Los enfermos y los ancianos que por diversas razones no podrán salir de casa , de la residencias o del hospital en esta Semana Santa, también pueden vivir intensamente este tiempo, especialmente porque por su propio estado, “comprenden mejor la Pasión de Cristo”.
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Qué paradoja, muchos que podrían ir a la iglesia en esta Semana Santa no irán, simple y llanamente, porque no quieren; y a otros que desearían ardientemente ir a los oficios, no les será posible, o porque están enfermos o son ancianos, o simplemente porque no hay quien los lleve a una iglesia, y justo ahora, cuando por su propio estado comprenden mejor la Pasión del Redentor.
Pero para todos ellos hay una verdad consoladora . Quien más participa en la Redención, no es el que materialmente asiste a los oficios de Semana Santa, sino el que se une vitalmente al Misterio Pascual del Señor; y es que alguien puede ir a todo lo que organice su parroquia, la cofradía, pero por mera costumbre, o sin recta intención; incluso se puede ir con deseos de protagonismo, de fama y prestigio, o para sacar ventajas personales, etc., etc.
Pero ¿de qué me valdrían los sacrificios físicos si no me llevarán a la conversión?, ¿de qué serviría mi cansancio si mi vida se queda sin tocar y sigo con los mismos vicios?
Cierto que la enfermedad o ancianidad por sí mismas no me harían cambiar de actitud con respecto a Dios y la salvación que me ofrece, pero cuando uno se siente visitado por la enfermedad y el sufrimiento aqueja, cuando se experimenta la propia impotencia, los límites y la finitud temporal, cuando se vislumbra la cercanía de la muerte, todo cambia.
Es la oportunidad de volver la mirada a Dios, a las realidades eternas, de suplicar la asistencia divina para no caer en la angustia, de pedir la gracia para no replegarse lastimosamente sobre uno mismo y hundirse en la depresión.
La Semana Santa, vivida desde mi lecho de enfermo o desde una sillita en casa, puede ser la oportunidad que esperaba de salir de mi rebelión contra Dios, de maravillarme del amor que me ha tenido al entregar a su Hijo por mi salvación, de unirme a la Pasión de ese Hijo para colaborar con la Redención de mi familia y de la humanidad.
Otros lo han logrado, ¿por qué no yo? Santa Teresita del Niño Jesús, enferma de tuberculosis, postrada en una cama, con accesos terribles de tos y vómitos de sangre, con ratos de inconciencia por el dolor y espantosas dudas de fe, sabía que, aunque no viera en esos momentos la luz por las espesas nubes que la rodeaban, detrás de esos nubarrones seguía el sol brillando y que, pasada la hora de las tinieblas esa luz no sólo la iluminaría sino que la envolvería y la transformaría en luz.
Si el Señor nos ha visto con ojos de predilección y nos ha participado de su cruz, aunque ahora no lo entendamos, aunque para nosotros sea como una noche oscura. ¡Aprovechemos! contemplemos la Pasión del Señor, unámonos a ella, aceptemos nuestro sufrimiento y ofrezcámoslo a aquél que “me amó y se entregó por mí”, a aquél que “me ha amado primero”, ofrendémoslo por nuestra propia salvación, la de los nuestros, por el Papa Francisco y por nuestros obispos; por los religiosos y los sacerdotes;por los seglares; y en estos momentos por la paz en el mundo.
Desde nuestro lecho, podemos rezar; podemos unirnos a los actos religiosos a través de la televisón , la radio o internet que nos mueva el corazón e incluso recibir alguno de los sacramentos de sanación y la comunión; alguna alma caritativa nos puede leer las lecturas de las misas y otros oficios de esta semana,contemplar algunas procesiones y desde allí, desde nuestra cruz, con nuestra oración sostener a la Iglesia y salvar a la humanidad.
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