1.- Texto bíblico.
“¿Está sufriendo uno de vosotros? Rece. ¿Está
contento? Cante. ¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de
la Iglesia que recen por él y lo unjan con el óleo en el nombre del Señor. La
oración hecha con fe salvará al enfermo y el Señor lo restablecerá; y si
hubiera cometido algún pecado, le será perdonado. Por tanto, confesaos
mutuamente los pecados y rezad unos por otros para que os curéis: mucho puede
la oración insistente del justo.”
(Sant 5,13-16).
2.-Reflexión pastoral.
Al acercarnos al final de este itinerario reflexivo sobre el acompañamiento pastoral de la persona mayor, creo que es oportuno dirigir nuestra reflexión al cuidado pastoral del anciano en el tramo final de su vida, y de manera especial cuando siente en su cuerpo y en su espíritu la debilidad y las pérdidas que esta etapa vital conlleva. Pero a su vez se ve fortalecida con una espiritualidad que le ayude a afrontar la fragilidad y vulnerabilidad propias de esta etapa y de su preparación para la realidad de la muerte que le es cercana: “Cuando parece que todo se ha terminado y que las degradaciones y pérdidas de la vejez lo abarcan todo, todavía es posible una tercera etapa que podemos calificar como la de la vida espiritual, que significa el desarrollo de la vida interior. El anciano acaba comprendiendo que el mundo que le rodea ya no es su mundo y que su propio cuerpo se está derrumbando visiblemente. Ya no es posible identificar su propio “Yo” con todo aquello que está desapareciendo y es necesario dirigirlo hacia el sentido de aquella parte espiritual y escondida que todos llevamos dentro, que nos conecta con el espíritu divino y nos da una esperanza de vida eterna.” (Broggi Moisés. “Sobre el declive físico y el consuelo espiritual de los ancianos.”. Rev. Bioética&Debat, 2008; Vol. 14 (53):17-19), o en expresión del Papa Francisco: “El seguimiento de Jesús, seguir a Jesús en la vida y en la muerte, en la salud y en la enfermedad, en la vida cuando es próspera con muchos éxitos y también en la vida difícil con tantos momentos duros de caída. […] El honor de nuestra fidelidad al amor jurado, la fidelidad al seguimiento de la fe que hemos creído, incluso en las condiciones que nos acercan a la despedida de la vida, son nuestro título de admiración para las generaciones venideras y de reconocimiento agradecido por parte del Señor. Aprender a despedirse: esta es la sabiduría de los ancianos. Pero despedirse bien, con la sonrisa; aprender a despedirse en sociedad, a despedirse con los otros. La vida del anciano es una despedida, lenta, lenta, pero una despedida alegre: he vivido la vida, he conservado mi fe. Esto es hermoso, cuando un anciano puede decir esto: “He vivido la vida, esta es mi familia; he vivido la vida, he sido un pecador, pero también he hecho el bien”. Y esta paz que viene, esta es la despedida del anciano.” (Francisco Papa, “Pedro y Juan”, en “La edad anciana, una bendición para la sociedad. Catequesis del Papa acerca de la vejez.”; 2022, pg. 77-78).
El principal cuidado pastoral que puede darse a las personas mayores en su etapa del proceso vital, y de manera especial en su situación de fragilidad y enfermedad, es el cuidado que se les dé en vida. Dicho cuidado se antoja bastante difícil, pero no es así si nos situamos desde el ámbito de la fe, y en esta realidad nos hemos de esforzar la Pastoral de la Salud para encontrar el mejor camino para brindar a las personas mayores enfermas el máximo cuidado.
La realidad de fragilidad y vulnerabilidad, de manera especial, cuando las fuerzas humanas ya de por si son escasas, provocando situaciones duras de la propia vida y de aquellos que acompañan esta situación, incluso una auténtica prueba de la fe: “El hombre al enfermar gravemente, necesita de una especial gracia de Dios, para que, dominado por la angustia no desfallezca su ánimo, y, sometido a la prueba, no se debilite su fe.” (Ritual de la Unción y de la Pastoral de los enfermos; nº 5. 19874ª edición).
Al hablar del cuidado y acompañamiento pastoral a las
personas mayores en su fragilidad y vulnerabilidad, es lógico que se piense en
los sacramentos de la fragilidad, la oración y en el acompañamiento al final de
la vida.
- Sacramentos
de la fragilidad.
Los
cuidados espirituales cristianos realizan la conversión de la enfermedad y la
muerte en fuente de vida. A través de ellos se fortalece la vida tanto física
como espiritual de las personas angustiadas por la realidad de la fragilidad y
la enfermedad. La ayuda espiritual que fortalece al anciano en situación de
enfermedad se realiza especialmente a través de los sacramentos de la
penitencia, la unción de los enfermos y la Eucaristía recibida como Viático: “Este proceso de acompañamiento incluye, si
la persona es creyente, los sacramentos que, fundamentalmente – en esta
pastoral- son el perdón, la eucaristía y la unción de los enfermos: son soporte
y ayuda para acoger la realidad, reconciliarse y celebrar la presencia del
Señor junto a nosotros, que da sentido y la fortaleza a nuestros pasos y a
nuestro espíritu, para afrontar la enfermedad, la soledad, la vejez y las
pérdidas diversas que rodean a estas situaciones.” (Subcomisión Familia y Defensa de la vida
de la CEE, “La ancianidad: riqueza de frutos y bendiciones.”; 2022; pg. 50):
- Penitencia: Su celebración constituye, para muchos ancianos, una
oportunidad profundamente salvífica y terapéutica. Les ayuda a integrar el
pasado, a verlo con otros ojos, a confiarlo a la misericordia de Dios, a
reconciliarse con la muerte y abrirse a la esperanza. (Ritual de la Unción
y de la Pastoral de los enfermos;
nº 61. 19874ª edición).
- Eucaristía: Es el gran signo del encuentro de Dios con los hombres y de los
hombres entre sí. Para el anciano enfermo, representa el encuentro con su
comunidad, la comunión con sus hermanos y fortaleza para la debilidad, y
anticipo del banquete final.
La
Iglesia reserva la Eucaristía en forma de Viático para los moribundos. Este
sacramento que ayuda a superar la muerte e introduce en la Resurrección y la
Vida. El Viático es alimento para el viaje en el consuelo, en alivio y en
fuerza. (cfr: Ibídem, nº 63, y 77-80).
Unción enfermos: Es el sacramento específico para el tiempo
de la enfermedad; expresión del amor de Dios que, viene al encuentro de la
fragilidad humana, y de la solidaridad de la comunidad. Es signo de vida y no
de muerte. Ayuda al anciano enfermo a vivir cristianamente la última etapa de
la vida, dándole fuerzas para sobrellevar la enfermedad y la vulnerabilidad,
ayudándole a aceptar confiadamente la muerte. (cfr: Ibídem, nº 65-69).
El enfermo anciano necesita orar. La oración, es el
encuentro con Dios en la fe, es el diálogo con Dios en las diferentes
situaciones de la vida. En la visita al enfermo anciano hay que invitarle a
orar y acompañarle en la oración: “La enfermedad es un momento
propicio para orar. En el corazón de la persona enferma y en sus seres queridos
brota, casi de forma espontánea, la oración, la plegaria en sus formas
diversas.” (“La asistencia
religiosa en el hospital.”, nº 63”. Comisión Episcopal de Pastoral; 1987; pg.
31).
§ Acompañar
el final de vida.
También es lógico que al hablar de cuidado pastoral de las
personas mayores tanto en situación de enfermedad, como en situación de
fragilidad hay que hacer referencia al acompañamiento al final de vida y de los
cuidados paliativos valorando ante todo su dignidad de persona: “La dignidad de cada ser humano es inherente, intrínseca, inviolable e
independiente de las condiciones que lo rodean. Aunque el dolor, el sufrimiento
y la enfermedad son realidades que nos hacen sentir impotentes, la respuesta no
se encuentra en descartar la vida de una persona enferma, porque cuando ya no
es posible curar a la persona de su enfermedad es obligatorio éticamente
acompañarla en los momentos finales de su vida en este mundo. Para ello se debe
disponer de unos buenos cuidados paliativos integrales, de los que forman parte
también una pastoral de acompañamiento que dé esperanza y aliento a las
personas en el camino final de su vida, atendiendo a sus necesidades
espirituales, más allá de lo estrictamente religioso.” (Subcomisión Familia y Defensa de la vida de
la CEE, “La ancianidad: riqueza de frutos y bendiciones.”; 2022; pg. 29-30).
De hecho, el acompañamiento paliativo no es una serie de terapias que curen al enfermo, pero mitigan su dolor, de tal manera que el enfermo sufra menos, y lo que es más importante, que pueda vivir de la mejor manera el momento más importante de su existencia, la muerte. Con dicho acompañamiento el anciano enfermo y vulnerable se prepara para este gran paso: “También nosotros, en el seguimiento de Jesús, recorremos el camino de la vida como aprendices, experimentando dificultades y fatigas. En este camino se nos invita, con la gracia de Dios, a salir de nosotros mismos y a ir más allá, hasta llegar a la meta definitiva, que es el encuentro con Cristo. La ancianidad es el tiempo propicio para dar testimonio de la espera anhelante de este encuentro definitivo.” (Francisco Papa, “Voy a prepararos un lugar” (Jn 14,2): La vejez, tiempo proyectado hacia el cumplimiento.”, en “La edad anciana, una bendición para la sociedad. Catequesis del Papa acerca de la vejez.”; 2022, pg.80).
3.- Cuestiones para reflexionar.
a)
¿Por qué necesita el anciano enfermo cristiano
de los sacramentos de la fragilidad y de la oración? ¿Qué sugerencias parecen
primordiales a la hora de su preparación y celebración?
b)
Se suele hablar de lo tremendo de la soledad
ante la muerte, porque nadie puede suplir a nadie y todos tenemos
individualmente que morir. ¿Cómo podemos ayudar a la persona mayor a prepararse
al encuentro definitivo con el Padre?
4.- Para orar.
Pienso en ti, hermana muerte.
Te he aceptado hace tiempo como meta final de mi destino,
como parte esencial de mi bautismo,
como misterio doloroso de esta carne gozosa y triste,
esperanzado polvo.
Acepte mi destino en este mundo efímero y doliente, a veces
olvidando que era solo posada en el camino.
Cariño le tomé. Dios hizo hermoso
este planeta azul, bella la vida.
Por eso rezo:
Hermana muerte, ven despacio,
en la hora apropiada de tu reloj de gracia.
Ponme en camino
Hacia donde hace tiempo ya me aguardan abiertos los brazos
del Padre. Amén.
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