IV Entrañable ternura
1. Texto bíblico
Dios es amor: Sal
145,1.8-9.13-21
Te ensalzaré, Dios
mío, mi rey;
bendeciré tu nombre
por siempre jamás.
El Señor es clemente y
misericordioso,
lento a la cólera y
rico en piedad.
El Señor es bueno con
todos,
es cariñoso con todas
sus criaturas.
El Señor es fiel a sus
palabras,
bondadoso en todas sus
acciones.
El Señor sostiene a
los que van a caer,
endereza a los que ya
se doblan.
Los ojos de todos te
están aguardando,
tú les das la comida a
su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a
todo viviente.
El Señor es justo en
todos sus caminos,
es bondadoso en todas
sus acciones.
Cerca está el Señor de
los que lo invocan,
de los que lo invocan
sinceramente.
Satisface los deseos
de los que lo temen,
escucha sus gritos, y
los salva.
El Señor guarda a los
que lo aman,
pero destruye a los
malvados.
Pronuncie mi boca la
alabanza del Señor,
todo viviente bendiga
su santo nombre
por siempre jamás.
2. Reflexión pastoral
Ternura
El acompañamiento pastoral a nuestros hermanos, que están
pasando por el sufrimiento, está marcado profundamente por el amor de Dios: nos
acercamos al prójimo con un amor patente y eficaz porque acompañamos en el
mismo Dios que es Amor.
Pero es necesario que este amor sea también sentido por
aquél que recibe nuestros cuidados, por el que sufre, por el que, ante todo,
necesita sentirse amado. No es suficiente saber que me están cuidando y
acompañando ‒porque me aman‒ sino que necesitamos sentirnos profundamente
amados en lo más hondo de nuestro corazón, en nuestro sufrimiento.
La ternura es, precisamente, el amor hecho carne, el amor
que se ha encarnado en dos personas unidas por los lazos del amor. Bien sabemos
que Dios es Amor y que el Unigénito, el Amado, se encarnó por amor en las
tiernas entrañas de María, su madre, quien acogió en su perfecta ternura
maternal a aquel Hijo que daría su vida en la Cruz por amor a todos nosotros.
La ternura es, pues, la concreción del Dios Amor. Como dice
el Papa Francisco: «la ternura es un buen
“existencial concreto”, para traducir en nuestros tiempos el afecto que el
Señor nutre por nosotros» (Papa Francisco, Discurso 14 de septiembre de
2018).
Ternura y misericordia divina
Hoy en día, estamos llamados a redescubrir el rostro de Dios
como infinita ternura amante, a volver a sentir «tu entrañable ternura y compasión hacia nosotros» (Is 63,15).
La ternura manifiesta nuestra forma de recibir hoy la
misericordia divina. «La ternura nos
revela, junto al rostro paterno, el rostro materno de Dios, de un Dios
enamorado del hombre, que nos ama con un amor infinitamente más grande que el
de una madre por su propio hijo: “¿Puede una madre olvidar al niño que
amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se
olvidara, yo no te olvidaré. Mira, te llevo tatuada en mis palmas, tus muros
están siempre ante mí” (Is 49,15-16).
Pase lo que pase, hagamos lo que hagamos, estamos seguros de que Dios está
cerca, compasivo, listo para conmoverse por nosotros. La ternura es una palabra
beneficiosa, es el antídoto contra el miedo con respecto a Dios, porque “en el amor no hay temor” (1 Jn
4,18), porque la confianza supera el
miedo. Sentirse amado, por lo tanto, significa aprender a confiar en Dios, a
decirle, como quiere: “Jesús, confío en ti”». (Papa Francisco, Discurso).
Tenemos la misión de llevar, a la persona a la que
acompañamos en el sufrimiento, a encontrarse con la entrañable ternura de Dios,
con nuestro Dios que es infinitamente tierno con todos los hombres, pero
especialmente con los más necesitados.
De este modo, estamos llamados a redescubrir esa ternura
divina, pues no estamos habituados a contemplar a nuestro Dios en esa
dimensión, ya que desde antiguo han prevalecido otros modos de acercarse al
misterio divino.
Ternura paternal de Dios
La Biblia nos habla reiteradamente de un Dios que es Padre
al modo humano, que abraza a sus hijos con afecto y cariño, que nos cuida como
un padre a un niño pequeño: cogiéndonos en los brazos, llevándonos hasta sus
mejillas. Es muy sugestiva la cita del profeta Oseas:
«Cuando Israel era
joven lo amé y de Egipto llamé a mi hijo. Pero era yo quien había criado a
Efraín, tomándolo en mis brazos; y no reconocieron que yo los cuidaba. Con
lazos humanos los atraje, con vínculos de amor. Fui para ellos como quien alza
un niño hasta sus mejillas. Me incliné hacia él para darle de comer» (Os
11,1.3-4).
Esta misericordiosa ternura se desborda especialmente con
los que temen al Señor, con los que cumplen los mandatos del Señor:
«Como un padre siente
ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por los que lo temen; porque él
conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro. Los días del hombre duran
lo que la hierba, florecen como flor del campo, que el viento la roza, y ya no
existe, su terreno no volverá a verla. Pero la misericordia del Señor dura
desde siempre y por siempre, para aquellos que lo temen; su justicia pasa de
hijos a nietos: para los que guardan la alianza y recitan y cumplen sus
mandatos» (Sal 103,13-18).
La tierna delicadeza protectora del Señor se expresa
magistralmente en el profeta Isaías:
«Porque yo, el Señor,
tu Dios, te tomo por tu diestra y te digo: “No temas, yo mismo te auxilio”. No
temas, gusanito de Jacob, oruguita de Israel, yo mismo te auxilio ‒oráculo del
Señor‒, tu libertador es el Santo de Israel» (Is 41,13-14).
Ternura maternal de Dios
Pero nuestro Dios tiene también una dimensión maternal,
tiene una impronta de ternura maternal para con sus hijos de tal modo que Él
mismo nos acoge como una madre coge en sus brazos a un niño pequeño y se
conmueve por él:
«¿Puede una madre
olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas?
Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré. Mira, te llevo tatuada en mis
palmas, tus muros están siempre ante mí» (Is 49,15-16).
«Porque así dice el
Señor: “Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz, como un torrente en
crecida, las riquezas de las naciones. Llevarán en brazos a sus criaturas y
sobre las rodillas las acariciarán; como a un niño a quien su madre consuela,
así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados”» (Is 66,12-13).
«Señor, mi corazón no
es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi
capacidad. Sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su
madre; como un niño saciado así está mi alma dentro de mí. Espere Israel en el
Señor ahora y por siempre» (Sal 131,1-3).
Ternura del Buen Pastor
Jesús mismo revela el sentimiento que lo anima frente a
todos los que sufren, es la com-pasión que se manifiesta mediante la ternura
del Buen Pastor que busca a las ovejas perdidas, se acerca a los indefensos y
se hace el encontradizo de los enfermos, de los discapacitados, de los que
sufren. La suya es una ternura de com-pasión, participando profunda y
existencialmente en lo que viven y sienten todos aquellos a los que muestra el
amor misericordioso de Dios.
«Jesús les dijo esta
parábola: “¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no
deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la
encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento;
y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: “¡Alegraos
conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”» (Lc 15,3-6).
Esa ternura de Jesús le lleva a poner como modelo para
entrar en el reino de los cielos a los más débiles de la sociedad en aquel
entonces: a los niños.
«Acercaban a Jesús
niños para que los tocara, pero los discípulos los regañaban. Al verlo, Jesús
se enfadó y les dijo: “Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis,
pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien
no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él”. Y tomándolos en
brazos los bendecía imponiéndoles las manos» (Mc 10,13-16).
Qué hermoso es el acompañamiento que lleva a encontrarse en
el que sufre con un Dios, que es rico en cariño paternal y en amor de madre;
con un Buen Pastor, que no duda en cargarnos sobre sus hombros cuando ya no
podemos más; con Jesús, que nos pone como modelo celestial la inocencia de la
tierna infancia ‒a la que nos llama continuamente‒, pues sólo de los que son
como niños es el reino de los cielos.
Acompañando en la ternura
Al acompañar a los que sufren, según el modelo de Cristo, nosotros
mismos nos hacemos icono de su tierno amor encarnado, saliendo de nosotros
mismos, de nuestra comodidad y apetencias, para ir en busca del que necesita
sentirse querido en su vida llena de problemas, dolores y enfermedades, del que
necesita no sólo palabras, sino una mano amiga que lo coja y lo abrace.
La ternura se transmite con la mirada compasiva que ve la
raíz del sufrimiento del prójimo, con la atenta escucha que oye el profundo
lamento del corazón, con la palabra afectuosa que quiere consolar en el dolor,
con la mano suave y firme de quien sostiene el cuerpo dolorido, de quien abraza
con calor humano, de quien besa en la mejilla con el ósculo santo.
El acompañamiento en la ternura no es sentimentalismo sino
amor en acción, amor que se hace carne en el sufrimiento, que mueve
interiormente nuestro ser para estrechar las manos del necesitado, mirándole
cariñosamente a los ojos, transmitiéndole con los gestos profundos de nuestro
cuerpo cuánto me importa porque en él está Cristo enfermo que necesita un
consolador, como un niño necesita que su madre lo consuele cogiéndolo en
brazos.
Recordemos que «hoy,
más que nunca, hace falta una revolución de la ternura. Esto nos salvará»
(Papa Francisco, Discurso).
3. Cuestiones para
reflexionar
- ¿Somos
conscientes de que nuestro hermano que sufre necesita sentirse
existencialmente amado por quienes lo cuidan y acompañan, experimentando
la cercanía de un corazón entrañable como el de Cristo?
- Cuando
acompañamos al que sufre, ¿le cogemos tiernamente las manos, lo miramos
con cariño a los ojos, le hablamos con palabras llenas de afecto y
delicadeza, transmitiéndole nuestro interés y com-pasión?
- En
nuestro acompañamiento ¿somos imagen de la entrañable ternura de Dios?
4. Para orar
Entrañable ternura
Ayúdame, Señor,
a ser imagen de tu ternura,
con mis hermanos que sufren;
a verte en su mirada llorosa,
con los ojos profundos del alma;
a escucharte en sus lamentos,
con los oídos del corazón;
a estrechar tus manos temblorosas,
entre mis manos palpitantes.
Ayúdame, Señor,
a ser portador de tu tierno amor
a quien no se siente amado;
a llevar un afectuoso abrazo,
a quien no conoce el cariño;
a dar un fraterno beso,
a quien nunca recibe una caricia;
a pronunciar una palabra consoladora,
a quien no tiene nadie que lo conforte.
¡Ayúdame, Señor,
a vivir en tu entrañable ternura!
Amén.
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