1. La Unción, sacramento específico de la enfermedad «¿Sufre alguno de vosotros? Que rece. ¿Hay alguno enfermo? Llame a los presbíteros de la comunidad, que recen por él y lo unjan con aceite invocando al Señor. La oración hecha con fe dará la salud al enfermo y el Señor hará que se levante. Si, además, tiene pecados, se le perdonará.» (Sant, 5,13-15).
Uno de los cambios fundamentales en la comprensión y en la práctica del sacramento es su inserción en la vida del cristiano en un momento concreto, como es la hora de la enfermedad. El uso lo había reservado frecuentemente a los moribundos. De ahí su nombre de Extremaunción.
El Concilio Vaticano II y la Constitución apostólica de Pablo VI, que promulga el nuevo Ritual Romano, devuelven este sacramento a sus primeros destinatarios, los enfermos. (LG 11). Y en la constitución sobre la Sagrada Liturgia dice: «La extremaunción, que también, y mejor, puede llamarse unción de enfermos, no sólo es el sacramento de quienes se encuentran en los últimos momentos de su vida. Por tanto, el tiempo oportuno para recibirlo comienza cuando el cristiano ya empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o por vejez» (SC 73).
Las orientaciones doctrinales y pastorales del Episcopado español muestran aún con mayor claridad este cambio. «La neta distinción establecida con el Viático, como sacramento del tránsito de esta vida, ayuda a situar la santa Unción en su justo momento» (RU 65, 66, 68, 67).
La santa Unción está destinada a los que se encuentran seriamente afectados por la enfermedad y no a los moribundos. En esa especial situación de ansiedad y prueba, el hombre necesita verse robustecido con el sacramento de la unción y ayudado con la gracia del Espíritu Santo, para vencer las tentaciones del enemigo, superar la angustia de la muerte y recuperar, tal vez, la salud perdida. (RU 47e)
La enfermedad y la ancianidad son una de las situaciones críticas de la vida en que el cristiano necesita una ayuda especial del Señor y de la comunidad cristiana para poderlas vivir humanamente y desde el evangelio. (RU 5).
Vivir humanamente la enfermedad, la ancianidad y la muerte no es fácil. Vivir la fe en ellas, tampoco.
El enfermo cristiano, requiere, junto a la normal atención médica, la presencia fraternal de la comunidad, la oración común, la luz de la palabra de Dios, la presencia del Señor y de su Espíritu, el sacramento de la Unción para • afrontar su enfermedad –y la ancianidad- con realismo y asumirla con paz con todas sus consecuencias; • recuperar la comunicación con los demás y acrecentarla; • mantener la serenidad, la paz y la esperanza; • comprender que, en el peor de los supuestos, no va hacia la nada; • descubrir el amor de Dios que le ilumina con su Palabra y le robustece con su Fuerza.• descubrir ahí la presencia de Jesús, que sigue sanando, cargando con nuestras enfermedades y dolencias; • descubrir una nueva posibilidad de ser útil, evangelizar desde la enfermedad.
2. La Unción, encuentro con el Señor muerto y resucitado con el enfermo
La Unción, como el resto de los sacramentos, es un encuentro privilegiado del Señor resucitado -médico y paciente- con el enfermo y de éste con El.
Jesús el Señor, que pasó haciendo el bien y curando a los enfermos, está hoy -por su Espíritu y gracias a un gesto sensible y visible de la Iglesia- junto al enfermo como compañero de camino que: comparte su existencia, la ilumina y la llena de sentido; • asume y estimula su deseo de curarse dándole una significación más profunda; • infunde aliento, coraje y paciencia en la lucha por su curación; • consuela en la angustia y robustece en la inseguridad; • ayuda a sobreponerse ante la situación irremediable y a asumirla con entereza; • despierta su confianza en el Padre y renueva su capacidad de seguir amando a Dios y a sus hermanos aun en medio del dolor.
La Unción celebra este encuentro sanador Cristo resucitado, Médico y Paciente con el enfermo. La sanación-curación que aporta no es la simple restitución del equilibrio biológico anterior a la enfermedad, ni una vuelta al tipo de existencia anterior, sino una vida nueva, una visión nueva y más profunda de sí mismo, del mundo, de las relaciones con los demás, de la existencia, de los valores y de Dios.
«La gracia propia del mismo consiste en acoger en sí a Cristo médico. Sin embargo, Cristo no es médico al estilo de mundo. Para curarnos, Él no permanece fuera del sufrimiento padecido; lo alivia viniendo a habitar en quien está afectado por la enfermedad, para llevarla consigo y vivirla junto con el enfermo. La presencia de Cristo consigue romper el aislamiento que causa el dolor. El hombre ya no está solo con su desdicha, sino conformado a Cristo que se ofrece al Padre, como miembro sufriente de Cristo y participando, en Él, al nacimiento de la nueva creación.» (Benedicto XVI)
En la Unción, Jesús comunica al enfermo la gracia del Espíritu Santo, el don por excelencia con el cual el hombre entero es: ayudado en su salud, confortado con la confianza en Dios, robustecido contra las tentaciones del enemigo y la angustia de la muerte, de tal forma que pueda no sólo soportar sus males con fortaleza, sino luchar contra ellos e, incluso, conseguir la salud, si conviene para su salvación espiritual; asimismo le concede, si es necesario, el perdón de los pecados y la plenitud de la penitencia cristiana (RU 6).
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