1.- Texto bíblico.
“Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó,
cayó en manos de unos bandidos, que lo
desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon dejándolo medio muerto. Por
casualidad, un sacerdote bajaba y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo
mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de
largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba él y, al verlo,
se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino,
y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó.
Al día siguiente, sacando dos denarios, se
los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo
pagaré cuando vuelva”. “¿Cuál de esos tres te parece que ha sido prójimo del
que cayó en manos de los bandidos?” Él dijo: “El que practicó la misericordia
con él”. Jesús le dijo: “Anda y haz tú lo mismo.”.
(Lc
10, 30-37).
2.-Reflexión pastoral.
Desde que el Papa Francisco asumió el pastoreo de la Iglesia
universal, ha llegado el aire fresco del protagonismo de los laicos cristianos,
ya que “todos estamos llamados a crecer
como evangelizadores, precisa de una formación, una profundización de nuestro
amor y de un testimonio más claro del Evangelio… En este sentido, todos nos
hemos de dejar evangelizar constantemente; pero eso no significa que debamos
postergar la misión evangelizadora, sino que encontremos el modo de comunicar a
Jesús que corresponda a la situación que nos hallemos.” (Papa Francisco, “Evangelii Gaudium”, E.A.: “La alegría del
Evangelio.”; nº 221). Desde esta apuesta, se hace plausible, que el laico
anciano se convierta en testigo de esta misión eclesial no tanto por ser objeto
de la pastoral y de la evangelización de la Iglesia, y abrir el reto de
convertir a las personas mayores en animadores y artífices de la
evangelización. Pues, bien, en esa evangelización los mayores ejercen un doble
papel. Por una parte, son destinatarios de ese mensaje que subraya el valor y
la valía de la vida humana, incluso marcada por la fragilidad y la
vulnerabilidad, pero por otra, por esta misma razón se convierten en profetas y
testigos cualificados. A pesar de su edad o su aparente su vulnerabilidad, su
vida merece todo respeto. Y ellos, a su vez, con su propia experiencia, ayudan
a las nuevas generaciones a valorar la vida y su sentido último: “Todos nos debemos sentir invitados a estimar
y valorar a las personas mayores, a ayudarlas en sus necesidades pastorales y
acompañarlas para que puedan ser protagonistas de su propio acompañamiento
pastoral, impulsando su rol activo en la Iglesia y en la sociedad. […]
Envejecer no debe sacar a la persona de la realidad en la cual está inserido,
debe seguir formando parte de la sociedad y continuar implicado como antes en su
relación con los demás, incluso desde sus limitaciones físicas, psicológicas,
sociales y hasta espirituales.” (Subcomisión Familia y Defensa de la vida de la
CEE, “La ancianidad: riqueza de frutos y bendiciones.”, 2022; pg. 25).
De dicha reflexión se desprende según el ejemplo del buen
samaritano, que además de acoger el valor de la vida humana, las personas
mayores necesitan sentir la cercanía de ser acompañados en esta etapa vital.
Aceptar los achaques de la vejez con serenidad, sin hacerlos pesar sobre los
demás, recibir el mensaje de la dignidad de la vida, aunque sea limitada o
dependiente: “La dignidad de cada ser
humano es inherente, intrínseca, inviolable e independiente de las condiciones
que lo rodean. Aunque el dolor, el sufrimiento y la enfermedad son realidades
que nos hacen sentir impotentes, la respuesta no se encuentra en descartar la
vida de una persona enferma, porque cuando ya no es posible curar a la persona
de su enfermedad es obligatorio éticamente acompañarla en los momentos finales
de su vida en este mundo.” (Ibídem; pg. 29). Por otra parte, esa misma
fragilidad puede ser una buena manera de evangelizar, el Papa Francisco lo
expone en una de sus catequesis sobre la vejez: “Toda la sociedad debe apresurarse a atender a sus ancianos- ¡son el
tesoro! - cada vez más numerosos, y a menudo también más abandonados. […] El
anciano del salmo confía a Dios su desánimo: “Porque de mi- dice- mis enemigos
hablan, los que espían mi alma se conviertan “¡Dios lo ha desamparado,
perseguidle, apresadle, pues no hay quien lo libere!”. Las consecuencias son
fatales. La vejez no solo pierde su dignidad, sino que se pone en duda incluso
que merezca continuar. Así, todos estamos tentados de esconder nuestra propia
vulnerabilidad, esconder nuestra propia enfermedad, nuestra edad y nuestra
vejez, porque tememos que sean nuestra antesala de nuestra pérdida de la
dignidad. Preguntémonos: ¿es humano inducir este sentimiento? ¿Por qué la
civilización moderna, tan avanzada y eficiente, se siente tan incómoda con la
enfermedad y la vejez, esconde la enfermedad, esconde la vejez? ¿Y por qué la
política, que se muestra tan comprometida con definir los límites de una
supervivencia digna, al mismo tiempo es insensible a la dignidad de una
convivencia afectuosa con los ancianos y los enfermos? […] Existe entonces un
“magisterio de la fragilidad” no esconder las fragilidades, no. Son verdaderas,
hay una realidad y hay un magisterio de la fragilidad, que la vejez es capaz de
recordar de manera creíble para todo el arco de la vida humana. No esconder la
vejez, no esconder las fragilidades de la vejez. Esta es una enseñanza para
todos nosotros.” (Francisco Papa, “No me abandones cuando decae mi vigor. (Sal
71,9)”, en “La edad anciana, una bendición para la sociedad. Catequesis del
Papa acerca de la vejez.”; 2022, pg. 60, 62).
La evangelización y el acompañamiento de las personas
mayores no necesitan tanto de grandes discursos como de la cercanía personal,
sencilla y constante, así como de pequeños y cotidianos actos de comprensión y
empatía a la manera del samaritano de la parábola: “Es necesario renovar la necesidad y las ganas de querer seguir haciendo
camino con los hermanos y hermanas, más vulnerables, afectados por la
enfermedad, la limitación mental, el desasosiego, la dificultad por comprender
el mensaje de salvación desde la perspectiva de aquellas personas que, cansadas
de la vida, no encuentren sentido a la misma.
Pongamos el bálsamo de
una pastoral que toque la sensibilidad y el espíritu de estos hermanos que experimentan
la fragilidad, imitando el saber hacer y estar presente con amor del buen
samaritano.” (Subcomisión Familia y Defensa de la vida de la CEE, “La
ancianidad: riqueza de frutos y bendiciones.”, 2022; pg. 29).
Es evidente que las personas mayores son destinarios de la
misión de la Iglesia y que han de serlo de una forma específica. Anunciar el
evangelio y acompañar a las personas mayores es un deber de toda la comunidad
eclesial. Pero dicha comunidad ha de adquirir conciencia del protagonismo que ha
de reconocer a las personas mayores, ya que es mucho más lo que dan que lo que
reciben. De muy diversas formas y en ambientes diversos pueden ser sujetos
activos de la evangelización y acompañamiento: “Su acción evangelizadora como agentes pastorales en el acompañamiento
tiene, principalmente, dos grandes ámbitos de actuación: con las nuevas
generaciones y con sus coetáneos.” (Ibídem; pg. 29).
En cuanto a la evangelización de las nuevas generaciones,
las personas mayores colaboran en la tarea de transmitir a dichas generaciones
las vivencias más profundas de la fe. En
un mundo y sociedad tan líquida como la actual, son las personas mayores
quienes transmiten la vivencia de la fe, la experiencia de Dios, la esperanza y
el amor cristiano: “Hoy en día, en
nuestra sociedad secularizada, las generaciones actuales de los padres no
tienen, en su mayoría, la formación cristiana y la fe viva de sus padres.
¿Quién mejor, en esta tesitura, que los abuelos para transmitir la alegría de
la fe, el amor a Dios y la esperanza que no defrauda, a las jóvenes
generaciones? Son un eslabón indispensable para educar a los niños y a los
jóvenes en la fe.” (Subcomisión Familia y Defensa de la vida de la CEE, “La
ancianidad: riqueza de frutos y bendiciones.”, 2022; pg. 34). También lo
manifiesta el Papa Francisco de la siguiente forma: “Es precisamente la vejez – y esto es bonito para los ancianos- la que
aparece aquí como el lugar decisivo, el lugar insustituible de este testimonio.
Un anciano que, a causa de su vulnerabilidad, aceptara considerar irrelevante
la práctica de la fe, haría creer a los jóvenes que la fe no tiene ninguna
relación real con la vida. Les parecería, desde su inicio, como un conjunto de
comportamientos que, si es necesario, pueden ser simulados o disimulados,
porque ninguno de ellos es tan importante para la vida.” (Francisco Papa,
“Eleazar, la coherencia de la fe, herencia del honor.”, en “La edad anciana,
una bendición para la sociedad. Catequesis del Papa acerca de la vejez.”; 2022,
pg. 40).
También es muy importante dicha misión de acompañamiento y
evangelización de las personas mayores en su círculo de amigos y coetáneos.
Ante ellos están llamados a ser testigos, cercanos y humildes, de su propia fe
y de su esperanza: “Hoy cobra especial
importancia el apostolado de las personas mayores con sus coetáneos en forma de
testimonio de vida… Este acompañamiento debe basarse en el testimonio de una
vida vivida en la experiencia del amor de Dios, iluminada por la fe en Cristo y
la esperanza de la vida eterna a la que el Señor nos ha llamado.” (Subcomisión
Familia y Defensa de la vida de la CEE, “La ancianidad: riqueza de frutos y
bendiciones.”, 2022; pg. 35). Asimismo, también lo menciona el Papa
Francisco en su Catequesis sobre la ancianidad: “Quizá nos corresponde precisamente a nosotros, a los ancianos, una
misión muy importante: devolver a la fe su honor, hacerla coherente que es el
testimonio de Eleazar, la coherencia hasta el final. La práctica de la fe no es
el símbolo de nuestra debilidad, sino más bien el signo de su fuerza. Ya no
somos niños. ¡No bromeamos cuando nos pusimos en el camino del Señor!”
(Francisco Papa, “Eleazar, la coherencia de la fe, herencia del honor.”, en “La
edad anciana, una bendición para la sociedad. Catequesis del Papa acerca de la
vejez.”; 2022, pg. 42).
3.- Cuestiones para reflexionar.
a)
Cada uno de nosotros también podemos sentir los
cuidados que la Iglesia, a través de la Pastoral de la Salud, nos ofrece. A
través de la parábola del Buen Samaritano señalar ¿Qué obligaciones tenemos con
los que sufren, están heridos o vulnerables?
b)
Desde la fragilidad y la vulnerabilidad también
uno puede ser testimonio de Dios para los demás. ¿Cómo pueden implicarse las
personas mayores para ser “buenos samaritanos” o al menos posaderos de las
generaciones jóvenes y sus coetáneos?
4.- Para orar.
Jesús,
si Tú quieres puedes curarme.
Te enseño mis heridas, mis llagas, mi dolor,
mis debilidades, mis limitaciones.
Soy todo tuyo, gracias por amarme y fijarte en mí.
Quiero transmitir a los demás ese amor que me has dado.
Enséñame a ser buen samaritano, tu buen samaritano.
Amén. (Anónimo).
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