domingo, 29 de enero de 2023

ACOMPAÑAR A LOS QUE ACOMPAÑAN: LOS CUIDADORES FAMILIARES


1.- Texto bíblico.

“Honra a tu padre de palabra y obra, para que su bendición llegue hasta ti.

Hijo, cuida de tu padre en la vejez y durante su vida no le causes tristeza.

Aunque pierda el juicio, se indulgente con él y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor.

Porque la compasión hacia el padre no será olvidada y te servirá para reparar tus pecados.”

(Eclo 3; 8, 12-14).

2.-Reflexión pastoral.

El envejecimiento es una etapa natural de la vida, pero no se puede negar que ésta conlleva, en algunas ocasiones, unas notables pérdidas y limitaciones en las personas mayores. Es por ello que surge la necesidad de contar con ayuda de otras personas para necesidades que dichas pérdidas y debilidades ocasionan, a través del apoyo y acompañamiento de una persona cuidadora.

 

En nuestro país, la mayoría de las personas mayores dependientes que requieren un cuidador son cuidadas por su familia. Este tipo de cuidado se denomina cuidado informal o familiar, y es el que se presta por parientes, amigos o vecinos en el ámbito doméstico. Esta modalidad surge porque el entorno familiar es el principal contexto donde la enfermedad y la dependencia se presentan y se trata de resolver. Del total de cuidados que reciben las personas mayores: “el 80-88 % los recibe exclusivamente de la familia, mientras los servicios formales proveen el resto.” (IMSERSO; “Las personas mayores en España, perfiles. Reciprocidad familiar.”; 1995 pg. 259).

 

Las personas mayores al llegar a una edad o a unas condiciones físicas muy dependientes tienen que ser cuidados, quieran o no, incluso para evitar situaciones límite o irreversibles, como en su día fueron cuidados sus hijos. No deberían tener que esperar a recibir la ayuda, cuando ya no tienen fuerzas para seguir ellos autónomamente, tal como nos lo recuerda el Papa Francisco en sus catequesis sobre la ancianidad: “Por favor, custodiad a los ancianos. Y si pierden la cabeza, custodiadlos también porque son la presencia de la historia, la presencia de mi familia, y gracias a ellos yo estoy aquí, lo podemos decir todos: gracias a ti, abuelo y abuela, yo estoy vivo. Por favor, no los dejéis solos. Y esto, de custodiar a los ancianos, no es una cuestión de cosméticos ni de cirugía plástica, no. Más bien es una cuestión de honor, que debe transformar la educación de los jóvenes respecto a la vida y a sus fases. El amor por lo humano que nos es común, e incluye el honor por la vida vivida, no es una cuestión de ancianos. Más bien, es una ambición que iluminará a la juventud que hereda sus mejores cualidades. La sabiduría del Espíritu de Dios nos conceda abrir el horizonte de esta auténtica revolución cultural con la energía necesaria.” (Francisco Papa, “Honra a tu padre y madre”: el amor por la vida vivida.”, en “La edad anciana, una bendición para la sociedad. Catequesis del Papa acerca de la vejez.”; 2022, pg. 34).    

   

Cuidar a una persona mayor puede significar sentimientos encontrados muchas veces por parte de los cuidadores dentro de la familia, influenciado por el reconocimiento, la obligación, el deber, la gratificación de todos los sentimientos y sensaciones recibidas en el seno de la familia. Además, puede ser considerada tarea difícil, agotadora, que requiere mucha responsabilidad, dedicación, coraje, paciencia y fuerza de voluntad: “Los cuidados prestados por la familia a las personas mayores dependientes constituyen la red de apoyo más importante y mejor valorada por ellas. […] El cuidador desconoce cuánto tiempo tendrá que serlo, así pues, debe formarse, planificarse y prepararse para poder desarrollar su función en las mejores condiciones. Para ello, debe, entre otras medidas, atender a su propia salud y bienestar, evitando el aislamiento y la pérdida de contactos con su entorno familiar, social y religioso, así como pidiendo ayuda a las personas de su entorno sin esperar a que se la ofrezcan.

El cuidador presenta dos riesgos que hay que atender y prevenir; la soledad y el síndrome del cuidador quemado.” (Subcomisión Familia y Defensa de la vida de la CEE, “La ancianidad: riqueza de frutos y bendiciones.”; 2022; pg. 40-41).

 

El cuidador familiar (informal) asume este rol por iniciativa propia, es decir, asume este rol porque lo solicita por ser el más cercano o más indicado de acuerdo con la familia. Sin embargo, a pesar de su importante función en nuestra sociedad, los cuidadores familiares no reciben la formación, la preparación o el apoyo necesarios por parte de los sistemas sanitarios ni organizaciones que existen para este acompañamiento a las personas mayores. Tienen el derecho y la obligación de formarse. Necesitan adquirir los conocimientos indispensables, desarrollando las habilidades fundamentales para hacer el acompañamiento a sus familiares mayores y, a la par, sentirse acompañados ellos mismos: “Los cuidadores necesitan sentirse acompañados en el sufrimiento, angustia y agotamiento que producen el continuo cuidado de una persona mayor dependiente.” (Subcomisión Familia y Defensa de la vida de la CEE, “La ancianidad: riqueza de frutos y bendiciones.”; 2022; pg.42). Dicho cuidador, es, en no pocas ocasiones, el recurso, el instrumento y medio, por el cual se proveen las atenciones específicas y muchas veces especializadas a las personas mayores dependientes. Es decir, en ellos se deposita o descansa el compromiso de acompañar al otro. Por ello, una persona cuidadora cumple la función de facilitar y proporcionar los cuidados necesarios combinando la preparación y competencia profesional a través de la “formación del corazón”: “Los cuidadores también pueden requerir otra forma de acompañamiento de gran valor: el respiro familiar, que tiene por finalidad luchar tanto contra la soledad como contra el síndrome del “cuidador quemado”. Se trata de proveer un voluntariado social cuya labor sea sustituir regularmente al cuidador en su trabajo habitual, para que disponga de algunas horas a la semana en las que pueda relajarse y desconectar de la presión asistencial en la que vive.” (Subcomisión Familia y Defensa de la vida de la CEE, “La ancianidad: riqueza de frutos y bendiciones.”; 2022; pg.43).

 

La formación de agentes pastorales que ayuden a estos cuidadores informales, de manera especial, los voluntarios ha sido siempre una preocupación constante por parte de las instituciones y organismos de la Iglesia que han acometido este campo pastoral desde sus comienzos. La incorporación de los laicos a la atención en este campo, el redescubrimiento de elementos que colaboran al acompañamiento más allá de la atención sacramental hace que la integración de la Pastoral de la salud en la vida de las comunidades cristianas como un campo pastoral sea equiparable a la catequesis o la pastoral sacramental.

 

Los cuidadores familiares y los voluntarios tienen la necesidad, el derecho y el deber de formarse. Es decir, necesitan adquirir conocimientos indispensables, fortaleciendo las características del ser voluntario y desarrollando las habilidades fundamentales para el servicio que prestarán a favor de las personas mayores que acompañaran: “La formación de un voluntariado específico de pastoral de las personas mayores ha de tener encuentra diversos principios. […] Dicha formación ha de incluir también conocimientos y habilidades para la comunicación fructuosa con las personas mayores, así como de los posibles condicionantes derivados de su falta de salud física y mental. Debe ser una formación continua y actualizada.

Una formación – ya que se va a centrar en el cuidado y acompañamiento personal- que no olvide de la ternura.”, (Ibídem; pg. 38).

 

Para conseguirlo se ha de ofrecer una formación que parta de la vida, vuelva a la vida con un mensaje de esperanza; brinde razones para confiar en las personas y ayudarles a crecer como personas, orientándose hacia la acción transformadora de Jesús, animados por su propio ejemplo.

 

El equilibrio entre la formación “técnica” y la “motivación” que la sostiene en cuanto parte de la misión de la Iglesia, es una urgencia que se hace más evidente ante una realidad plural y compleja como la que vivimos y la necesidad de dar una respuesta a las necesidades que percibimos en esta nuestra humanidad sufriente: “Muchas instituciones de la Iglesia tienen formación para el voluntariado de acompañamiento pastoral a personas mayores. Sería positivo apoyarnos en estas entidades- que ya tienen un largo recorrido y experiencia – para crear estos programas de formación de voluntariado.”, (Ibídem; pg. 38).



3.- Cuestiones para reflexionar.

 

a)      Ante la realidad del cuidador familiar de los ancianos dependientes y vulnerables en su domicilio, reflexionemos sobre las situaciones que pueden encontrarse y cómo podemos ayudarles desde la Pastoral de la salud:

-          Agotamiento y sobrecarga de las actividades diarias de su acción cuidadora.

-          Alejamiento de sus relaciones afectivas y profesionales.

-          Limitaciones en las redes sociales, actividades de ocio.

-          Afectaciones a su propia salud: física, psíquica, y espiritual.

 

b)      ¿Cuál crees que debe ser la formación que debe recibir el cuidado informal o voluntario en el acompañamiento de las personas mayores?

4.- Para orar.

Nos has bendecido, Señor, con el don de la familia.

Te doy gracias por el amor, la fuerza y el consuelo

que me dan mis familiares

Vuelve hacia ellos tu mirada y protégelos cada día,

especialmente ahora que están lejos.

Haz que mi fragilidad sirva para unirlos,

para que se preocupen más los unos por los otros

y resuelvan sabiamente sus diferencias.

Haz que éste sea un momento especial en nuestras vidas

que nos haga capaces de manifestar más abiertamente

nuestro amor mutuo y nuestra fe en Ti.

¡Oh Señor!, orienta en su camino a su familia,

y no te alejes de ellos

mientras me acompañan y sufren conmigo.

Bendícenos con tu gracia

y haz que tu amor permanezca en todos nosotros.

Amén. (Anónimo).

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