I.
VIVENCIAS DE LA MISERICORDIA HACIA LOS ENFERMOS
La atención espiritual de
los enfermos corresponde, en primer lugar, a la familia como célula fundamental
de la Sociedad y, desde luego, a la Comunidad Cristiana y a los Pastores de la
Iglesia. ¿Está enfermo algunos de vosotros?. Llame a los presbíteros de la
Iglesia (St. 5, 14).
La
Comunidad Cristiana y los cristianos no podemos desatender la apremiante
llamada del Señor: ”Estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25,36): obra de
misericordia; la caridad debe manifestarse siempre, pero es más urgente cuando
el hombre se encuentra en necesidad, y la enfermedad es uno de los estados de
indigencia más duros del hombre.
Aún para los no - creyentes, cuando el hombre se fractura es cuando puede dar este sentido más pleno a su existencia o rectificarla; pues el hombre auténtico es el que se enfrenta lúcidamente a la enfermedad y a la muerte. A nadie se le oculta la importancia de la enfermedad y de la muerte ante el encuentro con el Absoluto. Es por ello que la atención espiritual de los enfermos es muy importante.
Aún para los no - creyentes, cuando el hombre se fractura es cuando puede dar este sentido más pleno a su existencia o rectificarla; pues el hombre auténtico es el que se enfrenta lúcidamente a la enfermedad y a la muerte. A nadie se le oculta la importancia de la enfermedad y de la muerte ante el encuentro con el Absoluto. Es por ello que la atención espiritual de los enfermos es muy importante.
Pero
entre todos los servicios humanos y espirituales a los enfermos, ninguno es tan
importante como el ofrecido por los Pastores de la Iglesia: ocasión privilegiada
de Evangelización y encuentro que muchas veces es difícil de obtener en otras
condiciones.
Es
por ello que la atención de los sacerdotes a través de los sacramentos es
indispensable para los creyentes.
Al
enfermo conviene recordarle siempre la visión cristiana de la enfermedad y de
la muerte; la enfermedad completa la Pasión de Cristo, y los enfermos en la
Iglesia tienen la misión de recordarnos con su ejemplo los valores esenciales,
como también demostramos que la vida mortal del hombre ha de ser redimida con
el Misterio de la Muerte y Resurrección de Cristo. (Cfr. Ritual de la Unción de
los Enfermos)
La
Iglesia debe hacerse presente en todos los momentos de la vida del católico y,
más aún, en el momento de morir. Presencia llena de caridad y amor, de fe y de
confianza.
Se
constata la necesidad de buscar, capacitar y promover diversos tipos de agentes
de pastoral. Ante la realidad anteriormente expuesta sobre: los enfermos en sus
domicilios, la responsabilidad de las parroquias, los retos pastorales en el
hospital, se hace necesario marcar las pautas para los Agentes de Pastoral de
la Salud (sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosos (as), Ministros
extraordinarios de la Comunión Eucarística y laicos) para un mejor desempeño
auténtico de la misericordia, en su servicio al enfermo.
1. EL ENCUENTRO PERSONAL CON EL ENFERMO
En
la actividad del Agente de Pastoral de Salud tiene una gran importancia el
encuentro personal con el enfermo. Ha de ser la expresión de su fidelidad a las
palabras de Jesús: "Estuve enfermo y me visitasteis" (Mt. 25, 36).
La
cantidad de personas a visitar, el riesgo de caer en la rutina y, a voces, la
ausencia de una preparación adecuada y de un método, pueden contribuir a hacer
pesada y poco gratificante esta importante actividad pastoral. Por lo cual es
necesario revisarla constantemente y perfeccionarla.
El agente de Pastoral de Salud ha de saber
distinguir entre la visita amistosa y la relación pastoral de ayuda. Mientras
la primera es bueno brindarla a todos los enfermos, la segunda es conveniente
tan sólo para un grupo reducido de personas que están dispuestas a recorrer un
camino más largo, profundo y continuo. El discernimiento de las diferentes
necesidades y la oferta de respuestas apropiadas, permiten al agente de
pastoral distribuir de manera racional ayuda a las personas que lo han pedido.
Tanto
en las visitas breves como en las más extensas, el agente de Pastoral de Salud
ha de saber pasar de la conversación social al diálogo pastoral. Para ello, ha
de:
·
concentrarse más en la persona que en los
hechos externos;
·
saber escuchar, ser comprensivo y amable;
·
aceptar la tensión del enfermo, ayudándolo
a afrontar la realidad, aunque sea dura;
·
preocuparse más de ayudar que de distraer,
estando disponible al acompañamiento del enfermo;
·
saber pasar de la discusión sobre Dios a
la experiencia de Dios y a la relación con él.
Si
la vista diaria es un ideal a tener presente en la programación de la actividad
pastoral, no por ello ha de constituir un absoluto que absorba todas las
energías del agente de pastoral. Teniendo como firme el principio de que todos
los enfermos tengan la posibilidad de un encuentro con el agente de pastoral,
han de estudiarse, para la organización de las visitas, formas realistas y
armonizadas con las otras exigencias del trabajo apostólico.
En
el delicado ministerio de la visita, el agente de Pastoral de Salud ha de
evitar la improvisación. Ha de prepararla elaborando un plan de pastoral que
después sabrá adaptar con flexibilidad a las distintas situaciones. Un plan
pastoral implica señalar objetivos claros y concretos y seleccionar los medios
idóneos para conseguirlos.
Superando
la tentación de ampararse en el propio rol o de manifestar solamente algunos
aspectos de su propia personalidad, el agente pastoral de la nueva
evangelización ha de trabajar por ser él mismo y presentarse con su propia
identidad, atento a sus sentimientos que sabrá utilizar de manera apropiada en
la relación con el enfermo y sus familiares.
El
agente Pastoral de Salud ha de manifestar con su modo de actuar aquella estima
y respeto profundos que ayudan al enfermo a mantener el sentido de integridad
de la propia persona a pesar del desmoronamiento causado, en el cuerpo y en el
espíritu, Por la enfermedad.
Hay que tener el máximo respeto a la
religiosidad del enfermo, evitando imponerle los propios estilos de fe. A los
que no creen o no practican, no ha, que privarles de la amistosa atención del
agente de pastoral. Es importante tener en cuenta y no despreciar la
"piedad popular". Para algunos enfermos la forma de llegar a Dios y
tener una conexión con el mundo de la fe, es su devoción a la Virgen, a un
santo o una santa. El encuentro pastoral comporta caminar por sendas que no
son, a veces, las del propio agente y acomodarse a la sencillez y al candor de
una confianza, de una fe y de un amor que Dios juzgará de forma muy distinta a
la nuestra.
Consciente
de que tanto Dios como el enfermo tienen sus caminos, que no siempre coinciden
entre sí o con los nuestros, el agente de pastoral ha de respetar los pasos del
enfermo y la lentitud en el proceso de su maduración humana y cristiana.
En
una perspectiva de fe, las actitudes humanas positivas del agente de pastoral,
sus gestos humanos, se convierten en símbolo del amor de Dios que él mismo
anuncia con su palabra, y dan a su presencia un valor casi sacramental.
En
el contexto de la visita pastoral es donde el agente de pastoral realiza
principalmente su misión evangelizadora o celebrativa de la comunicación, de la
escucha de la Palabra, de la oración, del proceso penitencial. Para que el
anuncio de la Buena Nueva resuene eficazmente en el corazón del enfermo, es
necesario que se centre en la situación que está viviendo y le sea transmitido
de forma humana.
Las
líneas que hay que privilegiar en la misión evangelizadora del enfermo brotan y
se fundamentan en el misterio de la Encarnación, expresión visible del amor del
Padre. A la luz de la palabra y del ejemplo de Cristo y del misterio pascual
vivido por él, la vida humana tiene sentido aún en las situaciones penosas por
la presencia del mal, del sufrimiento y de la muerte.
La
difícil catequesis, dirigida a ayudar al enfermo a transformar su propia
experiencia negativa en ocasión de crecimiento, ha de ser iluminada por la esperanza
que nos viene de Cristo resucitado. El encuentro evangelizador ha de ser
personalizado, en un diálogo franco y confidencial, sin limites ni cálculos,
sin presiones indebidas, respetuoso con la libertad y las disposiciones del
enfermo. El dogmatismo, el juicio y la condena son actitudes que deben
desaparecer del comportamiento del agente de pastoral.
La
enfermedad es un momento propicio para la oración. En el corazón de la persona enferma
y en sus seres queridos brota casi de forma espontánea la oración, la plegaria
en sus más diversas formas.
En
la oración del enfermo tiene un gran peso la realidad que está viviendo, cuenta
igualmente su visión de Dios, su temperamento, su historia personal, su
educación religiosa, su medio cultural. Cada enfermo tiene su forma original de
orar y modalidades diversas de dirigirse a Dios.
La oración es uno de los recursos más
importantes de los que dispone el agente de pastoral para crear un clima de paz
en torno al enfermo, para infundir ánimo al que sufre, para abrirle
solidariamente a otros enfermos y personas, para ayudarle a descubrir la
voluntad de Dios, para encontrar la energía necesaria a fin de sobrellevar los
dolores, para progresar en la identificación con Cristo paciente, para dar
gracias a Dios por sus dones, para realizar, finalmente, el tránsito al Padre.
La
oración ha de surgir de la necesidad y deseo del enfermo y ha de tener muy
presente la realidad que está viviendo el enfermo. Por ello, la oración con el
enfermo presupone la escucha del mismo, de sus vivencias y estados de ánimo,
para acoger la variedad de actitudes y reacciones: queja, impotencia, angustia,
amargura, desamparo y abandono, soledad, culpabilidad, rebeldía, confianza,
gozo, gratitud y alabanza.
El
saber ponerse en sintonía con la historia y el proceso interior de cada
enfermo, permite al agente de pastoral ayudarle y convertir su camino con Dios
por medio de la oración que unas veces es oración de queja, otras de
agradecimiento, otras de entrega confiada, otras de súplica y de intercesión
por los demás, otras de contemplación del misterio o de alabanza y
glorificación de Dios.
La
Sagrada Escritura ofrece innumerables y variadas oraciones de enfermos,
especialmente en los Salmos. El agente de Pastoral de Salud sabrán escoger,
proponer y utilizar la que responda mejor a las necesidades espirituales del
enfermo en cada momento. Pero es sobre todo en Jesús, modelo de oración, en
quien debe inspirarse el agente para acompañar y ayudar al enfermo a orar.
La
oración por los enfermos ha estado y está presente en la vida de la Iglesias y
de sus comunidades cristianas. La Iglesia ora por los enfermos en la
Eucaristía, la Liturgia de las Horas, en la celebración de los sacramentos. El
agente de pastoral ha de orar por los enfermos y ofrecer ocasiones y cauces
comunitarios para orar con los demás enfermos, la familia v la comunidad cristiana.
La
oración por los moribundos, siempre valorada por la tradición eclesial, se ve
hoy dificultada a causa de la atmósfera distraída, indiferente o asustada que
muchas veces caracteriza el ambiente donde muere el enfermo. Practicada con
discreción y adaptada a las circunstancias particulares y concreta de cada
enfermo, constituye una ayuda valiosa para el enfermo y sus familiares.
En
las últimas décadas, la celebración de los sacramentos de los enfermo ha
sufrido profundas transformaciones. Por una parte hemos asistido a uní
progresiva superación del sacramentalismo y, por otra, a un importante des
censo en la petición de los sacramentos. Ambos fenómenos, junto con la reforma
litúrgica, han estimulado una mejor comprensión de los sacramenta y una
búsqueda más atenta de modelos de celebración adecuados al contexto sanitario,
lugar secularizado y pluralista.
Por
medio de la reconciliación, la unción de los enfermos y la Eucaristía se ayuda
al enfermo a vivir el sentido pascual de la enfermedad.
La
importancia de estos instrumentos del amor redentor del Señor exige del agente
de pastoral un compromiso especial. La celebración sacramental ha de
constituir, habitualmente, la culminación de una relación significativa con el
enfermo y el resultado de un proceso de fe realizado por éste. Los sacramentos,
signos que atestiguan el amor de Dios al enfermo, no deben ser ritos aislados
sino gestos situados en el corazón de una presencia fraternal, que los que
rodean al enfermo han de expresar de múltiples maneras: lucha contra la
enfermedad, cariño, escucha y atención a las necesidades del enfermo, amistad y
servicio.
Esta
presencia fraternal junto al enfermo del agente de Pastoral de Salud y de todo
cristiano, tiene un valor casi sacramental desde la perspectiva de una Iglesia
sacramento de salvación para el Mundo. El agente de pastoral al ofrecer los
sacramentos ha de respetar los niveles de fe cristiana de los enfermos y las
etapas de su caminar en la fe para actuar gradualmente con discreción y pudor,
evitando todo lo que pueda provocar dolor, resentimiento o alejamiento.
El
agente de Pastoral de Salud evitará todo tipo de coacción y celo intempestivo,
opuesto a la dignidad de la persona humana y a la libertad religiosa y ayudará
al enfermo a superar los condicionamientos personales y sociales que posan
sobre él a la hora de manifestar y celebrar su fe. El agente de pastoral ha de
contar con el enfermo en la celebración sacramental. Es el enfermo quien ha de
solicitar o aceptar el sacramento con plena fe y celebrarlo en las mejores
condiciones, activa y conscientemente. Es él, su nivel de fe, su estado de
salud y de fuerzas quien ha de marcar el ritmo de la celebración, las lecturas,
oraciones, etc.
El
agente de Pastoral de la Salud ha de discernir pastoralmente las motivaciones
de los enfermos y de sus familiares o allegados al pedir, no pedir o rechazar
un sacramento. Ha de discernir, igualmente, sus propias motivaciones al ofrecer
los sacramentos.
Para la celebración de los sacramentos, el agente de Pastoral de Salud, especialmente si es presbítero o diácono, ha de poner de relieve la dimensión simbólica de los gestos realizados, por medio de una adecuada catequesis y la creación de un clima humano que esté en sintonía con los valores proclamados por la celebración sacramental. Ha de procurar, igualmente, que los signos sacramentales sean verdaderamente significativos.
Para la celebración de los sacramentos, el agente de Pastoral de Salud, especialmente si es presbítero o diácono, ha de poner de relieve la dimensión simbólica de los gestos realizados, por medio de una adecuada catequesis y la creación de un clima humano que esté en sintonía con los valores proclamados por la celebración sacramental. Ha de procurar, igualmente, que los signos sacramentales sean verdaderamente significativos.
Un
momento crítico en la vida humana, como es la enfermedad, puede ser una ocasión
propicia para oír la llamada de Dios a la conversión. La enfermedad, al replantear
los valores en los que vive centrada la persona, le lleva, a menudo, a revisar
su conducta y a reorientar su vida. Este cambio ni es fácil ni es cuestión de
un momento. Puede exigir, a veces, un largo proceso.
Un
punto muy importante a tener en cuenta por el agente de Pastoral de Salud,
durante la etapa de catequesis pro -sacramental, es la conexión que muchos
enfermos hacen entre la enfermedad que padecen y algún pecado, real o
imaginado, en su vida pasada. Por otra parte, el agente de pastoral nao' puede
olvidar que la Revelación es la respuesta liberadora tanto a la enfermedad como
al pecado de los hombres, están ambos, o no, unidos en la vida de un enfermo
concreto. Por ello, un cometido específico de la pastoral de sacramento de la
penitencia deberá ser iluminar la dimensión curativa y rehabilitadora del
mismo, y ayudar al enfermo a discernir entre la angustia que genera la propia
enfermedad y el sentimiento de culpa proveniente de sus pecados.
El
sacramento de la penitencia es la celebración del encuentro del cristianó
enfermo, débil y pecador, con Cristo que "perdona sus culpas y cura su'
enfermedades" (Sal. 103, 3). Con este sacramento, la comunidad cristianó
se dirige al enfermo para decirle, en el nombre de Jesús: "Tus pecados Que
dan perdonados... Levántate y anda". (Cf. Mt. 9, 5-ó).
Los
sacerdotes procurarán estar atentos para que el deseo de conversión del enfermo
no termine con el simple "acto de confesarse". Para ello, tratará de
acompañar todo lo que puedan al enfermo en el proceso de su conversión, a fin
de que llegue a realizar el cambio de vida que ha descubierto.
Cada
sacerdote, aun reconociendo el poder ilimitado de la intervención de Dios en la
celebración del sacramento, no puede olvidar la influencia de sus propias
actitudes -- comprensión, respeto y discreción-- en el fruto que el penitente
puede sacar de la confesión.
En cuanto sea posible, ha de procurar atender
a los enfermos en un lugar acogedor que permita un coloquio franco y liberador,
y que salvaguarde la intimidad y la integridad de la confesión. Será
comprensivo y magnánimo sobre todo cuando el enfermo está débil o ha de
confesarse en un lugar en el que es imposible respetar el secreto.
Conviene fomentar las celebraciones
comunitarias de la penitencia para que gracias a ellas se descubra mejor la
solidaridad en el pecado, la debilidad y la conversión, al escuchar juntos la
Palabra de Dios, reconocer todos sus propios pecados y expresar la voluntad de
conversen, y la alabanza y gratitud de Dios por su perdón.
La
Eucaristía, sin ser el sacramento específico de la enfermedad, tiene estrecha
relación con ella. Primero, porque el enfermo, que ya vive en la fe la
incorporación de su enfermedad a la pasión de Cristo, puede tener el deseo de
celebrarla sacramentalmente. En segundo lugar, porque la Eucaristía servirá
para descubrir al enfermo, tentado de encerrarse egoístamente en sí mismo, el
sentido de comunión total con Dios y los hombres que Cristo da a la vida.
La celebración de la Eucaristía en los
hospitales tiene lugar en momentos y lugares diversos. Cada uno requiere una
preparación adecuada, en la medida de lo posible se ha de procurar que los
enfermos asistentes, los médicos, enfermeras y familiares presentes participen
activamente en la celebración.
Algunos
enfermos, que no pueden participar en la celebración de la Eucaristía por
razones de salud, sienten la necesidad de recibir el Pan de la Palabra y el Pan
que da la Vida.
Desde
los primeros siglos la comunidad cristiana se ha preocupado de lleva' al
enfermo la Palabra proclamada en la Asamblea y el Cuerpo de Cristo. No se
olvide que el fin primario y principal de la reserva eucarística consiste en la
posibilidad de llevar la comunión a los enfermos que no han podido participar
en la Misa.
Se
ha de procurar, en la medida de lo posible, que la distribución de la Comunión
revista el carácter de una verdadera celebración de fe. Por ello ha de:
·
estudiar los métodos adecuados para
responder a las necesidades de los enfermos, respetar el sacramento y permitir
al agente la libertad y la Creatividad suficientes en su celebración;
·
dar la comunión en un contexto de
presencia humana y de oración;
·
dar la comunión sin prisas ni rutina,
buscando la frecuencia y las modalidades que permitan una celebración digna,
sirviéndose de los medios mí convenientes para ayudar al enfermo a prepararse y
dar gracias;
·
escoger el momento más oportuno para el
enfermo, evitando la coincidencia con otros servicios, con el fin de que
disponga de un momento de calma suficiente para acoger el don que recibe y para
la plegaria personal.
Se
dará la comunión a quienes la soliciten personalmente v por medio de sus
familiares, pero no se ofrecerá la comunión a las personas que, por diversos
motivos, no parecen convenientemente dispuestas para recibirla. Por respeto a
la fe y a la práctica religiosa del enfermo, no presionará indebidamente
recibir cada día la comunión a personas que tan sólo la reciben ocasionalmente.
Urgente es reestructurar los grupos ya existentes de ministros extraordinarios
de la comunión eucarística para lograr una mejor y mi personalizada
celebración.
El
Viático es el sacramento específico para los enfermos que viven la última fase
de su existencia; marca la última etapa de la peregrinación del cristiano
iniciada en su bautismo; es el sacramento del tránsito, del paso de la muerte a
la vida; es la espera, iluminada por la presencia privilegiada de Cristo, del
cumplimiento del misterio de la muerte y resurrección de cada uno de nosotros.
No se trata de la última comunión recibida por el enfermo antes de morir, sino
más bien de una comunión en la que el enfermo, asumiendo en la fe su camino
hacia la muerte como paso con Cristo hacia la vida, se pone en las manos del
Padre. Por ello debe recibirlo en plena lucidez. Transformar este ideal en realidad
cotidiana es uno de los desafíos con que se enfrenta hoy el trabajo pastoral en
los hospitales.
Más que cualquier otro sacramento, la Unción
de los Enfermos es fuente de paz y confianza. El Señor le concede al enfermo,
el auxilio para vivir su enfermedad y su restablecimiento conforme al sentido
de la fe. La dimensión comunitaria es un rasgo esencial en todo sacramento. Por
ello, el sacerdote procurará evitar que la celebración de la Unción sea un acto
solitario, realizado entre la indiferencia de los que cuidan al enfermo. La
presencia de Cristo junto al enfermo, actualizada por el sacramento, se ha de
hacer visible por la presencia significativa de los que le rodean y, cuando sea
posible, de su comunidad cristiana de origen. El agente de Pastoral de la Salud
ha de ayudar al enfermo, a sus familiares y al personal de salud, especialmente
al de enfermería a descubrir las necesidades espirituales del enfermo para que
en el tiempo propicio pueda celebrar la Unción como un acto libre y
responsable.
La atención pastoral a los enfermos graves y
moribundos ha de ser hoy una de las actividades prioritarias del servicio de
asistencia religiosa y pastoral. Hay que ayudar al enfermo, a cada enfermo, a
morir con dignidad y al enfermo cristiano a morir en Cristo. Esto no puede
hacerse a distancia; hay que acercarse al moribundo, conocer e identificar sus
necesidades espirituales y procurar atenderlas.
El enfermo moribundo necesita curar las heridas causadas por la toma de conciencia de la propia finitud y "pobreza": miedo, angustia, sensación de impotencia y de abandono, desesperación ante lo desconocido. El agente de pastoral tiene la posibilidad de poner bálsamo en estas heridas del espíritu haciéndose presente, próximo y participe en el drama que vive el enfermó! percibiendo su estado de ánimo, acompañándole en silencio y permitiendo que exprese sus sentimientos y reacciones .
El enfermo moribundo necesita curar las heridas causadas por la toma de conciencia de la propia finitud y "pobreza": miedo, angustia, sensación de impotencia y de abandono, desesperación ante lo desconocido. El agente de pastoral tiene la posibilidad de poner bálsamo en estas heridas del espíritu haciéndose presente, próximo y participe en el drama que vive el enfermó! percibiendo su estado de ánimo, acompañándole en silencio y permitiendo que exprese sus sentimientos y reacciones .
El
agente de Pastoral de Salud ha de unirse al enfermo en la búsqueda de dicho
sentido, sin imponer su punto de vista. Su estilo de presencia profundamente
respetuosa y comprensiva con el enfermo, puede ser para éste una fuente de
sentido.
El
moribundo tiene una profunda necesidad de reconciliación. La mirada su pasado y
el descubrimiento de sus fallos puede despertar en él sentimientos de
culpabilidad, hacerle difícil aceptar sus errores pasados y reconocer sus
buenas acciones.
El
agente de Pastoral de Salud ha de ayudar al enfermo a mirar su vida con la
misma mirada del Señor, una mirada de aceptación y perdón. Esto 14 permitirá
sentirse aceptado y aceptarse, sentirse perdonado y perdonar a los demás, estar
en paz consigo mismo y con Dios.
5.
LA ATENCIÓN PASTORAL A LAS FAMILIAS DE LOS ENFERMOS
Toda
persona normalmente vive en una familia y de ella recibe valiosa ayuda. Cuando
cae enferma, la familia se ve afectada, a veces profundamente y necesita por
ello, atención y apoyo. En determinados casos lo necesita tanto o más que el
propio enfermo: cuando éste es un quemado grave aislado en zona estéril, o está
en coma durante períodos prolongados, o se trata de un niño, o es alguien que
ha sido desahuciado, que se está muriendo o que se acaba de morir.
Desde
el principio lo hemos enunciado y ahora lo corroboramos, los agentes de
pastoral de salud han de procurar estar cercanos a las familias de los
enfermos, tener presentes sus necesidades, especialmente las espirituales y
ofrecerles la atención pastoral que precisen en cada momento. Han de contar con
su valiosa ayuda a la hora de prestar la asistencia religiosa al enfermo.
En la etapa que precede a la muerte, el agente
de Pastoral de Salud ha de ayudar a la familia a afrontar la situación, a
prepararse para la separación con esperanza, aceptando sus reacciones,
posibilitándole su expresión, caminando a su lado con profundo respeto y
ofreciéndole los recursos de la fe.
Los
momentos que siguen a la muerte de un ser querido son especialmente
significativos para la familia y constituyen un espacio privilegiado y delicado
para la pastoral. El agente que es sensible, que está atento al estado de ánimo
de los familiares y se acerca con un rostro humano dando expresión a la voz del
corazón, puede ofrecer a la familia ayuda inestimable. Hay voces en que una
oración serena y sentida será la ayuda mejor para la familia. Otras, será un
abrazo, un apretón de manos o la sola presencia física.
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