual a los mayores en sus hogares debe
abarcar siempre y también a sus cuidadores.
Del mismo modo, los sacerdotes con cura de almas deben tener
muy presente su responsabilidad pastoral tanto para con estos mayores
domiciliados como para sus cuidadores. Por otra parte, se debería facilitar el
acceso a los sacramentos, al consejo espiritual y a alguna actividad eclesial,
en los momentos en que el cuidador pueda tener disponibilidad temporal, aunque
no coincida con los horarios habituales parroquiales.
También Cáritas tiene una gran labor a desarrollar, pues en
su ámbito competencial igualmente debe incluirse la atención material a las
necesidades del cuidado y del cuidador, en cuanto estas no sean satisfechas por
las vías ordinarias familiares y públicas, pues los mayores dependientes pueden
requerir un apoyo económico relevante.
Los cuidadores también pueden requerir otra forma de
acompañamiento, de gran valor: el “respiro familiar”, que tiene por finalidad
luchar tanto contra la soledad como contra el síndrome del cuidador quemado. Se
trata de proveer un voluntariado social cuya labor fuera la de sustituir
regularmente al cuidador en su cuidado habitual, para que éste dispusiera de
algunas horas a la semana en las que pudiera relajarse y desconectar de la
presión asistencial continua en la que vive. Esta actuación caritativo-social
es de gran importancia para evitar el temible agotamiento por sobrecarga del
cuidador, de graves consecuencias tanto para el cuidador como para el mayor que
es cuidado. Voluntariado que podría ser promovido en las parroquias tanto desde
Cáritas, como desde las actividades juveniles parroquiales o desde los grupos
de pastoral de los enfermos y mayores. Este hermoso acompañamiento pastoral muestra
la solicitud de la Iglesia por la salud mental y espiritual de los familiares
que están dando su vida por sus mayores.
3. Cuestiones para
reflexionar
- En
nuestra labor pastoral, ¿somos conscientes de que los cuidadores de
familiares dependientes necesitan también nuestro acompañamiento? ¿Qué
hacemos por ellos?
- Cuando
detectamos a un “cuidador quemado” ¿le ofrecemos alguna ayuda que le
alivie en sus sufrimientos?
- ¿Qué
podemos hacer para acompañar pastoralmente a los cuidadores de familiares
en sus hogares?
4. Para orar
Cuidar al cuidador
¡Oh, Señor!,
muchos de nosotros
hemos sido cuidadores
de nuestros mayores,
de nuestros familiares,
de nuestros seres queridos.
¡Oh, Señor!,
los hemos cuidado
con gran cariño y ternura,
con amor y compasión,
con sufrimiento y dolor,
con esfuerzo y sacrificio.
¡Oh, Señor!,
pero también nosotros
hemos necesitado ser cuidados,
consolados y animados,
en nuestra lucha diaria,
en nuestro vivir sinvivir.
¡Oh, Señor!,
ayúdanos a acompañar,
a consolar al que consuela,
a fortalecer a quien sufre,
a cuidar a quien ahora cuida,
a llevar tu amor a quien da su vida por amor.
Amén.
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