1.- Texto bíblico.
“Honra a tu padre de palabra y obra, para que
su bendición llegue hasta ti.
Hijo, cuida de tu padre en la vejez y durante
su vida no le causes tristeza.
Aunque pierda el juicio, se indulgente con él
y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor.
Porque la compasión hacia el padre no será
olvidada y te servirá para reparar tus pecados.”
(Eclo 3; 8, 12-14).
2.-Reflexión pastoral.
El envejecimiento es una etapa natural de la vida, pero no
se puede negar que ésta conlleva, en algunas ocasiones, unas notables pérdidas
y limitaciones en las personas mayores. Es por ello que surge la necesidad de
contar con ayuda de otras personas para necesidades que dichas pérdidas y
debilidades ocasionan, a través del apoyo y acompañamiento de una persona
cuidadora.
En nuestro país, la mayoría de las personas mayores
dependientes que requieren un cuidador son cuidadas por su familia. Este tipo
de cuidado se denomina cuidado informal o familiar, y es el que se presta por
parientes, amigos o vecinos en el ámbito doméstico. Esta modalidad surge porque
el entorno familiar es el principal contexto donde la enfermedad y la
dependencia se presentan y se trata de resolver. Del total de cuidados que
reciben las personas mayores: “el 80-88 %
los recibe exclusivamente de la familia, mientras los servicios formales
proveen el resto.” (IMSERSO; “Las personas mayores en España, perfiles.
Reciprocidad familiar.”; 1995 pg. 259).
Las personas mayores al llegar a una edad o a unas
condiciones físicas muy dependientes tienen que ser cuidados, quieran o no,
incluso para evitar situaciones límite o irreversibles, como en su día fueron
cuidados sus hijos. No deberían tener que esperar a recibir la ayuda, cuando ya
no tienen fuerzas para seguir ellos autónomamente, tal como nos lo recuerda el
Papa Francisco en sus catequesis sobre la ancianidad: “Por favor, custodiad a los ancianos. Y si pierden la cabeza,
custodiadlos también porque son la presencia de la historia, la presencia de mi
familia, y gracias a ellos yo estoy aquí, lo podemos decir todos: gracias a ti,
abuelo y abuela, yo estoy vivo. Por favor, no los dejéis solos. Y esto, de
custodiar a los ancianos, no es una cuestión de cosméticos ni de cirugía
plástica, no. Más bien es una cuestión de honor, que debe transformar la
educación de los jóvenes respecto a la vida y a sus fases. El amor por lo
humano que nos es común, e incluye el honor por la vida vivida, no es una
cuestión de ancianos. Más bien, es una ambición que iluminará a la juventud que
hereda sus mejores cualidades. La sabiduría del Espíritu de Dios nos conceda
abrir el horizonte de esta auténtica revolución cultural con la energía
necesaria.” (Francisco Papa, “Honra a tu padre y madre”: el amor por la vida
vivida.”, en “La edad anciana, una bendición para la sociedad. Catequesis del
Papa acerca de la vejez.”; 2022, pg. 34).
Cuidar a una persona mayor puede significar sentimientos
encontrados muchas veces por parte de los cuidadores dentro de la familia,
influenciado por el reconocimiento, la obligación, el deber, la gratificación
de todos los sentimientos y sensaciones recibidas en el seno de la familia.
Además, puede ser considerada tarea difícil, agotadora, que requiere mucha
responsabilidad, dedicación, coraje, paciencia y fuerza de voluntad: “Los cuidados prestados por la familia a las
personas mayores dependientes constituyen la red de apoyo más importante y
mejor valorada por ellas. […] El cuidador desconoce cuánto tiempo tendrá que
serlo, así pues, debe formarse, planificarse y prepararse para poder
desarrollar su función en las mejores condiciones. Para ello, debe, entre otras
medidas, atender a su propia salud y bienestar, evitando el aislamiento y la
pérdida de contactos con su entorno familiar, social y religioso, así como
pidiendo ayuda a las personas de su entorno sin esperar a que se la ofrezcan.
El cuidador presenta
dos riesgos que hay que atender y prevenir; la soledad y el síndrome del
cuidador quemado.” (Subcomisión Familia y Defensa de la vida de la CEE, “La
ancianidad: riqueza de frutos y bendiciones.”; 2022; pg. 40-41).
El cuidador familiar (informal) asume este rol por
iniciativa propia, es decir, asume este rol porque lo solicita por ser el más
cercano o más indicado de acuerdo con la familia. Sin embargo, a pesar de su
importante función en nuestra sociedad, los cuidadores familiares no reciben la
formación, la preparación o el apoyo necesarios por parte de los sistemas
sanitarios ni organizaciones que existen para este acompañamiento a las
personas mayores. Tienen el derecho y la obligación de formarse. Necesitan
adquirir los conocimientos indispensables, desarrollando las habilidades
fundamentales para hacer el acompañamiento a sus familiares mayores y, a la
par, sentirse acompañados ellos mismos: “Los
cuidadores necesitan sentirse acompañados en el sufrimiento, angustia y
agotamiento que producen el continuo cuidado de una persona mayor dependiente.”
(Subcomisión Familia y Defensa de la vida de la CEE, “La ancianidad: riqueza de
frutos y bendiciones.”; 2022; pg.42). Dicho cuidador, es, en no pocas
ocasiones, el recurso, el instrumento y medio, por el cual se proveen las
atenciones específicas y muchas veces especializadas a las personas mayores
dependientes. Es decir, en ellos se deposita o descansa el compromiso de
acompañar al otro. Por ello, una persona cuidadora cumple la función de
facilitar y proporcionar los cuidados necesarios combinando la preparación y
competencia profesional a través de la “formación del corazón”: “Los cuidadores también pueden requerir otra
forma de acompañamiento de gran valor: el respiro familiar, que tiene por
finalidad luchar tanto contra la soledad como contra el síndrome del “cuidador
quemado”. Se trata de proveer un voluntariado social cuya labor sea sustituir
regularmente al cuidador en su trabajo habitual, para que disponga de algunas
horas a la semana en las que pueda relajarse y desconectar de la presión
asistencial en la que vive.” (Subcomisión Familia y Defensa de la vida de la
CEE, “La ancianidad: riqueza de frutos y bendiciones.”; 2022; pg.43).
La formación de agentes pastorales que ayuden a estos
cuidadores informales, de manera especial, los voluntarios ha sido siempre una
preocupación constante por parte de las instituciones y organismos de la
Iglesia que han acometido este campo pastoral desde sus comienzos. La
incorporación de los laicos a la atención en este campo, el redescubrimiento de
elementos que colaboran al acompañamiento más allá de la atención sacramental
hace que la integración de la Pastoral de la salud en la vida de las
comunidades cristianas como un campo pastoral sea equiparable a la catequesis o
la pastoral sacramental.
Los cuidadores familiares y los voluntarios tienen la
necesidad, el derecho y el deber de formarse. Es decir, necesitan adquirir
conocimientos indispensables, fortaleciendo las características del ser
voluntario y desarrollando las habilidades fundamentales para el servicio que
prestarán a favor de las personas mayores que acompañaran: “La formación de un voluntariado específico
de pastoral de las personas mayores ha de tener encuentra diversos principios.
[…] Dicha formación ha de incluir también conocimientos y habilidades para la
comunicación fructuosa con las personas mayores, así como de los posibles
condicionantes derivados de su falta de salud física y mental. Debe ser una
formación continua y actualizada.
Una formación – ya que
se va a centrar en el cuidado y acompañamiento personal- que no olvide de la
ternura.”, (Ibídem; pg. 38).
Para conseguirlo se ha de ofrecer una formación que parta de
la vida, vuelva a la vida con un mensaje de esperanza; brinde razones para
confiar en las personas y ayudarles a crecer como personas, orientándose hacia
la acción transformadora de Jesús, animados por su propio ejemplo.
El equilibrio entre la formación “técnica” y la “motivación” que la sostiene en cuanto parte de la misión de la Iglesia, es una urgencia que se hace más evidente ante una realidad plural y compleja como la que vivimos y la necesidad de dar una respuesta a las necesidades que percibimos en esta nuestra humanidad sufriente: “Muchas instituciones de la Iglesia tienen formación para el voluntariado de acompañamiento pastoral a personas mayores. Sería positivo apoyarnos en estas entidades- que ya tienen un largo recorrido y experiencia – para crear estos programas de formación de voluntariado.”, (Ibídem; pg. 38).
3.- Cuestiones para reflexionar.
a)
Ante la realidad del cuidador familiar de los
ancianos dependientes y vulnerables en su domicilio, reflexionemos sobre las
situaciones que pueden encontrarse y cómo podemos ayudarles desde la Pastoral
de la salud:
-
Agotamiento y sobrecarga de las actividades
diarias de su acción cuidadora.
-
Alejamiento de sus relaciones afectivas y
profesionales.
-
Limitaciones en las redes sociales, actividades
de ocio.
-
Afectaciones a su propia salud: física,
psíquica, y espiritual.
b) ¿Cuál crees que debe ser la formación que debe recibir el cuidado informal o voluntario en el acompañamiento de las personas mayores?
4.- Para orar.
Nos has bendecido, Señor, con el don de la familia.
Te doy gracias por el amor, la fuerza y el consuelo
que me dan mis familiares
Vuelve hacia ellos tu mirada y protégelos cada día,
especialmente ahora que están lejos.
Haz que mi fragilidad sirva para unirlos,
para que se preocupen más los unos por los otros
y resuelvan sabiamente sus diferencias.
Haz que éste sea un momento especial en nuestras vidas
que nos haga capaces de manifestar más abiertamente
nuestro amor mutuo y nuestra fe en Ti.
¡Oh Señor!, orienta en su camino a su familia,
y no te alejes de ellos
mientras me acompañan y sufren conmigo.
Bendícenos con tu gracia
y haz que tu amor permanezca en todos nosotros.
Amén. (Anónimo).
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